Ámbar y Sangre (33 page)

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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

BOOK: Ámbar y Sangre
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—¿Cómo te llamas? —preguntó Galdar.

—Mi nombre es Mina...

Había entonado su nombre. Todos habían entonado su nombre. Todos los que, como él, la habían seguido a la batalla, a la gloria y la muerte.

—Fuiste tú —se enfurecía Takhisis— Tú te confabulaste con ellos para que fuera mi perdición. Tú querías que cantaran tu nombre, no el mío.

Mina... Mina...

6

Sin quitar la mano del hombro de Mina, Rhys miró hacia donde señalaba Beleño. Vio la tropa de minotauros, que ya bajaban por la cordillera y se alejaban. Dos figuras entraron en el valle. Una de ellas era un minotauro con el orgulloso emblema de Sargonnas sobre la armadura de piel. La otra era un elfo con las manos atadas.

Ya era demasiado tarde para huir, incluso si tuvieran adonde. El minotauro los había descubierto.

El minotauro iba armado con una espada, que llevaba colgando en la cadera derecha, pues le faltaba el brazo diestro, el brazo de la espada. No había desenvainado, pero su mano izquierda no se alejaba demasiado de la empuñadura. Sus penetrantes ojos miraron con recelo a Rhys, para después abandonarlo y pasearse por el resto del grupo. Frunció más el entrecejo. El minotauro estaba buscando a Mina.

Las ropas del elfo eran sencillas: una capa verde y una túnica, botas gastadas y polvorientas del camino. No iba armado y, aunque era evidente que era prisionero del minotauro, caminaba con la cabeza alta y dando pasos largos y elegantes, seguro de sí mismo, como alguien que está acostumbrado a recorrer un sinfín de caminos.

El Dios Caminante. Rhys reconoció a Valthonis y estaba a punto de gritar en señal de advertencia, pero sus palabras quedaron ahogadas por el rugido de Galdar.

—¡Mina!

Su nombre resonó en todo el valle y rebotó en los Señores de la Muerte, que lo repitieron en un eco sobrecogedor, como si las mismísimas entrañas de la tierra la llamasen.

—¡Galdar! —exclamó Mina, alegre.

Apartó a Rhys a un lado con un golpe tan fuerte como el impacto de un rayo. Rhys se encogió, sorprendido, incapaz de moverse.

—¡Galdar! —volvió a gritar Mina y echó a correr hacia él con los brazos extendidos.

Mina ya no era una niña. Era una joven de diecisiete años. Tenía el pelo rapado, como una oveja recién esquilada. Llevaba el peto de aquellos que se llamaban a sí mismos Caballeros de Neraka, y lo tenía chamuscado, abollado y manchado de sangre, como estaban sus manos y sus brazos, cubiertos de sangre hasta la altura de los codos. Al llegar junto a Galdar, lo rodeó con los brazos y apoyó la cabeza sobre su pecho...

El minotauro la sujetó con su brazo bueno y la apretó con fuerza. Dos surcos en el pelaje a ambos lados del hocico mostraban los sentimientos contenidos del minotauro.

Al ver que los dos estaban ocupados, Beleño se arrastró despacio hasta Rhys y se quedó de rodillas junto a él.

—¿Estás bien? —preguntó el kender en un susurro.

—Sí... En un momento estaré bien. —Rhys puso una mueca. Estaba empezando a recuperar la sensibilidad en las manos y los pies-. ¡No dejes ir a Atta1!

—La tengo, Rhys —lo tranquilizó Beleño. Sujetaba con la mano a la perra por el cuello. Para su sorpresa, Atta no había intentado atacar a la Mina crecida. Quizá la perra estuviese tan confundida como el kender.

Galdar abrazaba a Mina con fuerza y los miraba a todos con aire desafiante, como si los retara a que se la arrebataran.

—¡Mina! —dijo con la voz entrecortada—. He venido a buscarte... Es decir, Sargas me envió...

—¡No te preocupes por eso ahora! —contestó Mina bruscamente. Se apartó de él y lo miró—. No tenemos tiempo, Galdar. Sanction está bajo asedio. Los caballeros solámnicos han rodeado la ciudad. Tengo que ir allí y ponerme al mando. Acabaré con el sitio.

Sus ojos ambarinos centelleaban.

—¿Por qué te quedas ahí parado? ¿Dónde está mi caballo? ¿Y mi arma? ¿Dónde están mis tropas? Tienes que ir a buscarlas, Galdar, tienes que traérmelas. No nos queda mucho tiempo. Perderemos la batalla...

Galdar parpadeó, confuso.

—Eh... ¿No te acuerdas, Mina? Ganaste esa batalla. Acabaste con el asedio de Sanction. El tajo de Beckard...

Ella lo miró ceñuda.

-No sé qué te pasa, Galdar -le dijo con dureza-. Deja de hacerme perder el tiempo con todas esas tonterías y obedéceme.

Apartó a Rhys a un lado con un golpe tan fuerte como el impacto de un rayo. Rhys se encogió, sorprendido, incapaz de moverse.

-¡Galdar! -volvió a gritar Mina y echó a correr hacia él con los brazos extendidos.

Mina ya no era una niña. Era una joven de diecisiete años. Tenía el pelo rapado, como una oveja recién esquilada. Llevaba el peto de aquellos que se llamaban a sí mismos Caballeros de Neraka, y lo tenía chamuscado, abollado y manchado de sangre, como estaban sus manos y sus brazos, cubiertos de sangre hasta la altura de los codos. Al llegar junto a Galdar, lo rodeó con los brazos y apoyó la cabeza sobre su pecho...

El minotauro la sujetó con su brazo bueno y la apretó con fuerza. Dos surcos en el pelaje a ambos lados del hocico mostraban los sentimientos contenidos del minotauro.

Al ver que los dos estaban ocupados, Beleño se arrastró despacio hasta Rhys y se quedó de rodillas junto a él.

-¿Estás bien? -preguntó el kender en un susurro.

—Sí... En un momento estaré bien. —Rhys puso una mueca. Estaba empezando a recuperar la sensibilidad en las manos y los pies— ¡No dejes ir a Atta!

-La tengo, Rhys -lo tranquilizó Beleño. Sujetaba con la mano a la perra por el cuello. Para su sorpresa, Atta no había intentado atacar a la Mina crecida. Quizá la perra estuviese tan confundida como el kender.

Galdar abrazaba a Mina con fuerza y los miraba a todos con aire desafiante, como si los retara a que se la arrebataran.

—¡Mina! —dijo con la voz entrecortada—. He venido a buscarte... Es decir, Sargas me envió...

-¡No te preocupes por eso ahora! -contestó Mina bruscamente. Se apartó de él y lo miró—. No tenemos tiempo, Galdar. Sanction está bajo asedio. Los caballeros solámnicos han rodeado la ciudad. Tengo que ir allí y ponerme al mando. Acabaré con el sitio.

I

Sus ojos ambarinos centelleaban.

—¿Por qué te quedas ahí parado? ¿Dónde está mi caballo? ¿Y mi arma? ¿Dónde están mis tropas? Tienes que ir a buscarlas, Galdar, tienes que traérmelas. No nos queda mucho tiempo. Perderemos la batalla...

Galdar parpadeó, confuso.

—Eh... ¿No te acuerdas, Mina? Ganaste esa batalla. Acabaste con el asedio de Sanction. El tajo de Beckard...

Ella lo miró ceñuda.

—No sé qué te pasa, Galdar -le dijo con dureza—. Deja de hacerme perder el tiempo con todas esas tonterías y obedéceme.

—Mina —Galdar parecía incómodo—, el asedio de Sanction ocurrió hace ya mucho tiempo, durante la Guerra de las Almas. La guerra ha terminado. El Unico perdió. ¿No te acuerdas, Mina? Los demás dioses expulsaron a Takhisis, la hicieron mortal...

—La mataron —terminó Mina en voz baja. Sus ojos ambarinos brillaron bajo las largas pestañas—. Estaban celosos de mi reina, envidiaban su poder. Los mortales de este mundo la veneraban. Entonaban su nombre. Los otros dioses no podían permitirlo y por eso la destruyeron.

Galdar intentó hablar un par de veces, sin conseguirlo.

—Era tu nombre el que entonaban, Mina —dijo al fin con voz estrangulada.

Sus ojos ambarinos se iluminaron con una luz interior.

-Tienes razón -reconoció, sonriendo—. Era mi nombre el que entonaban.

Galdar se humedeció los labios. Miró alrededor, como si buscara ayuda. Al no encontrarla, se aclaró la garganta con un ruido que retumbó en su boca y se lanzó a recitar un discurso muchas veces ensayado. Hablaba rápido, sin hacer inflexiones, ansiando llegar a final.

—Este elfo es Valthonis. Antes era Paladine, el líder del panteón de los dioses, el instigador de la caída de la Reina Takhisis. Mi dios, Sargas, desea que aceptes a Valthonis como su regalo y que te cobres merecida venganza sobre el traidor que acabó con... tu... nuestra reina. A cambio, Sargas espera que lo tengas en estima y que... tú...

Galdar se quedó callado. Miraba fijamente a Mina, apesadumbrado.

—¿Que yo qué, Galdar? —quiso saber Mina-, ¿Sargas espera que lo tenga en estima y que yo qué?

—Que te conviertas en su aliada —dijo al fin Galdar.

—Quieres decir... ¿que me convierta en uno de sus generales? —preguntó Mina, frunciendo el entrecejo—, Pero si no puedo. No soy un minotauro.

Galdar no podía responder a su pregunta. Volvió a mirar en derredor en busca de ayuda y en esta ocasión sí la encontró.

—Sargas quiere que te conviertas en la Reina de la Oscuridad, Mina -respondió Valthonis.

Mina se echó a reír como si acabaran de contarle un buen chiste. Entonces se dio cuenta de que nadie más reía.

—Galdar, ¿por qué pones esa cara tan lúgubre? Es muy gracioso. ¿Yo? ¡La Reina de la Oscuridad!

Galdar se frotó el hocico, parpadeó varias veces rápidamente y se quedó mirando a algún punto perdido, por encima de la cabeza de Mina.

-¡Galdar! —gritó Mina, furiosa de repente—, ¡Es gracioso!

—¿El minotauro dice la verdad, Rhys? —preguntó Beleño en un susurro quedo—. ¿De verdad ese elfo es Paladine? Siempre quise conocer a Paladine. ¿Crees que podrías presen...?

—Ssh, amigo mío —Rhys le hizo callar. Se puso de pie, con movimientos gráciles y silenciosos, intentando no llamar la atención-. Sujeta bien a. Atta.

Beleño agarró con firmeza a la perra. Mirando al Dios Caminante, el kender le susurró a Atta al oído:

—Me lo imaginaba mucho más alto...

Rhys cogió el emmide y el talego. Ató este último en el extremo del cayado y echó a andar silenciosamente sobre el suelo de piedra. Se detuvo a un lado de Valthonis, delante de él.

—Este hombre sabe el camino a Morada de los Dioses, Mina —anunció Rhys.

Los ojos ambarinos de Mina, tan cargados de almas atrapadas que casi parecían negros, se desviaron hacia Rhys. Frunció los labios con desdén.

—¿Y tú quién eres? ¿De dónde vienes?

Rhys sonrió.

—Ésas son las mismas preguntas que me hiciste la primera vez que nos vimos, Mina. El acertijo que te había hecho el dragón. «¿De dónde vienes?» Me dijiste que yo sabía las respuestas. Entonces no las sabía, pero ahora sí.

también tú, Mina. Conoces la verdad. Tienes que aceptarla. No puedes seguir escondiéndote. Valthonis es tu padre, Mina. Tú eres su hija. Eres una diosa. Una diosa nacida de la luz.

Mina se quedó lívida. Sus ojos ambarinos se abrieron, enormes.

—Mientes —dijo con voz queda, apenas un susurro.

—Los hombres cantaban tu nombre, Mina. Lo mismo hacían los Predilectos. Si matas a este hombre, si cometes ese crimen atroz, ocuparás tu lugar entre los dioses de las tinieblas -prosiguió Rhys—. La balanza se inclinará. El mundo se deslizará hacia la oscuridad y desaparecerá. Eso es lo que quiere Sargonnas. ¿Es eso lo que quieres tú, Mina? Has recorrido el mundo. Has conocido a sus pueblos. Has sido testigo de la miseria, de la destrucción y las batallas de la guerra. ¿Es eso lo que quieres?

Mina volvió a cambiar de aspecto y se convirtió en la Mina de los Predilectos, la Mina que les había dado el beso mortal. Tenía una larga melena cobriza. Vestía de negro y rojo sangre. Era segura, autoritaria, y miraba a Valthonis fijamente y con expresión ceñuda. Su expresión se endureció, sus labios desaparecían en una fina línea.

—¡Él mató a mi reina! -declaró con frialdad.

Pasó rozando a Galdar, que la miraba con la boca entreabierta y los ojos bordeados de lágrimas, todo el cuerpo tembloroso de miedo. Mina se acercó a Valthonis y se quedó observándolo un buen rato, intentando atraerlo hacia el ámbar, como a un insecto cualquiera.

El elfo soportó tranquilamente el examen.

«¿Su mente mortal conservará algo de la mente del dios? —se preguntó Rhys-, En alguna parte de sí, ¿Valthonis recordará el estallido de júbilo de aquel amanecer que creó a esa hija de la alegría y la luz? ¿Recordará el dolor desgarrador que debió de sentir cuando se dio cuenta de que tenía que sacrificar a la niña para salvar su propia creación?»

Rhys no conocía las respuestas. Lo que sí sabía, lo que podía ver reflejado en el rostro envejecido del elfo, era el sufrimiento de un padre que ve cómo su amada hija sucumbe a oscuras pasiones.

-Déjame ayudarte, Mina. -Valthonis extendió las manos hacia Mina, las manos atadas.

Ella lo miró con desprecio y después le propinó una bofetada con el dorso de la mano que tiró al elfo al suelo.

Mina se erguía sobre él. Alargó una mano.

—Galdar, dame tu espada.

Galdar miró nervioso a Valthonis, en el suelo. La mano del minotauro fue hacia la empuñadura de la espada. No desenvainó el arma.

-Mina, el monje tiene razón —dijo Galdar, angustiado—. Si matas a este hombre, te convertirás en Takhisis. Y tú no eres ella. Tú rezabas por tus hombres, Mina. Malherida y agotada, recorrías el campo de batalla y rezabas por las almas de aquellos que habían dado su vida por tu causa. Te preocupas por las personas. Takhisis no lo hacía. Las utilizaba, ¡como te utilizó a ti!

—¡Dame tu espada! —repitió Mina, airada.

Galdar negó con su cabeza astada.

—Y al final, cuando la habían expulsado del cielo, Takhisis te culpó a ti, Mina. No a sí misma. Nunca a sí misma. Iba a matarte en el campo de batalla, tenía un alma vengativa y rencorosa. Así era Takhisis. Vengativa y rencorosa, cruel, despiadada y egoísta. Lo único que le importaba era su propio engrandecimiento, sus ambiciones. Sus hijos la odiaban y maquinaban contra ella. Su consorte la despreciaba, desconfiaba de ella y se regocijó al verla caer. ¿Es eso lo que quieres, Mina? ¿En eso quieres convertirte?

Mina lo miraba con desdén. Cuando Galdar se detuvo para tomar aire, dijo con menosprecio:

—No necesito sermones. ¡Sólo tienes que darme la maldita espada, vaca manca y estúpida!

Galdar empalideció; su lividez se notaba incluso debajo del pelaje oscuro. Se contorsionó en un espasmo de dolor. Lanzó una mirada sombría al cielo y desenvainó la espada. No se la dio a Mina. Se acercó a Valthonis, inconsciente, y cortó la cuerda que maniataba al elfo.

-Yo no quiero tener nada que ver con un asesinato -dijo Galdar con tranquila dignidad.

Deslizó la espada en su funda, se dio media vuelta y empezó a alejarse caminando.

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