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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

Breve Historia De La Incompetencia Militar (12 page)

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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A López aún le quedaba la cuestión práctica de qué hacer después de iniciar una guerra repentina contra un país en cuyo nombre hacía muy poco había intentado negociar. Primero capturó un barco brasileño atracado en el río Paraguay, en Asunción, y se apropió del dinero y las armas. Pero a continuación se quedó estancado de nuevo: no podía enviar tropas a Uruguay por el río porque no tenía los barcos necesarios. Tampoco podía avanzar por Brasil para ayudar a Uruguay porque también estaba demasiado lejos. Así que, en diciembre de 1864, según el plan de Madame Lynch, las tropas comandadas por el cuñado de López se apoderaron de una zona de tierra brasileña poco protegida, con la esperanza de que aquella maniobra desviase algunas tropas brasileñas de Uruguay. Las tropas de López saquearon el campo, se apoderaron de todo lo que no estaba clavado al suelo, convirtieron a las mujeres capturadas en esclavas y fabricaron un recuerdo para su bienamado líder: un collar de orejas cortadas. López había conseguido uno de sus objetivos: ahora sus vecinos sabían que él existía.

López hizo una pausa para digerir su nuevo papel de conquistador de una jungla sin sentido y ponderó su siguiente paso.

No obstante, se movió con demasiada lentitud. Estaba disfrutando de su vida como conquistador y, mientras, los acontecimientos le sobrepasaron de nuevo. En enero de 1865, un ejército brasileño capturó un bastión uruguayo y ejecutó a los oficiales uruguayos. Los argentinos y uruguayos estaban divididos entre los blancos indígenas y los colorados, cosmopolitas europeos. Brasil estaba furioso tanto con Uruguay como con Argentina. Aquello era la marabunta. López, con su país unificado, podría haber hecho un movimiento y emerger como mediador con poder en la región. Solamente una persona excepcional podía unir aquellas facciones. Y López era aquella persona: consiguió que todos se unieran contra él.

Realizando un curioso movimiento, pidió permiso a Argentina para enviar un ejército a través de su territorio para ayudar a Uruguay. Cuando Argentina dijo que no, López hizo sonar los tambores de guerra y su pueblo acudió a él. A continuación, el 20 de febrero de 1865, las fuerzas brasileñas conquistaron Uruguay e instalaron un gobierno simpatizante de los colorados.

Con los blancos en Uruguay derrotados, todas las razones que tenía López para luchar contra Brasil habían terminado y ya no era necesario enviar sus tropas a través de Argentina. Cualquier mente racional habría terminado con todo el asunto y si López se hubiese apresurado a enviar una sentida disculpa con una enorme cesta de frutas, tal vez habría disipado todo el sórdido asunto. Sin embargo, López rechazó cualquier opción racional. En lugar de ello, el 18 de marzo, atacó a Argentina porque había rechazado su propuesta de dejar que ayudase a los ya derrotados blancos de Uruguay. López había iniciado ya su camino a miembro vitalicio del enrarecido club de líderes lunáticos empeñados en la destrucción total.

De modo que López envió a su ejército. El 13 de abril, su armada capturó dos navíos argentinos atracados en el río Paraná, cerca de Corrientes, en Argentina. Al día siguiente, los paraguayos capturaron la ciudad, que no opuso resistencia. Los argentinos estaban furiosos, puesto que aún no habían recibido la declaración de guerra paraguaya. Se trataba de un golpe a traición y la reacción de Buenos Aires fue inmediata. La multitud tomó las calles clamando venganza, colmando de desdén e insultos al odiado López. Suplicaron al presidente Mitre que entrara en acción y él respondió a voces que tomaría Asunción en tres meses.

Y tal vez lo más importante es que todo el mundo en la región unió fuerzas contra López. Los partidos en disputa en Argentina dejaron a un lado sus diferencias y se unieron en un solo frente. Lo mismo sucedió en Uruguay. Brasil, que ya se estaba preparando para castigar a López por su injustificado ataque, con gusto aceptó la ayuda de sus dos vecinos. Los tres países se habían unido como nunca lo habían hecho hasta entonces con un solo objetivo: eliminar a López de la región.

Gracias a una astucia idiota, López había convertido a países enfrentados en fuerzas aliadas centradas en su destrucción.

Desde luego, era un experto en diplomacia idiota.

En aquel momento, la guerra total estalló. Argentina y Brasil cerraron filas y, unidos, le bloquearon el paso a Paraguay río arriba. Por otra parte, cimentaron su relación el 1 de mayo con la firma del Tratado de la Triple Alianza, que, junto a Uruguay, les vinculaba para eliminar a López del poder o de la faz de la tierra. No era una guerra contra el pueblo de Paraguay o para apoderarse de la riqueza del territorio del país, sino para librarse de un solo hombre. La guerra terminaría cuando López se fuese. Poco podían imaginarse lo difícil que iba a ser aquella misión.

Aquel verano, López tomó la iniciativa con su ejército más poderoso e invadió el sur, hacia Uruguay, en una operación relámpago para derrotar a las fuerzas brasileñas. López puso a la mayoría de sus tropas de primera en aquel empeño. Pero la fantástica estrategia vencedora tramada por el dúo dinámico paraguayo recibió un golpe inesperado: los ejércitos combinados uruguayos y argentinos arrasaron a los paraguayos que, liderados con ineptitud, habían dividido sus fuerzas en lados opuestos de un río controlado por los brasileños. Aquella batalla inutilizó la fuerza de impacto del ejército de López al acabar prácticamente con sus 37.000 hombres. Anticipando la victoria, Madame Lynch había planeado un baile en el que se requería a las damas de la alta sociedad que luciesen todas sus joyas de forma que ella pudiese calcular su valor. Se enteró de la derrota de su ejército justo antes de que se iniciase el baile.

En lugar de cancelar la fiesta de la «victoria», la noticia de aquella aplastante derrota fue mantenida en secreto. De modo que la fiesta se celebró.

En respuesta al fracaso, en junio de 1865, López se apresuró a tomar personalmente el mando del ejército. Madame Lynch se quedó atrás como jefe del gobierno de facto. Su primer acto fue confiscar las joyas de las principales damas de Asunción.

A continuación, los aliados emprendieron la ofensiva. Marcharon al norte y reconquistaron la ciudad argentina norteña de Corrientes. En aquel momento, tanto los argentinos como los uruguayos se sentían satisfechos y estaban dispuestos a finalizar la lucha. Habían expulsado a los invasores y tenían la segundad de que los hombres de López no regresarían. Pero el plan de Brasil era otro. Olían sangre y tenían un objetivo: López. Entonces los aliados, casi todos formados por brasileños, siguieron adelante.

Mientras que la capacidad ofensiva de los paraguayos se encontraba severamente limitada, en la defensiva destacaban.

Sus luchadores eran fanáticos, sus oficiales, sabedores de que la rendición significaba la ejecución de sus familias a manos de López, luchaban con especial ímpetu. A pesar de carecer de equipo y zapatos, y de vestir harapos en lugar de uniformes, las tropas leales lucharon con tenaz valentía. El resultado fue un número de bajas excepcionalmente alto. El ejército pronto se quedó sin hombres. De modo que López inició un nuevo reclutamiento llevándose a los muchachos mayores de once años y a los hombres de más de sesenta. Las mujeres trabajaban los campos para ayudar al esfuerzo que suponía la guerra.

Una estrategia segura para López habría sido continuar a la defensiva y forzar a los aliados a combatirle alrededor del bastión de Humaitá, una de las fortificaciones más sólidas y mejor defendidas del mundo, situada en la zona alta de un pronunciado meandro del río Paraguay. Sin embargo, López no estaba dotado de una mente clara. Con el apoyo de Madame Lynch, de repente dio un bandazo a la ofensiva con las pocas fuerzas que le quedaban, incluyendo a la recién incorporada unidad de nobles de Paraguay. El 24 de mayo de 1866, López avanzó con unos 20.000 soldados. Las bajas que sufrieron fueron ruinosas en lo que se conoció como Batalla de Tuyuti. La unidad formada por nobles prácticamente fue barrida. En total, las bajas sufridas por los paraguayos ascendieron a 5.000 soldados muertos y 8.000 heridos.

En lugar de seguir abriendo camino rápidamente, los aliados esperaron para rehacer su ejército. López vació los hospitales y reaprovisionó las defensas con 20.000 heridos que podían andar. Y, para alentar a los demás, ejecutó a los oficiales que se retiraron.

López, con la bendición de Madame Lynch, solicitó una conferencia de paz. El presidente Mitre de Argentina estuvo de acuerdo en entablar conversaciones y, en julio de 1866, los dos debatieron un tratado de paz durante varias horas. La principal condición de Mitre era que López abdicase y se marchase al exilio. López se negó y, puesto que ninguno de los dos bandos quería ceder, la reunión se suspendió. López se fue convencido de que todos los extranjeros estaban allí para capturarle y, en consecuencia, empezó a torturar y matar a todo el que era sospechoso de trabajar para Mitre.

Los dubitativos aliados se prepararon entonces para sitiar durante dos años el bastión de Humaitá. Los acorazados brasileños subieron por el río Paraguay y bombardearon la fortaleza. López contaba con navíos fuertemente armados.

Lentamente, muy lentamente, los aliados se fueron adentrando con dificultad por las ciénagas y la jungla para rodear Humaitá. Y mientras los aliados cerraban el cerco sobre el fuerte de la jungla, López se adentró en la locura. Arrestó y torturó hasta la muerte a su cuñado por haber robado dinero del tesoro que Madame Lynch en realidad había robado. Veía complots por todas partes y animó a los paraguayos a matar a sus vecinos ante cualquier signo de traición. Madame Lynch fomentó su paranoia, ya que estaba convencida de que la causa de los fracasos era obviamente una conspiración bien tramada y no una estrategia profundamente defectuosa.

En 1867, Paraguay había caído en el caos total: toda la economía estaba dedicada a apoyar a un ejército cada vez más limitado, las epidemias asolaban a la población, las granjas no tenían trabajadores para recoger las magras cosechas y lo poco que se cosechaba estaba destinado al ejército. Para continuar la lucha, Lynch ordenó que todas las mujeres entre dieciséis y cuarenta años fuesen reclutadas por el ejército y aligeró su carga quitándoles todo lo que les quedaba de valor y quedándose con sus casas.

Finalmente, el 26 de julio de 1868 los aliados conquistaron Humaitá. Hacía mucho que López había levantado campamento y establecido su cuartel general en la maleza, iniciando la siguiente fase de la guerra, una tenaz retirada por la jungla que duró dos años. Para dejar constancia del momento de la derrota, López mató a tiros al comandante de la guarnición junto con la esposa y la madre del segundo al mando. También sacó tiempo de su apretado programa para torturar a su hermano menor por su papel en alguna conspiración imaginaria con el embajador americano. Recibió la visita especial de un barco de guerra estadounidense para rescatar a su embajador, hecho prisionero en su propia casa por el verdugo de López.

López ordenó la evacuación de toda la población, inclusive Asunción. Él mismo lideró una caravana con Madame Lynch, sus hijos y miles de sus soldados, que en aquel momento eran niños, heridos andantes y mujeres, en una marcha hacia el norte, al interior. Se detuvo lo suficiente para establecer una nueva capital, torturar y ejecutar a algunos enemigos y comer espléndidamente con Lynch. Era menos una retirada que una caravana de actores de circo renqueantes dirigiéndose lentamente al norte, acompañados con un piano y vino de bodega. López, siempre dispuesto a propagar la alegría familiar, encerró a sus hermanas en una especie de jaula de viaje y les permitió salir lo suficiente para que cada una fuese azotada.

Seguidamente, López y Lynch dieron con lo que ellos decidieron que era la razón real de sus fracasos militares: la madre de López, de setenta años, que había ocultado sus sentimientos antiparaguayos tras una fachada de edad y fragilidad. Fue enjaulada, repetidamente azotada y añadida a la lista de ejecuciones de López.

A principios de 1869, a pesar de los evidentes retos de movilizar una demente caravana por la jungla, López y Lynch se las habían arreglado para seguir un paso por delante del ejército brasileño. Frustrado por su incapacidad para capturar a López, el líder militar brasileño, el duque de Caxias, se fue enojado. En un momento de cáustica ironía, fue sustituido por el conde D'Eu, el mismo hombre que se casó con la hija del emperador brasileño.

López y Lynch se adentraban cada vez más al norte, con su caravana, cada mes que pasaba más reducida. Su ejército luchó valientemente, pero sus mejores armas, en su mayoría piedras y terrones de tierra, no eran rival para las de los brasileños, que iban equipados con armas más convencionales.

En febrero de 1870, López contaba con 500 hombres y las últimas botellas de buen champaña de Madame Lynch.

Acamparon en Cerro Cora, su última capital. Al darse cuenta de que el final de la guerra estaba cerca, pasó las semanas que le quedaban redactando su discurso final y diseñando una medalla para conmemorar su inminente victoria. Dicho sea en su honor, Madame Lynch permaneció junto a su hombre, aunque tuvo muchas oportunidades de escapar y marcharse a Europa, donde podía haber vivido de las joyas que había robado y sabiamente enviado a sus amigos para que se las guardasen.

El 1 de marzo los brasileños irrumpieron en su campamento. López escapó solo a caballo y, cuando quedó atrapado en un río, dio la vuelta vadeando, pero fue a caer en manos del comandante brasileño e intentó abrirse paso a tiros. Un soldado brasileño le clavó una lanza y el dictador cayó. Sin embargo, igual que los villanos de película, demostró que era difícil de matar. López se alzó sobre sus rodillas e intentó escapar. Pero los brasileños le abatieron a tiros. Entonces, antes de expirar, pronunció sus tan ensayadas palabras: «Muero con mi patria.» Qué poco comprendió que su país ya había muerto.

Mientras, los brasileños rodearon a Lynch y a sus hijos en su carruaje. El hijo mayor, Pancho, de dieciséis años y uno de los coroneles de más edad del ejército, avanzó blandiendo su espada. Los brasileños le apuñalaron y le concedieron a Madame Lynch el honor de enterrar a López y a su hijo. Vestida con un vestido largo, la mujer que quería ser emperatriz cayó de manos y rodillas y cavó una fosa poco profunda para sus dos hombres caídos. Después los brasileños protegieron a Lynch de los paraguayos supervivientes, incluyendo a la madre de López y sus dos hermanas, que hubiesen preferido demostrar su amor por Lynch arrancándole la piel, los huesos y los órganos.

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