Vuelo final (42 page)

Read Vuelo final Online

Authors: Follett Ken

Tags: #Novela

BOOK: Vuelo final
11.64Mb size Format: txt, pdf, ePub

Luego volvió el arma hacia Peter, sosteniéndola con las dos manos.

Peter se quedó totalmente inmóvil. El arma era una Luger de 9 milímetros. La recámara de la culata contenía ocho proyectiles, pero ¿estaba cargada el arma? ¿O Braun solo la llevaba encima como una parte más de su imagen?

Arne permaneció en posición sentada, pero luego fue echándose lentamente hacia atrás hasta que terminó quedando de pie apoyado en la pared.

La puerta seguía estando abierta. Tilde entró en la habitación, diciendo:

—¿Qué…?

—¡No te muevas! — ladró Arne.

Peter se preguntó apremiantemente a sí mismo hasta qué punto estaba familiarizado Arne con las armas. Era un oficial, pero quizá no hubiera tenido ocasión de practicar mucho con ellas en la fuerza aérea.

Como para responder a la pregunta que no había llegado a formular, Arne quitó el seguro en el lado izquierdo de la pistola con un movimiento deliberadamente calculado para que todos pudieran verlo.

Detrás de Tilde, Peter podía ver a los dos policías uniformados que habían escoltado a Arne desde su celda.

Ninguno de los cuatro policías llevaba un arma. No entraban armados en la zona de las celdas. Era una regla muy estricta que había sido puesta en vigor para impedir que los prisioneros hicieran exactamente lo que acababa de hacer Arne. Pero Braun no se consideraba sometido a las reglas, y nadie había tenido el valor de pedirle que entregara su arma.

Ahora Arne los tenía a todos a su merced.

—Ya sabes que no podrás huir, ¿verdad? Esta es la comisaría de policía más grande que hay en toda Dinamarca. Ahora puedes acabar con nosotros, pero fuera hay docenas de policías armados. No podrás abrirte paso a través de todos ellos.

—Lo sé —dijo Arne.

Allí estaba de nuevo aquella ominosa nota de resignación.

—¿Y querrías matar a tantos inocentes policías daneses? — preguntó Tilde.

—No, no querría hacerlo.

Todo empezaba a cobrar sentido. Peter se acordó de las palabras que había dicho Arne cuando él le disparó: «Cerdo estúpido… Hubieses debido matarme». Aquello encajaba con la actitud fatalista que había estado exhibiendo Arne desde su arresto. Temía que terminaría traicionando a sus amigos, tal vez incluso a su hermano.

De pronto Peter supo lo que iba a ocurrir a continuación. Arne había comprendido que la única manera de estar completamente a salvo era muerto. Pero Peter quería que Arne fuera torturado por la Gestapo y revelara sus secretos. No podía permitir que Arne muriese.

Pese al arma que lo apuntaba, Peter se lanzó sobre Arne.

Arne no le disparó. En vez de eso, lo que hizo fue echar el arma hacia atrás y hundir su cañón en la suave piel de debajo de su barbilla.

Peter ya estaba saltando sobre él.

La pistola ladró una sola vez.

Peter la arrancó de la mano de Arne, pero llegaba demasiado tarde. Un chorro de sangre y sesos brotó de la coronilla de la cabeza de Arne, dibujando una mancha en forma de abanico sobre la pared por detrás de él. Peter cayó sobre Arne, y una parte del chorro de restos se esparció sobre su cara. Luego rodó sobre sí mismo alejándose de Arne y se incorporó.

El rostro de Arne permaneció extrañamente inalterado. Todos los daños se encontraban detrás, y aún seguía mostrando la sonrisa irónica que había lucido cuando se puso el arma en el cuello. Un instante después se desplomó de costado, con la destrozada parte posterior de su cráneo dejando un borrón rojizo encima de la pared. Su cuerpo golpeó el suelo con un sordo estruendo falto de vida, y ya no volvió a moverse.

Peter se limpió la cara con la manga.

El general Braun se levantó, luchando por recuperar el aliento.

Tilde se inclinó y recogió la pistola.

Todos contemplaron el cadáver.

—Un hombre valiente —dijo el general Braun.

21

Cuando despertó, Harald supo que algo maravilloso había sucedido, pero por un instante no pudo recordar de qué se trataba. Estaba tumbado sobre la repisa en el ábside de la iglesia, con la manta de Karen alrededor de él y Pinetop el gato hecho un ovillo junto a su pecho, y esperó a que su memoria empezara a trabajar. Tenía la impresión de que aquel maravilloso acontecimiento se hallaba estrechamente relacionado con algo preocupante, pero estaba tan emocionado que le daba igual el peligro.

Entonces todo volvió de golpe a su mente: Karen había accedido a volar con él a Inglaterra en el Hornet Moth.

Harald se incorporó tan bruscamente que echó de su sitio a Pinetop, quien saltó al suelo con un maullido de indignación.

El peligro era que ambos podían ser capturados, arrestados y muertos. Lo que lo hacía feliz, a pesar de eso, era el hecho de que iba a pasar muchas horas a solas con Karen. No se trataba de que Harald pensase que iba a ocurrir nada romántico. Sabía que Karen se hallaba fuera de su alcance, pero no podía evitar sentir lo que sentía por ella. Incluso si nunca iba a besarla, lo emocionaba pensar en el tiempo que iban a pasar juntos. No era solo el viaje, aunque aquello sería el punto culminante. Antes de que pudieran despegar tendrían que pasar días trabajando en el avión.

Pero todo el plan dependía de si Harald podía reparar el Hornet Moth. La noche anterior, con una linterna por toda iluminación, no había podido inspeccionarlo a fondo. Ahora, con el sol naciente resplandeciendo a través de los ventanales que se alzaban por encima del ábside, pudo evaluar la magnitud de la labor.

Se lavó en el grifo de agua fría del rincón, se vistió y dio comienzo a su examen.

Lo primero en que se fijó fue en un largo trozo de gruesa cuerda que habían atado a la parte inferior del fuselaje. ¿Para qué era aquello? Después de unos instantes de reflexión, comprendió que era para llevar el avión de un lado a otro cuando el motor estaba apagado. Con las alas plegadas, resultaría difícil encontrar un punto por el cual empujar la máquina, pero la cuerda permitiría que alguien tirase de ella igual que si fuese una carreta.

Karen llegó en ese preciso instante.

Calzaba sandalias y llevaba unos pantalones cortos que mostraban sus largas y fuertes piernas. Su pelo rizado estaba recién lavado y se extendía alrededor de su cabeza en una nube color cobre. Harald pensó que los ángeles debían de tener aquel aspecto. ¡Qué inmensa tragedia sería que Karen muriese en la aventura que los aguardaba!

Era demasiado temprano para hablar de morir, se dijo a sí mismo. Ni siquiera había empezado a reparar el avión. Y bajo la claridad de la mañana, aquello parecía una tarea más abrumadora.

Al igual que Harald, aquella mañana Karen estaba pesimista. El día anterior se había sentido muy emocionada por la perspectiva de la aventura, pero hoy tendía a ver las cosas de una manera más sombría.

—He estado pensando en lo de reparar esta cosa —dijo—. No estoy segura de que pueda hacerse, especialmente en diez días…, nueve, ahora.

Harald sintió nacer en su interior el inicio de aquella tozudez que siempre se adueñaba de él cuando alguien le decía que no podía hacer algo.

—Ya veremos —dijo.

—Tienes esa expresión… —observó ella.

—¿Cuál?

—La que dice que no quieres oír lo que se está diciendo.

—No tengo ninguna expresión —dijo Harald obstinadamente. Karen se echó a reír.

—Tus dientes están apretados, las comisuras de tu boca apuntan hacia abajo, y estás frunciendo el ceño.

Harald se vio obligado a sonreír, y en realidad lo complació mucho que Karen se hubiera fijado en su expresión.

—Eso ya está mejor —dijo ella.

Harald empezó a estudiar el Hornet Moth con ojos de ingeniero. Cuando lo vio por primera vez, había pensado que sus alas estaban rotas, pero Arne le había explicado que se doblaban hacia atrás para que resultara más fácil guardarlo. Harald contempló las bisagras mediante las que se hallaban unidas al fuselaje.

—Creo que podría volver a poner bien las alas —dijo.

—Eso no es nada complicado. Nuestro instructor, Thomas, lo hacía cada vez que guardaba el avión. Solo se tardan unos minutos. — Tocó el ala más próxima—. Pero la tela se encuentra en bastante mal estado.

Las alas y el fuselaje estaban hechos de madera recubierta por una tela que había sido tratada con alguna clase de pintura. En la superficie de arriba, Harald pudo ver las puntadas allí donde la tela quedaba sujeta a las costillas del armazón mediante un grueso hilo. La pintura se había agrietado, y había algunos sitios en los que la tela estaba desgarrada.

—Solo son daños superficiales —dijo—. ¿Importan?

—Sí. Los desgarrones en la tela podrían interferir con el flujo del aire por encima de las alas.

—Pues entonces tendremos que remendarlos. A mí me preocupa más la parte inferior del fuselaje.

El avión había sufrido alguna clase de accidente, probablemente una toma de tierra torpe como la que había descrito Arne. Harald se arrodilló para poder examinar más de cerca el tren de aterrizaje dañado. El sólido tubo de acero que formaba el eje parecía tener dos salientes que encajaban en un bastidor con forma de V. El bastidor estaba hecho de tubo de acero ovalado, y los dos brazos de la V se habían arrugado y doblado en su punto más débil, presumiblemente justo más allá de los extremos del tubo que servía como eje. Tenían aspecto de que podían romperse con facilidad. Un tercer bastidor, que a Harald le pareció tenía el aspecto de ser un amortiguador de impactos, no parecía haber sufrido daños. Aun así, saltaba a la vista que el tren de aterrizaje había quedado demasiado debilitado para que el Hornet Moth pudiera tomar tierra.

—Eso lo hice yo —dijo Karen.

—¿Te estrellaste?

—Tomé tierra cuando había viento cruzado y el avión se desvió hacia un lado. La punta del ala chocó con el suelo.

Sonaba aterrador.

—¿Pasaste mucho miedo?

—No. Me sentía como una estúpida, pero Tom dijo que no es raro que eso ocurra en un Hornet Moth. De hecho me confesó que él mismo lo había hecho en una ocasión.

Harald asintió. Aquello encajaba con lo que había dicho Arne. Pero había algo en la manera en que Karen hablaba de Thomas, el instructor, que lo hizo sentirse celoso.

—¿Por qué nunca la reparasteis?

—Aquí no disponemos de los medios necesarios —dijo Karen, señalando el banco de trabajo y el soporte para las herramientas—. Tom podía hacer unas cuantas reparaciones menores y era bueno con el motor, pero esto no es una fundición y no tenemos ningún equipo de soldadura. Luego papá tuvo un pequeño ataque al corazón. Ya se ha recuperado, pero eso significó que nunca le darían la licencia de piloto, y perdió el interés por aprender a volar. El resultado fue que el trabajo nunca llegó a hacerse.

Harald pensó que aquello no sonaba nada prometedor. ¿Cómo se las iba a arreglar para trabajar el metal? Fue hasta la cola y examinó el ala que había chocado con el suelo.

—No parece haberse partido —dijo—. No me costaría mucho reparar la punta.

—Nunca se sabe —dijo Karen lúgubremente—. Una de las traviesas de madera del interior podría haberse sobrecargado. Eso no es algo que se pueda determinar con solo examinarlo por fuera. Y si un ala ha quedado debilitada, entonces el avión se estrellará.

Harald estudió el plano de cola. La mitad posterior estaba montada sobre bisagras y subía y bajaba, y recordó que aquello era el timón de profundidad. El timón de dirección superior se desplazaba hacia la izquierda y hacia la derecha. Examinándolo más de cerca, Harald vio que todo estaba controlado mediante unos cables que salían del fuselaje. Pero los cables habían sido cortados y extraídos.

—¿Qué les ocurrió a los cables? — preguntó.

—Creo que los sacaron del fuselaje para reparar alguna otra máquina.

—Eso va a ser un problema.

—Solo faltan los últimos tres metros de cada cable, porque fueron quitando cable hasta llegar al tensor que hay detrás del panel de acceso debajo del fuselaje. El resto todavía sigue ahí porque costaba demasiado acceder a él.

—Aun así, eso son unos doce metros, y no puedes comprar cables: ahora nadie puede conseguir repuestos para nada. Sin duda esa fue la razón por la que aprovecharon el cable del avión para reparar otra máquina. — Harald estaba empezando a sentirse abrumado por los malos presentimientos, pero habló en un tono deliberadamente jovial—. Bueno, vamos a ver qué otros problemas hay. — Fue a la proa del aparato. Encontró dos cierres en el lado derecho del fuselaje, los hizo girar y abrió la cubierta del motor, la cual estaba hecha de un metal muy delgado que parecía latón pero probablemente fuese aluminio. Estudió el motor.

—Es un cuatro cilindros en línea —dijo Karen.

—Sí, pero parece como si estuviera puesto al revés.

—Comparado con un motor de coche, sí. El eje de la manivela se encuentra arriba. Sirve para elevar el nivel de la hélice cuando quieres mantenerla alejada del suelo.

Harald se sorprendió al ver lo mucho que Karen entendía de aquello. Nunca había conocido a una chica que supiese lo que era una manivela de motor.

—¿Y qué tal era ese Tom? — preguntó.

—Era un gran profesor. Tenía mucha paciencia, y siempre sabía cómo darte ánimos.

—¿Tuviste una aventura con él?

—¡Por favor! Yo tenía catorce años.

—Apuesto a que estabas loca por él.

Karen se enfadó un poco.

—Supongo que piensas que esa es la única razón por la que una chica va a aprender de motores, ¿verdad?

Harald pensaba precisamente eso, pero no lo dijo.

—No, no. Es que me he dado cuenta de que hablabas de él con mucho cariño. Claro que eso no es asunto mío. Veo que el motor se enfría por aire. — No había radiador, pero los cilindros contaban con pequeños ventiladores de refrigeración.

—Creo que todos los motores de avión lo hacen, para ahorrar peso.

Harald fue al otro lado del fuselaje y abrió la cubierta derecha. Todos los conductos del combustible y el aceite parecían estar firmemente conectados, y no había ninguna señal exterior de daños. Desenroscó el tapón del aceite y usó el medidor para comprobar el contenido. Todavía había un poco de aceite dentro del depósito.

—Todo parece estar bien —dijo—. Vamos a ver si se pone en marcha.

—Resulta más fácil entre dos personas. Tú puedes sentarte dentro de la cabina mientras yo hago girar la hélice.

—¿La batería no se habrá descargado después de todos estos años?

Other books

Theodora by Stella Duffy
His Darkest Embrace by Juliana Stone
Finding Ultra by Rich Roll
Royal Regard by Mariana Gabrielle
Swamp Angel by Ethel Wilson
The Year She Left Us by Kathryn Ma
The Goodbye Girl by Angela Verdenius
The Everything Salad Book by Aysha Schurman
Scorpion by Cyndi Goodgame