En ese momento, Giovannino se acercaba a nosotras.
—¡Hoy las olas son ensordecedoras! —gritaba, pero yo no lo oía.
Sólo quería dejar de existir, no haber nacido nunca. Miraba mis zapatos, colocados al lado de la toalla, y pensaba en cómo serían sin mis pies dentro, vacíos para siempre. El mundo puede hundirse y desaparecer de un momento a otro.
Johnson júnior intentó hablar conmigo muchas veces. No le respondí al teléfono, ni le abrí la puerta cuando venía a tocar el timbre. Al final mandó a Giovannino.
—¡Alice! ¡Alice! —me llamaba detrás de la puerta—. Alice, sé que estás en casa y que no quieres volver a vernos, ni a mí ni a papá. Pero yo no fingía cuando decía que Cagliari es la ciudad más hermosa del mundo y que quería quedarme aquí para siempre. No mentía cuando te decía que para mí tú eres mi mamá. Pero yo quiero ir donde va mi padre. No es verdad que sea malo, como decís la abuela Urgu y tú.
—¿Ahora la llamas abuela Urgu?
—Papá me ha dicho que ya no es más la abuela Johnson, ahora Annina es la abuela Johnson. Papá me ha dicho que te dijera que si quieres, te puedes venir tú también a París con nosotros. No hace falta que trabajes, puedes estudiar y nada más, porque él y Omar ganan suficiente para ti y para mí, que no trabajamos.
—Dile que lo pensaré. Pero no me gusta vivir a costa de nadie. En Cagliari me las arreglo con el dinero, pero en París seguro que no.
Entonces oí que se reía, detrás de la puerta.
—¿Por qué te ríes?
—Porque papá ya se imaginaba que ibas a decir eso y piensa que puedes contribuir haciendo tus sancochos, tus asados sudorosos, tus tortillas babosas, tus sopas con verduras flotando como pecios.
No conseguía decidirme. ¿Debía irme a París con ellos? ¿Mudarme al piso de arriba con Mrs. Johnson? ¿Regresar al pueblo con mi madre, que al menos era mi madre de verdad, aunque estuviese loca?
Entretanto retomamos nuestros paseos por el Poetto, Mrs. Johnson, Giovannino y yo.
—Ahora Giovannino te llama abuela Urgu —le dije un día a Mrs. Johnson, que, sentada en su toalla, a mi lado, miraba el mar.
—Es mi apellido de soltera. Su padre quiere que se acostumbre a ser sincero y como ya no soy Johnson, vuelvo a ser Urgu.
—Estoy pensando en irme a París.
—
Ma petite fille
… ¿Te parece buena idea?
—Dicen que no hay ningún problema. Nos apretaremos un poco. Según Omar, es decir, según el profeta Mahoma, donde comen dos, seguro que pueden comer tres. Donde comen tres, comen cuatro, y así sucesivamente.
—De paso, ¿por qué no vamos todos, yo, Levi, Annina, Natascia, su novio, le
petit bébé
, y por qué no van también tu madre y la chica que la cuida? ¿Qué problema hay? Para comer, le echamos un poco más de agua al caldo y así alcanza para todos.
Couper la soupe!
Vamos a ver, niña, hazle caso a la abuela Johnson, o Urgu, ¿qué vas a hacer tú en París con un hombre que no es tu marido, un niño que no es tu hijo, el Omar ese que no es tu cuñado? Te gusta escribir, si hasta te llamas Alice, escribe tu aventura «Al otro lado del espejo», pero haz una vida normal, ten una familia normal.
—¿Y cuáles son las cosas normales? —le pregunté.
—¡Esas que hacen la mayoría de las personas! Ser normal es cuando te pareces a todos los demás.
—¡No, porque si estás loco y te internan en un manicomio te pareces a todos los demás locos, pero no eres normal!
—¡Las cosas normales son las naturales!
—En la naturaleza hay de todo.
—¡Son las cosas en las que lo de abajo está abajo y lo de arriba está arriba!
—Pero eso no quiere decir nada. Porque cuando hablamos de las cosas, las que no son normales, todo depende de cómo nos las tomamos.
—En eso tienes razón, pueden ser una condena, pero también un recurso, y si no, fíjate cómo corre feliz mi nieto Giovannino. ¿Sabes que me encanta venir al Poetto?
—¿En serio? Yo tengo la impresión de que delante del mar todo parece más ligero, los problemas vienen con las olas, y ellas después se los llevan.
Estoy segura, porque ya la conocía bien, de que con el último destello de luz antes de la oscuridad, Annina pensó que en el fondo era de esperar que su corazón maltrecho no saliera bien parado.
Y al comprender que tenía muy cerca precisamente a la muerte, pensaría que tal vez no es tan fea como la pintan, que tal vez morir es algo dulce y que después se estará mejor.
Pero la última parte de su vida había sido realmente la más hermosa. La luz del piso de arriba. ¡Ah, el piso de arriba! ¡Y Mr. Johnson, cuando en la novela se presentó en el piso de abajo armado de su maleta y su violín! ¡Ah, qué buena escritora fui! ¡Con las novelas el alma vuela!
M
ILENA
A
GUS
Cagliari, noviembre de 2011
En este libro todo está patas arriba, incluso los agradecimientos. De modo que recién ahora me acuerdo de darle las gracias a mi amigo Beppe Napoleone, porque sin él, que fue a quien se le ocurrió, mi novela
La imperfección del amor
no habría tenido título.
Milena Agus
, nacida en Génova y afincada en Cagliari (Cerdeña), debutó de forma fulgurante en 2005 con la novela
Mientras duerme el tiburón
, obteniendo de forma inmediata el reconocimiento unánime de crítica y público. Se consagró poco después con
Mal de piedras
(2006), novela que la haría acreedora del Premio Elsa Morante y finalista de los prestigiosos galardones Strega y Campiello. Posteriormente ha publicado, entre otros títulos,
Las alas de mi padre
(2008) y
La imperfección del amor
(2010). Traducida a veinte idiomas, su obra ha cautivado a más de un millón de lectores.
Alice
es su última novela.
[1]
Pobrecito.
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[2]
Alegre, en sentido irónico.
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[3]
¡Dan ganas de cagar!, en sardo meridional, expresión utilizada para referirse a quien se da aires de importancia.
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[4]
Entrometida, en sardo meridional.
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[5]
Un piojo resucitado, se dice de los pelagatos que se enriquecen y luego se dan aires de grandeza.
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[6]
¿Un poquito de sopa?, ¿Pasta con salsa de tomate?, ¿Raviolis de patata?
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[7]
¡Que sale el patrón y va hecho un pincel!
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[8]
¡Pobrecita, la niña no tiene ninguna culpa!
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[9]
Lanzado a la playa por la marejada.
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[10]
Pueblerina.
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[11]
Para morirse de risa.
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[12]
Las almejas
alla schiscionera
se preparan con ajo y perejil y se sirven, un tanto caldosas, sobre una rebanada de pan frito. La
sebada
es un pastelillo redondo hecho con sémola fina de trigo duro, relleno de queso
pecorino
y frito en aceite de oliva. Se sirve caliente, con miel de madroño o azúcar. (
N. de la T.
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