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Authors: Cherie Priest

Tags: #Ciencia ficción, #Fantasía

Boneshaker (54 page)

BOOK: Boneshaker
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Hale los complació. Salió de la zona de procesamiento principal, tropezando ligeramente en las rejillas empapadas de vapor de agua que hacían las veces de suelo entre las plataformas. Antes de marcharse, preguntó en un grito roto por la tos, por encima del hombro:

—¿Cómo sabré cuáles son sus cosas?

El supervisor ni se molestó en apartar la vista de las válvulas que estaba comprobando. Una gruesa aguja roja oscilaba entre una zona azul y una amarilla. Tan solo dijo:

—Lo sabrá.

Hale fue a la entrada trasera del cuarto donde los empleados guardaban sus efectos personales, y enseguida comprendió a qué se refería el supervisor. Encontró un estante con el nombre de Briar escrito… o al menos, ese fue el plan inicial; ahora estaba sembrado de tachones y mensajes que cubrían el pequeño frontal del estante, de modo que ya no resultaba nada fácil descifrar su primera leyenda.

Sobre el estante había un par de guantes, pero cuando Hale intentó cogerlos para echarles un vistazo, descubrió que estaban fijados a la superficie.

Se puso de puntillas y miró por encima del borde, donde vio el charco de pintura azul que se había solidificado ya, y era tan resistente como cola de pegar. Dejó los guantes donde estaban y, dado que la pintura estaba lo bastante seca como para permitirlo, rebuscó tras ellos, esperando dar con algún rastro de la vida de Briar. En los rincones más alejados del estante encontró una solitaria lente procedente de unos anteojos baratos, una tira rota de una bolsa de viaje y un sobre con el nombre de Briar escrito en el exterior, pero vacío.

No encontró nada más, de modo que puso los talones en el suelo de nuevo. Golpeó con el nudillo el borde de su cinturón, porque lo ayudaba a pensar, pero no se le ocurrió nada. Estuviera donde estuviera Briar Wilkes, se había marchado sin previo aviso. No se despidió formalmente, ni dejó su trabajo, ni recogió sus cosas, ni le dijo ni una sola palabra de lo que planeaba absolutamente a nadie.

Tampoco había ni rastro de su hijo.

Decidió ir a su casa por última vez. Aunque no hubiera nadie, quizá podría averiguar si alguien había estado allí, o si había ido alguien de visita. Quizá, al menos, alguno de los amigos de Ezekiel estuviese vagabundeando por allí. Al menos podría mirar por una ventana, o dos, y confirmar lo que parecía ya obvio: dondequiera que hubiera ido Briar Wilkes, no iba a volver.

Hale Quarter se colocó el cuaderno bajo el brazo y comenzó el largo paseo colina arriba, atravesando las empapadas calles de las Afueras, hasta llegar al vecindario en el que Maynard Wilkes fue enterrado en su propio patio. Aún era temprano, y la incesante pero débil lluvia no era demasiado molesta. El sol se filtraba a duras penas por venosas grietas entre las nubes, proyectando sombras inversas sobre las huellas de carros y pezuñas de caballo que sembraban el camino. Sentía el viento frío a su espalda, pero no lo abofeteaba como otros días, y tan solo logró que unas pocas gotas de lluvia mojaran sus papeles.

Para cuando llegó a la casa de los Wilkes, la tarde se estaba oscureciendo antes de tiempo, como solía hacer en esa época del año. Calle abajo, unos niños encendían las lámparas de la calle por un penique cada una, y lo que quedaba de la luz del día permitía que Hale contemplara la casa en toda su ausente gloria.

Era un edificio bajo y gris, como todo lo demás. Los muros estaban cubiertos de franjas de lluvia teñida de Plaga, y lo mismo ocurría con las ventanas, que parecían empapadas en ácido.

La puerta principal estaba cerrada, pero no con llave. Hale ya lo sabía. Puso la mano sobre el picaporte, pero no lo giró.

En lugar de eso, se tomó un instante para echar un vistazo por la ventana más próxima. No vio nada, de modo que volvió a la puerta. Su mano húmeda rodeó el frío picaporte metálico. Lo giró a medias, pero cambió de opinión por enésima vez y lo soltó.

La lluvia se intensificó, y finas agujas congeladas agujerearon sus orejas. El porche no le ofrecía demasiado refugio, ni se lo ofrecería durante mucho tiempo. Abrió el cuaderno, ofreciendo sus tapas de cuero a las inclemencias del tiempo; y consideró abrir la puerta principal una vez más. El viento hacía que los árboles se retorcieran alrededor de la pequeña y abandonada casa, y la lluvia iba y venía como si uno corriera y descorriera el telón de un teatro.

Hale Quarter humedeció un lápiz con la lengua y comenzó a escribir.

— FIN —

Nota de la autora

Creo que la premisa de Boneshaker lo deja bien claro; esta es una obra de ficción, pero siempre me ha gustado incluir elementos del mundo real en mis novelas, y esta no es una excepción. A pesar de todo, me tomaré un momento en dejar claro que soy muy consciente de la manera, absolutamente desvergonzada, en que este libro retuerce la historia, la geografía y la tecnología a su capricho.

Mis motivos son muy sencillos, y egoístas: necesitaba una Seattle que estuviera mucho más poblada en mi versión de 1863 que en el 1863 real. De modo que, como se explica en el primer capítulo, adelanté la fiebre del oro del Klondike unas cuantas décadas, y de esa manera conseguí que la población de la ciudad aumentara exponencialmente. Por tanto, cuando hablo de miles de podridos y de una gran zona urbana evacuada y sellada, hablo de una población de alrededor de 40.000 almas, no las escasas 5.000 que la historia me cedió muy maleducadamente.

Puede que los más versados en la historia de Seattle hayan notado que además he decidido omitir un par de sucesos históricos cruciales en su historia: el incendio de 1889 que arrasó la mayor parte de la ciudad y la recalificación de Denny Hill. Dado que ambos ocurrieron mucho después de la trama de este libro (alrededor de 1880), me tomé ciertas libertades al recrear mi versión de Pioneer Square y la zona circundante.

A modo de referencia usé un plano de Sanborn de 1884 para asegurarme de que seguía, aunque no a rajatabla, la disposición de la ciudad en aquella época, aunque me temo que aquí y allá me pueda haber excedido en mi licencia creativa.

Ergo.

Suponiendo que mucho antes la población también era mucho mayor, creo que no resulta del todo inadmisible que algunos de los edificios más característicos de Seattle ya se estuviesen construyendo en la década de 1860, antes de que se levantara el muro.

Así lo pienso yo, y me reafirmo.

Por tanto, no hay necesidad de enviarme serviciales correos electrónicos explicándome que la estación de King Street no se construyó hasta 1904, que la torre Smith no empezó a construirse hasta 1909, o que Commercial Avenue es, en realidad, First Avenue. Conozco muy bien los hechos, y si los he falseado ha sido deliberadamente.

En cualquier caso, gracias por leer, y gracias por suspender vuestra incredulidad durante unos cientos de páginas. Sé que la trama exige una cierta inmersión en un mundo irreal, pero, a fin de cuentas, ¿no consiste el
steampunk
precisamente en eso?

Agradecimientos

Tengo muchas personas a las que dar las gracias, así que, si me lo permitís, haré una lista.

Gracias a mi editora, Liz Gorinsky, por su pericia, su inagotable paciencia, y su inquebrantable determinación; gracias al equipo de publicidad de Tor, en concreto a Dot Lin y Patty Garcia, los dos sois la caña; gracias a mi incansable y siempre alentadora agente, Jennifer Jackson.

Y gracias a los de casa también, en especial a mi marido, Aric Annear, que tiene que someterse a lecturas agotadoramente detalladas de todas estas historias antes de que estén terminadas; a mi hermana Becky Priest, por ayudarme a escanear todas las pruebas; a Jenny y Donna Priest, por ser mis mayores admiradoras; y a mi madre, Sharon Priest, por conseguir que siga siendo humilde.

Gracias al ya mencionado Equipo Seattle, y a nuestros amigos Duane Wilkins, de la librería de la Universidad de Washington, y a la incomparable Synde Korman, de Barnes & Noble. Hablando de Barnes & Noble, también quiero enviarle todo mi cariño y agradecimiento a Paul Goat Allen. Él sabe por qué.

También tengo que dar las gracias a mi licántropa favorita, Amanda Gannon, por dejarme usar su alias de LiveJournal para dar nombre a un dirigible (ella es la Naamah Darling original); a los guías de la excursión subterránea de Seattle, que siguen ofreciéndome un trabajo allí, porque no dejo de ir; y a mi vieja amiga Andrea Jones y sus sospechosos habituales, porque siempre me presta apoyo en las cuestiones históricas, y además me consigue estupendas citas introductorias. También quiero dar las gracias a Talia Kaye, la bibliotecaria de la biblioteca pública de Seattle, que tanto disfruta de la ciencia ficción especulativa; a Greg Wild-Smith, mi intrépido webmaster; a Warren Ellis y a todos los del club; y a Ellen Milne, por las galletas.

Notas

[1]
En inglés, «Caos».
[N. del T.]

[2]
En inglés, aparte de un nombre de mujer, significa «brezo».
[N. del T.]

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