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Authors: David Wellington

Tags: #Terror

32 colmillos (23 page)

BOOK: 32 colmillos
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—Este sitio es seguro, ¿verdad? —preguntó, al tiempo que accionaba los cierres eléctricos de las puertas antes de que Clara pudiera saltar fuera del vehículo y correr al interior en busca de Laura—. Esos bichos raros no van a intentar nada, ¿verdad?

Simon negó con la cabeza.

—No, son inofensivos. Sólo… tengan cuidado con la chavalilla.

El corpulento policía se volvió para mirarlo fijamente.

—Quiero decir que… no es que vaya a hacerles daño. Pero si se ofrece a leerles el futuro o, o, o algo parecido, no… no lo acepten.

—Uh, uh —dijo Glauer.

—Y el tipo del brazo de madera… es el que manda —añadió Simon—. A mí me da repelús.

—Claro. —Glauer suspiró y miró a Clara. Durante demasiado rato—. Ahora es demasiado tarde para decir esto, pero…

—Pues no lo digas —lo interrumpió ella.

Él asintió, y las cerraduras de las puertas se desbloquearon. Clara salió del coche y corrió en torno a la casa hasta la parte delantera. Se pasó las manos por los vaqueros porque, de repente, tenía las manos sudorosas.

La puerta se abrió, pero no fue Laura quien salió por ella. Fue Patience Polder. Clara había conocido a la muchacha años antes. La niña se había convertido en una jovencita y perdido toda la grasa de niña. Su cara habría sido bonita si hubiera sonreído, pero tenía una expresión severa. Llevaba un largo vestido blanco de corte recatado, y un sombrerito de puntillas que le cubría una parte del cabello. Miró a Clara con unos ojos en los que había una tristeza casi infinita, pero muy poca compasión. Otras tres chicas salieron tras ella, y sus botas claveteadas hicieron crujir las tablas del porche de madera. Vestían ropa similar, aunque en diferentes colores apagados.

— Hola, Patience. ¿Está Laura en casa? —dijo Clara.

La muchacha de blanco estudió el rostro de Clara durante un largo rato. Las chicas que la acompañaban intentaron hacer lo mismo, pero no lograron imitar la penetrante mirada de ella.

—Quiero que sepa —dijo Patience, al fin— que no la culpamos por lo que va a suceder. Sus motivos, al menos, son puros.

Clara sintió que las mejillas se le encendían.

—Pero bueno, qué demonios se supone que…

—¡En serio! —gritó Simon, que corrió para situarse a su lado—. No Lo Pregunte.

—Vaaaale —replicó Clara—. Eh, ¿puedo hablar con Laura?

—Sí —contestó Patience, pero no se movió de donde estaba. Con lentitud, se volvió para encararse con Simon. Su expresión se suavizó, y le dedicó al muchacho una temblorosa sonrisilla que hizo que Clara sintiera vergüenza ajena. Sabía qué significaba esa expresión. Patience debía de estar prendada de Simon o algo parecido, pero estaba haciendo todo lo posible para ocultarlo. Lo intentaba… y fracasaba en el intento.

—Hola, Patience —dijo Simon. Cruzó los brazos sobre el pecho y alzó la mirada hacia el primer piso de la casa. A Clara se le hizo evidente que no estaba mirando para ver si había alguien en las ventanas superiores. Sólo quería apartar la vista de los ojos de Patience.

Estaba claro que por ese lado sucedían muchas cosas. Emociones profundas y una historia complicada.

A Clara le importaba una mierda.

Se cansó de esperar y apartó a las muchachas para pasar, abrió la puerta mosquitera y entró en un salón adornado con un polvoriento papel de pared y un reloj con un tictac muy sonoro. Era probable que existiera alguna norma increíblemente importante que decía que uno no entraba a empujones, sin más, en casa de los Polder, pero no le importaba. Atravesó la casa, entró en la cocina y miró a uno y otro lado, pero no vio a nadie. Por un momento se quedó allí, observando los rayos de sol que entraban por la ventana y pasaban por encima del fregadero de la cocina, iluminando el polvo que se arremolinaba en el aire. En la casa reinaba un silencio espeluznante, tan profundo que el tictac del reloj parecía un corazón que latiera justo detrás de su cabeza.

Entonces oyó que alguien bajaba por la escalera con pasos pesados. Ella conocía ese sonido. Conocía los zapatos que provocaban ese sonido. Conocía el ritmo de esos pasos, ay, tan bien…

«Ya está —pensó—. Éste es el momento en que me vuelvo y es igual que la primera vez. Como cuando hice que me besara por primera vez. Continuará estando todo allí, todos los sentimientos de los que intenté librarme con tanto empeño, todo el amor. Se me acercará, me tomará entre los brazos y me besará, sólo… sólo me besará, una vez, y en ese beso sentiré todo el tiempo que hemos pasado separadas y por qué ya no tiene la más mínima importancia.»

Se volvió con lentitud, y Laura estaba allí. De verdad. El oscuro pelo de Laura había crecido un poco, de modo que le caía alrededor de las orejas. Había unas pocas arrugas más en torno a sus ojos, y muchos más músculos en sus brazos. Estaba de un sexy alucinante.

En el tiempo que tardó en abrir la boca para hablar, Clara pensó en un millón de cosas que podría decir, y las rechazó todas. Cuando por fin habló, cuando pudo hacerlo, lo único que dijo fue una palabra:

—Hola.

Laura le respondió con un asentimiento. Luego avanzó un paso hacia Clara. Estaba temblando visiblemente cuando habló.

—Pequeña jodida idiota —dijo—. Venir aquí es lo peor que me has hecho jamás.

1804

A veces, Justinia pensaba que había ido al Infierno
.

El tiempo y el viaje no habían sido amables con ella. Había sido transportada a lo largo de una enorme distancia, por mar, encerrada dentro del ataúd y sacudida de un lado a otro con tal violencia que la cabeza había estado a punto de desprendérsele del cuello. Los daños habían tardado casi toda una década en repararse, al no tener ya sangre que la ayudara a sanar, ni siquiera después de haber llegado a su destino y de que abrieran su ataúd para exhibirla
.

Su único ojo se había enturbiado, y sólo podía distinguir formas borrosas a su alrededor, pero eran formas malignas y amenazadoras. Los esqueletos de enormes reptiles se elevaban a gran altura por encima de ella, con las garras tendidas hacia su cara, y unas descomunales fauces abiertas que pendían sobre ella como para tragársela entera. Sin embargo, estaban inmóviles, porque, al parecer, el tiempo se había detenido en aquella prisión eterna. Todo se había detenido, salvo sus pensamientos
.

Dentro del cerebro aún tenía una especie de vida. Una necesidad codiciosa, desesperada, que se negaba a morir. La letanía de «sangre, sangre, sangre» era una especie de latido psíquico. Su necesidad, su inexorable sed, no la dejaba morir. No había esperanza en aquel lugar, ni una sola posibilidad de esperanza, de socorro, pero tampoco de liberación
.

Al menos… hasta que él empezó a visitarla
.

Se llamaba Josiah Caryl Chess. Se le presentó como un auténtico caballero. Le explicó que había comprado sus huesos en una subasta, y que el propietario anterior no había tenido ni idea de la maravilla que poseía. La habían encontrado en los aposentos de Easling, y los hombres que la habían sacado de allí habían dado por supuesto que estaba muerta. Y que se trataba de un espeluznante trofeo de las depredaciones de Easling. Habían entendido que no era estrictamente humana, y por lo tanto no la habían enterrado, sino que la habían puesto a la venta
.


Cuando me di cuenta de qué estaba mirando, apenas pude contenerme para no gritar de alegría —dijo Chess—. No habría sido bueno hacerlo, ¿verdad? Habría hecho subir el precio inicial. Te compré por casi nada, querida. ¡Semejante tesoro…!

¡El último vampiro conocido, una vampira intacta y dentro de su ataúd original! Habló con palabras acarameladas de lo mucho que la valoraba. Sobre la fantástica adquisición que ella era, y de que haría que él fuera la envidia de todos los cazadores de fósiles del mundo entero. La cubrió con toda clase de halagos, los suficientes como para que ella tuviese ganas de sonreír, si algo semejante aún fuese posible. Y luego escarbó en uno de sus hombros, con un escalpelo y una paleta diminuta. Tomaba muestras, le dijo, para llevar a cabo un estudio científico
.


A veces pienso que todavía estás ahí dentro —dijo con una risa entre dientes—. A veces veo destellos de vida. ¿Qué secretos me estás ocultando, preciosa?

Esto dicho con otra risa paternalista
.

Más tarde regresó y le quitó el vestido con cuidado, para examinar mejor todas sus partes, según dijo. A ella no se le escapó que dedicó más tiempo a examinar ciertas partes que otras
.

Si hubiera podido mover un sólo dedo, o cerrar las mandíbulas que le había abierto por la fuerza, lo habría devorado completamente en aquel preciso momento. Sus atenciones no le causaban dolor —ella había dejado atrás hacía mucho el umbral del dolor físico—, pero su indignidad sobrepasaba todos los límites tolerables. Lo haría pedazos, lo desgarraría hasta los tendones y cartílagos… Lo haría… lo haría…

Tenía tan pocas energías, los fuegos de su vida eran tan mortecinos, que un único pensamiento podía extenderse durante largas noches, las palabras arrastrándose por las resecas catacumbas de su mente como ciegos gusanos que reptaran en busca de sustento
.

Lo mataría. De eso no tenía duda ninguna. No importaba cuánto tardara en hacerlo
.

Al final tardó más de veinte años. Como un bebé que aprendiera a caminar, al principio tuvo que dar torpes pasos inseguros. Tuvo que aprender nuevos universos de disciplina, cómo reunir energías, conservar la pequeña llama vacilante de su existencia… y luego canalizar ese calor precioso en un sólo mensaje, un sólo pensamiento que dejó deslizarse al interior de la habitación como un jirón de humo, evanescente y provocativo
.

Fue mientras él estaba pelando un hueso de uno de los dedos de sus manos, retirando la carne seca tira a tira. Sujetaba una lupa de joyero en un ojo, y se inclinaba tan cerca de ella que sentía el calor de su sangre como si la bañara un sol de verano. Ella nunca le había visto bien la cara. No sabía de él nada que él no le hubiese dicho… o enseñado. Sin embargo, él había tocado cada parte de ella, y de un modo tan íntimo como lo haría un amante
.

«El ajedrez no es mi juego», le susurró, jugando con el hecho de que el nombre de él, Chess, significaba «ajedrez». Si no podía oírla en ese momento, si su cerebro de mortal era demasiado tonto o bruto como para recibir las palabras… pero si… pero si…

«Pero tal vez tú me enseñarás a jugar.»

Él se echó hacia atrás como si ella lo hubiera golpeado. La lupa de joyero cayó al suelo en medio de un tintineo de cristales rotos. La contempló con verdadero horror en el rostro. Y eso, por sí sólo, fue una victoria lo bastante grande como para que un estremecimiento recorriera sus huesos secos
.

Pero el hecho de que él no saliera corriendo, no huyera, era mucho más valioso
.

«Te tengo», pensó ella, con cuidado de no permitir que las palabras salieran de dentro de su propia cabeza
.

32

—¡Laura! —gritó Clara. Tenía ganas de abofetearla a Laura o simplemente chillarle por decir algo semejante. Toda la habitación pareció ponerse a girar cuando Laura salió como una tromba al porche. Clara logró seguirla, y vio que estaba recogiendo sus armas—. Laura…

—No me hables. He pasado dos años montando la trampa perfecta y tú acabas de arruinarla. —Laura bajó a toda prisa por los escalones del porche hasta el camino que descendía hacia La Hondonada.

Puede que Clara hubiese continuado siguiéndola si una mano de madera no se hubiera cerrado sobre uno de sus hombros. Gritó a causa de la sorpresa, y al volverse se encontró con que Urie Polder estaba allí. La expresión de su cara era de una impasibilidad perfecta, pero sus ojos examinaban los de ella como si intentara leerle la mente.

—¿Puede hacerlo? —preguntó Clara.

—¿Hacer qué?

—Supongo que no. —Se encogió de hombros y se apartó de él. El brazo de madera siempre la había incomodado de una manera que no podía superar—. Mire, hemos venido hasta aquí por una buena razón. No sólo porque yo quisiera verla.

—Eso ya lo he deducido, hum..

—Si ella no quiere escucharme, al menos puedo contárselo a usted. Hemos encontrado pruebas claras de que Justinia Malvern no sólo está viva, sino actualmente activa. Ha estado cobrándose víctimas, víctimas múltiples, cada noche. Lo que significa que está aumentando su actividad para hacer algo grande, y que está buscando a Laura, a Caxton, y por eso estáis todos en peligro. También hemos observado actividad agresiva de medio muertos, lo que quiere decir que no va a venir sola. Basándonos en sus anteriores tácticas, sabemos que no llevará a cabo un simple ataque frontal. Lo más probable es que intente hacer salir a Caxton a terreno abierto antes de atacar.

—Bueno, gracias por decírnoslo —dijo Polder, al tiempo que asentía con la cabeza.

—Hablo totalmente en serio —insistió Clara, porque él no parecía lo bastante alterado—. Esperamos que el ataque se produzca a lo largo de la semana que viene. Tal vez incluso en las próximas noches.

—Parece bastante acertado, hum…

Clara negó con la cabeza.

—Sé que no tiene ninguna razón para confiar en mí.

—Ya lo creo que sí —le respondió él. Se sentó en un balancín que colgaba mediante unas cadenas del techo del porche. Empujó un poco con los pies para ponerlo en movimiento—. Usted está con ella, y no se me ocurre una recomendación mejor que ésa.

—Entonces… entonces… ¿qué está…? ¿Por qué no corre a hacer preparativos? Tiene que haber un millón de cosas que hacer.

—Las había. Están todas hechas. Ya estábamos enterados de todo lo que acaba de decir. —Se encogió de hombros, y el espeluznante brazo de madera se elevó en el aire—. Ha habido medio muertos rondando por aquí en las dos últimas noches. Uno incluso asustó a mi Patience al mirar por la ventana de su dormitorio anoche. Han encontrado una manera de esquivar las protecciones. Sí, van a atacar en cualquier momento. Pero no harán nada hasta esta noche. No mientras su abeja reina aún duerma. La señorita Malvern va a querer asestarle el primer golpe a Caxton, y todos lo saben. Es casi la única cosa predecible que probablemente haga. ¿Tiene sed, muchacha? En el porche de atrás se está haciendo un té, si le apetece un vaso…

Clara sólo podía mirarle fijamente.

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