Boneshaker (29 page)

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Authors: Cherie Priest

Tags: #Ciencia ficción, #Fantasía

BOOK: Boneshaker
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—Mierda —gruñó Lucy—. Justo había terminado de limpiar el desastre de la última vez.

—No te preocupes por eso, Lucy. Nosotros nos ocuparemos. Pero, por ahora, tenemos que seguir adelante hasta que podamos averiguar cómo lograron los podridos entrar tan rápido.

—No. —Briar negó con la cabeza—. No, no puedo esconderme en cualquier sitio. Tengo que encontrar a mi hijo.

Lucy tocó afectuosamente con su mano mecánica el brazo de Briar y dijo:

—Cielo, las criptas están muy cerca de tu hijo, si crees que está intentando llegar a la Boneshaker. Escucha, iremos hacia allí, y quizá encontremos a alguien que lo haya visto. Preguntaremos, y correremos la voz. Pero tendrás que quedarte con nosotros si quieres seguir de una pieza el tiempo suficiente para localizarlo.

Briar quiso protestar, pero se mordió la lengua. Asintió en dirección a Swakhammer, para indicarle que estaba de acuerdo, y él abrió la trampilla de nuevo como respuesta.

Uno a uno los fugitivos de Maynard’s escalaron la inestable montaña de cajas y sillas, y uno a uno emergieron del submundo mohoso y húmedo al sótano de una vieja farmacia.

La luz de la linterna de Swakhammer estaba oscilando, a punto de apagarse por completo, cuando Frank y Willard encendieron un par de velas a tiempo para intensificar un tanto la luz. Rompieron las velas en dos para que las llamas adicionales iluminaran una mayor proporción de la estancia, pero Lucy les advirtió:

—Mantened las velas en alto, chicos. Estas viejas cajas están llenas de munición rodeada de serrín. Solo hace falta que caiga una chispa sobre una que no esté empapada, así que tened cuidado. ¿Estamos todos? —preguntó.

—Sí, señora —dijo Hank. Fue el último en subir, y la trampilla cayó tras él.

—¿Todos tenéis bien puestas las máscaras?

Todos los presentes asintieron. Las cintas se tensaron, las hebillas se cerraron, y las lentes se ajustaron en sus puestos. Briar comprobó su bolsa y se puso el sombrero sobre la máscara. Se echó el Spencer sobre el hombro. En los bolsillos encontró sus guantes, y dio gracias al cielo por ellos. Si iba a salir, no quería que ninguna parte de su cuerpo estuviera expuesta.

Mientras Swakhammer ascendía de puntillas por los peldaños del sótano y echaba la mano al picaporte de la puerta, Briar se puso los guantes sobre sus sucios dedos.

Swakhammer desbloqueó la puerta y sostuvo una pistola, lista para disparar, junto a su pecho. La puerta se abrió unos centímetros, y sacó la cabeza por la rendija. Miró a izquierda y derecha y llegó a la conclusión de que el camino estaba despejado, de modo que se lo anunció a la pequeña congregación reunida escaleras abajo.

—Daos prisa, guardad silencio, y mantened la cabeza baja. Las ventanas no están muy bien cubiertas. Un podrido que esté lo bastante atento podría echar un vistazo adentro. No dejéis que vean nada que no deban.

Entró por completo en el local, al cuarto trasero, apartándose de inmediato para que los otros pudieran seguirlo.

—Vamos. Rápido. Venga, pasad todos, yo vigilaré la retaguardia. Vamos a salir por la puerta lateral. ¿La veis? Está detrás del mostrador. Intentad mantener la cabeza por debajo del mostrador, y apagad todas las velas. Sé que acabamos de encenderlas, pero no sabía que las ventanas no estaban cubiertas, y no podemos arriesgarnos. Nos verán antes de que podamos escapar. Así que apagadlas, y guardadlas en los bolsillos. Las necesitaremos más adelante. ¿Estamos listos?

—Listos —dijo un coro de susurros, ahogados por los filtros de las máscaras y el nerviosismo.

—Entonces, vamos —dijo Swakhammer.

Lucy fue en primer lugar. Swakhammer cerraba la fila de a uno, con las pistolas desenfundadas y Daisy rebotando contra su espalda.

Briar caminaba encogida sobre sí misma, a ciegas, recorriendo el local de polvorientas ventanas y repleto de suciedad.

Dentro del local apenas había luz. Swakhammer había abandonado la linterna, y habían apagado y escondido todas las velas salvo una. Esa última la mantenía encendida Lucy cerca de su pecho, de modo que apenas iluminaba. Sin embargo, aquí y allá, Briar podía ver encimeras derruidas que recogían la humedad que derramaba un edificio que había dejado muy atrás sus mejores momentos. La madera del suelo y de los marcos de las ventanas estaba combada a causa del incansable efecto desgastador de la omnipresente Plaga.

—Lucy, ¿qué me dices de la puerta? —susurró Swakhammer, en voz apenas algo más baja que su voz normal.

Lucy inclinó la cabeza y rodeó con su mano mecánica la gran abrazadera de madera que mantenía la puerta cerrada desde el interior. Apoyó la cabeza contra la puerta y dijo:

—No oigo nada.

—Bien. Apartaos. Voy para allá. —Swakhammer se abrió paso de costado hasta la cabeza de la fila, y Lucy se apartó para dejarle sitio.

Swakhammer miró atrás, a la congregación, y dijo:

—Si ocurre lo peor… —E inclinó la cabeza en dirección a Daisy, que sobresalía apenas por encima de su hombro—. Pero tratemos de no hacer ruido. Solo son dos manzanas.

—Dos manzanas —repitió Briar. Tragó saliva, y se dijo a sí misma que estaba haciendo progresos. Se estaba acercando. Se dirigía hacia el vecindario al que podría haber ido su hijo, y eso era un paso adelante en la dirección correcta.

Swakhammer cogió la vela de Lucy y tiró de la puerta hacia dentro. La fila de personas que lo seguía retrocedió al mismo tiempo, dándole espacio.

Afuera, el mundo estaba sumido en las tinieblas.

Briar ya se lo había imaginado por la penumbra reinante en el local, pero suponía que las ventanas cubiertas de escombros y los cristales sucios la habían engañado hasta cierto punto. Hasta entonces no comprendió lo tarde que era.

—Es de noche —suspiró, sorprendida.

Lucy se acercó a ella y la cogió del hombro.

—Lleva un tiempo acostumbrarse —susurró—. Al estar bajo tierra, es difícil saber qué hora es; y Dios sabe que los días son muy cortos en invierno. Vamos, cielo, aún es sábado, al menos técnicamente. Hacia arriba y hacia delante. Llegaremos a las criptas, y quizá alguien sepa algo de tu hijo. Pero antes tenemos que llegar allí. Cada cosa a su tiempo, ¿vale?

—Cada cosa a su tiempo —repitió Briar.

Swakhammer extinguió la última vela con dedos enguantados. Mientras abría la puerta lo bastante para salir, Briar contuvo el aliento y aguardó a que la noche tratara de matarlos a todos.

Pero no ocurrió nada.

Swakhammer le indicó al grupo que saliera y cerró la puerta tras ellos, asegurándose de que solo una diminuta rendija siguiera siendo visible. Después se giró y gruñó en voz tan baja que apenas pudieron escucharlo:

—No os separéis. Cogeos de las manos si podéis. Vamos a ir una manzana al norte y otra al oeste. Wilkes, tú quédate en la retaguardia. No te apresures en disparar. Si es posible, es mejor que no hagamos ruido.

El sombrero de Briar golpeó la fachada de piedra del local cuando asintió, y eso fue todo lo que Swakhammer necesitaba oír. Apenas podía verla, pero no se oponía. Briar retrocedió hasta el final de la fila y empuñó el Spencer, lista para disparar.

En fila detrás de Hank, que parecía estar a punto de quedarse dormido en el sitio, Briar trató de mirar hacia delante y hacia atrás a la vez. Sin embargo, Hank se quedaba atrás, y Briar lo empujó para que recuperara su posición.

Caminaba muy lentamente, y Briar no podía permitirse quedar rezagada. No sabía adónde iba en realidad y, desde luego, no en mitad de la noche, dado que apenas distinguía las siluetas de sus compañeros. No podía ver el cielo sobre su cabeza, ni siquiera los tubos amarillos que sin duda sobresalían del suelo; y solo si entrecerraba los ojos a través de su pesada máscara alcanzaba a detectar el horizonte de tejados recortado contra las nubes.

Pero no pudo mirar demasiado tiempo. Hank se estaba quedando atrás, golpeando su delgaducho cuerpo contra los muros.

Briar lo cogió con una mano y se ayudó del rifle para mantenerlo en pie.
Maldito borracho idiota
, pensó, pero no lo dijo en voz alta. Usó todo su peso para conservarlo en una postura que no era del todo erguida.

—¿Qué pasa, Hank? —preguntó, empujándolo, y usando sus brazos y piernas como muletas para mantenerlo en pie.

El otro gruñó en respuesta; lo único que Briar sacó en claro es que había tomado demasiada cerveza y ahora le estaba sentando mal. Briar deseó poder ayudarlo, pero apenas podía ver nada, y Hank no le ponía las cosas fáciles, puesto que apartaba las manos de Briar y se apoyaba sin cesar en el muro, al tiempo que caminaba.

—¡Callaos ahí detrás! —ordenó Swakhammer, y el matiz metálico de su voz convirtió el susurro en una silbante exigencia.

—Estoy intentando… —comenzó a decir Briar, pero no terminó la frase—. Hank —susurró, dirigiéndose en cambio al que la precedía—. Hank, tienes que seguir andando. No puedo cargar contigo.

El otro se lamentó sonoramente y tomó la mano de Briar.

A ella le pareció que quería usarla para impulsarse hacia delante, y eso le parecía bien; lo ayudó a seguir adelante, a retomar su puesto en la asustada fila de a uno. Sin embargo, el ostensible lamento se grabó en el cerebro de Briar, y allí se quedó, como si en él hubiera algo más de lo que había oído en un primer momento.

Hank se tambaleó de nuevo y Briar lo sostuvo otra vez, apoyando el peso del otro en su hombro para que siguiera avanzando. Un pie golpeó al otro y Hank cayó al suelo en la acera, arrastrando a Briar en su caída.

Briar cogió su mano, y Hank tomó la suya. A los otros, cuyas pisadas comenzaban a alejarse, les gritó, en un susurro, ya que no se atrevía a chillar:

—¡Esperad!

Una parada en seco le indicó que la habían oído.

—¿Qué pasa? —preguntó Lucy—. ¿Dónde estás, cielo?

—Aquí atrás, con Hank. Le ocurre algo —dijo Briar, hablándole al pelo del otro, cuyo rostro estaba apoyado en su clavícula.

Lucy blasfemó.

—Hank, borracho idiota. Si consigues que nos maten, te juro que voy a matarte. —Mientras hablaba, sus recriminaciones susurradas ganaron volumen, al tiempo que se acercaba a ellos a impacientes zancadas. Un destello de luz descarriado, puede que un rayo de luna perdido o un reflejo procedente de una ventana, fue a parar a un pedazo expuesto del brazo metálico de Lucy, revelando su posición.

Briar solo lo vio a medias. Su atención estaba en otro lugar, concretamente en las tiras que rodeaban la cabeza del borracho que tenía tan escaso sentido de la autoconservación.

—Espera —le dijo a Lucy.

—Ya te he oído, cielo —dijo Lucy—. Voy para allá.

—No, eso no es lo que quería decir. Espera… no te acerques. —Briar podía sentirlo; lo sospechó cuando recorrió con la palma de su mano la cabeza del otro; notó la hebilla rota y la cinta caída, colgando, que debería haber mantenido su máscara fija en su rostro.

Hank estaba resollando. Su cabeza golpeaba levemente su cuerpo, y producía un sonido rítmico que no recordaba a alguien respirando. Apretaba la mano de Briar cada vez con más fuerza, y después su brazo, y después su cintura, a medida que trataba de acercarla hacia él.

Briar se resistió. Utilizó el rifle para apartarlo de sí.

Lucy se agachó y trató de coger a Hank.

—Hank —dijo—, no me digas que estás tan borracho que te estás propasando con nuestra invitada.

Pero Briar sostuvo el brazo mecánico antes de que Lucy pudiera golpearlo.

—No lo hagas —dijo. Se puso en pie y apartó a Lucy—. No lo hagas, Lucy. Se le ha caído la máscara. Ha estado respirando sin ella.

—Oh, cielos. Cielos.

—¿Qué está pasando ahí detrás? —preguntó Swakhammer.

—Seguid —dijo Lucy—. Os alcanzaremos.

—Olvídalo —dijo Swakhammer, y un murmullo metálico pareció indicar que se había dado media vuelta.

—Vamos enseguida —insistió Lucy—. Sigue con los otros. —Lucy pronunció la última frase rápidamente, porque Hank estaba incorporándose y poniéndose en pie.

Briar también lo vio. Vio cómo la sombra de su cuerpo se enderezaba trabajosamente y se estremecía.

—Es demasiado rápido —se dijo a sí misma, o quizá a Lucy—, no debería cambiarlo tan rápidamente. Debería tardar días.

—Solía tardar días. Ya no.

Se quedaron paralizadas; Hank tan solo se puso en pie, pero no se acercó a ellas. Briar susurró a través de la máscara:

—Lucy, ¿qué hacemos?

—Me temo que tenemos que sacrificarlo. Lo siento —le dijo Lucy a Hank, o al menos Briar esperó que se dirigiera al nuevo podrido, que extendía ya hacia ellas sus manos huesudas y furiosas.

Briar usó el codo para hacer girar el rifle y empuñarlo. Aunque apenas podía ver en esa figura un lejano reflejo del hombre que fue Hank, aguardó a escuchar su siguiente gorgoteo y apuntó.

El disparo lo derribó. Briar no sabía si lo había matado. No le importaba demasiado, y Lucy parecía ser de la misma opinión.

Lucy cogió el cañón del rifle de Briar y tiró de ella hacia delante. A apenas unos metros se toparon con el muro que habían estado siguiendo mientras huían de la farmacia, y lo abrazaron de nuevo. Sus trabajosos jadeos comenzaban a revelar su posición en exceso.

Manzana abajo, Swakhammer se esforzaba por evitar que se desatara el más absoluto caos. Mantenía al grupo unido, sin que se despegara ni un centímetro del muro. Dijo, en voz lo bastante alta para que Lucy y Briar la oyeran:

—Esta es la esquina. Seguidla hacia la derecha.

—Lo sé —dijo Lucy, ya sin susurrar. En su voz había frustración y miedo.

—¡Habla bajo! —le dijo Swakhammer, pero sus vibrantes palabras, aun susurradas, sonaban bastante altas.

—Da igual. Ahora ya pueden oírnos —se quejó Lucy, que seguía tirando de Briar por el rifle aún caliente. Fue a la cabeza de la fila—. Sigue caminando, viejo. Yo me quedaré en la retaguardia con la señorita Wilkes.

—Lucy…

—Echa a correr, hombre. No discutas conmigo, y yo no discutiré contigo —jadeó.

Nuevos jadeos resonaron en la noche. Se alimentaban los unos de los otros; el ruido los alertaba, y el hambre insaciable los ponía en movimiento. Y se reunían, como si la falta de luz no los afectase en absoluto.

Lucy tiró del arma de Briar y la acercó a la esquina. Ya habían descubierto la huida de Swakhammer y los otros. Los podridos se acercaban por momentos, pero Lucy se comportó como si supiera adónde iba, de modo que Briar dejó que la guiara.

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