Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos (8 page)

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Authors: Eduardo Inda,Esteban Urreiztieta

Tags: #Ensayo, #Biografía

BOOK: Urdangarin. Un conseguidor en la corte del rey Juan Carlos
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Un almodovariano episodio demuestra que la capacidad de seducción del sujeto —en el mejor y más inocente sentido de la palabra— hacia las infantas es cuasi infinita. A la hora del desayuno del 16 de julio de 1998, doña Elena se puso de parto. Antes incluso de avisar a su marido y padre de la criatura que llevaba en su vientre, marcó el número de teléfono del omnipresente García Revenga.

—Carlos, disponlo todo, que nos tenemos que ir a la clínica ya —ordenó con el tono de voz propio de una parturienta.

—Muy bien, señora —asintió el fiel secretario.

A García Revenga le habían dado el pie y se tomó la mano. Cómo será su ascendiente con su jefa que no se cortó un pelo a la hora de ponerse al frente de la operación. Obviamente no de las maniobras quirúrgicas necesarias para traer un bebé al mundo —aunque osadía para ello tal vez no le falte—, pero sí de la intendencia que conlleva la llegada del primer nieto del jefe del Estado. Lo primero que hizo fue invitar al bueno de Jaime de Marichalar a quedarse esperando en casa.

—Usted, don Jaime, quédese en casa y yo ya le avisaré cuando pueda ir al hospital —le
aconsejó
García Revenga al primer yerno real.

—¿Pero no sería mejor que fuera? —espetó, circunspecto, el navarro.

—Mejor que usted se pase por allí cuando esté todo resuelto. Su presencia no va a servir para nada y pueden ser muchas horas de espera —contraatacó el maestro reconvertido en todopoderoso secretario de las princesas españolas.

—Como tú digas, Carlos —se rindió, disciplinado él, Jaime de Marichalar.

La comitiva principesca cogió el coche desde el barrio de Salamanca, donde vivían por aquel entonces, y enfiló a toda velocidad en dirección a María de Molina. El objetivo era evitar el centro de la capital. Un atasco, un accidente o un corte de calles podría resultar fatal para la infanta o, cuando menos, un lío monumental. A aquellas horas de la mañana, nueve y cuarto, Madrid es un embotellamiento, un hormiguero de coches, una locura en la que o te armas de paciencia o te vuelves literalmente loco. El Volvo de doña Elena y Carlos García Revenga y el coche de escolta bordearon la M-30, tomaron el desvío a la Autovía de Colmenar y a la altura del Ramón y Cajal salieron para coger la Carretera de la Playa. En poco menos de veinte minutos entraron tranquilamente en la Clínica Ruber Internacional, el centro privado en el que han dado a luz tanto la primogénita del rey como su cuñada, Letizia Ortiz, situado en el barrio residencial de Mirasierra, a tiro de piedra de La Zarzuela y el Monte de El Pardo.

Jaime de Marichalar aguardó noticias en el piso de alquiler que compartía con su egregia esposa. Se mordía las uñas, se levantaba, llamaba una y otra vez por el móvil y nada. Habría de esperar dieciséis horas para recibir la llamada de su vida: «Felipe ha nacido, tanto él como la madre están perfectamente». Quien hablaba al otro lado del hilo telefónico era obviamente Carlos García Revenga. Quién si no. Fue él el que hacia las cuatro de la mañana recibió a las puertas del Ruber Internacional a la abuela de la criatura, doña Sofía. Felipe Juan Froilán de Todos los Santos había asomado la cabecita a las 2.16 horas del 17 de julio de 1998.

Jaime de Marichalar recibió el
nihil obstat
revenguiano
para acercarse al hospital y allá que se fue. A primeras horas de la mañana, convocó a la prensa, invitó a una copa de cava, brindó con los cerca de cuarenta periodistas presentes y se dispuso a dar una rueda de prensa. Estaba hecho un flan. Nervioso no, lo siguiente. Se le notaba a la legua que las comparecencias públicas no son lo suyo. El tembleque que dominaba su cuerpo le jugaría una mala pasada porque dijo… lo que no quería decir. Una frase para la historia:

—Felipe es idéntico a la madre, el pobre —soltó.

Los informadores del
cuore
presentes no daban crédito a lo que escuchaban. El duque de Lugo quiso ser cariñoso con su esposa y le salió el tiro por la culata. Don Juan Carlos no terminaría de perdonarle nunca aquellas ocho palabras malditas que nunca quisieron salir de su boca o no al menos con el sentido que le dieron todos los medios de comunicación. Conviene no olvidar que Carlos García Revenga utilizó aquella involuntaria metedura de pata para sembrar cizaña contra un Jaime de Marichalar al que intentó ningunear una y otra vez, al que despreciaba cósmicamente mientras hacía
pandi
con el aparentemente perfecto Iñaki Urdangarin.

La confianza de las infantas en Revenga, y muy en particular de doña Elena, es tal que se ha metido hasta la cocina. Al punto que en diciembre de 2007 él y Javier García Revenga constituyeron con doña Elena una empresa llamada Global Cinoscéfalos. ¿A qué se dedicaba esta entidad mercantil de tan particular denominación? Pues, según rezaba su objeto social, ni más ni menos que al «asesoramiento en materia económica, contable y financiera, a la investigación de mercados, a la promoción del comercio exterior y a otros proyectos industriales». Es decir, a todo lo que una infanta de España no se debe dedicar jamás so pena de dar que hablar. García Revenga figuraba junto a la duquesa de Lugo como administrador único. Su hermano del alma, Javier, hacía las veces de apoderado. Aquello ya estuvo a punto de costarle un disgusto cuando se hizo pública la creación de la sociedad: el rey ordenó, en medio de un malestar más que notable, la inmediata disolución de una compañía que duró lo que tardó en salir en los papeles. Y eso que doña Elena ha sido siempre su preferida, tal vez porque es la más Borbón de los tres hijos.

Don Juan Carlos se limitó a aplicar los usos y costumbres que rigen en Zarzuela. Tal y como ha contado hasta la saciedad el periodista más versado en estas lides, el maestro Jaime Peñafiel, existe una ley no escrita que prohíbe a los hermanos e hijos del rey, y consecuentemente a sus cónyuges, hacer negocios privados por muy lícitos y éticos que sean. No digamos ya, pues, cuando se trata de negocietes como el del duque de Palma. Ni el añorado Luis Gómez-Acebo, marido de doña Pilar, fallecido en 1991, ni el ejemplarísimo Carlos Zurita han dado que hablar en más de cuarenta años de matrimonio con las hermanas del primero de los españoles. Su vida pública y privada fue y es impecable. El primero era rico por su casa, hijo de banquero y, por si fuera poco, con una trayectoria profesional autónoma e intachable. El duque de Badajoz es, entre otras cosas, el culpable, bendito culpable, de que el Museo Thyssen levante sus reales en Madrid. El doctor Zurita es, además de un santo varón, un médico de prestigio, número uno de su promoción y uno de los grandes especialistas nacionales en aparato respiratorio. De casta le viene al galgo, pues su padre, Carlos Zurita González-Vidalte, fue el Rafa Nadal de la cardiología en España en su época.

Aquella desautorización no desalentó al pertinaz y no menos osado y crecido García Revenga. Tal vez porque no era la primera vez que incurría en un conflicto de intereses actuando en actividades mercantiles de las infantas. El secretario con más
potestas
de Zarzuela saltó definitivamente a la fama el 16 de noviembre de 2011 cuando
El Mundo
desveló que era miembro de la junta directiva del Instituto Nóos en el momento en que se perpetraron los cinco delitos que el juez y la Fiscalía Anticorrupción imputan a Iñaki Urdangarin y Diego Torres: malversación, fraude, prevaricación, falsedad y blanqueo de capitales.

García Revenga no pasaba por allí, como ha hecho creer tanto a las alturas de palacio, empezando por el jefe de la Casa, el diplomático Rafael Spottorno, como a la sociedad civil madrileña. No. Era ni más ni menos que el tesorero del Instituto Nóos, es decir, el encargado de manejar el dinero que entraba en la entidad sin ánimo de lucro con más ánimo de lucro que vieron los tiempos, esto es, el hombre que guardaba los casi 20 de millones que entraron en caja de 2003 a 2006. O, sensu contrario, el ciudadano que teóricamente debió dar el visto bueno a las ingentes salidas de dinero que tuvieron lugar en lo que constituye un saqueo con todas las de la ley. Por cierto: Spottorno ha intentado, sin éxito, cortar la cabeza al personaje en más de una ocasión. Entre otros motivos, porque considera que el asistente de las infantas les ha engañado en el caso Urdangarin por acción u omisión.

El matrimonio Urdangarin-Borbón y su sombra perenne, Carlos García Revenga, entraron en Nóos en 2003 y lo dejaron el 14 de junio de 2006, semanas después de que
El Mundo
descubriera las poco éticas actividades que en la práctica se desarrollaban al amparo de lo que en teoría era poco menos que una ONG. Que el secretario de las infantas no pasaba por allí lo demuestra el hecho de que, como tesorero, firmaba las cuentas anuales. Y por tanto asumía toda la responsabilidad legal de lo que allí declaraba.

Carlos García Revenga no goza precisamente del favor ni de la admiración de los cortesanos de la toda la vida, de los hombres y mujeres que fueron leales a Alfonso XIII, a Juan III y al actual rey de España. No le desprecian, como pudiera parecer, sino que, mucho peor, le consideran un peligro público. «Es muy absorbente con las infantas, especialmente con doña Elena, a la que bien es verdad que ayudó mucho. Pero manda casi tanto como el jefe de la Casa y lo peor de todo es que es sinuoso, culebrero y sin formación, un cóctel explosivo. Carece de la más mínima preparación para estar donde está», resume uno de ellos, persona cercana como pocas a los despachos más importantes de La Zarzuela, empezando por el del
Jefe
, que es como se refieren todos los monárquicos españoles en
petit comité
a don Juan Carlos. Revenga es, asimismo, el amo y señor de las agendas de las infantas, el que dice «sí» o «no» a los miles de peticiones que se reciben todos los años en palacio para que doña Cristina o doña Elena participen en un acto, en una inauguración o en una cena. Tal es su poder que no duda en anatemizar a los que osan, consciente o inconscientemente, puentearle planteando la propuesta directamente a las jefas.

Su escasa preparación, una preparación que se antoja a años luz de la que se presume a la mano derecha de una princesa, no impidió a García Revenga meterse hasta las cachas en el montaje del Instituto Nóos. El secretario de las infantas acumulaba tanto desprecio soterrado por Jaime de Marichalar como indisimulada admiración por Iñaki Urdangarin. Tan es así que desde finales de los noventa se hicieron inseparables. El ayudante de campo de las hijas de los reyes de España le decía al hombre que da título a este libro cómo tenía que vestir —lo cual tiene bemoles, teniendo en cuenta que él no es lo que se dice un dandi—, cómo tenía que hablar a la gente, cómo había de saludarla, a qué actos debía acudir y a cuáles no, con quién se tenía que relacionar y cómo debía hablar en público. No es por ello descabellado ni exagerado afirmar que el Iñaki Urdangarin duque de Palma, el Iñaki Urdangarin presidente del Instituto Nóos, es en buena medida una creación revenguiana.

Cómo serían las cosas que, cuando se subió al barco de Nóos, lo primero que hizo Urdangarin fue meter en el tinglado a García Revenga. El duque de Palma y Diego Torres eran plenamente conscientes, porque serán lo que sean pero tontos no son, de que la presencia de Carlos García Revenga sembraría entre sus víctimas una rentabilísima duda:

—¿Pero esto es una cosa privada o una iniciativa de la Casa Real?

De haber estado en Nóos tan solo la infanta y Urdangarin habría dado la sensación de que se trataba de una iniciativa familiar. Revestido de filantropía, pero negocio familiar al fin y al cabo. La presencia del secretario de las infantas, de un hombre empotrado en las mismísimas entrañas de La Zarzuela, de un
apparatchik
de palacio con despacho a menos de cincuenta metros del que ocupa don Juan Carlos, contenía un mensaje implícito fácilmente desencriptable: «Nóos tiene la bendición, el amparo o el apoyo de la Casa del Rey o sencillamente es un proyecto de la Casa del Rey».

Lo cierto es que al Instituto Nóos solo le faltaba el sello real. Y de alguna manera lo tuvo porque, ya desde 2003, entregaban a todos los
paganinis
un
book
que cantaba a la legua. La publicidad del Instituto no se andaba con rodeos. En la página 6 desgranaba la «composición de la junta directiva». Y afirmaba en gigantescos caracteres:

El Instituto está presidido por D. Iñaki Urdangarin. En la Junta Directiva también se integra Su Alteza Real La infanta Dña [
sic
] Cristina, D. Diego Torres, profesor de ESADE, D. Miguel Tejeiro, profesor del IESE, y D. Carlos García Revenga, Asesor [sí, con mayúscula] de la Casa de S. M. El Rey.

Conclusión: que tomaron el nombre de la Casa del Rey y no precisamente en vano. Tres cuartos de lo mismo hicieron con las dos escuelas de negocios más prestigiosas de Europa, ESADE y el IESE, pese a que carecían de permiso para ello.

Nótese que no nominaban a García Revenga a título particular. Tampoco como lo que en realidad es, secretario privado de las infantas. Le endosaban un rango del que carece, produciendo la sensación de que estaba allí a título de «asesor de la Casa del Rey». El objetivo era, obviamente, generar en el subconsciente de sus obligados clientes la idea o la noción de que Zarzuela estaba detrás de todo. Lo cual, dicho sea de paso, era el infalible mecanismo psicológico para vencer cualquier resistencia al «sí», el infalible salvoconducto para que el incauto de turno soltase el parné. Un tráfico de influencias, pero no como otro cualquiera.

El modus operandi fue exactamente el mismo en las cerca de cien visitas que cumplimentaron en los tres años en los que el Instituto Nóos voló a velocidad de crucero. Urdangarin llamaba directamente al presidente de la compañía en cuestión o al mandamás de la administración que había sido designada objetivo prioritario por él, por Torres o por los dos al alimón. Claro que también hubo ocasiones en las que el deportista guipuzcoano echó mano de su suegro. Don Juan Carlos abrió el melón sin saber que se trataba de un negocio sucio. Dio el paso, simple y llanamente, para hacer un favor a un yerno que se antojaba honrado a carta cabal.

—¿Cómo estás? Soy Iñaki Urdangarin, el duque de Palma, te llamaba porque me encantaría que me hicieras un hueco en tu agenda. Quiero contarte el proyecto en el que estoy metido —tal era la declaración estándar con la que el marido de doña Cristina tomaba contacto con sus víctimas.

Lo que nunca comentaba era ni el precio de su proyecto, ni quiénes le acompañarían a la cita. A las propuestas de entrevista no recibió un solo «no». Todas las peticiones se contaron por «síes». Casi lo mismo que las propuestas de negocio como tal: solo una decena de los empresarios o altos cargos tocados se atrevió a desairar los caprichos del príncipe consorte. El primero que dijo «basta» fue el alcalde alcalaíno Bartolomé González, pero hubo más personajes que dejaron el miedo invencible en la antesala de su despacho y, valga la redundancia, despacharon al duque de Palma y a su
troupe
con un amabilísimo pero contundentísimo «no, gracias». Entre otros, el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona.

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