Boneshaker (38 page)

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Authors: Cherie Priest

Tags: #Ciencia ficción, #Fantasía

BOOK: Boneshaker
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Mientras el cielo blanco azulado que tenían sobre sus cabezas adquiría un matiz algo más oscuro, Briar y Squiddy volvieron por donde habían venido y entraron en el túnel bajo la cornisa. La puerta se cerró tras ellos con un chirrido, encerrándolos una vez más en el submundo tenuemente iluminado de maquinaria y filtros.

—Lo siento mucho —le dijo Squiddy, aún a través del casco, puesto que no habían dejado atrás los suficientes sellos para respirar tranquilamente—. Ojalá hubiéramos encontrado algo. Es una pena.

—Gracias por traerme hasta aquí —le dijo Briar—. No tenías por qué hacerlo, y te lo agradezco. Quizá deberíamos ir a ver qué tal le va a Lucy. Si aún quiere, podemos visitar a ese doctor vuestro.

Squiddy no respondió enseguida, como si estuviera dando vueltas en su cabeza a las palabras antes de escupirlas.

—Quizá sea una buena idea —dijo al fin—. Es posible que el doctor Minnericht encontrara a tu chico, o puede que lo hiciera uno de sus hombres. Están por todos lados.

Briar tragó saliva, aunque tenía la garganta bien cerrada. Esa posibilidad ya se le había ocurrido, y aunque estaba totalmente, cien por cien segura de que el doctor no era el que fue su marido… aun así sentía una cierta inquietud. Si por algo estaba agradecida era por el hecho de que Zeke nunca hubiera conocido a su padre; y no tenía intención de permitir que un impostor se adueñase de ese papel.

Sin embargo, en lugar de decir todo aquello, que era lo que más deseaba, se aclaró la garganta y dijo:

—¿Así que tiene hombres repartidos por todos lados, el doctor? He oído hablar de ellos, pero aún no he visto a ninguno.

—Bueno, no llevan uniformes ni nada —dijo Squiddy—. Pero no es difícil distinguirlos a simple vista. Suelen ser aviadores caídos en desgracia, o traficantes que van y vienen. Algunos son farmacéuticos o científicos que trabajan con él. Siempre está buscando nuevas maneras de hacer jugo, o de hacerlo más fácilmente. Algunos son tíos enormes, matones de fuera de los muros, y otros son adictos al jugo que le hacen favores, recados, esas cosas. Tiene un pequeño ejército aquí abajo, la verdad. Pero nunca actúa el mismo ejército dos veces.

—Parece que la gente va y viene. ¿Es que es difícil trabajar con él?

—Ya te digo —murmuró el otro—. Al menos eso he oído. Pero tú eres nueva aquí, y no estás creando problemas. Solo estás buscando a tu chico, eso es todo, y no creo que quiera fastidiarte. Es un hombre de negocios, a fin de cuentas, y si te hiciera daño no creo que fuera muy bueno para su negocio. El tipo de gente que trabaja con él guarda un buen recuerdo de tu padre.

Briar salió delante de él y lo guió durante unos metros. Sin girarse para mirarlo, dijo:

—Por lo que he oído, no siempre es así. Por lo visto el doctor no le tiene mucho aprecio a la paz, y puede que yo no le guste mucho.

—Puede —concedió Squiddy—. Pero, por lo que he visto, puedes cuidar de ti misma. Yo no me preocuparía demasiado.

—¿No? —El Spencer tocaba un paciente soniquete contra su espalda.

—Bah. Si no quiere nada de ti, lo más probable es que te deje en paz.

Y ese era el problema, en el fondo. Lo más probable es que sí quisiera algo de ella. Solo Dios sabía el qué, pero quizá se había enterado de que había llegado a la ciudad y, si tenía una reputación que mantener, quizá ahora contara con un enemigo favorito nuevo. Frunció el ceño hasta que atravesó el siguiente sello y oyó el incesante y poderoso silbido de los fuelles reconduciendo el aire a través de los túneles.

—Voy a quitármela ya —dijo.

—Ahora que lo dices, creo que yo también voy a quitarme la mía.

Briar levantó el sombrero y se quitó la máscara de cuajo.

—No tan rápido, cielo. —Lucy apartó las tiras al otro extremo del pasillo y dijo—: Yo no me pondría tan cómoda si fuera tú, de momento. No si quieres conocer al buen doctor.

—Señora. —Squiddy la saludó tocando con dos dedos el casco. Se quitó la máscara y dijo—: Espero que no estés hablando conmigo. Creo que ya he tenido bastante superficie para hoy. Cada vez que asomo la cabeza es más difícil respirar.

—No, Squiddy, no hablaba contigo. Me alegra haberos encontrado a tiempo. Pensé que volveríais más o menos ahora. Si no te importa que te lo diga, Wilkes, no tienes mal aspecto, considerando lo malo que podría ser. ¿No habéis encontrado nada?

—No, nada. No buscamos mucho tiempo, pero no había mucho que ver.

—Que Dios te oiga —dijo Lucy—. Parece como si hubiera habido una explosión ahí fuera, y cada vez está peor, porque, claro, ¿quién se iba a molestar en arreglarlo? Tenemos mejores cosas que hacer aquí abajo, y desde luego no tenemos ni los filtros ni la mano de obra necesarios. Así que todos esos escombros, y todos esos viejos edificios derruidos, ahí se quedan, hasta que terminan por convertirse en ruinas.

—No tiene remedio —dijo Briar—, pero la verdad es que me sorprende verte por aquí.

—Mi brazo está empezando a fallar de nuevo. Los conductos temporales que Huey usó para arreglarlo son más provisionales de lo que esperaba. Tengo un cabestrillo para tratar de sostenerlo. —Se tomó algo más de tiempo en pronunciar las palabras siguientes, como si le costara trabajo seguir hablando—. La verdad es que no puedo vivir sin tener al menos un brazo en condiciones. Y no quiero obligarte a que me acompañes hasta allí. Nunca haría algo así, y si no quisieras ir, no se me ocurriría insistir, pero después de lo que hablamos esta mañana, pensé que quizá…

—No pasa nada. No me importa. La verdad es que empiezo a sentir bastante curiosidad por el doctor, así que no me importaría echarle un vistazo por mí misma. —Golpeó el interior de la máscara para mullirla de nuevo—. Si parezco sorprendida, es solo porque está empezando a anochecer ahí fuera, y pensé que todo el mundo prefería quedarse bajo tierra cuando caía la noche.

Squiddy respondió antes de que pudiera hacerlo Lucy.

—Bueno, llegar a King Street desde aquí es bastante fácil —dijo—, y no hace falta salir afuera. Lucy, ¿llevas un par de linternas en la mochila?

Señaló la abultada bolsa de tela que llevaba colgada a la espalda.

—He traído dos, sí, y aceite extra por si acaso.

—Pero ¿no es mala idea llevar luces? —preguntó Briar—. Atraeremos a los podridos, ¿no?

—¿Y qué si lo hacemos? —dijo Lucy—. Estaremos lejos de su alcance. Y de todos modos, para ir a ver al doctor no conviene andarse con subterfugios. Es mejor dejarte ver, para que no piense que estás intentando esconderte. Por eso he venido a buscaros. El camino más corto, por el que haremos más ruido y habrá más luz es a través de un túnel al sur de aquí, y no tenía sentido hacerte retroceder.

Aunque Briar estaba técnicamente dispuesta, su motivación empezaba a desvanecerse.

—Pero se está haciendo tarde, ¿no?

—¿Tarde? No, solo lo parece. Es por la época del año, y la sombra de los muros, y la espesura de la Plaga. Da la impresión de que el sol nunca llega a salir del todo, así que resulta difícil asegurar cuándo se pone. —Torció el hombro, y la bolsa reposó sobre su cintura—. Escucha, cielo, si no quieres hacerlo, no pasa nada. Iré a por Jeremiah, y él me acompañará por la mañana. Tengo cierta prisa, pero no tanta para no poder sobrevivir otra noche sin una mano en condiciones. Si prefieres no exponerte aún, no pasa nada, de verdad.

El sentimiento de culpa prevaleció sobre la inquietud, y cuando Briar recordó que quizá Minnericht podría indicarle dónde estaba Zeke, no tuvo más remedio que decir:

—No, no, iremos esta noche. Ahora mismo. Solo tengo que cambiar los filtros. No eran nuevos del todo, pero no han tardado mucho en llenarse ahí fuera.

—Lo sé. Espero que Squiddy no olvidara recordártelo.

Mientras desatornillaba los filtros y los sustituía por otros limpios que sacó de su bolsa, Briar dijo:

—Sí que me advirtió. Ha sido un guía espléndido, y he disfrutado de su compañía.

—Lamento que no encontráramos ningún rastro de tu chico —dijo Squiddy de nuevo.

—Pero no es culpa tuya, y merecía la pena intentarlo, ¿no? Y ya no me quedan más ideas, solo el doctor Minnericht. —Puso de nuevo la tapa sobre el filtro, que se ajustó con un clic en su sitio—. Lucy, ¿necesitas ayuda para llevar todo eso?

—No, cariño, no hace falta. Aunque, si me lo preguntas otra vez dentro de una hora, puede que te dé una respuesta diferente. —Estaba visiblemente aliviada por marchar, y Briar no se preguntó el motivo. Debía de resultar realmente terrible sentirse tan vulnerable en un lugar tan peligroso.

—Si ya estáis listas —dijo Squiddy—, creo que me marcho. Hay partida de cartas junto a la sala de hornos del oeste, y algunos de esos chinos apuestan oro de cuando en cuando. Puede que no gane, pero al menos quiero echarle un vistazo —dijo, sonriente.

—Pues no pierdas el tiempo. Nosotras nos pondremos en camino enseguida, y, si todo va bien, volveremos para la hora de acostarse —prometió Lucy.

Squiddy retrocedió por el camino por el que había llegado Lucy, y desapareció tras las tiras marrones, de vuelta hacia las criptas. Las dos mujeres se quedaron solas, escuchando el soniquete de sus pisadas sobre el túnel, perdiéndose poco a poco.

Capítulo 21

En cuanto Squiddy se marchó, Lucy se giró hacia Briar y dijo:

—¿Estás lista?

—Lista —respondió Briar—. Adelante.

Lucy se estaba peleando con su máscara, tratando de conseguir que se quedara en su sitio.

—¿Puedo ayudarte? —se ofreció Briar.

—Puede que sea buena idea.

Briar ajustó la máscara de Lucy hasta que quedó firmemente anclada tras sus orejas. Se fijó en que Lucy había cambiado el modelo de una hora que llevaba antes por otro más elaborado.

—No se ha quedado enganchada en tu pelo, ¿verdad?

—No, cielo. Está bien. Gracias. —Esbozó una valiente sonrisa, se irguió y dijo—: Ahora, en marcha. Arriba, y afuera. Puede que necesite que abras una puerta o dos, y el sendero es lo bastante ancho para que podamos caminar la una junto a la otra la mayor parte del camino, así que lo mejor será que te quedes cerca de mí.

—¿Cuánto vamos a caminar?

—No más de un kilómetro, creo, pero resulta difícil decirlo, dado que vamos a estar subiendo escaleras y atravesando pasillos todo el rato. Parece bastante más, te lo aseguro.

Y Lucy no estaba bromeando. Tampoco podía sostener una linterna como era debido, de modo que Briar mantuvo una encendida y bien cerca, para que las dos pudieran ver con su luz. Tras pasar por varios túneles, sellos y tiras de tela, llegaron a un lugar con un tramo de escaleras torcidas y una puerta sellada. Briar la abrió y empezó a subir sosteniendo la linterna, sin perder de vista a Lucy, que la seguía de cerca. La integridad del brazo empeoraba, y resultaba cada vez más inútil.

Por fin, a petición de Lucy, Briar fijó el brazo al cabestrillo tanto como pudo. A partir de ese momento, Lucy se puso al frente cuando el camino era demasiado estrecho. De este modo, avanzaron poco a poco, como jugando a la rayuela, hasta que llegaron a estar tan cerca del muro que su silueta cubrió todo el cielo cuando emergieron al tejado de un nuevo edificio.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Briar. No se parecía a los otros tejados que había visto hasta ahora; el suelo estaba cubierto de planchas de madera contrachapada y las bases profundamente enraizadas de postes metálicos. Por encima de ellos, había una estructura de pasajes suspendidos de trapecios que se movían al tirar de una palanca.

—¿Este lugar? Ni idea. Creo que era un hotel hace tiempo. Ahora… bueno, es casi como una estación de tren. No quiero decir con eso que haya trenes, porque es evidente que no es así, pero…

—Pero es una intersección —concluyó Briar.

Retrocedió, apartándose de un laminado formado por planchas de madera grandes como un carro y sostuvo la linterna en alto para poder leer mejor el mensaje escrito sobre ellas con pintura roja. Era una lista de instrucciones y flechas que señalaban en varias direcciones, casi como un compás.

—¿Lo ves? —dijo Lucy, señalando al mismo sitio—. Vamos a King Street. Esa flecha de allí dice de qué dirección debes tirar.

—¿A la derecha?

—Eso es. Al lado, ¿lo ves? Hay una palanca. Tira fuerte de ella.

Briar tiró con fuerza de una palanca que en otro tiempo fue el palo de una escoba; tenía un extremo cubierto de pintura verde que coincidía con la flecha que apuntaba hacia ella, lo que le pareció un bonito detalle. En algún sitio, más arriba, el rechinar de una cadena deslizante acompañó a las quebradizas protestas del metal oxidado. Una sombra de extremos afilados pasó por encima de sus cabezas y vaciló, después se asentó, y por fin bajó, y detrás de la sombra llegó una plataforma de madera bañada en pez.

—No es demasiado pegajoso —dijo Lucy antes de que Briar tuviera oportunidad de preguntar—. El alquitrán evita que la madera se desintegre por la humedad y la Plaga; pero la espolvoreamos con serrín de vez en cuando. Vamos, arriba. Es más robusta de lo que parece.

La plataforma estaba rodeada por todos lados de un raíl que se abría en la parte trasera y en la delantera, y que ahora descansaba en una vía que parecía lo bastante sólida como para soportar el peso de un rebaño de ovejas.

—Adelante —le dijo Lucy—. Sube. Soportará el peso de las dos, incluso más.

Briar hizo lo que le pidió, y Lucy subió tras ella, tambaleándose levemente hasta que Briar la cogió del brazo para evitar que cayera.

—¿Así que ahora seguimos este camino?

—Exacto —dijo Lucy.

El pasaje desaparecía en otra maraña de plataformas, ascensores y otros artefactos diseñados para transportar gente. Al cabo de un rato daba a una bifurcación, y Lucy señaló la flecha verde que apuntaba a un sendero que comenzaba con cuatro planchas de madera verdes. Sus ojos se movieron rápidamente de un lado a otro tras la máscara, y dijo en voz mucho más baja:

—No mires ahora, pero no estamos solas. En el tejado, a la derecha; y en la ventana de la izquierda.

Briar mantuvo la cabeza muy quieta, pero siguió las indicaciones. Lucy tenía razón. Sobre ellos, en el siguiente tejado, un personaje enmascarado con una enorme arma se apoyaba en una esquina y contemplaba a las mujeres mientras se aproximaban. Debajo de ellas, en una ventana de cristal sin mácula, se dibujaba la silueta oscura de un hombre con el rostro cubierto y sombrero, también armado, y también mostrándose a plena vista, sin preocuparse en exceso de si alguien lo veía o no.

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