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Authors: Greg Cox

Tags: #Aventuras, #Fantasía

Underworld (35 page)

BOOK: Underworld
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Una vez más, todo era culpa de Selene. ¡Maldita sea esa zorra ingrata!,
pensó, enfurecido
. Si hubiera aceptado la generosa oferta de gobernar a su lado, ninguna de aquellas catástrofes habría tenido lugar. ¡Y todo porque ha preferido a un asqueroso y mugriento licano antes que a mí!

Entró sin aliento en el gran salón. Como de costumbre, la estancia era escenario de una reunión elegante de vividores no-muertos. Ante la perspectiva de la llegada de Amelia, los sofisticados diletantes habían recurrido a sus mejores galas. Elegantes y carísimas joyas brillaban en los cuellos y orejas de las esbeltas vampiresas mientras sus compañeros lucían medallas y condecoraciones obtenidas a lo largo de siglos de leales servicios al aquelarre y los Antiguos. Aquella babel de numerosas y animadas conversaciones se desarrollaba bajo la presidencia de la delicada melodía del Cuarteto de Cuerda n° 1 de Bartok, que sonaba suavemente como música de fondo. Las jarras de sangre clonada eran rellenadas cumplidamente por discretas criadas que llevaban jarras de cristal llenas de cálido plasma carmesí.

Normalmente, Kraven se hubiera sentido como pez en el agua en aquella fiesta, pero ahora observó con miedo y suspicacia a aquellos muertos vivientes que cuchicheaban y lo miraban.
¿Estáis hablando de mí?,
pensó, atemorizado.
¿He perdido el favor de los míos gracias a Selene y a su perfidia?
Mientras se frotaba las manos con nerviosismo, reparó en el enviado de Amelia, Dimitri, que se encontraba con aire vigilante junto a la ventana que miraba al patio delantero de la mansión. Con un gesto de ceñuda impaciencia en su rostro huesudo, la mirada del inmortal diplomático alternaba entre su reloj de bolsillo de oro y lo que había al otro de las pesadas cortinas de brocado. Sin duda, se estaba preguntando qué había sido de su señora. ¿Cuánto tardaría en empezar a culpar a Kraven de su ausencia?

Apartó la mirada para no encontrarse con los ojos del enviado. Después de todo, malamente hubiera podido explicarle que Amelia había sido recibida en la estación por una manada de voraces hombres-lobo… y mucho menos ahora que su golpe de estado estaba haciéndose añicos.
Éste debería de haber sido mi momento de gloria
, pensó, lleno de rencor venenoso,
el momento en que me hubiera prestado valerosamente para hacerme cargo de la nación vampírica en el cénit de una crisis histórica.

En cambio, se había convertido en su Waterloo.

Sus ojos registraron el abarrotado salón en busca de alguien en quien pudiera confiar. Soren y sus hombres no habían regresado todavía de su misión en la ciudad, de modo que por el momento andaba corto de aliados. Al principio no vio más que interesados libertinos y seductoras, que sin duda le darían la espalda en cuanto se revelara su connivencia con Lucian. Entonces, con gran alivio, reparó en Erika, que estaba sirviendo las bebidas al otro extremo del salón. La hermosa criada, a la que Kraven había visto por última vez desnuda en su boudoir, volvía a llevar su traje negro con lentejuelas de sirvienta. Su marfileña piel estaba notablemente más pálida de lo habitual, lo que parecía sugerir que todavía no se había recuperado del todo de las voraces atenciones de Kraven.

Pues claro
, pensó, recordando la devoción enamorada de la chica.
No era Soren, eso estaba claro, pero un hombre desesperado no está en posición de ser quisquilloso.

Se abrió camino por entre la multitud de cuerpos muertos hasta llegar junto a ella. La cogió del brazo sin miramientos. La hermosa rubia dio un respingo, estuvo a punto de soltar una jarra de agua que llevaba y a continuación levantó hacia Kraven una mirada de grandes ojos violeta.

El regente se inclinó hacia ella para poder susurrarle algo al oído con mayor comodidad.

• • •

En la frígida atmósfera de la cámara de recuperación, Selene terminó de desconectar los tubos de plástico de los brazos, el pecho y la espalda de Viktor. El Antiguo se levantó de la silla con evidentes dificultades. Estaba claro que no había recobrado todas sus fuerzas. Sus huesos fosilizados crujieron como viejos y oxidados goznes.

—Te lo aseguro, chiquilla mía —dijo con solemnidad—. Kraven lo pagará con su vida.

En aquel momento la vida de Michael preocupaba más a Selene pero sabiamente contuvo su lengua. Tras la culpable huida de Kraven de la cripta, Viktor parecía haber olvidado sus recientes transgresiones. Decidió que no era el mejor momento para recordar al Antiguo sus esfuerzos por mantener a Michael lejos de las garras de los licanos.
Más tarde, una vez que hayamos acabado con Kraven y Lucian, podré convencerlo de que Michael es inocente
.

Por contraste, su prisionero licano —que aparentemente respondía al nombre de Singe— hablaba sin tapujos. Encadenado al suelo al otro lado de la pared de plexiglás, sonrió maliciosamente a los dos vampiros que lo tenían prisionero.

—Muy pronto esta casa será un montón de ruinas —profetizó con una risilla.

—No antes que tú —afirmó Selene con voz siniestra mientras Viktor le lanzaba una mirada llena de significado. Alerta a su menor deseo, la Ejecutora salió inmediatamente de la cámara de recuperación y cogió a Singe por la garganta. Con una máscara de odio implacable por rostro, zarandeó al prisionero, preparada para ahogarlo hasta que la vida abandonara su inútil cuerpo.

—¡No, espera! —graznó Singe, apenas capaz de hablar. Sus hinchados ojos rojos estaban observando frenéticamente a Viktor—. ¡Tú y sólo tú has de conocer la verdad de todo esto!

¿Qué verdad?,
se preguntó Selene. Se volvió hacia Viktor, quien levantó una mano como respuesta. Obedientemente, Selene soltó el flaco cuello del licano.

Singe jadeó y tosió. Inhaló con voracidad el frío aire de la cámara antes de empezar a explicarse.

—Si Lucian logra hacerse con la sangre de un Antiguo, como Amelia o tú mismo, la sangre de Michael le permitirá absorber la esencia vampírica sin peligro y unirla a su propia hemoglobina de licántropo.

Viktor reaccionó con horror y repulsión.

—Una abominación —susurró con un hilo de voz áspera. Todo el color desapareció de sus facciones ya cenicientas.

Selene se sentía perdida. Viktor parecía saber de qué estaba hablando el científico licano, pero su propia comprensión marchaba varios pasos por detrás de la del Antiguo.
Maldición,
se dijo.
Soy una guerrera, no una bióloga.

—Lucian se convertirá en el primero de una nueva especie de seres —les explicó Singe, con un marcado acento austríaco que convertía su húngaro en una verdadera tortura. A pesar de la gravedad de sus heridas y de la plata que lentamente estaba envenenando su cuerpo, conforme desgranaba la verdad para ellos brillaba en sus ojos cada vez con más fuerza su entusiasmo de científico—. Medio vampiro, medio licano, pero más fuerte que los dos. —Su mirada pasó de Viktor a Selene—. La cosa que más ha temido él desde hace siglos. Una nueva raza. —Señaló al Antiguo con un gesto de la cabeza—. Míralo.

Selene volvió la cabeza hacia Viktor. Para su consternación, el regio Antiguo parecía tan preocupado como Singe aseguraba. Los ojos blancos de Viktor estaban contemplando la nada, como si su mayor temor se hubiera materializado.

¿De eso se trata todo este asunto?,
se preguntó mientras un escalofrío recorría su columna vertebral.
¿Del deseo de Lucian de convertirse en una especie de monstruo híbrido?

Y la sangre de Michael era la clave.

• • •

Los haces de las linternas recorrían el interior del antiguo vagón restaurante e iluminaban la escena de horripilante carnicería que había tenido lugar en su interior. Las paredes, los suelos, las ventanas y los techos estaban manchados de sangre, y los cuerpos destrozados de Amelia y su séquito estaban tirados por todas partes, como si fueran las sobras de un banquete caníbal. Los miembros más distinguidos e importantes del Aquelarre del Nuevo Mundo y el Consejo habían sido destripados y desmembrados y sus restos mutilados testimoniaban la ferocidad de las garras y los colmillos desatados de sus atacantes.

Masón, un Ejecutor veterano leal a Kahn, nunca había visto nada parecido. Aunque había presenciado mucha violencia a lo largo de la prolongada guerra contra los licanos, la profunda brutalidad de aquella masacre lo había dejado boquiabierto. Lanzó una mirada a los rostros de los otros dos Ejecutores presentes y vio que estaban tan perturbados como él por lo que habían encontrado en el interior del tren. Hasta el aire parecía más espeso por la densidad de los olores de la carne y la sangre. Sangre de vampiro, derramada y desperdiciada.

Su mirada horrorizada se volvió de mala gana hacia el cuerpo frío como el hielo que tenía a sus pies. La Dama Amelia, la más vieja y poderosa de todos los vampiros femeninos, estaba tendida sobre el suelo del tren, sin una sola gota de sangre en el cuerpo marfileño. Una expresión de completo horror contraía sus facciones.

Masón apartó la mirada. Decidió que ya había visto suficiente.

Sacó un teléfono móvil de su gabardina negra y llamó a la mansión.

—Aquí Mason —dijo con voz tensa—. Tengo que hablar con Kahn.

• • •

Las pesadas puertas de roble del gran salón se abrieron de par en par. El atronador ruido acalló tanto las conversaciones como a Bartok, y un silencio sobresaltado se extendió por la recepción. La multitud de elegantes vampiros se abrió como el Mar Rojo mientras Kahn irrumpía en la sala, flanqueado por un grupo de Ejecutores armados hasta los dientes.

Acobardado al otro extremo de la abarrotada cámara, Kraven supo al instante para qué estaban allí. A juzgar por la furia ardiente que se veía en los oscuros ojos del maestros de armas, no cabía esperar piedad de sus antiguos compatriotas.
Lo saben
, se dijo con absoluta certeza. Su corazón inmortal empezó a latir con la fuerza de un caballo desbocado.
¡Lo saben todo!

Se ocultó en las sombras mientras Kahn y los soldados se dispersaban entre la muchedumbre y empezaban a buscar al regente caído en desgracia. La Fortuna le hizo en ese momento un favor pues el venerable Dimitri exigió saber a qué se debía la presencia allí de los Ejecutores. El acalorado altercado proporcionó a Kraven el tiempo que necesitaba para alejarse subrepticiamente del grupo de Kahn.

Una puerta abierta se presentó tentadora ante su vista y salió del salón con parsimoniosa rapidez. A continuación se precipitó corriendo como un loco contra la puerta principal de la mansión, confiando con todo su corazón en que lo esperara allí el coche que había pedido.

¡No puedo permitir que Kahn y sus tropas me pongan echen el guante!,
pensó cobardemente, consciente de que Viktor lo haría torturar por toda la eternidad por los crímenes que había cometido contra el aquelarre.
¡Debo escapar de aquí!

No había guardias en el vestíbulo, de modo que Kraven pudo salir sin ser molestado al patio exterior. El corazón le dio un vuelco de júbilo al ver que la limusina negra se detenía dando un frenazo justo delante del arco de piedra que daba entrada a la mansión. Soren salió del vehículo y abrió rápidamente la puerta. Sin perder un instante, Kraven subió al asiento trasero.

Gracias a los dioses,
pensó. Empapado de sudor y sin aliento, exhausto por la tensión de su fuga, se reclinó pesadamente sobre los asientos de cuero negro. Soren rodeó la limusina y se sentó a su lado, con una pistola P7 cargada en la mano; el mortal jenízaro estaba preparado para defender a su amo de quienquiera que tratase de perseguirlos.

Consciente de que debía abandonar Ordoghaz cuanto antes, levantó el brazo para indicarle al conductor que se pusiera en marcha. Había alargado la mano hacia la puerta para cerrarla cuando le llegó un grito estridente desde la entrada de la mansión.

• • •

—¡Mi señor! ¡Esperad!

Erika llamó a Kraven a gritos mientras echaba a correr en dirección a la limusina. Se había puesto una chaqueta de cuero sobre el fino traje negro, pero a pesar de todo el frío de la noche invadía sus huesos. No había tenido tiempo de ponerse ropa más apropiada porque no quería arriesgarse a que Kraven se marchara de Ordoghaz sin ella.

¡Ya voy, amor mío!
, pensaba mientras sus tacones repiqueteaban con rapidez sobre los escalones de la entrada. No conocía los detalles del escándalo que, a todas luces, había supuesto de destitución de Kraven, y la verdad es que no le importaban demasiado. Bastaba con que hubiera recurrido a ella en su hora de mayor necesidad.
Me ha elegido a mí… ¡Erika!
Hasta le había perdonado la manera apresurada en que se había marchado del boudoir. Ahora estaba claro que era una crisis de la máxima importancia lo que lo había apartado de sus fervientes brazos.
¡Este es mi momento!,
se dijo, embargada de júbilo. Por fin le había demostrado que era la única vampiresa que siempre estaría allí para él.

Su imaginación volaba por delante de sus pies, y ya se veía a sí misma huyendo con Kraven a algún exótico nido de amor donde el exiliado regente la recompensaría al fin por su firme devoción, concediéndole el regalo de su eterno afecto, y sólo para ella.
¿Adónde iba a llevarla? ¿Londres? ¿París? ¿ La Riviera?

Desde el otro lado de su mundo de fantasía en Technicolor, llegó corriendo y sin aliento a la puerta abierta de la limusina. Sentado en la parte trasera, Kraven levantó hacia ella una mirada expectante. Sus ojos la examinaron en busca de la prueba de que había hecho lo que él le había pedido.

Con una sonrisa de triunfo a modo de respuesta, Erika metió la mano en su chaqueta y sacó el arma que acababa de robar en el dojo de Kahn. Idéntico a la descripción que Kraven había hecho de él, el prototipo, con su munición de nitrato de plata, era un arma extremadamente imponente. Erika se sentía como una Ejecutora con sólo sostenerla entre las manos.

Kraven sonrió y le quitó el arma de las manos. Erika la soltó voluntariamente y a continuación dispuso a tomar asiento a su lado. Con una punzada de pesar vio que Soren también estaba en el asiento trasero del coche. ¡
Maldición!,
pensó.
Tres es multitud.
Pero antes de que pudiera entrar en la limusina, Kraven le cerró la puerta en la cara. Erika se quedó allí, estupefacta y paralizada, mientras la lujosa limusina se apartaba de ella y se dirigía a la puerta principal. Kraven ni siquiera se dignó a lanzarle una mirada antes de darle la espalda.

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