Read Aprendiz de Jedi 3 El pasado oculto Online
Authors: Jude Watson
Duenna miró a su hijo mientras acunaba a Terra.
—Sí, así es, hijo mío —dijo con mirada clara—. Debes ir. Tu hermana no debe morir en vano.
***
El Caballero Jedi sólo se detuvo para coger el sable láser de su discípulo del mueble de armas que había junto a la puerta. Echaron a correr por las calles en dirección a los almacenes.
Oyeron el tumulto a varias manzanas de distancia. Disparos láser y gritos realzados por lo que parecía un chillido de rabia continuado. Los dos aceleraron el paso.
A medida que se iban acercando se cruzaban con más y más phindianos llevando víveres a manos llenas. Qui-Gon conocía los planes de Kaadi de encargar a algunos hombres que repartiesen comida y medicinas a los enfermos, además de avituallar los hospitales con suministros médicos.
Doblaron la última esquina que conducía a los almacenes y el Jedi vio con un rápido vistazo que tanto Paxxi como Kaadi habían hecho bien su trabajo. Habían entregado armas a los rebeldes, estableciendo una línea de resistencia contra los guardias del Sindicato. Al otro lado de esa línea, los phindianos se pasaban de mano en mano las vituallas que acababan en poder de los hombres encargados de salir corriendo con ellas.
Vio a Paxxi lanzar una granada de protones a un mar de hombres del Sindicato. Kaadi corrió con un electropunzón para atacar a un guardia que intentaba disparar a un corredor cargado de equipos médicos.
Qui-Gon se abrió paso hasta Paxxi.
—¿Has visto a Obi-Wan?
—Igual está junto a la nave —contestó negando con la cabeza.
Fue en ese momento cuando Qui-Gon le vio rodeado de guardias. Baftu estaba a su lado, observando la batalla. El Maestro Jedi se fijó en que su alumno cogía un láser de la cartuchera de un guardia sin que éste lo notara. Envió la Fuerza a su padawan que le miró directamente por encima de la multitud, asintiendo.
El Caballero Jedi conectó los dos sables láser. Se extendieron verdes y azules, brillando en el aire gris. El joven Kenobi saltó sobre los hombres del Sindicato y Qui-Gon lanzó al aire el sable láser de su padawan, el cual giró lentamente en el aire, trazando un elegante arco. Obi-Wan alargó el brazo y el pomo del arma cayó en la palma de su mano. Al aterrizar, trazó un círculo cortante contra la primera fila de guardias. Baftu se quedó mirando la escena, congelado por la sorpresa de ver atacar así a los suyos al muchacho que creía el príncipe Beju.
—¡Matadlo! —gritó.
Qui-Gon avanzaba ya para reforzar el ataque de su aprendiz con su propia ofensiva frontal. Conocían los puntos débiles de los guardias y no perdieron el tiempo dirigiendo sus golpes a las túnicas. En vez de eso atacaron cuellos y tobillos, consiguiendo además voltearles los visores blindados para conseguir un blanco más claro que les permitiese inutilizarlos.
La Fuerza les rodeaba, guiándolos, y Obi-Wan sintió su poder mientras combatía el Lado Oscuro de los crueles guardias del Sindicato. Sentía detrás de él la energía buena de los phindianos, apoyándolo. Se aferró a ésta y dejó que le guiara. Sus golpes caían allí donde pretendía que cayeran, mientras evadía el fuego láser con ayuda de la Fuerza, que le decía cuándo debía agacharse, moverse, saltar o bloquear.
El éxito en el combate de los Jedi dio fuerzas a los phindianos que se lanzaron al ataque lanzando gritos de rabia. Qui-Gon vio palidecer a Baftu cuando sus guardias rompieron filas. Guerra fue el primero en llegar, con un láser en una mano y una ballesta de luz en la otra. Tiró de la ballesta y de ella surgió el rayo láser, directo hacia Baftu.
Éste profirió un grito y cogió a uno de sus hombres para usarlo de escudo contra la descarga. A continuación dio media vuelta y echó a correr, perseguido por Guerra.
Obi-Wan saltó sobre un montón de hombres del Sindicato y salió tras Baftu y Guerra. El Maestro Jedi esquivó fácilmente la embestida de una pica de fuerza y giró sobre los talones, buscando a Paxxi con la mirada.
Estaba a su derecha, al lado de Kaadi, rodeados los dos por enemigos armados con electropunzones. Decidió acudir en su ayuda y tras acabar con un guardia que le atacaba, saltó por encima de quien pudiera interponerse en su camino. Al tocar el suelo, empleó su impulso para saltar a un muro medio derruido.
Pero ya era tarde. Un guardia había alcanzado a Paxxi, inutilizándole el brazo y forzándole a soltar el láser. Kaadi acudió en su ayuda justo cuando otro guardia la disparaba.
La descarga alcanzó a Kaadi, derribándola. Paxxi empleó el brazo sano para tirar al guardia el aparato antiregistrador que aún llevaba encima. El disparo láser alcanzó al aparato, haciéndole rebotar y dando al guardia. Qui-Gon entró entonces en el conflicto, sable láser en mano, rematando al guardia antes de enfrentarse al siguiente. Entre Paxxi y él acabaron con el resto de los contrincantes.
Paxxi se arrodilló junto a Kaadi.
—No pongas esa cara tan triste —repuso ella débilmente—. Aún estoy viva.
El Caballero Jedi le lanzó dos pistolas láser a Paxxi.
—Quédate con ella —le dijo.
A continuación dio media vuelta y echó a correr. Encontró un médico que estaba distribuyendo medicinas y lo envió con Paxxi y Kaadi, antes de encaminarse al espaciopuerto.
Cuando llegó allí, Baftu estaba rodeado de guardias y de androides asesinos. La nave del príncipe Beju también seguía allí, con el bacta a medio cargar. Los guardias protegían a Baftu mientras los phindianos descargaban el bacta de la bodega de la nave en medio de los disparos. Cada vez aparecían más y más rebeldes para unirse a la cadena de hombres que lo descargaban. Guerra y Obi-Wan estaban en medio del conflicto. El Maestro Jedi podía ver el brillo azul del sable láser de su discípulo cortando y golpeando a medida que el muchacho se movía evitando los disparos láser.
Qui-Gon corrió para apoyarle, pero antes de que pudiera dar un solo golpe, Baftu echó a correr de pronto hacia la rampa de la nave.
—¡Intenta escapar! —gritó Guerra, dirigiéndose a continuación a los guardias—. Ya veis dónde está la lealtad de vuestro jefe... ¡sólo la siente por él mismo!
Baftu dio un traspiés en la rampa. Los guardias se volvieron hacia él y el que estaba más cerca lo agarró, derribándole al suelo. Los dos rodaron rampa abajo.
Guerra corrió hacia ellos y puso la pistola láser contra la cabeza de Baftu.
—Te arresto en nombre del pueblo phindiano —gritó.
—¡Matad al rebelde! —le gritó Baftu a los guardias.
Los guardias del Sindicato intercambiaron miradas y soltaron las armas.
—¡Matadlo! —volvió a gritar Baftu, pero esta vez a los androides asesinos.
Pero los dos Jedi saltaron como un solo hombre desde ambos extremos. Los sables láser brillaron, cortando a los androides como si fueran ramitas.
De pronto, unos motores iónicos rugieron cobrando vida. La nave empezó a moverse.
—El príncipe Beju —dijo Obi-Wan—. Debe haber escapado de la bodega.
La nave se elevó en el aire lenta y torpemente.
—Dejad que se vaya —dijo Qui-Gon—. Su destino le espera en otro lugar.
Una semana después, los cuatro amigos se encontraban en el mercado del pueblo. Estaban rodeados de los mismos tenderetes que habían estado vacíos durante tanto tiempo, pero que ahora estaban llenos en abundancia. Medicinas, fruta fresca, circuitos para ordenadores, mantas, sábanas. Los phindianos iban de un lado a otro cargados con cestas llenas a rebosar de flores y de comida fresca.
Yoda había pedido a los Jedi que se quedasen en Phindar hasta que el gobierno provisional estuviera en marcha. Se habían necesitado unos días para arreglar el proceso. Los asuntos del planeta los llevaba una coalición de antiguos miembros del Consejo y del último gobernador de Phindar. Las elecciones para elegir al siguiente gobernador estaban previstas para el mes siguiente.
Baftu y sus principales lugartenientes estaban retenidos en una prisión de máxima seguridad, esperando a ser juzgados. La mayoría de los guardias del Sindicato tenían la mente borrada por Baftu, y a algunos se los había devuelto a sus familias originales con la esperanza de que el amor y los cuidados pudieran ayudarle a restaurar cualquier posible recuerdo que les quedara.
Obi-Wan y Qui-Gon se habían encontrado en el mercado con los hermanos Derida para poder ver el monumento de Paxxi. Había destruido al androide encargado de borrar la memoria, y colocado sus restos en un pedestal para que pudiera verlo todo Phindar. Sintieron un escalofrío al verlo, y se alegraron fervientemente de que lo hubieran desmantelado para siempre.
—Fue una idea excelente, mi buen hermano —le dijo Guerra a Paxxi—. Hay que afrontar el mal para poder conquistarlo.
—Sí, así es, mi buen hermano —repuso Paxxi.
—¿Cómo está Kaadi? —peguntó Qui-Gon—. Espero que mejor.
Paxxi sonrió.
—Ya está dando órdenes a sus médicos. Volverá a casa al acabar la semana.
Guerra miró al mercado que le rodeaba, con una repentina tristeza en la mirada.
—Estoy satisfecho —dijo—. Qué va, es mentira. Hemos conquistado mucho mal, sí. Pero quisiera que hoy tuviéramos a Terra con nosotros tal y como era antes.
—Murió tal y como fue en el pasado, mi buen hermano —repuso Paxxi, cuyo rostro reflejaba la tristeza de Guerra. Pasó su largo brazo alrededor de su hermano y éste hizo lo propio. Se miraron el uno al otro y lanzaron un suspiro.
—Estamos tristes, pero no mucho —dijo Guerra.
—Sí, no mucho —añadió Paxxi—. Nuestro mundo es libre, y eso debemos agradecérselo al sabio Jedi-Gon y el sabio Obawan.
—Sólo hay un problema —dijo Obi-Wan—. Ahora que en Phindar vuelve a haber abundancia para todos, ha dejado de haber mercado negro. ¿Qué es lo que vais a hacer?
—Una idea excelente, Obawan —dijo Guerra—. Yo también me lo he preguntado. Sobre todo desde que mi buen hermano destruyó el aparato anti-registrador.
—Así salvó la vida de Kaadi —señaló Qui-Gon.
—Así es —admitió Guerra—. La venta del aparato nos habría proporcionado grandes riquezas.
—Eso habría provocado vuestra perdición —dijo el joven Kenobi—. Había maldad envolviendo a ese aparato. Vosotros pudisteis usarlo para el bien. Pero muchos no habrían actuado así.
—Eres muy sabio, como siempre, Obawan —admitió Guerra con un suspiro—. Pero se pierde una gran fortuna.
—Y seguimos sin saber lo que vamos a hacer —dijo Paxxi—. Llevamos tanto tiempo siendo rebeldes, y más tiempo aún siendo ladrones. Ya no hay sitio para nosotros en nuestro querido mundo.
Qui-Gon parecía divertido.
—Yo no diría eso. ¿Qué pasa con las próximas elecciones? Phindar necesita un nuevo gobernador, y vosotros sois los héroes del momento. ¿Por qué no se presenta uno de vosotros al puesto?
Guerra lanzó una carcajada.
—¿Gobernador, yo? ¡Ja, me río de la broma de Jedi-Gon! Yo sería un político horrible. ¡Espera, es mentira! ¡Sería un político magnífico!
—Serías el mejor gobernador de todos, mi buen hermano —dijo Paxxi—. ¡Espera, eso también es mentira! ¡Yo sería mejor aún! ¡Debería presentarme yo!
—Bueno, tendréis que decidir cuál de los dos lo hace —comentó el Caballero Jedi—. Ya va siendo hora de que nos vayamos. Obi-Wan y yo debemos ir a Gala.
—¡Yo os llevo! —exclamó Paxxi—. ¡Sería muy feliz haciéndolo!
—Gracias, pero ya tenemos transporte. Y esta vez me gustaría llegar a destino.
Guerra le cogió las manos a Obi-Wan.
—Eres mi gran amigo, Obawan. Si alguna vez necesitas los servicios del nuevo gobernador de Phindar, sólo tendrás que pedirlos.
—¡Sí, podrás pedírmelos! —dijo Paxxi alegremente.
—Qué va, mi buen hermano —dijo Guerra—. Me los pedirá a mí.
—Adiós —dijo Qui-Gon—. Estoy seguro de que volveremos a vernos.
Los phindianos se despidieron envolviendo a la vez a los dos Jedi con sus largos brazos y apretándolos tres veces. Cuando los dos Jedi se alejaron, los hermanos Derida continuaron su discusión sobre cuál de ellos se presentaría a gobernador.
El Caballero Jedi seguía sonriendo cuando se encaminaron al espaciopuerto.
—Me temo que nuestra siguiente misión será mucho más difícil. Pero la estabilidad de Gala resulta crucial para todo este sistema solar. Nos necesitan allí más que nunca.
—No me apetece nada volver a ver al príncipe Beju —admitió el aprendiz—. Espero que no gane las elecciones.
—Vamos a ir sólo como observadores.
—Sí, siempre es así. Pero parece que al final siempre acabamos metidos en medio de todo.
Entraron en el espaciopuerto donde les esperaba su transporte.
—Hay una cosa de la que me alegro, padawan. De que aún conserves la memoria.
—Tu piedra de río me ayudó —dijo Obi-Wan, llevándose la mano al bolsillo—. No me había dado cuenta de que la piedra fuera sensible a la Fuerza. Debí imaginar que me regalarías algo de gran valor.
—¿Sensible a la Fuerza? —comentó Qui-Gon frunciendo el ceño—. Qué casualidad. Yo creía que sólo era una piedra bonita.
Obi-Wan le miró sorprendido. El rostro de su Maestro se mantuvo impasible mientras caminaba a zancadas hacia el transporte. ¿Estaría bromeando, o hablaba en serio? No lo sabía.
Empezaron a subir por la rampa de entrada. Asomó una sonrisa al rostro del muchacho. Les esperaba otra misión. Puede que después pudiera comprender al Caballero Jedi. Pero, de algún modo, lo dudaba. Seguro que le llevaría toda una vida poder comprender a su Maestro.