Barrayar (25 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
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Todos los ojos se volvieron hacia el hombre de Seguridad Imperial que montaba guardia en la puerta de la habitación donde estaba la consola. Vestido como casi todos los demás con su uniforme negro de fajina, él se encontraba desarmado entre dos de sus compañeros. Habían seguido a su comandante cuando se inició el alboroto en el jardín delantero. El rostro del prisionero estaba casi tan gris como el de Negri, pero se encontraba animado por una expresión aterrada.

—¿Y? —dijo Vorkosigan al jefe de guardia. —El niega haberlo hecho —respondió el comandante, encogiéndose de hombros—. Como cabía esperar.

Vorkosigan miró al arrestado. —¿Quién entró después de mí? El guardia miró a su alrededor con desesperación. De pronto señaló a Droushnakovi, quien aún tenía a Gregor en brazos. —Ella.

—¡No es cierto! —exclamó Drou con indignación, y sujetó al niño con más fuerza. Vorkosigan apretó los dientes.

—Bueno, no necesito pentotal para saber quién de los dos está mintiendo. Y ahora no disponemos de tiempo. Comandante, arreste a los dos. Más tarde nos ocuparemos del asunto. —Los ojos de Vorkosigan escudriñaron el horizonte con ansiedad—. Usted —dijo, señalando a otro hombre de Seguridad Imperial—, reúna todos los aparatos de transporte que encuentre. Evacuaremos el lugar de inmediato. Usted —continuó, volviéndose hacia un hombre de Piotr—, vaya a poner sobre aviso a los habitantes de la aldea. Kou, coja todos los archivos y un arco de plasma, y termine de destruir esa consola. Luego regrese conmigo.

Con una mirada angustiada a Droushnakovi, Koudelka regresó a la casa. Drou permaneció paralizada, confundida, furiosa y asustada, con la falda agitada por el gélido viento. Miraba a Vorkosigan con el ceño fruncido. Apenas si notó la partida de Koudelka.

—¿Irás a Hassadar primero? —preguntó Piotr a su hijo en un extraño tono afectuoso.

—Sí.

Hassadar, la capital del Distrito Vorkosigan. Allí había acuarteladas tropas imperiales. ¿Sería una guarnición leal?

—Confío en que no planearás defenderla —le dijo Piotr.

—Por supuesto que no —respondió Vorkosigan con una sonrisa de lobo—. Hassadar será mi primer obsequio al comodoro Vordarian.

Piotr asintió con un gesto, satisfecho. A Cordelia la cabeza le daba vueltas. A pesar de lo de Negri, ni Piotr ni Aral parecían atemorizados. No desperdiciaban ni un movimiento, ni una palabra.

—Tú —dijo Aral a Piotr en voz baja—, llévate al niño. —El conde asintió con la cabeza—. Reúnete con nosotros… no. Ni siquiera me digas dónde. Ponte en contacto.

—De acuerdo.

—Llévate a Cordelia.

Piotr abrió la boca y volvió a cerrarla.

—Ah —dijo solamente.

—Y al sargento Bothari, para que cuide a Cordelia. De momento… Drou se encuentra fuera de servicio.

—Entonces me llevaré a Esterhazy —dijo Piotr.

—Quiero al resto de tus hombres.

—De acuerdo. —Piotr llamó a su asistente Esterhazy y le habló en voz baja. El hombre partió a toda prisa colina arriba. Los hombres se dispersaban en todas direcciones, como si las órdenes se hubiesen ido reproduciendo a través de la cadena de mando. Piotr llamó a otro criado de librea, y le pidió que cogiese su vehículo terrestre y comenzase a conducir hacia el oeste.

—¿Hasta dónde, señor?

—Hasta donde lo lleve su ingenio. Entonces escape si puede y vuelva a reunirse con el lord regente, ¿de acuerdo?

El hombre asintió con la cabeza y se marchó a toda prisa, como Esterhazy.

—Sargento, usted obedecerá a la señora Vorkosigan como si las órdenes se las diera yo en persona —le dijo Aral a Bothari.

—Como siempre, señor.

—Quiero esa aeronave. —Piotr señaló el vehículo de Negri, que aunque ya no echaba humo, no parecía muy seguro a los ojos de Cordelia. Sin duda no era lo mejor para emprender una huida desesperada, eludiendo a cualquier enemigo que pudiese presentarse…

Está casi en tan buen estado para esto como yo, pensó
.

—Y a Negri —continuó Piotr.

—Él lo apreciaría —dijo Aral.

—Estoy seguro de ello. —Piotr se volvió hacia el equipo de primeros auxilios—. Dejadlo, muchachos, ya no sirve de nada. —Entonces les pidió que cargasen el cuerpo en la aeronave.

Al fin, Aral se volvió hacia Cordelia.

—Querida capitana… —Desde que Negri cayó de la aeronave, Vorkosigan mostraba la misma expresión fija en el rostro.

—Aral, ¿esto ha sido una sorpresa para alguien más aparte de mí?

—No quería preocuparte con ello, cuando estabas tan enferma. —Apretó los labios un momento—. Descubrimos que Vordarian estaba conspirando, en el cuartel general y en todas partes. Sin duda la investigación de Illyan fue muy inspirada. Aunque supongo que los principales jefes de Seguridad deben de tener este tipo de intuiciones. Pero para denunciar a un hombre con el poder y las relaciones de Vordarian, necesitábamos pruebas contundentes. El Consejo de Condes, como cuerpo, no mira con buenos ojos que el Imperio interfiera con alguno de sus miembros. No podíamos presentarnos ante ellos con una simple sospecha de complot. Pero anoche Negri me llamó diciendo que al fin había encontrado una prueba, y que ésta era lo bastante decisiva para ponernos en movimiento. Necesitaba que yo emitiese una orden imperial para arrestar a un conde gobernante de un distrito. Se suponía que esta noche yo viajaría a Vorbarr Sultana para supervisar la operación. Evidentemente, Vordarian fue advertido. No tenía planeado dar el golpe antes de un mes, preferiblemente después de consumado mi asesinato.

—Pero…

—Ahora ve. —La empujó hacia la aeronave—. Las tropas de Vordarian llegarán en cuestión de minutos. Debes irte. No importa lo que tenga bajo su poder, no podrá estar seguro mientras Gregor siga libre.

—Aral… —Su voz sonó como un chillido estúpido; Cordelia tragó saliva para aclararse la garganta helada. Quería formular mil preguntas, expresar diez mil protestas—. Cuídate.

—Tú también. —Una última luz brilló en sus ojos, pero Vorkosigan ya mostraba un rostro distante, sumido en el ritmo interno de los cálculos tácticos. No había tiempo.

Aral cogió a Gregor de los brazos de Drou y susurró algo al oído de la joven; de mala gana, ella se lo entregó. Entonces se apiñaron en la aeronave. Bothari estaba ante los controles y Cordelia viajaba en la parte trasera, junto al cadáver de Negri, con Gregor en el regazo. El niño estaba muy silencioso, pero temblaba sin cesar. Sus ojos la miraban abiertos de par en par, asustados. Los brazos de Cordelia lo rodearon automáticamente. Él no la rechazó pero se rodeó el torso con sus propios brazos. Meciéndose con los movimientos del vehículo, Negri ya no le temía a nada, y ella lo envidiaba.

—¿Sabes qué le pasó a tu madre, Gregor? —le murmuró Cordelia.

—Los soldados se la llevaron. —Su voz sonó suave e inexpresiva.

La aeronave sobrecargada se elevó a trompicones y comenzó a avanzar a pocos metros del suelo, ruidosa como una matraca. Cordelia se volvió para observar —¿por última vez?— a Aral a través de la cubierta deformada. Él había dado media vuelta hacia la calzada donde sus soldados estaban reuniendo una heterogénea colección de vehículos, privados y oficiales.

¿Por qué nosotros no nos vamos en uno de ésos?

—Cuando haya superado el segundo cerro, sargento, vire a la derecha —le indicó Piotr a Bothari—. Siga el arroyo.

Las ramas golpeaban contra la cubierta, ya que Bothari volaba a menos de un metro sobre el agua y las rocas puntiagudas.

—Aterrice en ese pequeño espacio y corte la energía —le ordenó Piotr—. Dejad cualquier objeto cargado de energía que llevéis. —Él se deshizo de su cronómetro y de un intercomunicador. Cordelia extrajo un cronómetro.

Posando la aeronave junto al arroyo bajo unos árboles importados de la Tierra, Bothari preguntó:

—¿Eso incluye las armas, señor?

—Sobre todo las armas, sargento. La carga de un aturdidor brilla como una antorcha en el explorador. La célula energética de un arco de plasma aparece como una maldita hoguera.

Bothari extrajo cuatro armas de su traje, además de otros artículos útiles: un tractor de mano, el intercomunicador, el cronómetro y un pequeño aparato de diagnóstico médico.

—¿El cuchillo también, señor?

—¿Es vibratorio?

—No, sólo de acero.

—Consérvelo. —Piotr se inclinó sobre los controles de la aeronave y comenzó a reprogramar el piloto automático—. Todos fuera. Sargento, abra la cubierta a la mitad.

Bothari logró cumplir la orden introduciendo una piedra en la ranura por donde se deslizaba la cubierta, y se volvió al oír un ruido entre los árboles.

—Soy yo —dijo la voz jadeante de Esterhazy. Con sus cuarenta años, éste era un jovenzuelo comparado con otros de los canosos veteranos de Piotr, y solía mantenerse en muy buena forma; debía haberse apresurado mucho para estar tan cansado—. Ya los tengo, señor.

Se refería a cuatro de los caballos de Piotr, atados entre ellos mediante cuerdas unidas a la barra metálica de la boca, objeto que los barrayareses llamaban «frenos». A Cordelia le parecía que por tratarse de un transporte tan grande, el sistema de control era bastante limitado. Las grandes bestias se movían inquietas y sacudían las tintineantes cabezas, con los ollares rojos y redondos. En medio de la vegetación, sus figuras parecían imponentes.

Piotr terminó de reprogramar el piloto automático.

—Venga Bothari —dijo. Juntos, volvieron a colocar el cuerpo de Negri en el asiento del piloto y le aseguraron el cinturón. Bothari activó la energía y saltó al suelo. La aeronave se elevó por el aire, estuvo a punto de chocar contra un árbol, y regresó en dirección al cerro. Mientras la miraba elevarse, Piotr murmuró—: Salúdalo en mi nombre, Negri.

—¿Adonde lo envía? —preguntó Cordelia. ¿
A Valhalla
?

—Al fondo del lago —dijo Piotr con cierta satisfacción—. Eso los confundirá.

—¿No lograrán rastrearla? ¿Sacarla de allí?

—Sí, claro. Pero la he programado para que descienda en la zona donde hay doscientos metros de profundidad. Les llevará tiempo. Y al principio no sabrán cuándo cayó, ni cuántos cuerpos había en el interior. Tendrán que registrar todo el fondo del lago para asegurarse de que Gregor no se encuentra allí. Además, la evidencia negativa nunca es concluyente. Ni siquiera entonces estarán seguros. A montar, tropa, debemos ponernos en marcha. —Se dirigió con paso firme hacia sus animales.

Cordelia lo siguió, desconfiada. Caballos. ¿Había que considerarlos esclavos, simbiontes o compañeros de mesa? El que Esterhazy le señaló medía un metro sesenta a la altura del lomo. El hombre le colocó las riendas en la mano y se alejó. La montura se encontraba a la altura de su mentón… ¿se suponía que debía levitar hasta allá arriba? A esa distancia el caballo parecía mucho más grande que cuando pastaba a lo lejos. La piel parda del lomo se estremeció.

Oh Dios, me han dado uno defectuoso. Esta sufriendo convulsiones
. Un pequeño gemido escapó de sus labios.

De alguna manera, Bothari había logrado subirse al suyo. Al menos él no tenía que preocuparse por el tamaño del animal. Considerando su altura, hacía que la bestia pareciese un pequeño poni. Criado en la ciudad, Bothari no era ningún jinete, y resultaba de lo más desmañado a pesar de que Piotr lo había sometido a varios meses de entrenamiento desde que estaba a su servicio. Pero había que admitir que sabía controlar la montura, por más torpes e irregulares que fuesen sus movimientos.

—Usted irá delante, sargento —indicó Piotr—. Quiero que nos alejemos mutuamente lo máximo posible sin perdernos de vista. Nada de amontonarse. Ascienda por los senderos de las rocas planas (usted ya conoce el lugar) y espérenos.

Bothari tiró de las riendas y pateó los flancos del caballo. Entonces comenzó a subir por el sendero al paso llamado medio galope.

El supuestamente decrépito Piotr subió sobre su montura con un ágil movimiento. Esterhazy le alcanzó a Gregor, y el conde lo sentó frente a él. El niño parecía haberse animado ante la presencia de los animales, aunque Cordelia no podía imaginar por qué. Piotr no pareció hacer nada en absoluto, pero su caballo se colocó en posición de subir por el sendero.

Telepatía
, decidió Cordelia, desesperada.
Mediante mutaciones han llegado a convertirse en telépatas, y nadie me lo había advertido
. O tal vez fuese el caballo el telepático.

—Vamos, mujer, ahora tú —dijo Piotr con impaciencia.

Angustiada, Cordelia colocó el pie en lo que llamaban «estribo», se aferró a la montura y trató de elevarse. La montura se deslizó lentamente por el lomo del caballo y Cordelia con ella, hasta que quedó colgada bajo las patas del animal. Cayó al suelo pesadamente, y se arrastró entre el bosque de miembros equinos. El caballo movió el cuello y la miró con mucha más paciencia que la que ella sentía, y, entonces, bajó la cabeza para mordisquear las malezas.

—Oh, Dios —gimió Piotr, exasperado.

Esterhazy desmontó y se acercó a ella para ayudarla.

—Señora, ¿se encuentra bien? Lo siento mucho, ha sido culpa mía. Debí revisarla. Eh… ¿es la primera vez que monta a caballo?

—Sí —le confesó Cordelia. Él retiró la montura rápidamente, la enderezó y la ajustó con más firmeza—. Tal vez pueda caminar. O correr. —
O cortarme las venas, Aral, ¿por qué me has enviado con estos dementes?

—No es tan difícil, señora —le aseguró Esterhazy—. Su caballo seguirá a los demás. Rose es la yegua más mansa de las caballerizas. ¿No tiene un rostro dulce?

Los malévolos ojos color café con pupilas moradas ignoraron a Cordelia.

—No puedo. —Por primera vez en ese día execrable, su garganta se cerró en un sollozo.

Piotr miró al cielo y luego se volvió hacia ella.

—Inútil niña betanesa —le gruñó—. No me vengas con que nunca has montado a horcajadas. —Descubrió los dientes en una sonrisa—. Imagina que se trata de mi hijo.

—Venga, déme su rodilla —dijo Esterhazy uniendo las manos, después de dirigirle una mirada ansiosa al conde.

Puedes quedarte con toda la maldita pierna
. Cordelia temblaba de ira y de miedo. Miró a Piotr con furia y volvió a aferrarse de la montura. De algún modo, Esterhazy logró levantarla. Ella se aferró como a la muerte, y después de echar un vistazo decidió no mirar abajo.

Esterhazy entregó sus riendas a Piotr, quien las atrapó en el aire y comenzó a remolcar su caballo. El sendero se convirtió en un caleidoscopio de árboles, rocas, lodazales y ramas que la golpeaban al pasar. Cordelia sintió que comenzaba a dolerle el vientre, y que la cicatriz le tiraba.

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