32 colmillos (31 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

BOOK: 32 colmillos
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En lo alto de la cresta cesaron los alaridos. No fue como si el hombre de allí arriba hubiese muerto, sino sólo como si se hubiera quedado sin aliento y no pudiera emitir ningún sonido más.

—Debería hacer venir al helicóptero… obtener una visión mejor de la situación… disparar algunas bengalas de señales —murmuró Clara. No podía evitarlo—. Debería darnos armas.

—Lo sé —volvió a decir Glauer.

—Unidades de tierra, informen —dijo Fetlock.

Uno a uno, los agentes del SWAT y los policías de cazadora azul comenzaron a ponerse en contacto. Sólo para confirmar que continuaban vivos.

—Infrarrojos, deme un informe —dijo Fetlock.

—Sin contacto. Sin movimiento —dijo el
walkie-talkie
.

—¿Infrarrojos? ¿Por qué está usando infrarrojos? Los medio muertos no emiten calor. Debería estar usando visión nocturna en lugar de infrarrojos…

—Lo sé —insistió Glauer.

Luego la asió por un brazo. Debía de haber visto algo. Algo que Clara había pasado por alto. Hacia un lado de donde estaban, un policía de cazadora azul había empezado a girarse al tiempo que levantaba el arma. Algo se lo llevó al interior del bosque, a tal velocidad que no tuvo posibilidad de informar.

Un momento más tarde empezó a gritar. No se encontraba ni a quince metros de donde estaban Clara y Glauer.

Los agentes del SWAT abrieron fuego contra el lugar en que había estado. No había manera de que pudieran tener la seguridad de no estar disparando contra su propio compañero, pero debían tener orden de disparar de todos modos. Las armas ladraban y escupían, y las balas hendían los oscuros árboles de ese lado de La Hondonada.

—¡Ahora, luces! —gritó Fetlock, y una batería de focos que había encima del centro móvil de mando giró en esa dirección y se encendió.

Clara tuvo el tiempo justo de ver una cara sin piel que se asomaba entre dos troncos de árbol antes de desaparecer a una velocidad excesiva para seguirla. Volaron más balas en dirección al medio muerto, pero ya hacía demasiado que se había marchado.

—Unidades de tierra, disparen a discreción —gritó Fetlock.

Pero no había nada a lo que disparar.

El hombre del bosque había dejado de gritar casi de inmediato. Clara escuchó con atención por si percibía algún tipo de movimiento entre esos árboles, observó las sombras por si veía alguna silueta de forma humana. Pero no había nada.

—Táctica de guerrilla —dijo Glauer.

—¿Qué?

—Ella sabe que Fetlock quiere un ataque frontal. Una gran batalla campal. No le va a dar lo que quiere. Nos irá matando uno a uno. Esto no es una guerra. Es una peli gore.

—Ustedes dos… cállense o los hago esposar —les gritó Fetlock—. Unidades de tierra, retrocedan. Formen un perímetro, no pierdan de vistan al hombre de su izquierda y al de su derecha durante todo el tiempo. No disparen contra el enemigo hasta que tengan un blanco claro. Repito, bajo ninguna circunstancia…

Del otro lado de La Hondonada les llegaron más gritos. Clara se volvió a mirar, pero no había nada que ver. Las armas dispararon y los focos giraron y la cegaron por un momento. Por el
walkie-talkie
, alguien gritó:

—¡Tiene mis piernas! ¡Mis jodidas piernas!

Y luego: silencio.

Una vez más.

—Maldición —murmuró Fetlock—. Vale, el pájaro al aire… luces en movimiento, cubran el área con barridos normales, consíganme información. ¡Joder, por lo que más quieran, que alguien me consiga información! Necesito contactos, gente. ¡Que alguien me dé un contacto!

—Allí —dijo Darnell, observando la oscuridad con el ojo de serpiente—. Allí… y allí. —Señaló. Su brazo se movió a un lado cuando volvió a señalar—. No son muchos, pero se mueven a una velocidad espantosa. Se…

Calló porque todos vieron el contacto siguiente. Un medio muerto, con el torso desnudo y descalzo, entró corriendo en el claro, chillando con una risa aguda. La cara le colgaba en jirones de las mejillas y el mentón. Llevaba algo abultado sujeto en torno a la cintura.

—¡Ella se beberá vuestra sangre, la de todos vosotros! —gritó el medio muerto.

Entonces, Glauer levantó a Clara, la cogió como si fuera un saco de patatas y la lanzó hacia atrás. Ella luchó contra él por reflejo, incluso mientras el medio muerto explotaba.

Debía de llevar un cinturón de dinamita con mecha corta. La explosión recorrió el claro, iluminando todas las caras, silueteando todas las posturas. Los hombres ya chillaban, gritaban y lloraban cuando la detonación aún resonaba en los oídos de Clara. Había sangre por todas partes, sangre y… y… ¡ay, Dios!, la pierna de alguien estaba tirada al lado de ella , la pierna arrancada de alguien; podría haber pertenecido al medio muerto, o podría haber sido de un policía, estaba demasiado ensangrentada para saberlo.

—Jefes de brigada, localicen a los suyos —gritó Fetlock—. Retrocedan, formen un perímetro. ¡Rodeen los furgones, rodeen los furgones! ¡Disparen contra cualquier cosa que se mueva, repito, disparen contra cualquier cosa que se acerque a este claro!

Otra risita aguda, y otro medio muerto corrió hacia el claro. En lo alto, el rotor del helicóptero atronó la quieta noche estival. Una lanza de luz descendió hacia el suelo e iluminó al medio muerto mientras las balas acribillaban su cuerpo. Sufrió espasmos y pareció danzar, pero su mano logró activar el disparador que llevaba en el cinturón, y desapareció en una nube roja. La onda expansiva golpeó el lateral de una casa prefabricada como una lluvia de martillos.

—¡Jefes de brigada, mantengan a su gente a la vista, disparen a discreción, disparen a discreción! —chilló Fetlock.

—En marcha —gritó Glauer, empujando a Clara delante de sí mientras avanzaba con decisión hacia una trinchera—. ¡Mueve el culo!

Clara obedeció, y se lanzó dentro de la trinchera en el momento en que un tercer medio muerto saltaba por los aires en el borde del claro. El ruido era increíble, los gritos perdidos, las detonaciones, el helicóptero atronando el aire, hasta que Clara pensó que le reventarían los tímpanos. Dentro de la trinchera había seis policías de cazadora azul, y cuando aterrizó sobre la tierra del fondo seis armas la apuntaron. Una disparó pero erró el tiro. Glauer cayó junto a ella, luego pilló al poli que le había disparado, lo sujetó y le gritó algo a la cara, pero ella no pudo oír qué le decía. No podía oír nada. Sujetó uno de los enormes brazos de Glauer e intentó apartarlo del policía, pero él no se dejaba. Estaba demasiado ocupado en gritarle al hombre, gritándole por haber estado a punto de disparar contra uno de los suyos. Se produjo otra explosión, y Fetlock gritó algo. Parecía presa del pánico. Clara siempre lo había visto calmado y frío. Aquello era un desastre, una mierda de operación. No tenía ni idea de lo que iba a suceder a continuación, pero sabía que sería malo, sabía que sería… sería…

Volvió a hacerse el silencio, pero era tan irreal que al principio se negó a creer en él. Apenas podía oír el motor del helicóptero. Se asomó por el borde de la trinchera y vio las luces barriendo la ladera de la cresta, iluminando un árbol tras otro. Iluminando senderos de animales, iluminando vieja maquinaría de minería que se oxidaba a la intemperie.

Las luces encontraron una pila de cadáveres. Cuerpos de policías, al menos media docena. Los habían amontonado, como para recuperarlos más tarde.

El
walkie-talkie
de Fetlock crepitó y silbó. Alguien lo llamaba para pedirle más órdenes. Repitieron la solicitud.

Ella no podía ver a Fetlock desde donde estaba, acuclillada dentro de la trinchera, pero podía oírlo.

—Permanezcan alerta —dijo Fetlock—. Esto no ha acabado ni remotamente. Sólo están dándonos tiempo para que nos asustemos.

—Está funcionando —dijo Clara, pero sólo para sí.

1961

«¿Dónde estoy?», pensó Malvern. Estaba demasiado débil para proyectar las palabras fuera de su propio cráneo. Apenas fue consciente del sabor de la sangre en su lengua marchita… un sabor que había echado de menos durante quién sabe cuántos años. Estaba casi ciega, pero sentía que el mundo se mecía con suavidad a su alrededor. «¿Estoy en el mar?»

Recibió una respuesta, aunque no la había esperado
.


Está en mi barco. —Una mano pasó por su cara, y una toalla mojada le limpió la tierra que había formado una costra sobre su ojo seco—. Está a salvo
.

Habría sentido pánico, de no haber sido porque la mano no olía a humano. Olía como su propia carne, aunque mucho más fresca. Cuando la tierra se desprendió de su cara, comenzó a distinguir con lentitud el pálido rostro redondo de un congénere, los ojos rojos, las orejas puntiagudas. Los crueles dientes formando una sonrisa triste
.

«Usted puede oírme, así que no estoy del todo muerta»
.


No lo está —respondió el vampiro con una compasiva y suave risa entre dientes—. Aunque al principio me costó darme cuenta. La encontré enterrada en una sepultura poco profunda. ¿Cómo llegó hasta allí?

«Había… perros… hombres con… fusiles… lo recuerdo, pero con poca claridad.»

Incluso pensar las palabras era una dura prueba después de tanto tiempo. Durante años había languidecido en aquella sepultura improvisada, y sus pensamientos, igual que su cuerpo, se habían fosilizado lentamente. Había perdido mucho en ese tiempo, trozo a trozo. El lenguaje había sido una de las primeras cosas que habían desaparecido, así que, pasado un tiempo, sólo pudo gritar en silencio, aullidos incoherentes que no podía oír ningún ser vivo. La cordura había volado no mucho después
.

«Me arrastré hasta dentro de la tierra como un cadáver. Me cubrí yo misma…»


Todavía está débil —le dijo el vampiro—. Ha permanecido metida allí durante bastante tiempo, sin nada para sustentarse. Tome, puedo darle un poco más
.

Abrió mucho la boca, y sobre la cara de ella cayó espesa sangre coagulada, la mayor parte de la cual llegó al fondo de su garganta. Puede que no fuese muy digno, pero no le importaba. No podía importarle… la necesitaba de modo apremiante. Sintió que la sangre la empapaba por dentro como agua que penetrara en una piedra porosa. Sintió que un hilo de vida volvía a sus miembros
.

«¿Quién es usted? ¿Y por qué ha venido a buscarme?»


Me llamo Piter Byron Lares —le dijo él. El nombre no significaba nada para ella—. Soy… uno de los últimos. Tal vez el último de nosotros que todavía es capaz de caminar por sí mismo. Nuestra raza, en otros tiempos grandiosa, se ha marchitado y declinado de un modo tremendo. Mire. Deje que le muestre lo que hago. Lo que he decidido hacer con el tiempo que me queda
.

Dejó la toalla y la tomó en brazos con sumo cuidado… más cuidado del que una madre hubiera puesto jamás en tomar en brazos a su bebé. Tenía que tomarse todas esas molestias por miedo a que Justinia se hiciera pedazos entre sus manos
.

Caminó con pasos mesurados, como un sacerdote en una procesión. La llevó con lentitud hasta otra habitación, un espacio pequeño y abarrotado de motores y tanques de combustible. El suelo lo ocupaba una hilera de ataúdes, cada uno de los cuales estaba abierto para que se vieran los huesos que había en el interior. No, no eran sólo huesos. Unos apagados ojos encarnados alzaron la mirada hacia ella, blancos labios finos como papel se retrajeron para enseñar unos dientes triangulares, como si los vampiros de esos ataúdes estuvieran celosos de la atención que Lares le prodigaba a ella. Como si les molestara la presencia de aquella recién llegada
.


Estamos muriéndonos —dijo Lares—. Extinguiéndonos. He oído… esto de otros… he oído las historias de la antigüedad. Los relatos gloriosos de lo que fuimos en otros tiempos. He dedicado mi inmortalidad a mantener vivos a tantos de nosotros como sea posible, durante tanto tiempo como pueda. No sé qué sucederá cuando yo mismo tenga que entrar en mi ataúd por última vez. Pero aplazaré ese día tanto como me sea posible
.

Uno de los ataúdes se hallaba vacío. El interior estaba limpio y olía como si nunca hubiese sido utilizado. Él la tendió sobre el forro de satén y le colocó las manos sobre el pecho. Luego estiró la andrajosa tela del camisón color malva
.

Ella podía percibir los pensamientos de las otras reliquias, los otros no muertos tan consumidos como ella, ahora que sus cerebros estaban tan cerca del de ella
.

«… demasiados ya… no hay sangre suficiente para todos nosotros… ¿sabes quién soy yo? Merezco la parte del león… sangre… tengo que conseguir sangre… sangre… sangre… sangre…»


Ya está —dijo Lares, al tiempo que le sonreía—. Bienvenida, señorita Malvern, a nuestra pequeña familia feliz. Estoy seguro de que se llevará bien con los otros. Y ahora, si me disculpa… tengo que ir a buscar más sangre para todos nosotros. Por favor, descanse y recupere sus fuerzas. Aquí está totalmente a salvo, se lo prometo
.

Ella apenas podía oír la voz de él por encima del coro de pensamientos desesperados que la rodeaba
.

«… sangre… más… sangre… sangre… Tengo que conseguirla… sangre…»

No era una frase desconocida para ella
.

43

—A todos los francotiradores, informen —ordenó Fetlock a través del
walkie-talkie
—. Repito, a todos los francotiradores, informen. Unidad uno, informe. Unidad dos, informe. Repito, unidad dos, informe —dijo Fetlock, que continuó repasando sus unidades a pesar de que era evidente que todos los francotiradores habían muerto.

En el claro, los policías de cazadora azul que quedaban se movían espalda con espalda, cubriéndose unos a otros con ajustados arcos de disparo, pero permanecían de pie por si acaso tenían que correr. Las trincheras y posiciones defensivas eran inútiles ahora que se enfrentaban con la perspectiva de más medio muertos suicidas con bombas.

El problema principal de recurrir a los medio muertos como soldados era que no podían usar armas de fuego. Sus cuerpos estaban demasiado deteriorados y débiles para soportar el retroceso, así que se veían limitados a los cuchillos y objetos contundentes. Los vampiros solían usar a sus esclavos para hostigar al enemigo, o para distraerlo mientras ellos avanzaban para matar. Eso no funcionaba muy bien cuando el enemigo sabía que irías, y estaba preparado para disparar en cuanto viera una piel blanca y unos ojos encarnados en la oscuridad.

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