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Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (8 page)

BOOK: Adicción
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A mí me pareció tremendamente inhóspito. ¿Había crecido Lucas en sitios tan lóbregos como aquel? El aire aún olía a dióxido de carbono y aceite.

Cuando nuestro grupo se bajó de la furgoneta, otra media docena de personas se acercó a nosotros, incluyendo un hombre alto e imponente con dos cicatrices idénticas en una mejilla. Reconocí a Eduardo, el padrastro de Lucas y muy posiblemente la persona con quien peor se llevaba en el mundo. Su siniestra mirada encarnaba todo lo que me asustaba de la Cruz Negra.

—Veo que esta es la gran emergencia —dijo mirándome.

—¿Preferirías otra clase de emergencia? —dijo Kate como si estuviera bromeando, pero no lo hacía. Capté el verdadero mensaje de sus palabras: «Deja en paz a mi hijo».

Eduardo o no lo captó o le trajo sin cuidado.

—¿La vampira ha vuelto a escaparse?

Lucas apretó la mandíbula, limitándose a decir:

—Sí. Es rápida.

—¿Has visto a su banda? —Kate negó con la cabeza y yo pensé: «¿Qué banda?». Sabía que la desamparada muchacha que había visto aquella noche no tenía amigos, y menos aún una banda.

—Te pasas un año entero yendo a clase con vampiros y no averiguas por qué han admitido humanos; ahora te cruzas con esa vampira y le pierdes completamente el rastro mientras estás con tu novia. —A la luz de los faroles, Eduardo parecía estar hecho de madera toscamente labrada—. No te hemos entrenado para eso, Lucas.

—¿Para qué me has entrenado? ¿Para cerrar la boca y obedecer tus órdenes pase lo que pase?

—La disciplina es importante. Nunca has entendido eso.

—También lo es tener vida propia.

—Basta —intervino Kate interponiéndose entre su marido y su hijo—. Puede que vosotros dos todavía no estéis hartos de esta discusión, pero el resto sí.

«Sigue intrigándoles que Medianoche admita alumnos humanos —pensé—. Si lo averiguo y se lo cuento a Lucas, Eduardo se va a enterar».

Ver el menosprecio con que trataba a Lucas hizo que me entraran ganas de bajarle un poco los humos, por no decir mucho.

—Bianca parece reventada —dijo Dana—. Lucas, será mejor que te la lleves al cuarto de curas y te asegures de que está bien.

—Oh, estoy… —Me di cuenta de lo que estaba haciendo Dana y me callé—. Quizá sea buena idea.

Kate no dijo: «Críos», pero supe que lo estaba pensando. Nos dio permiso con un gesto de la mano. Pareció que Eduardo iba a protestar, pero no lo hizo.

Los murmullos fueron cobrando volumen a nuestras espaldas cuando Lucas me condujo hacia una puerta lateral, la cual comunicaba con el cuarto donde hacía guardia el vigilante cuando aquello era un aparcamiento.

—¿Están hablando de nosotros? —murmuré.

—Probablemente están hablando de esa dichosa vampira. Pero, en cuanto terminen con eso, sí, sin duda se pondrán a hablar de nosotros.

—¿Quién era esa vampira?

—Esperaba que tú pudieras decirnos algo —dijo Lucas mientras subía el corto tramo de escaleras de lo que entonces era el cuarto de curas—, dado que ibais juntas.

—Se ha acercado ella. Hasta ahora, nunca había conocido a un vampiro por la calle… Ha sido curioso.

—En serio, Bianca, tienes que ser más precavida.

Antes de que pudiera decir nada más, Lucas encendió el pequeño farol eléctrico del cuarto de curas. El espacio apenas era más grande que el camastro pegado a una de las paredes. Tenía moqueta gris en el suelo y era lo bastante pequeño como para que el farol lo bañara por completo con una suave luz. Aquel lugar era casi acogedor, y definitivamente íntimo. Lucas cerró la puerta. Yo sentí un río de calor fluyendo por mis entrañas al darme cuenta de que por fin estábamos realmente solos.

Lucas me agarró y me empujó contra la pared. Yo grité de la sorpresa y él me besó en los labios separados. Luego volvió a besarme con más vehemencia, y yo comencé a reaccionar. Me abracé a su cuello, él apretó su cuerpo contra el mío, desde nuestras rodillas hasta nuestras bocas, y yo respiré su olor, el que me recordaba a los frondosos bosques que circundaban Medianoche.

«Es mío —pensé—. Mío».

Nos besamos frenéticamente, como si estuviéramos ávidos el uno del otro. Como un vampiro puede estar ávido de sangre. Cogí su cara entre mis manos y noté su incipiente barba. Su rodilla se abrió paso lentamente entre las mías hasta que yo estuve montada a horcajadas sobre su muslo. Luego me puso una mano en la rabadilla, por debajo de la camisa. Sentir el roce de su piel en la mía me mareó, pero no me debilitó. Me sentía más fuerte que nunca.

—Cuánto te he añorado —me susurró al cuello—. Dios, cómo te he añorado.

—Lucas. —No se me ocurrió nada más que decir salvo su nombre. Era como si nada más fuera digno de decirse.

Volví a besarlo, más despacio esta vez, intensificando aún más el beso. Lucas me apretó contra sí hasta que estuvimos prácticamente pegados y yo empecé a preguntarme hasta dónde íbamos a llegar, cuando de pronto recordé lo que había sentido al beber su sangre.

—Espera. —Aparté la cara. Estaba resollando y me costaba mirarle directamente a los ojos—. Tenemos que frenar.

Lucas asintió cerrando los ojos con fuerza.

—Mamá está fuera. —Se lo estaba diciendo a él, no a mí—. Mamá. Fuera. Mamá. Fuera. Vale, eso me baja un poco la temperatura.

Nos miramos a los ojos y empezamos a desternillarnos de risa. Lucas se apartó de mí lo suficiente para que pudiera volver a respirar con normalidad, pero me cogió las manos, apretándomelas.

—Estás guapísima.

—Acaban de perseguirme por la calle. Debo de tener una pinta horrible. —Sabía que estaba despeinadísima, y tenía los vaqueros llenos de tierra.

—Tienes que aprender a aceptar los piropos porque no pienso dejar de hacértelos. —Lucas se llevó una mano mía a la boca. Noté sus suaves labios en mis nudillos. Fuera oí que la conversación entre los otros componentes de la Cruz Negra subía de tono—. ¿Hasta cuándo puedes quedarte?

—Hasta mañana por la tarde.

—¿Un día entero casi? —Lucas se puso tan contento que no pude evitar ruborizarme de alegría—. Es increíble.

—Sí, lo es. —Sabía que al cabo de una semana aquel breve lapso de tiempo me parecería del todo insuficiente. Pero, en aquel momento, se desplegaba ante mí como un firmamento cuajado de estrellas y no quería estropearlo pensando en lo que vendría después. Lo que importaba era el presente.

Me senté en el borde de la cama y Lucas se sentó a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro. Me abrazó por la cintura, mientras yo pasaba los dedos por su pelo despeinado.

Su voz quedó amortiguada por mi hombro cuando dijo:

—Ha habido momentos en que creía que no volvería a verte nunca más. A veces me decía que sería lo mejor para los dos, pero no podía aceptarlo.

—Nunca más creas eso. —Lo besé en la mejilla—. Nunca.

Abajo, el ruido aumentó con una discusión. Me puse tensa, pero Lucas se irguió y suspiró.

—Eduardo está cabreadísimo.

—Esa chica, la de esta noche, ¿es la que habéis venido a cazar?

—Por eso estamos en Amherst. En esta zona hay rumores desde hace meses. Creemos que esa vampira forma parte de una banda que está causando cada vez más problemas.

—¿Rumores? ¿Os enteráis por la prensa?

—A veces; aunque, naturalmente, los periódicos no saben de lo que hablan. Pero vienen a vernos personas que saben lo que pasa en el mundo, que saben quiénes somos. De vez en cuando, hasta obtenemos información de vampiros. Cuando los capturamos, intentan librarse diciéndonos que hay alguien cerca que es más peligroso que ellos. A veces dicen la verdad. Lo que sabemos es que esta banda mata alrededor de una vez a la semana. Y eso es mucho, hasta para los vampiros más mortíferos.

Intenté pensar en aquello como en algo alentador. Hasta los cazadores de la Cruz Negra podían hablar razonablemente con los vampiros de vez en cuando.

—La chica que hemos visto esta noche no puede formar parte de ninguna banda. Estaba muerta de miedo.

Lucas volvió a mirarme y en sus oscuros ojos verdes vi que se había puesto en guardia. Ya habíamos tenido antes aquella discusión. Con calma, dijo:

—Algunos vampiros son muy peligrosos, Bianca.

—Algunos no lo son nada —dije con la misma calma.

—Ahora lo sé. —Lucas apoyó la cabeza en la pared y pude percibir en sus ojos un destello de hastío. Me llevaba tres años, una diferencia de edad que yo no había notado hasta ahora—. Hay vampiros malvados que hay que parar. Nosotros los paramos. De manera que me digo que lo que hacemos en la Cruz Negra es lo correcto. Pero si me equivocara con la chica de esta noche, si me equivocara una sola vez, no sé cómo lo encajaría. Y no sé cómo estar seguro de que los vampiros que cazamos se lo merezcan.

Yo quería responderle, pero no sabía cuál podía ser esa respuesta.

Oímos pasos fuera acercándose. «¡Entro!», gritó Dana antes de abrir la puerta. Cuando se asomó al interior del cuarto, frunció el entrecejo.

—Vaya, hombre. Creía que iba a cogeros en plena faena. Pensaba que al menos me dejaríais mirar un rato por las molestias que me he tomado.

Yo me puse como un tomate. Lucas puso los ojos en blanco.

—Llevamos solos cinco minutos, Dana.

—Tenéis que aprender a aprovechar el momento. Porque la intimidad y este sitio son incompatibles. —Dana se agarró al marco de la puerta—. Estamos a punto de salir otra vez. Kate y Eduardo quieren hacer otra batida antes de que la vampira esté demasiado lejos.

«¿Hacer otra batida? Oh, no».

—Habían dicho que esta noche no habría ronda. —Lucas frunció el entrecejo—. El material no está listo, la mitad no estamos ni vestidos…

—Por eso estamos entrenados para prepararnos en un santiamén, amigo. —Dana me sonrió y su diente torcido casi la hizo parecer dulce—. Bianca puede quedarse cómodamente aquí. Pero el grupo, tú y yo nos vamos.

—Dana —Lucas la miró suplicante y zalamero—, llevo meses sin ver a Bianca. Anda.

Aquella mirada habría sido más que suficiente para derretirme, pero no pareció afectar a Dana lo más mínimo.

—Sabes que a mí me da igual, pero Kate y Eduardo no quieren ni oír hablar del asunto. Tienes suerte de que incluso la hayan dejado entrar en este sitio. Dios, cuando has enviado el aviso, Eduardo ha estado a punto de ponernos en aislamiento.

Lucas suspiró al mirarme.

—Básicamente, nos han jodido. Pero solo será un ratito, ¿vale? No tardaremos mucho en volver.

—El tiempo que podamos estar juntos, sea el que sea, bastará.

—Tienes que mover el culo, Lucas. —Dana se dirigió a la puerta—. Dentro de, pongamos, dos minutos, cuando vuelva para preparar el botiquín.

—Gracias —dijo Lucas. Sonreí a Dana cuando se fue.

En cuanto se cerró la puerta, Lucas me besó con mucha dulzura en los labios, pero luego con más vehemencia cuando se nos empezaron a separar. Comencé a notar otra vez la misma ola de calor interno y tuve ganas de apretarlo contra mí, pero ninguno de los dos podía olvidar que Dana estaba justo al otro lado de la puerta. En vez de eso, Lucas apoyó su frente en la mía y me cogió la cara entre sus manos.

—Te quiero.

—Yo también te quiero.

Lucas me besó una vez más. Después me soltó, se levantó y gritó:

—¡Toda tuya, Dana!

—¡Yo no quiero a tu novia! —gritó ella—. ¡Solo quiero el dichoso botiquín! —Abajo varios se rieron cordialmente. Puede que Eduardo me considerara una molestia, pero todos los otros miembros de la Cruz Negra parecían alegrarse por Lucas y por mí. Seguía sin entrarme en la cabeza que un puñado de cazadores de vampiros pudiera ser tan… «agradable».

«Todo irá bien —me dije—. Puedo aguantar esto». Ya tenía hambre, pero sabía que si algún miembro de la Cruz Negra me pillaba bebiendo sangre, atacaría primero y preguntaría después. Al día siguiente ya tendría ocasión de comer en privado o, al menos, de echar la sangre de mi termo por el desagüe. Podía aguantar hasta el sábado por la noche si era necesario.

Lucas pasó junto a Dana y bajó el estrecho tramo de escaleras. Aunque estaba sonriendo cuando se puso manos a la obra, Dana no me miró ni una sola vez, de concentrada como estaba en su tarea, metiendo rápidamente vendas y gasas estériles en una caja de plástico.

—¿Estás bien, Bianca?

—Supongo —dije—. ¿Con cuánta frecuencia hacéis esto? Estas expediciones de caza, quiero decir.

—Dices «expediciones» como si tuviéramos una gran nave nodriza a la que todos volvemos cuando terminamos el trabajo. Viajamos casi siempre de un sitio a otro. Vamos a donde hace falta. Algunos tienen hogares a los que vuelven de vez en cuando, pero muchos de nosotros no. Yo no lo tengo. —Tras una breve pausa, añadió—: Lucas tampoco. Imagino que no te lo habrá dicho.

—No ha tenido ocasión.

—Siempre se me olvida que casi no habéis hablado desde lo que pasó la primavera pasada. Tiene que ser duro.

—Sí que lo es.

—Es un buen chico. —Dana cerró la caja de plástico y por un momento me miró seria—. Lucas no muestra sus emociones. Lo conozco desde que teníamos doce años más o menos y tú eres la única chica con la que se ha comportado así. Solo por si tenías alguna duda.

—Gracias. —Aunque me encantó oír aquello, estaba pensando en asuntos más importantes que mi vida sentimental. No podía quitarme a la vampira de la cabeza, con sus uñas rotas y su tímida sonrisa. Puede que la Cruz Negra no fuera una amenaza inmediata para mí, pero ella seguía en peligro. Estaba tan perdida y sola… otra persona a quien la señora Bethany había hecho sentirse insignificante.

¿Era así como podía acabar yo algún día? Me estremecí. «Jamás. Yo siempre tendré a mis padres y a mis amigos, y quizá incluso a Lucas».

Aquello no cambiaba el hecho de que la familia y los amigos de Lucas fueran una gravísima amenaza para la chica que yo había conocido hacía un rato. La injusticia de aquello me ponía enferma. Pero ¿qué podía hacer Lucas al respecto? ¿Qué podía hacer yo?

La respuesta se me ocurrió de inmediato, aterradora pero inevitable. Tardé un segundo en pronunciar las palabras.

—Voy con vosotros.

Dana me miró.

—¿A cazar vampiros? Eso es una locura.

—No te lo puedes imaginar —dije suspirando—, pero lo haré.

Capítulo siete

—E
ste no es lugar para novatos —dijo Eduardo. Las dos cicatrices idénticas que le surcaban la mejilla parecían más hondas bajo la luz mortecina de los faroles.

BOOK: Adicción
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