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Authors: Jasper Fforde

Algo huele a podrido (34 page)

BOOK: Algo huele a podrido
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Spike sonrió al llegar a su coche.

—Bien, el viejo Chesney realmente ha perdido…

—No —dije—, no lo digas. Es una chorrada.

—¿Esto es un parque temático? —preguntó Formby en cuanto lo metimos en el coche de Spike.

—Algo así, señor presidente —respondí mientras salíamos marcha atrás del aparcamiento haciendo chirriar las ruedas camino de la rampa de salida. Nadie intentó detenernos y un par de segundos más tarde parpadeábamos a la luz del día y bajo la lluvia en el carril de la M4. Eran las 5.03. Teníamos tiempo de sobra para conseguir que el presidente llegase a un teléfono y se opusiese a la votación parlamentaria de Kaine. Le tendí la mano a Spike, quien me la agarró con alegría y luego me devolvió el arma, que seguía cubierta de polvo seco del gorila amigo de Chesney

—¿Has visto la expresión de su cara cuando se le ha empezado a caer la cabeza? —preguntó Spike, riendo—. ¡Tío, vivo para momentos así!

29 El Gato antiguamente conocido como de Cheshire

REY DANÉS IMPLICADO EN UN FIASCO DE MAREAS

Nuestros periodistas han descubierto que, en otra asombrosa demostración de estupidez danesa, el rey Canuto de Dinamarca intentó hacer uso de su autoridad para detener la pleamar. No lo logró, evidentemente, y el Monarca Tontorrón quedó empapado. Las autoridades danesas se apresuraron a negar los hechos y se apresuraron obscenamente a manchar la reputación de la excelente e imparcial prensa inglesa con la siguiente mentira: «Para empezar, no se llamaba Canuto, sino Cnut —comenzaba la absurda y poco plausible diatriba del ministro danés de propaganda—. Los ingleses le llamáis Canuto para que parezca que los extranjeros no os gobernaron durante doscientos años. Y Cnut no intentó dar órdenes al mar… Lo que hizo fue para demostrar a sus cortesanos, demasiado aduladores, que la marea no se doblegaba a su voluntad. Y todo eso pasó hace novecientos años… si es que realmente sucedió.» El rey Canuto no quiso hacer ningún comentario.

The Toad
, 18 de julio de 1988

Le dijimos al presidente que sí, que tenía razón: no era más que un parque temático de área de servicio. Dowding y Parks quedaron sinceramente encantados de recuperar a su presidente, y Yorrick Kaine canceló la votación parlamentaria.

Para suplirla condujo una oración para dar las gracias a la providencia por el retorno de Formby. En cuanto a Spike y a mí, nos dieron a cada uno un cheque y nos dijeron que se asegurarían de que recibiésemos el «banjolele con hojas de roble» por nuestro celo en el cumplimiento del deber.

Spike y yo nos despedimos tras un agotador día de trabajo y volví a la oficina de OpEspec. Junto a mi coche me esperaba un mayor Drabb un tanto molesto.

—¡Una vez más no hemos encontrado libros daneses, agente Next! —dijo entre dientes, entregándome un informe—. Otro fracaso y tendré que comunicárselo a la autoridad superior.

Le miré furibunda, avancé un paso y le clavé un dedo en el pecho. Al menos necesitaba que Flanker me dejase en paz hasta la Superhoop.

—¿Me echa la culpa de sus fracasos?

—Bien —dijo, vacilando un poco y retrocediendo nerviosamente mientras yo me acercaba más—, es decir…

—Duplique sus esfuerzos, mayor Drabb, o haré que le retiren el mando. ¿Me comprende?

Eso último lo dije gritando, cosa que no quería hacer… pero empezaba a estar desesperada. No quería tener que lidiar con Flanker y con todo lo demás.

—Por supuesto —dijo Drabb con voz ronca—, acepto toda la responsabilidad por mi fracaso.

—Bien —me envaré—. Mañana debe registrar el Gremio de Escritores Australianos de Wootton Bassett.

Drabb se secó la frente y me volvió a saludar.

—Como usted diga, señorita Next.

Intenté atravesar la variopinta reunión de periodistas y equipos de televisión, pero fueron tan insistentes que me detuve para cruzar con ellos unas palabras.

—Señorita Next —dijo un periodista de ToadSports que se peleaba con otros cinco o seis equipos de televisión por lograr el mejor ángulo—, ¿cuál ha sido su reacción al enterarse de que cinco de los Mazos han renunciado tras recibir amenazas de muerte?

Yo no lo sabía, pero no dejé que se notara.

—Estamos contratando nuevos jugadores para el equipo…

—Señorita directora… Con sólo cinco jugadores, ¿no cree que es mejor retirarse?

—Vamos a jugar, se lo garantizo.

—¿Qué puede comentar acerca del rumor de que los Machacadores de Reading han fichado a
Quebrantahuesos
McSneed?

—Lo de siempre. La Superhoop será una victoria trascendental para Swindon.

—¿Y qué hay de la noticia de que la han declarado «incapaz de dirigir» dada su tan controvertida decisión de situar a Biffo en la defensa?

—Las posiciones de juego todavía no han sido fijadas, y en todo caso eso es decisión del señor Jambe. Ahora, si me disculpan…

Volví a ponerme en marcha y me alejé del edificio de OpEspec mientras los equipos de noticias seguían acribillándome a preguntas. Volvía a ser muy famosa, y no me gustaba.

Llegué a casa justo a tiempo de ahorrarle a mamá prepararle más té a Friday.

—¡Ocho palitos de pescado! —musitó, conmocionada por su avidez—. ¡Ocho!

—Eso no es nada —respondí, metiendo el cheque de la paga en una tetera decorativa. Le acaricié la oreja a Friday—. Espera a ver la cantidad de judías que es capaz de tragar.

—El teléfono no ha parado de sonar. Aubrey no sé qué, sobre unas amenazas de muerte o algo parecido.

—Le llamaré. ¿Qué tal el zoo?

—¡Oh! —exclamó. Se tocó el pelo y escapó de la cocina. Esperé a que se hubiera ido para agacharme junto a Friday.

—¿Bismarck y la abuela se… han besado?


Tempor incididunt ut labore
—respondió enigmáticamente—,
et dolore magna aliqua.

—Espero que eso signifique «ni hablar», querido —musité, llenándole la taza. Se me enganchó la alianza en el borde y la miré resignada. Landen había vuelto. Me la sujeté firmemente, descolgué el auricular del teléfono y marqué.

—¿Hola? —respondió la voz de Landen.

—Soy Thursday.

—¡Thursday! —dijo con una mezcla de alivio y alarma—. ¿Qué te pasó?¡Te esperaba en el dormitorio y oí que se cerraba la puerta principal! ¿Fue por algo que hice?

—No, Land. Volvieron a erradicarte.

—¿Todavía estoy erradicado?

—Claro que no.

Se produjo una larga pausa. De hecho, demasiado larga. Me miré la mano. El anillo de boda había vuelto a desaparecer. Suspiré, colgué y regresé con Friday, descorazonada.

Llamé a Aubrey mientras bañaba a Friday e intenté tranquilizarlo con respecto a los jugadores perdidos. Le dije que siguiese entrenando y que yo cumpliría. No estaba segura de cómo hacerlo, pero eso no se lo conté. Simplemente le aseguré que «casi estaba».

—Debo irme —le dije al fin—. Tengo que lavarle el pelo a Friday y no puedo hacerlo con una mano.

Esa noche, mientras le leía
Pinocho
a Friday, apareció un enorme gato atigrado encima del armario de mi dormitorio. No apareció instantáneamente… se materializó desde la punta de la cola hasta la tremenda sonrisa. Cuando empezó a trabajar en
Alicia en el país de las maravillas
se le conocía como el Gato de Cheshire, pero las autoridades desplazaron los límites del condado de Cheshire y se convirtió en el Gato de la Autoridad Unitaria de Warrington, pero como eso era un poco complicado, lo llamaban afectuosamente el Gato antiguamente conocido como de Cheshire o, más fácil aún, el Gato. Su nombre verdadero era Archibald, pero lo usaba exclusivamente su madre cuando se enfadaba con él. Trabajaba muy estrechamente con Jurisficción. Se encargaba de la Gran Biblioteca, un almacén cavernoso y casi infinito que contenía todos los libros jamás escritos. Pero decir que el Gato era bibliotecario sería injusto. Era un superbibliotecario: lo sabía todo sobre los libros a su cargo. Cuándo los leían, quiénes lo hacían… todo. Es decir, todo excepto en qué libro salía Yorrick Kaine. Friday rio y señaló cuando el Gato terminó de materializarse y nos miró con una sonrisa grabada en el rostro, escuchando ansiosamente la historia.

—¡Hola! —dijo tan pronto como hube terminado, besado a Friday y apagado la luz—. Tengo información para ti.

—¿Sobre?

—Sobre Yorrick Kaine.

Llevé al Gato al piso de abajo, donde se sentó encima del microondas mientras yo preparaba té.

—Bien, ¿qué has descubierto?

—He descubierto que un policía no es un señor que vende pólizas… es como un guardia.

—Me refería a Kaine.

—Ah. Bien, realicé una búsqueda exhaustiva y no aparece en ninguna de las listas de personajes de la Gran Biblioteca ni del Pozo de las Tramas Perdidas. Venga de donde venga, no procede de la ficción, ni de la poesía, ni de los chistes, los ensayos ni los patrones de costura publicados.

—No creo que te hayas llegado hasta aquí para decirme que has fallado, Chesh —dije—. ¿Cuál es la buena noticia?

Los ojos del Gato centellearon y agitó los bigotes.

—¡Autoedición! —anunció con un gesto florido.

Una idea inspirada. Yo nunca me había planteado que pudiera haber salido de ahí. El reino de los libros autopublicados era una mezcolanza de historias pintorescas, antologías poéticas,
magna opera
de los que carecían verdaderamente de talento… y alguna joya ocasional. Lo importante era que de haberse publicado oficialmente las hubieran recibido con los brazos abiertos en la Gran Biblioteca… y eso no había pasado.

—¿Estás seguro?

El Gato me pasó una ficha de biblioteca.

—Sabía que para ti era importante, así que pedí algunos favores.

Leí la ficha en voz alta.


Larga lujuria
, 1931. Edición limitada de cien ejemplares. Autora: Daphne Farquitt.

Miré al Gato. Daphne Farquitt. Autora de casi quinientas novelas románticas y estrella del género.

—Antes de hacerse famosa como autora de libros espantosos, escribía libros espantosos que publicaba por su cuenta —me explicó el Gato—. En
Larga lujuria
, Yorrick es un político local deseoso de prosperar. Ni siquiera es un personaje importante. Sólo se le menciona en dos ocasiones y ni siquiera merece una descripción.

—¿Puedes lograrme acceso a la biblioteca de autoedición? —pregunte.

—No hay biblioteca de autoedición —dijo el Gato, encogiéndose de hombros—. Tenemos personajes y reseñas breves de los autores y del
Earnest Scribbler Monthly
, pero poco más. Aun así, sólo tenemos que encontrar un ejemplar y es nuestro.

Volvió a sonreír, pero yo no.

—No es tan fácil, Gato. Echa un vistazo.

Le mostré el último ejemplar de
The Toad.
El Gato se ajustó con cuidado las gafas y leyó: «El frenesí de la quema de libros daneses alcanza nuevas cotas con las novelas de la nacida en Copenhague Farquitt destinadas a las llamas.»

—No lo entiendo —dijo el Gato, posando ansioso una zarpa sobre un anuncio de comida Mininoliciosa para gatos—, ¿a qué viene lo de quemar todos sus libros?

—Eso es porque evidentemente él no es capaz de dar con todos los ejemplares originales de
Larga lujuria
y, presa de la desesperación, ha montado toda esa tapadera antidanesa. Con suerte, sus idiotas quemalibros le harán el trabajo. Soy una tonta por no haberme dado cuenta. Después de todo, ¿dónde esconderías una rama?

Una larga pausa.

—Me rindo —dijo el Gato—, ¿dónde esconderías una rama?

—En un bosque.

Miré pensativa por la ventana.
Larga lujuria.
No sabía cuántos ejemplares quedaban de los cien, pero como los libros de Farquitt estaban destinados a la hoguera, supuse que quedaba al menos uno. La clave para destruir a Kaine era una novela inédita de Farquitt.

—¿Por qué ocultarías una rama en un bosque? —preguntó el Gato, que había estado un rato callado pensando la pregunta.

—Es una analogía —le expliqué—. Kaine tiene que deshacerse de todos los ejemplares de
Larga lujuria
pero no quiere levantar sospechas, así que apunta a los daneses, el «bosque», en lugar de a Farquitt, la «rama». ¿Lo entiendes?

—Lo entiendo.

—Bien.

—Bien, será mejor que me vaya —anunció el Gato, y desapareció.

No me sorprendió demasiado porque el Gato solía irse de aquella forma. Me serví té con un poco ríe leche y luego coloqué algunas tazas en una bandeja. Estaba pensando dónde encontrar un ejemplar de
Larga lujuria
y, lo más importante, pensando en llamar otra vez a Julie para preguntarle cuánto tiempo había parpadeado su marido «como una bombilla» cuando el Gato reapareció y se mantuvo en precario equilibrio sobre la batidora Kenwood,

—Por cierto —dijo—, el Grifo me ha contado que dentro de dos semanas harán pública la sentencia por tu infracción de ficción. ¿Quieres estar presente?

Se refería a cuando cambié el final de
Jane Eyre.
En el juicio me habían declarado culpable, pero los retrasos legales en el MundoLibro eran considerables.

—No —dije tras pensármelo—. No, dile que venga a contarme cuál es la sentencia.

—Se lo diré. Bien, adiosito —dijo el Gato, y desapareció, esta vez de veras.

Abrí con el pie la puerta del taller de Mycroft, la sujeté para que
Pickwick
pudiese seguirme, la cerré antes de que
Alan
nos siguiera y dejé la bandeja en un banco de trabajo. Mycroft y Polly miraban fijamente una pequeña figura geométrica de latón de forma extraña.

—Gracias, cariño —dijo Polly—. ¿Cómo te van las cosas?

—Entre regular y fatal, tía.

Polly llevaba casada con Mycroft cuarenta y dos años y, aunque parecía estar en segundo plano, en realidad era casi tan genial como su esposo. Era una mujer vital de setenta años que controlaba la naturaleza a menudo irascible y olvidadiza de Mycroft con una paciencia que me resultaba inspiradora.

—El truco —me contó en una ocasión— es considerarle como un niño de cinco años con un cociente intelectual de doscientos sesenta.

Tomó una taza de té y sopló la superficie del líquido.

—¿Sigues pensando en si poner a Smudger en la defensa?

—En realidad, pensaba en Biffo.

—Poner a Biffo o Smudger en la defensa sería malgastar su talento —dijo Mycroft, usando una lima para pulir una de las caras del poliedro—. Deberías poner a Snake en la defensa. Le falta experiencia, cierto, pero juega bien y cuenta con la ventaja de la juventud.

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