Breve historia de la Argentina (10 page)

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Authors: José Luis Romero

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BOOK: Breve historia de la Argentina
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Paz tuvo mejor suerte en Corrientes y logró derrotar en Caaguazú al gobernador de Entre Ríos, Echagüe, en noviembre de 1841, pero no pudo obtener los frutos de su victoria. Su aliado oriental, Rivera, fue vencido poco después por Oribe en Arroyo Grande, y con ello quedó abierto a los federales el camino de Montevideo, que Oribe sitió en febrero de 1843. De allí en adelante el litoral fue teatro de una constante lucha. Montevideo organizó la resistencia bajo las órdenes de Paz y combatieron al lado de los orientales los emigrados argentinos y las legiones de inmigrantes franceses e italianos; allí estaba Garibaldi como símbolo de las ideas liberales que defendían los sitiados. Desde el Cerrito vigilaban la ciudad las fuerzas sitiadoras, cuyo cerco no logró romper Rivera cuando procuró sublevar la campaña oriental, donde en 1845 lo derrotó Urquiza en India Muerta. Pero en cambio consiguió Montevideo mantener expedito su puerto, gracias al bloqueo que las flotas de Francia e Inglaterra, ahora unidas, volvieron a imponer a Buenos Aires por el temor de que Rosas lograra dominar dos márgenes del Río de la Plata.

Montevideo se convirtió en el principal centro de acción de los emigrados antirrosistas. También los había en otros países, especialmente en Chile, donde Alberdi y Sarmiento movían desde los periódicos —
El Mercurio
,
El Progreso
— una activa campaña contra Rosas. Allí publicó Sarmiento en 1845 el
Facundo
, vigoroso ensayo de interpretación histórico social del drama argentino. Pero por su proximidad de Buenos Aires y por la concurrencia de fuertes intereses extranjeros relacionados con la economía rioplatense, fue en Montevideo donde se desarrolló más intensamente la operación que debía acabar con el gobierno de Rosas. También allí había una prensa vehemente:
El Nacional
,
El Iniciador
,
Comercio del Plata
, este último dirigido por Florencio Varela. Pero, sobre todo, se procuraba allí hallar la fórmula política que permitiera la conciliación de todos los adversarios de Rosas, cuyo primer esquema esbozó Echeverría en 1846 en el
Dogma socialista
.

En 1845 Corrientes volvió a sublevarse con el apoyo del Paraguay, cuyo comercio estrangulaba la política adoptada por Rosas para la navegación de los ríos. Su gobernador, Madariaga, fue derrotado dos veces por el de Entre Ríos, Urquiza, primero en Laguna Limpia, en 1846, y al año siguiente en Vences. Pero entre la primera y la segunda batalla se había establecido un acuerdo que Rosas vetó. Quizás entonces juzgó Urquiza insostenible el apoyo que prestaba al gobernador de Buenos Aires, cada vez más celoso del monopolio comercial porteño. Entre Ríos desarrollaba una intensa y progresista actividad agropecuaria que requería contacto con Europa, y sus intereses chocaban abiertamente con los de Buenos Aires.

La situación se precipitó cuando Francia e Inglaterra decidieron en 1850 levantar el bloqueo del puerto bonaerense. Entonces fue el Brasil quien se inquietó ante la posibilidad del triunfo de Oribe y de que se consolidara el dominio de Rosas sobre las dos márgenes del Río de la Plata. Brasil rompió sus relaciones con la Federación y los antirrosistas hallaron un nuevo aliado. La aproximación entre el gobierno oriental y el Brasil comenzó en seguida, y Urquiza fue atraído a la coalición con la promesa de que el nuevo gobierno garantizaría la navegación internacional de los ríos. Urquiza, a su vez, logró la adhesión del gobernador de Corrientes, Virasoro, y poco después quedó concertada la alianza militar contra Rosas que permitió la formación del Ejército Grande.

Ciertamente, la Federación no estaba en condiciones de afrontar esta crisis que surgía en su propio seno. El largo estancamiento provocado por la estrecha política económica de Rosas contrastaba con las inmensas posibilidades que abría la revolución industrial operada en Europa. Mientras Buenos Aires perpetuaba la economía de la carreta y el saladero, se extendían en Europa los ferrocarriles y los hilos telegráficos y se generalizaba el uso del vapor como fuente de energía para maquinarias modernas de alta productividad: la creciente población de las ciudades requería un intenso desarrollo industrial, y éste, a su vez, un constante aprovisionamiento de materias primas. Era, pues, una extraordinaria oportunidad que se ofrecía al país, frustrada por la perseverante sumisión al pasado del viejo gobernador de Buenos Aires. Rosas, tan hábil para mantener inactivos a los indios del vasto imperio de la pampa que se había constituido hacia 1835 sobre los bordes de las grandes estancias, tan ducho en mantener sumisos a los gobernadores provincianos, tan experto en el trato con los cónsules extranjeros, había comenzado a perder su antigua flexibilidad y ahora sólo sostenía al régimen la inercia del Estado policial que había creado. Todo estaba maduro para un cambio, cada vez más fácilmente imaginable luego de las experiencias revolucionarias que había sufrido Europa en 1848. La crisis era, pues, inevitable.

El 1° de mayo de 1851 el gobernador de Entre Ríos, Urquiza, aceptó, no sin ironía, la renuncia formal que Rosas presentaba cada año como encargado de las relaciones exteriores de la Federación. La corte de San Benito de Palermo se estremeció y la legislatura bonaerense declaró a Urquiza traidor y loco. Pero Rosas no acertó a moverse oportunamente y permitió que Urquiza cruzara el río Uruguay y obligara a Oribe a levantar el sitio de Montevideo. Poco después el Ejército Grande entró en campaña, cruzó Entre Ríos, invadió Santa Fe y se presentó frente a Buenos Aires. El 3 de febrero de 1852 los ejércitos de la Federación caían vencidos en Caseros y Rosas se embarcaba en una nave de guerra inglesa rumbo a Gran Bretaña. La Federación había terminado.

Capítulo VIII
B
UENOS
A
IRES FRENTE A LA
C
ONFEDERACIÓN
A
RGENTINA (1852-1862)

Urquiza entró en Buenos Aires poco después de la victoria para iniciar la etapa más difícil de su labor: echar las bases de la organización del país. La administración de Rosas, sin duda, había preparado el terreno para la unidad nacional dentro de un régimen federal. Los viejos unitarios, por su parte, habían reconocido la necesidad de ese sistema. Y todos estaban de acuerdo con la necesidad de la unión, porque las autonomías habían consagrado también la miseria de las regiones mediterráneas. Quizá la diversidad del desarrollo económico de las distintas regiones del país fuera el obstáculo más grave para la tarea de unificación nacional.

Por lo demás, las oligarquías locales eternizadas en el gobierno habían concluido por acaparar la tierra. La aristocracia ganadera monopolizaba el poder político, en tanto que las clases populares, sometidas al régimen de la estancia, habían perdido toda significación política, y hasta los sectores urbanos carecían de influencia a causa del escaso desarrollo económico.

El ajuste de la situación debía realizarse, pues, entre esas oligarquías. Pero aun entre ellas se suscitaban conflictos a causa de la desproporción de los recursos entre Buenos Aires, el litoral y el interior. Era necesario hallar la fórmula flexible que permitiera la nacionalización de las rentas que hasta ese momento usufructuaba Buenos Aires y facilitara el acuerdo entre los grupos dominantes.

Una convicción unánime aseguraba el triunfo de una organización democrática. Esas ideas estaban en la raíz de la tradición argentina; con distinto signo estaban arraigadas tanto en los unitarios como en los federales, y cobraba ahora nuevo brillo tras la crisis europea de 1848. Y, sin embargo, la estructura económica del país, caracterizada por la concentración de la propiedad raíz, se oponía a la organización de una verdadera democracia. Si Sarmiento pudo decir que el caudillismo derivaba del reparto injusto de la tierra, la suerte posterior de la democracia argentina podría explicarse de modo semejante.

No era, pues, fácil la tarea que esperaba a Urquiza. Instalado en la residencia de Palermo, designó a Vicente López gobernador interino de la provincia y convocó a elecciones para la legislatura, de cuyo seno salió la confirmación del elegido. No faltaron entonces recelos entre los antiguos federales —grandes estancieros como los Anchorena, los Alcorta, los Arana, los Vedoya, de cuyo consejo no prescindió Urquiza— ni entre los antiguos emigrados que comenzaban a dividirse en intransigentes o tolerantes frente a la nueva situación. Urquiza convocó una conferencia de gobernadores en San Nicolás, y de ella salió un acuerdo para la organización nacional firmado el 31 de mayo de 1852. Se establecía en él la vigencia del Pacto Federal y se sentaba el principio del federalismo, cuya expresión económica era la libertad de comercio en todo el territorio, la libre navegación de los ríos y la distribución proporcional de las rentas nacionales. Se otorgaban a Urquiza las funciones de Director Provisorio de la Confederación Argentina y se disponía la reunión de un Congreso Constituyente en Santa Fe para el que cada provincia enviaría dos diputados.

Las cláusulas económicas y la igualdad de la representación suscitaron la resistencia de los porteños. En la legislatura, se discutió acaloradamente el acuerdo y fue rechazado, lo que originó la renuncia del gobernador López. Urquiza disolvió la legislatura y se hizo cargo del poder, rodeándose entonces de viejos federales. Hasta volvió a ser obligatorio el uso del cintillo rojo. Sarmiento, que había llegado con el Ejército Grande como boletinero, anunció que se levantaba sobre el país la sombra de otra dictadura y se volvió a Chile donde poco después publicaría las
Ciento y una
, respondiendo a la defensa de Urquiza que hacía Alberdi en sus
Cartas quillotanas
. Mitre, Vélez Sarsfield y otros políticos porteños fueron deportados y se dispuso la designación de Vicente López como gobernador y la elección de una nueva legislatura.

Urquiza dejó Buenos Aires para asistir a la instalación del congreso de Santa Fe. A los pocos días, el 11 de septiembre, estalló en Buenos Aires una revolución inspirada por Valentín Alsina que restauró las antiguas autoridades, declaró nulos los acuerdos de San Nicolás y autónoma a la provincia. Poco después, Alsina, el más intransigente de los porteños, fue elegido gobernador.

Urquiza decidió no intervenir. El Congreso Constituyente se reunió en Santa Fe el 20 de noviembre de 1852 en una situación incierta. Tropas bonaerenses intentaban invadir el territorio entrerriano, en tanto que otras, encabezadas por el coronel Lagos, se rebelaban contra Alsina y ponían sitio a Buenos Aires exigiendo el cumplimiento del acuerdo de San Nicolás.

Pero el clima de violencia se diluyó y el Congreso pudo trabajar serenamente. La constitución de los Estados Unidos y las
Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina
, que había escrito Alberdi en Chile con motivo de la reunión del Congreso, fueron los elementos de juicio con que contaron los constituyentes para la redacción de la carta fundamental. El texto consagró el sistema representativo, republicano y federal de gobierno; se creó un poder ejecutivo fuerte, pero se aseguraron los derechos individuales, las autonomías provinciales y, sobre todo, se garantizaron la libre navegación de ríos y la distribución de las rentas nacionales. El 1° de mayo de 1853 fue firmada la constitución y, por decreto de Urquiza, fue jurada el 9 de julio por todas las provincias excepto la de Buenos Aires.

Este hecho consumó la secesión. La Confederación por una parte y el Estado de Buenos Aires por otra comenzaron a organizar su vida institucional. En abril de 1854 se dio este último su propia constitución que, por insistencia de Mitre, consignaba la preexistencia de la nación. Por su parte, la Confederación estableció su capital en Paraná y eligió presidente a Urquiza; poco a poco comenzó a organizarse la administración nacional y se acentuó la distancia entre dos gobiernos. Sin embargo, las circunstancias económicas los obligaron a aceptar el acuerdo o la guerra, sin poder desentenderse el uno de la otra.

La lucha adquirió caracteres de guerra económica. La Confederación tuvo que crear toda la armazón institucional del Estado. Buenos Aires, en cambio, mantenía su antigua organización administrativa y la crecida recaudación de su aduana. En 1857, con el viaje de la locomotora Porteña entre la estación del Parque y la de Flores, quedó inaugurado el Ferrocarril del Oeste. Ese año llegaban al mercado de Constitución 350.000 arrobas de lana, que se exportaban a favor de una política librecambista resueltamente sostenida por el gobierno de Buenos Aires, que había permitido establecer líneas marítimas regulares con Europa. Numerosos periódicos se publicaban en la ciudad
La Reforma Pacífica
,
La Tribuna
,
El Nacional
, este último fundado por Vélez Sarsfield.

La Confederación, en cambio, sufría las consecuencias de la falta de recursos y del crecimiento de las necesidades. El gobierno hizo diversos esfuerzos para modificar esa situación. Tratados comerciales con los Estados Unidos, Francia, Inglaterra y Brasil establecieron privilegios para la importación y la exportación. El desarrollo de la producción lanera fue muy estimulado y se favorecieron la inmigración y la colonización. En 1853 comenzaron a fundarse colonias agrícolas; empresarios audaces como Augusto Brougnes, Aarón Castellanos o Carlos Besk Bernard promovieron su establecimiento atrayendo familias europeas; así surgieron las colonias de Esperanza, San José, San Jerónimo, San Carlos. Los cereales comenzaban a producirse con cierta intensidad y se anunciaba una transformación importante en la sociedad y en la economía de la zona litoral, cuya puerta de entrada y de salida debía ser Rosario. Pero los resultados eran lentos y no solucionaban los problemas financieros de la Confederación. Fue necesario acudir al Brasil en demanda de ayuda, aprovechando la vinculación de la economía litoral con el banco brasileño de Mauá. Pero entre tanto el gobierno de la Confederación, que desarrollaba la enseñanza primaria, nacionalizaba la Universidad de Córdoba y promovía estudios científicos de interés nacional, alcanzaba la certidumbre de que ningún arbitrio resolvería los problemas urgentes mientras no se hallara una solución para la cuestión fundamental de la secesión porteña.

En el conjunto de los problemas que acarreaba la crisis, no era el menor el de las relaciones con las poblaciones indígenas. El vasto imperio de las pampas que había creado el cacique Cafulcurá hacia 1835 —y con el que Rosas mantuvo relaciones estables— empezó a agitarse al día siguiente de Caseros y comenzó a agredir las fronteras. Las regiones de Azul y Olavarría y los confines de las provincias cuyanas, de Córdoba y de Santa Fe se vieron hostigados por los malones. Hombres y ganado eran arreados hacia las Salinas Grandes, donde tenían su centro las poblaciones indígenas, y luego comenzaban vastas operaciones de venta y trueque en las que se complicaban arriesgados pulperos de las zonas limítrofes que obtenían con ellas pingües ganancias. Pero la ofensiva no tuvo la misma intensidad en las dos áreas en que se dividía el país. Más allegados a Urquiza que a Buenos Aires, los indios jaqueaban al Estado rebelde con la tolerancia de la Confederación. Varias veces las tropas bonaerenses mandadas por Mitre, por Hornos o por Granada fracasaron frente a las huestes araucanas mientras en las fronteras de la Confederación recibían disimulado apoyo del coronel Baigorria, a quien Urquiza había encomendado las relaciones con los indígenas. Bahía Blanca, Azul, Veinticinco de Mayo, Chacabuco, Rojas, Pergamino, La Carlota, Río Cuarto, San Luis y San Rafael constituían los puntos de la línea de fortines, estable en el área de la Confederación y móvil en el área del Estado de Buenos Aires. Mientras se intentaba acentuar la colonización y acrecentar la producción agropecuaria con el estímulo de la producción lanera, la permanente amenaza de los indios desalentaba a los pobladores y limitaba la expansión de la riqueza.

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