Read Amos y Mazmorras II Online

Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

Amos y Mazmorras II (25 page)

BOOK: Amos y Mazmorras II
13.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads
Tomó a Cleo de la mano y la sacó de la terraza y del restaurante.

 

 

 

Cleo cerró los ojos y permitió que el viento refrescara su rostro. Nick conducía el quad biplaza hasta el Westin Saint John mientras ella miraba su botella de ron cajún Spice con creciente curiosidad.
Era increíble que ese ron de Nueva Orleans llegara hasta allí. Lo peor era saber a quién pertenecía su destilería. Pensar en ello hizo que regresaran el frío y el miedo, y el maldito nudo en el estómago.
Pero estaba bien. Ella estaba bien. Y los padres de Billy Bob, propietarios de la destilería Louisiana cajun Rum, que producía esa bebida tan popular, no tenían la culpa de tener a un hijo que era el mismísimo engendro del diablo.
Esforzándose por eliminar el pensamiento sobre Billy Bob, se centró en Nick.
Cleo no podía explicarle a Nick nada de lo sucedido con Markus, porque los quads disponían de cámaras que televisaban todo para los Villanos; y en la Plancha del Mar tampoco podían hablar de ello por lo mismo. Esa noche, los Villanos no habían acudido; no obstante, lo veían todo.
—¿Por qué Mistress Pain ha hecho eso? —preguntó Cleo con el antifaz encima de la cabeza, sacándoselo con rabia. Se le había enredado en el pelo—. Aparte de que porque es una mala pécora, claro.
—Porque sabía lo que provocaría en King —contestó—. Solo basta con ser un poco observador y darse cuenta de que él no te mira como a las demás, Lady Nala. —Aunque en realidad, le hablaba a Cleo—. Seguramente, sabía que iba a ofenderlo y que provocaría una reacción en él. Como la que justamente ha provocado. —Se encogió de hombros y giró a mano derecha—. Quería vengarse.
Sí: esa podía ser una excelente razón. Una que ella quería creer.
—Oye... —Cleo lo miró por debajo de sus pestañas—. ¿Y se puede saber por qué has echado del torneo a Louise? ¿Cómo eliminaste a un miembro de tu mismo equipo?
—Tres son multitud —repuso Nick.
Ella se calló y permaneció con la mirada fija en la carretera. Sí, por supuesto que tres eran multitud: Lion, Sharon y Claudia, un espectáculo digno de ver; sin un ápice de corazón pero con mucha pasión carnal. Eran como tres ángeles caídos del sexo.
—¿Estabas enamorado de tu mujer, Nick? —preguntó sin atender a las consecuencias de su curiosidad. ¿Por qué le había preguntado eso?
El rubio apretó el volante con los dedos y dibujó una fina línea con sus labios. Aquel no era lugar para hablar de ello, pero no pudo resistirse a contestar.
—Todavía sigo enamorado de ella.
—Oh... Y estando enamorado de ella, en caso de que siguierais juntos, ¿habrías hecho un trío con dos mujeres y ninguna ella?
—No. Jamás. Ella... Me era más que suficiente.
Ese hombre había sido tocado y hundido por el amor y el rechazo que comporta el no ser amado con la misma fuerza.
—¿Por qué ya no estáis juntos?
—Porque a veces las cosas se rompen por otros motivos que no tienen nada que ver con el amor.
—Todo tiene que ver con el amor.
—Pues a mí no me sirvió de nada quererla con todo mi corazón —repuso con tristeza—. Hay cosas que se rompen inesperadamente; y, aunque después quieras recomponer los pedazos, ya no vuelve a ser lo mismo.
—¿Lo has intentado?
—No me dejó.
Cleo levantó la mirada a la noche estrellada y lamentó que ese agente guapo y melancólico tuviera que sufrir por un amor no correspondido.
—¿Por qué no te dejó?
—Me puso una orden de alejamiento —contestó sin darle ninguna importancia.
Cleo parpadeó confusa. ¿Dónde había oído eso antes? Ah, sí. En el avión de Nueva Orleans a Washington. ¿Qué les pasaba a las mujeres con las órdenes de alejamiento? ¡Si no querían ver a sus ex maridos, que se fueran a otro país! Empezaba a sentirse mareada. Notaba el corazón a revoluciones superiores a las normales y le urgía moverse. Salir de ahí, saltar del quad...
—Yo creo que, si todavía hay amor —musitó con una sonrisa de autocomplacencia—, todo se puede solucionar.
—Eres una romántica.
—Puede ser... Y mira cómo me va —murmuró resoplando y riéndose de sí misma. Sufría por amor. Por un hombre que, antes que hablar con ella, prefería tomarse la venganza por su propia mano.
—Ya casi estamos —anunció Nick—. Esta isla es muy pequeña.
Cleo no había visto el complejo hotelero todavía. Y se quedó pasmada ante su majestuosidad.
Aunque no lo disfrutó mucho, porque la escena de Lion le había agriado la noche.
La joven enseñó la pulsera amarilla con los datos biométricos de identidad, y el recepcionista le indicó cuál era su habitación.
Estaba decidida a sacar a esas dos mujeres de la cama de Lion. No era tan fría como para permanecer impasible cuando el hombre al que amaba, que era un completo cegato y un zoquete, le hiciera eso delante de todos.
Ni hablar.
 
Capítulo 11

 

 

«Las verdaderas sumisas, tienen carácter y se enfadan de vez en cuando».

 

Great Cruz Bay
Westin Saint John

 

Lion
sabía que había cosas que no podía hacer. Como, por ejemplo, quitarse de encima a Claudia y a Sharon diciendo que se encontraba muy mal e invitarlas a que se fueran a sus habitaciones. La joven no se había ido todavía, y seguía sentada en la cama, con la Reina de las Arañas, a la que Lion nunca había visto tan contrariada.
Sharon parecía desubicada y fuera de su salsa. Cosa extraña en ella. Aunque Lion sabía perfectamente por qué estaba así, y a él nunca podría engañarle por mucho que pasara el tiempo.
La verdad era que él no se encontraba bien del todo. Tenía la cabeza un poco aturdida y sentía un leve mareo que solo podía atribuir al consumo de alguna clase de droga. Lo que le llevó a pensar que, en la cena, los organizadores habían incluido algún tipo de estupefacientes en las bebidas o en la comida para que se desinhibieran.
Se había metido corriendo al baño y había llenado un botecito con orina para entregárselo al equipo de estación base.
Estaba sentado en el inodoro. Le había quitado el teléfono a Claudia, sin que ella se diera cuenta, y revisaba la imagen que ese alguien misterioso le había enviado a la
mistress
.
Ya sabía que no era Cleo, porque la joven tenía un tatuaje de camaleón en el interior de su muslo, y la chica de la imagen abierta de piernas completamente, no tenía ni una sola marca en su nevosa piel. Pero, aunque su numerito con Prince y Markus no le había gustado nada, debía reconocer que creía en su inocencia, y que sabía que actuaba así por exigencias del guión.
El que hacía de Markus en la foto se parecía más él, pero los tatuajes, aunque daban el pego, no eran de verdad. Por tanto, no era Markus. ¿Quién había querido crear tal controversia? ¿Por qué? ¿Por qué alguien se tomaría la molestia de preparar tal montaje solo para desestabilizarlos? ¿Y por qué habían utilizado a Claudia? Además, curiosamente, Claudia había sido eliminada del torneo; y esa misma noche estaba en la Plancha del Mar, con todos los demás, asegurando que los organizadores querían que siguiera en él extraoficialmente.
Lion copió el teléfono desde el que se había enviado la imagen en su agenda. Averiguaría quién era el capullo que quería jugar con él de ese modo.
Se remojó la cara con agua y salió del baño.
Claudia levantó el rostro y se quitó el antifaz negro. Moviéndose con estudiados pasos, llevó sus manos a los lazos del corsé del pecho.
—Mistress Pain, te he dicho que no me encuentro bien —repitió Lion apoyándose en la pared.
—Nosotras haremos que te encuentres mucho mejor, ¿verdad, Sharon?
Sharon parecía tener un debate consigo misma y, después de meditar la respuesta, se levantó sin pizca de alma en sus ojos color caramelo. También se desprendió del antifaz.
Lion arqueó una ceja negra y negó con la cabeza.
Sharon no quería acostarse con él. Después de tanto tiempo sin tener relaciones, sin dejar que nadie la tocara, no iba a ser él quien lo hiciera. Eran dos mujeres muy hermosas y distintas, y estaban dispuestas a tener un revolcón. En otro tiempo Lion lo habría hecho; el sexo era sexo, ¿no? Pero después de reclamar a Cleo, y sabiendo la fuerza de su pasión por ella, ni Mistress Pain ni la Reina de las Arañas podían rivalizar con la leona de pelo rojo y ojazos verdes.
—Tenéis que iros —pidió Lion educado, acompañándolas hasta la salida—. En serio, me siento mareado.
—No pienso irme —repuso Claudia poniéndose las manos en las voluptuosas caderas clavando los talones en la moqueta. Sonrió como si fuera la Reina de Saba—. Yo he venido aquí a comer, King, y quiero que me alimentes.
Lion sonrió ante la visceralidad de la mujer. En otros tiempos, que una mujer hablara así se consideraba escandaloso; pero Claudia estaba de vuelta de todo, y ella siempre se había querido mucho a sí misma. No aceptaba un «no» por respuesta.
—Yo me voy —repuso Sharon desconocida—. No sé qué hago aquí.
Lion asintió con la cabeza, agradecido por su colaboración. Ella seguía siendo su amiga; y había estado muy enamorada y, seguramente, la rubia vería más allá de su actitud esquiva y entendería por qué no quería estar con ellas. Sharon lo comprendería.
—¿Qué le pasa a la Reina de las Arañas? ¿Es todo fachada, nena? —Claudia la miró de reojo.
Sharon no encajaba bien los menosprecios, así que sonrió con indiferencia y le dijo:
—Tú no quieres ver hasta qué punto no es fachada lo que yo tengo encima, Pain —aseguró con tono frío y el rostro sombrío, colocándose a un palmo de su cara—. En realidad, no lo quieres probar. ¿O sí? —se acercó a ella amenazadoramente—. Nunca he jugado contigo. ¿Te gustaría ver hasta dónde soy capaz de llegar,
switch
?
—Por supuesto —contestó Claudia anhelante—. ¿Por qué no empezamos nosotras y calentamos al león para que salga de su madriguera y ruja, en vez de comportarse como un gato acojonado? —Claudia pasó sus dedos por la mejilla de la rubia—. Enrédame en tu tela de araña, Reina.
Sharon arqueó las cejas e hizo un gesto de desdén con los labios.
—No me interesas.
Con esas palabras, dejándola de piedra, Sharon se dio media vuelta y abrió la puerta de la
suite
.
Pero se encontró con Cleo a punto de meter la llave tarjeta en la ranura de su suite. La habitación que iba a compartir con Lion y que estaba ocupada por dos mujeres.
Sharon no supo qué decirle cuando encontró en los ojos esmeraldas de Cleo la incredulidad y el dolor que ella misma había experimentado años atrás. Pero entonces, eran unos ojos negros quienes la juzgaban y la fustigaban; no los verdes de Lady Nala.
—Fuera de aquí —ordenó la pelirroja con voz trémula.
—Ya me iba.
Sharon pasó por su lado, sin rozarla, y eso que Cleo ni se apartó del marco de la puerta.
—Al final —Cleo no iba a morderse la lengua. Esa mujer había querido hacerle daño desde el principio y ella tenía derecho a devolvérsela—, voy a creer la versión de Prince.
Sharon se recolocó el antifaz para cubrir sus ojos color caramelo, que no habían encajado bien la acusación y se estaban llenando de lágrimas.
—No hables de lo que no sabes —ordenó sin darse la vuelta, alejándose de allí.
—No te metas en camas ajenas —contestó Cleo entrando sola en la habitación, dando un portazo.
Nick se había ido a la suya porque no quería estar presente cuando empezara la tormenta; y eso la dejaba en inferioridad de condiciones con Claudia y Lion, los cuales estaban muy separados el uno del otro. Iba a dejarlos estupefactos con su descaro.
—Se ha ido Sharon —observó apoyándose en la pared de la entrada—. ¿Os sirvo yo?

 

 

 

Claudia abrió los ojos pasmada y se echó a reír.
Pero a Lion no le hacía ninguna gracia. Cleo estaba delante de él, con una botella de ron en la mano, vestida de mujer pirata totalmente relajada, igual que lo estaría una gata salvaje oculta detrás de los matorrales, dispuesta a comerse a su presa, pero esperando el momento adecuado.
Le miró de frente, sin reservarse ni una pizca de despecho o de dolor; evaluándolo de arriba abajo como si no valiera nada, o menos que nada. Dios, las miradas de Cleo desarmaban a cualquiera... Y, después, hizo un repaso al corsé deshilado de Claudia y al modo en que asomaban los pezones por completo por encima de la prenda.
—¿Quieres hacer un trío? —preguntó Mistress Pain a Cleo.
—Yo no. —Lion se cruzó de brazos.
«Cómo no, Lion y su particular tiento», pensó Cleo.
Cleo caminó hasta la cama, dejó la botella de ron sobre la mesita y se subió sobre el colchón, cubierto con un cubrecama marrón y blanco, poniéndose de rodillas. Si Lion se pensaba que estando con ella iba a acostarse con otras, es que no la conocía en absoluto. Y si, además, el muy cretino creía que se había acostado con Markus, entonces, ya no solo no la conocía sino que tenía una muy mala imagen de su persona. Enfadada, tiró los mullidos cojines al suelo, para hacer más sitio en la cama.
Estaba en medio de un caso, con un hombre del que había descubierto, recientemente, que estaba enamorada. Y sí, había caído fulgurantemente en sus garras. Y no se avergonzaba.
Pero el caso era más importante que nada y no iba a dejar que otras le amargaran. No tenía por qué pasarlo mal gratuitamente; la tensión del torneo era ya suficiente estrés para ella como para aguantar los escarceos de Lion con sus ex-ligues.
Cleo, descaradamente, se subió la falda y les enseñó las braguitas rojas, que asomaban a través de las medias de rejilla, moviendo las caderas de un lado al otro.
—¿Quién de los dos será el bucanero valiente que me las quite?
—Te he dicho que no quiero tríos. —Lion se acercó a la cama con el rictus severo y recto.
—Ya ves, te tienes que ir, bonita —aseguró Claudia con una sonrisa de oreja a oreja.
Cleo no parpadeó ni una vez mientras miraba a Lion a los ojos. Este se relamió los labios, alimentándose de la visión de la pelirroja.
BOOK: Amos y Mazmorras II
13.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Chequer Board by Nevil Shute
The Monster Within by Darrell Pitt
The Special Secret by Chloe Ryder
Safekeeping by Jessamyn Hope
Finding Abigail by Carrie Ann Ryan
Lord of Sin by Susan Krinard