Read Adicción Online

Authors: Claudia Gray

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Adicción (4 page)

BOOK: Adicción
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L
ucas no explicaba por qué estaba en México ni quiénes lo habían acompañado. No lo hacía porque no era necesario: yo ya lo sabía. La Cruz Negra se había desplazado allí para cazar vampiros.

Durante la mayor parte del tiempo conseguía no recordar que el chico al que amaba pertenecía a la Cruz Negra. Pero, de todos modos, ahí estaba el hecho ineludible que dividía el mundo en dos mitades: la mía y la suya.

La madre de Lucas se había unido a la Cruz Negra antes de que él naciera, y Lucas había crecido en el seno del grupo, la única familia que él conocía. Desde pequeño le habían enseñado que todos los vampiros sin excepción eran malvados y que matarlos era lo correcto.

Pero Lucas había descubierto que las cosas no eran aparentemente tan sencillas. Aunque se había enamorado de mí antes de saber que mis padres eran vampiros, o que yo misma me transformaría en uno de ellos algún día, saber la verdad no había cambiado sus sentimientos. Nada en mi vida me había sorprendido y conmovido tanto como cuando me dijo que quería seguir estando conmigo, que aún confiaba en mí, aunque me bebiera su sangre.

Si estás leyendo esto, significará que los vampiros no han registrado las cosas de Vic. Obviamente, Vic no sabe qué pasa en Medianoche ni que está tratando con vampiros, por lo que no es justo ponerlo continuamente en peligro. Es probable que podamos seguir mandándonos alguna que otra nota de vez en cuando, aunque sé de sobra que eso no nos basta ni a ti ni a mí.

«Oh, no». Me removí en el banco, agarrando las páginas con tanta fuerza que las arrugué. ¿Estaba Lucas a punto de decir que era demasiado arriesgado que siguiéramos en contacto? ¿Que no podíamos volver a vernos nunca más?

Si fuera mejor persona, rompería contigo. Sé que te estoy pidiendo que vayas en contra de tus padres y, sabiendo que la señora Bethany no te quita ojo, hasta leer esto te pone en peligro. Debería ser fuerte y retirarme.

Pero no puedo hacerlo, Bianca. Llevo semanas intentando convencerme de que sería lo correcto, pero no puedo. Tengo que volver a verte. Espero que sea pronto, porque no creo que pueda seguir soportándolo durante mucho más tiempo.

No tardaremos en volver a Massachusetts, bastante cerca de Riverton, por cierto. Parece que varios de nosotros vamos a desplazarnos a Amherst hacia finales de septiembre. No sé cuánto tiempo pasaremos allí, pero imagino que será bastante.

¿Hay algún modo de que puedas ir a Amherst durante la primera semana de octubre? De ser así, me reuniré contigo a medianoche en la estación de ferrocarril, el fin de semana, cuando a ti te vaya bien. Te esperaré las dos noches, solo por si acaso.

Me doy cuenta de que a lo mejor estoy metiendo la pata. Hace mucho que no nos vemos o hablamos y puede que tú ya no sientas lo mismo. Tus padres han tenido bastante tiempo para convencerte de la mala influencia que soy para ti y, si la Cruz Negra te asusta, supongo que no puedo culparte. Además, una chica guapa no se queda sola durante mucho tiempo. A lo mejor ya estás con otra persona, como por ejemplo Balthazar.

De pronto me avergonzó recordar el ingenuo flirteo de Balthazar aquella mañana y lo bien que me había sentido, como si Lucas nos hubiera estado escuchando y hubiera oído más de lo que yo pretendía revelar.

Si es así como están las cosas, entonces… no puedo decir que me alegraría por ti, porque alegre no es como me sentiría. Pero lo entendería. Te lo prometo. Solo házmelo saber de algún modo, para estar enterado.

Pero yo sigo sintiendo lo mismo. Aún te quiero, Bianca. Creo que te quiero más de lo que te quería cuando nos despedimos, lo cual no creía que fuera posible. Si hay alguna posibilidad de que tú también sigas sintiendo lo mismo, tengo que intentarlo.

Bueno. No paro de releer esta carta y tener la sensación de que no dice todo lo que quiero expresar. Las palabras no se me dan muy bien. Creo que a estas alturas tú ya lo sabes, ¿no? Si vienes a Amherst, juro que encontraré las palabras adecuadas, si es que las precisamos.

Te quiero.

Lucas

Parpadeé rápidamente, intentando disipar las lágrimas que me anegaban los ojos. La carta me temblaba en los dedos y mi corazón parecía un tambor redoblando bajo la piel. En ese momento podría haber salido corriendo hacia Amherst, por carreteras y colinas, y haber llegado en cuestión de minutos, no, segundos, si hubiera sabido cómo. Quizá podría haberme trasladado allí con tan solo cerrar los ojos, de tanto que lo deseaba.

En cambio, el lazo que nos unía era frágil; solo estábamos conectados por hojas de papel entregadas a hurtadillas y la promesa de reunirnos. Eso era todo lo que podíamos tener, porque, probablemente, Lucas había acertado con lo del correo. Pese a lo chapada a la antigua que era la señora Bethany, estaba al corriente de cualquier avance tecnológico que pudiera ayudarla a seguir teniendo un control absoluto sobre Medianoche. Seguro que el señor Yee había configurado el sistema informático de modo que la directora pudiera entrar en las cuentas de todos los alumnos.

En ese momento, hasta el mero hecho de poder comunicarnos por carta me pareció un milagro mientras sostenía la de Lucas en la mano. Él había metido las páginas dobladas dentro de una tarjeta de felicitación poco corriente: no llevaba ningún mensaje escrito y fuera tenía una fotografía de la constelación Andrómeda. Lucas debía de haberla comprado en algún museo de ciencia o en un planetario, acordándose de cuánto me gustaban las estrellas.

Unas risas me hicieron levantar la vista. Courtney y varios amigos suyos estaban paseando por el césped, riéndose de algunos de los alumnos humanos nuevos. Ella se aseguraba de señalarlos con el dedo. El curso pasado me había intimidado muchísimo. Ahora me parecía tan insignificante como una mosca.

No obstante, su presencia me recordó que casi todos los vampiros de Medianoche sabían qué era la Cruz Negra y quién era Lucas. La tarjeta que tenía en las manos era una prueba de que me estaba comunicando con «el enemigo». Iba a tener que destruirla, y pronto.

Al menos, Lucas había elegido una imagen que yo siempre podría ver, una que nadie podría arrebatarme.

—Es Andrómeda —dije a Raquel señalando el cielo.

Estábamos paseando por los jardines después de la cena, es decir, nuestra cena normal. Nos habíamos preparado unos bocadillos de atún en la habitación; en cuanto Raquel se acostara, tendría que ingeniármelas para dar unos cuantos tragos al termo de sangre que guardaba en mi cómoda. Era el primer día de escuela, y ya estaba teniendo dificultades para tomar mi dosis diaria de sangre.

—¿Andrómeda? —Raquel escrutó el cielo. Vestía el mismo raído jersey negro que no se había quitado durante todo el curso pasado—. Viene de la mitología griega, ¿verdad? Recuerdo el nombre, pero no recuerdo nada más.

—Ofrecida en sacrificio, Perseo al rescate, la cabeza de Medusa, bla, bla, bla. —Vic se acercó con las manos en los bolsillos—. Por cierto, ¿conocéis a mi compañero de habitación?

Cuando dejé de mirar las estrellas para fijarme en el compañero de Vic, los ojos se me abrieron como platos.

—¿Ranulf?

Ranulf alargó una mano con timidez. Seguía llevando el suave pelo castaño cortado a lo paje igual que durante el curso pasado —y, probablemente, los mil años anteriores—. La modernidad era un concepto totalmente ajeno a él; cada clase suponía todo un reto de comprensión y de asimilación. ¿Y Ranulf era el vampiro elegido para compartir habitación con un humano? ¿En qué estaría pensando la señora Bethany?

—Hola, Ranulf. —Raquel no se levantó ni le estrechó la mano, pero, tratándose de ella, el hecho de hablar con un desconocido ya era ser bastante simpática—. Recuerdo haberte visto el año pasado. Pareces majo. Ya sabes, inofensivo. No como Courtney y las brujas que siempre van con ella.

Claramente, Ranulf no supo muy bien cómo tomarse aquello. Tras vacilar un momento, se limitó a asentir. Al menos, había aprendido a disimular.

—Mirando las estrellas, ¿eh? —Vic se sentó junto a nosotras en la hierba, con su característica sonrisa torcida en los labios—. Se me había olvidado que te interesaban.

—Si hubieras visto mi telescopio, seguro que no se te hubiera olvidado.

—¿Es grande? —preguntó.

—Es enorme —exclamé. Mi telescopio era una de las cosas que más me enorgullecía—. Ojalá lo hubiera bajado esta noche. El cielo está increíblemente despejado.

Vic alzó un dedo hacia el cielo como si estuviera dibujando un garabato.

—Y esa es Andrómeda, ¿verdad? —Asentí—. ¿La ves, Ranulf?

—¿Formas en el cielo? —aventuró Ranulf mientras se sentaba inseguramente con nosotros.

—Sí, las constelaciones. ¿Quieres que te las señalemos?

—Cuando yo miro el cielo, no veo formas —explicó pacientemente Ranulf—. Veo los espíritus de quienes han muerto velando eternamente por nosotros.

Me puse tensa pensando que los otros fliparían y empezarían a hacerle preguntas que él no sabría contestar. Pero Raquel se limitó a poner los ojos en blanco y Vic asintió lentamente mientras asimilaba sus palabras.

—Eso es muy profundo, tío.

Ranulf tuvo que pararse a pensar en una respuesta apropiada.

—Tú también eres «profundo», Vic.

—Gracias. —Vic le dio un puñetazo en el hombro.

Conteniendo las ganas de reír, me tumbé boca arriba para mirar las estrellas. La señora Bethany no había elegido a Ranulf para compartir habitación con un humano; había elegido a Vic para convivir con un vampiro. Al parecer, se había dado cuenta de que Vic no se complicaba la vida y no daría importancia a ninguna de las rarezas de su compañero.

Una vez más, había demostrado lo perspicaz que era, y lo bien que nos conocía a todos, incluso a Vic. Me alegré de haber destruido la tarjeta y la carta de Lucas. Me habría gustado quedarme con ellas para siempre, pero era demasiado peligroso. Además, me quedaban las estrellas.

Tracé la imagen de Andrómeda en el cielo sin interrupción. Parecía que faltara una eternidad para octubre.

Capítulo cuatro

C
uando se me hubo pasado la euforia del primer momento, tuve que preguntarme cómo iba a conseguir ir hasta Amherst.

A los alumnos no nos estaba permitido tener vehículos en la Academia Medianoche. Para empezar, yo no tenía coche, pero tampoco podía pedir a un amigo que me llevara.

—¿Por qué no podemos tener coche los alumnos? —pregunté discretamente a Balthazar mientras él me acompañaba a mi primera clase de literatura del curso—. Mucha de esta gente conduce desde que se inventaron los coches. Cualquiera diría que la señora Bethany se fiaría de ellos al volante.

—Olvidas que Medianoche existía incluso antes de que hubiera automóviles. —Balthazar me miró, en uno de esos pocos momentos que me recordaban que me sacaba casi dos palmos—. Cuando se fundó el internado, todo el mundo tenía caballos y carruajes que daban mucho más trabajo que los coches. Había que alimentar a los caballos y limpiar regularmente los establos.

—Tenemos caballos en los establos.

—Tenemos seis caballos, no trescientos, lo cual cambia mucho cuando se trata de alimentarlos…

—… y limpiar los establos. —Terminé la frase por él con una mueca.

—Exactamente. Aparte de que se creaban muchas enemistades cuando a la gente le entraba hambre y se quitaba el gusanillo hincándole el diente a una montura que no era suya.

—Me lo imagino. —Pobres caballos—. Aun así, no creo que a nadie se le ocurriera hincarle el diente a un Toyota. Y aquí hay mucho sitio para aparcar. Así que ¿por qué no ha cambiado las reglas la señora Bethany?

—¿La señora Bethany? ¿Cambiar una regla?

—Buen argumento.

La señora Bethany presidía su clase como un juez presidía una sala de justicia: escrutando a todos los presentes, vestida de negro e incuestionablemente al mando.

—Shakespeare —dijo, la voz retumbando en toda el aula. Todos teníamos ante nosotros una edición encuadernada en piel de las obras completas de Shakespeare—. Hasta el menos culto de ustedes habrá estudiado sus obras de teatro en algún momento.

¿Me lo estaba imaginando o me había mirado a mí al decir «el menos culto»? Viendo la sonrisa de satisfacción de Courtney, a lo mejor no eran imaginaciones mías. Me encogí en mi pupitre con la vista clavada en la tapa del libro.

—Dado que ya están familiarizados con Shakespeare, quizá se pregunten, con razón, ¿por qué aquí? ¿Por qué otra vez? —La señora Bethany gesticulaba al hablar y sus largas y combadas uñas me recordaron garras—. En primer lugar, conocer a Shakespeare en profundidad es, desde hace siglos, una de las bases de la cultura occidental y podemos suponer que continuará siéndolo durante muchos siglos más.

En Medianoche, la educación no tenía como propósito prepararte para la universidad o ni tan siquiera hacerte más listo o feliz. Su objetivo era acompañar a sus alumnos no muertos en sus larguísimas vidas. Aquella eternidad era algo que yo intentaba imaginarme desde que era pequeña y supe que no era como los demás niños del parvulario.

—En segundo lugar, sus obras de teatro se han interpretado de diversas formas desde que fueron creadas. Shakespeare fue un popular comediante en su época. Con el tiempo creó obras destinadas a ser leídas por eruditos, no a ser disfrutadas por las masas. En los últimos ciento cincuenta años, las obras de Shakespeare han vuelto a representarse en los teatros. Aunque su lenguaje se está volviendo cada vez más ajeno al oído moderno, sus temáticas nos tocan muy de cerca, a veces de formas que ni el propio Shakespeare habría imaginado.

Aunque la voz de la señora Bethany siempre me crispaba, no pude evitar sentirme animada por el hecho de que fuéramos a centrarnos en Shakespeare durante aquel curso. Mis padres eran grandes amantes de Shakespeare; me habían puesto el nombre de un personaje de
La fierecilla domada
, con el convencimiento de que cualquier nombre de una obra de Shakespeare seguiría siendo conocido después de cientos de años. Mi padre incluso lo había visto actuar en unas cuantas obras en los tiempos en que William Shakespeare era un dramaturgo más que competía por tener un público en Londres. De ahí que yo me supiera de memoria el canto fúnebre de
Cimbelina
antes de cumplir los diez años, hubiera visto el DVD de
Romeo y Julieta
de Baz Luhrtmann unas veinte veces y tuviera sus sonetos entre mis libros de cabecera. Puede que la señora Bethany quisiera seguir poniéndome las cosas difíciles durante aquel curso, pero al menos estaría preparada para cualquier traba que me pusiera.

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