Pensada como una obra destinada a «suscitar la reflexión sobre el presente y el futuro del país» esta
Breve historia de la Argentina
se ha convertido, con los años, en un libro clásico. Obra de síntesis, pero a la vez de ideas, en sus páginas no sólo se encuentran hechos sino también interpretaciones que generan polémicas y suscitan opiniones encontradas.
Escrito en 1965, fue actualizado por el autor poco antes de su fallecimiento en 1977. Por la notable difusión que tuvo, tanto como por su extendido uso en la enseñanza, Luis Alberto Romero agregó un último capítulo, referido a los acontecimientos de las últimas décadas, «ciertamente decisivos para la comprensión de nuestro presente y de conocimiento fundamental para la formación de un ciudadano».
Considerado, con justicia, como uno de los mayores intelectuales que ha dado el país, José Luis Romero no sólo renovó los estudios históricos; transmitió además sus ideas de un modo tan claro como atractivo. Ejemplo mayor de ello es este libro, cuyo estilo, sencillo y refinado, hace que la lectura de la historia sea a la vez aprendizaje y placer.
El Fondo de Cultura Económica, que ya había editado numerosas obras del autor, dio inicio, con este libro, a la
Biblioteca José Luis Romero
, que se publicó en memoria suya a los veinte años de su fallecimiento. Esta nueva edición, preparada por Luis Alberto Romero, es la versión definitiva de una obra fundamental.
José Luis Romero
Breve historia de la Argentina
ePUB v1.0
pigpen29.08.12
Título original:
Breve historia de la Argentina
José Luis Romero, 1965
1° edición: Eudeba, 1965
Presente edición: 1997
Editor original: pigpen (v1.0)
ePub base v2.0
En 1965 apareció en Eudeba la primera edición de
Breve historia de la Argentina
, que Boris Spivacow le encargó a mi padre: un cuaderno, de grandes páginas, con muchas ilustraciones y una viñeta de Schmidl sobre fondo rojo en la tapa. Era un producto típico de aquella notable empresa editorial, tan característica de los años sesenta. El texto concluía en 1958; con su cruce de optimismo e incertidumbres, su fe en el desarrollo de la democracia, la libertad y la reforma social, y sus dudas acerca de la era «plutocrática» que se iniciaba, es un testimonio de aquel formidable proyecto social de modernización cultural, tan desdichadamente concluido.
Ignoro cuánto circuló esa edición. A poco de aparecer, la universidad fue intervenida, Eudeba pasó a malas manos, el libro desapareció de la venta y mi padre inició una larga gestión para recuperar sus derechos. Hacia 1973 lo consiguió, con la ayuda profesional de Horacio Sanguinetti, y poco después acordó con Juan Carlos Pellegrini su reedición actualizada en Huemul.
A principios de 1977 murió mi padre. En aquel año, en el que la catástrofe del país se sumaba a mi desventura personal, Fernando Vidal Buzzi, a cargo de Huemul, me propuso llevar adelante la proyectada reedición, agregando un último capítulo. En 1975 mi padre había agregado un capítulo final a
Las ideas políticas en la Argentina
, sobre el período 1955-1973. Yo lo había ayudado, tenía bastante práctica en trabajos profesionales conjuntos —solíamos decir que teníamos una sociedad anónima de producciones históricas— de modo que no me pareció mal escribir lo que hoy es el capítulo XIV, basándome en aquel tema, usando sus ideas y también sus palabras, sin mencionar participación, que en el fondo era sólo parcial. Al fin y al cabo, era como una de aquellas batallas que el Cid ganaba después de muerto.
Sorpresivamente, en su segunda versión, el libro tuvo un éxito callado y enorme. No podría decir cuántos ejemplares se han vendido, pues me consta que hubo muchas ediciones clandestinas. Pero sé que ha llegado a ocupar un lugar importante en la enseñanza, particularmente en los últimos años de la escuela media. Siempre me pareció su difusión que en aquellos años formaba parte de las respuestas, modestas pero firmes, que nuestra sociedad daba al terror militar.
En 1993, otro avatar editorial me planteó la disyuntiva acerca de su actualización. No podía ya apoyarme en escrito o pensado por mi padre. Pero a la vez, era consciente de que el principal valor de un libro de este tipo era para comprender el presente, ese «presente vivo» que mi padre contraponía con el «pasado muerto». En la Argentina habían ocurrido cosas demasiado importantes entre 1973 y 1992 como para que no las registrara en un libro destinado a los jóvenes, a quienes se estaban formando como ciudadanos. Yo acababa de terminar mi
Breve historia contemporánea de la Argentina
y me pareció que podría ofrecer un resumen digno, que cubriera el período hasta 1993. Tengo la íntima convicción de que las ideas generales de este capítulo estarían en consonancia con las del resto de la obra.
Hoy, en esta nueva versión, he revisado el texto original y he completado el capítulo XV, pues lo ocurrido en los últimos tres años sin duda hace más claro lo que en 1992 era sólo una intuición. Probablemente seguiré haciéndolo en el futuro, en parte porque este libro ya tiene una existencia propia, y en parte por convicción filial. Estoy convencido de que es mi obligación hacer lo necesario para mantener vigente el pensamiento de mi padre, que me sigue pareciendo admirable, enormemente complejo detrás de su aparente sencillez, y sin dudas más allá de cualquier moda intelectual. En rigor, dediqué mucho tiempo en estos veinte años a reeditar sus obras, reunir sus artículos y conservar vivo su recuerdo, y seguiré haciéndolo. Mantener actualizado este libro en particular es parte de ese propósito.
Se trata, pues, de un libro con una historia, que se prolonga hasta el presente. También tiene una historia editorial que en la ocasión me resulta particularmente significativa. En 1945, el Fondo de Cultura Económica le encargó a mi padre un libro sobre las ideas políticas en la Argentina, destinado a una de sus colecciones. Por entonces mi padre se dedicaba a la historia antigua, y sólo había incursionado tangencialmente en la historia argentina, sobre todo como parte de su activo compromiso en la lucha intelectual y política de aquellos días. De cualquier modo, la elección de Daniel Cossio Villegas, y la previa recomendación de Pedro Henríquez Ureña, fue para él un honor y a la vez un desafío. Con justicia,
Las ideas políticas en la Argentina
se ha convertido en un verdadero clásico, y desde entonces la relación de mi padre con el Fondo —diría: con Arnaldo Orfila Reynal y María Elena Satostegui— fue muy intensa. Allí aparecieron
La Edad Media
—otro clásico—,
El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX
y más recientemente
La experiencia argentina
, donde hace unos años reuní el conjunto de sus artículos y ensayos sobre el país.
En 1992 Alejandro Katz, responsable del Fondo en Buenos Aires, me propuso escribir una historia argentina del siglo XX, destinada también a una colección de la editorial. Como le ocurrió casi cincuenta años antes a mi padre, el encargo fue para mí un honor y sobre todo un desafío muy grande, aunque ignoraba su magnitud cuando lo acepté. Por circunstancias que no conocí, el libro terminó con un título muy parecido al de mi padre:
Breve historia contemporánea de la Argentina
. No puedo dejar de pensar en este extraño juego de coincidencias y de tradiciones. No puedo dejar de pensar que
Breve historia de la Argentina
de José Luis Romero, que hoy reedita el Fondo, está finalmente donde debía estar.
Luis Alberto Romero.
Febrero de 1997.
Esta breve historia de la Argentina ha sido pensada y escrita en tiempos de mucho desconcierto. Mi propósito ha sido lograr la mayor objetividad, pero temo que aquella circunstancia haya forzado mis escrúpulos y me haya empujado a formular algunos juicios que puedan parecer muy personales. El lector, con todo, podrá hacerse su propia composición de lugar, porque a pesar de la brevedad del texto, creo que he logrado ofrecer los datos necesarios para ello. La finalidad principal de este libro es suscitar la reflexión sobre el presente y futuro del país. Su lectura, pues, puede ser emprendida con ánimo crítico y polémico. Me permito sugerir que esa lectura no sea sólo una primera lectura. El texto ha sido apretado desesperadamente y creo que el libro dice más de lo que parece a primera vista. Quizá me equivoque, pero sospecho que, al releerlo, aparecerán más claras muchas ideas que he reducido a muy escuetas fórmulas.
J.L.R.
¿Cuántos siglos hace que está habitada esta vasta extensión de casi tres millones de kilómetros cuadrados que hoy llamamos la Argentina? Florentino Ameghino, un esforzado investigador de nuestro remoto pasado, creyó que había sido precisamente en estas tierras donde había aparecido la especie humana. Sus opiniones no se confirmaron, pero hay huellas de muchos siglos en los restos que han llegado a nosotros. Ni siquiera sabemos a ciencia cierta si estas poblaciones que fueron en un tiempo las únicas que habitaron nuestro suelo llegaron a él desde regiones remotas, tan lejanas como la Polinesia, o tuvieron aquí su origen. Sólo sabemos que un día, muchos siglos antes de que llegaran los conquistadores españoles, se fijaron en nuestro territorio y permanecieron en él hasta identificarse con su paisaje.
De esas poblaciones autóctonas no conocemos la historia. Las que habitaron el noroeste del país revelan una evolución más intensa y parece que aprendieron con duras experiencias el paso del tiempo y la sucesión de los cambios que es propia de la historia de la humanidad. Las demás, en cambio, se mantuvieron como grupos aislados y perpetuaron sus costumbres seculares o acaso milenarias, sin que nada les hiciera conocer la ventura y la desventura de los cambios históricos.
Eran, ciertamente, pueblos adheridos a la naturaleza. Ésta de nuestro suelo es una naturaleza generosa. La Argentina es un país de muy variado paisaje. Una vasta llanura —la pampa— constituye su núcleo interior; pero en la planicie continua se diferencian claramente las zonas fértiles regadas por los grandes ríos y las zonas que no reciben sino ligeras lluvias y están pobladas por escasos arbustos. Unas tierras son feraces —praderas, bosques—, otras estériles, a veces desérticas. Pero la llanura es continua como un mar hasta que se confunde con la patagónica del Sur, o hasta que se estrella contra las altas montañas de los Andes hacia el Oeste una de esas regiones se fijaron viejos y misteriosos pueblos que desenvolvieron oscuramente su vida en ellas.
Eran pueblos de costumbres semejantes en algunos rasgos, pero muy diferentes en otros, porque estaban encadenados a la naturaleza, de cuyos recursos dependían, cuales variaban sus hábitos. Cuando comenzó la conquista española, las poblaciones autóctonas fueron sometidas y atadas a las formas de vida que introdujeron los conquistadores. Durante algún tiempo, algunos grupos conservaron su libertad replegándose hacia regiones no frecuentadas por los españoles. La pampa y la Patagonia fueron su último refugio. En un último despertar, constituyeron una de las llanuras cuando la desunión de las provincias argentinas les permitió enfrentarlas con ventaja. Pero, cuando la lanza se mostró inferior al fusil, cayeron sometidos y fueron incorporados a las nuevas formas de vida que les fueron impuestas.