En los tiempos de vodevil, los actores legítimos eran conocidos como los Harold y Arthurs. Monette, Crouse, Joe Somer y yo éramos como Harold y Arthurs en exteriores. Todos procedemos del Este, y todos llegamos al cine tras uno o dos decenios de trabajo en el teatro.
Estamos condicionados
específicamente
para considerarnos sometidos a directores y productores: el director distribuye el trabajo y el productor entrega el cheque. La mayoría de los actores hace de la necesidad virtud y, puesto que pertenece a una profesión en la que se valora la caballerosidad y la cortesía, trata de este modo a los directores y productores. Además, es bueno saber cuál es el lugar que le corresponde a uno.
Monette es un excelente actor; no quiere perjudicar el trabajo. También es un hombre considerado, y se lo han pedido como un favor. Aunque tieso de miedo, hizo la escena.
Joe Somer y yo abandonamos la pista y fuimos paseando hacia el viejo y abandonado hotel Empress, que nos sirve como estudio de sonido. En el Empress vemos a Fred Schepisi, el director de la película, filmando una escena con Lindsay Crouse. Cuando termina, pregunta a voz en grito y sin dirigirse a alguien en particular: «¿Dónde está Richard Monette?» En el plató, nadie lo sabe. «Está volando en un helicóptero», dice Somer.
«Conque en el helicóptero», dice Schepisi. «¿Y no es
peligroso
…?»
Diversión en exteriores.
Aquella noche, Monette, que ha regresado sano y salvo, celebra sus alas recién ganadas con una cena a base de langosta en el Edward, y nos regala con el relato de su vida entre las nubes.
En el helicóptero había cuatro hombres: Monette y el piloto en la cabina propiamente dicha, y Dar Robinson y Cari Lobum, los dos especialistas, en un compartimento separado en la parte posterior del aparato.
A la altitud prevista, los dos especialistas se desplazaron sobre el patín hasta llegar a la parte delantera del helicóptero. El cámara saltó, filmando en caída libre, mientras el segundo especialista (vestido de Neanderthal) se sostenía colgado del patín. Monette, sujeto por dos cinturones de seguridad, asomó el cuerpo por la portezuela abierta y trató de «salvar» al Neanderthal, que perdió presa y cayó desde el patín.
Concluido satisfactoriamente el rodaje, Monette cerró la puerta y se recostó muy contento en su asiento mientras el piloto emprendía el regreso hacia la pista. Al cabo de unos instantes, su feliz ensoñación fue rota por el ruido de alguien que golpeaba frenéticamente la ventanilla del helicóptero desde el exterior. Monette se volvió y vio el rostro de un individuo completamente desconocido que le miraba de soslayo desde fuera del helicóptero. En seguida, el desconocido agitó la mano en señal de despedida, saltó del patín y cayó a plomo hasta escasos metros del suelo, donde abrió un paracaídas. Era un tercer miembro del equipo de especialistas, que había subido sin avisar con la intención de alegrar la jornada a todo el mundo.
Por las noches, casi todos los miembros del grupo recorrían a pie o en autobús los tres kilómetros que los separaban de Hyder, Alaska, al otro lado de la frontera estadounidense. Hyder parece un proyecto, poco imaginativo y no muy convincente, realizado por un estudiante de escenografía, «Poblado del Oeste, 1850». La calle mayor tiene tres bares, la aduana (que nunca ha estado en servicio) y una tienda de objetos de regalo.
La identidad del grupo
Toda la compañía estaba cautivada por los
souvenirs
. Estas compras validan nuestros viajes y nos determinan como grupo. Son nuestros uniformes. En Churchill, Manitoba, donde la compañía estuvo rodando antes de pasar a Stewart («Churchill: la capital mundial del oso polar. Nuestros parásitos domésticos miden tres metros y pesan media tonelada»), la industria local es la peletera, y toda la compañía bajó del avión de Churchill con sombreros, chaquetas y chaquetones de lobo, botas esquimales de piel de alce y (en el caso de John Lone, «el Hombre de los Hielos» en persona) con un imponente gabán de oso negro. Lone interrumpía literalmente el tráfico de la calle, y durante los siguientes días se lo conoció como «pom-pom».
En Stewart, el único artículo de interés nativo que hay a la venta son los cinturones hechos con cuentas. Cuestan tres dólares y llevan la palabra ALASKA. Un día después de nuestra llegada no quedaba ni uno en la tienda.
En Vancouver, nuestros uniformes procedían de Three Vets, la mayor tienda de excedentes militares de toda la ciudad. Ellos proporcionaron gran parte del vestuario necesario para las temperaturas de 40 grados bajo cero que reinaban en Churchill, de manera que todo el personal se pasó mucho tiempo en esta tienda equipándose para el rodaje.
Un día, Jim Tolkan, que interpretaba a uno de los científicos, regresó enfundado en una chaqueta de cuero excedente del Servicio Postal Canadiense: «Setenta pavos para el público, pero a mí me la han dejado por cincuenta…» Al terminar la semana, la mayor parte de la compañía llevaba chaquetas del Servicio Postal Canadiense.
Jim Tolkan no te induce a ver las cosas por su lado bueno; él
es
el lado bueno. Es el Rey del Vagabundeo. Su habitación en Vancouver estaba repleta de
souvenirs
: gafas de aviador de la primera guerra mundial, forradas de piel; botas de montar antiguas, pero en perfecto estado; cuchillos hechos a mano que había encontrado en un oscuro rincón de Vancouver…
Es un hombre con clase, y quedaría elegante hasta vestido con un saco de yute. Siempre se lo pasa bien. Todo el mundo quiere vestirse como él. Es un actor con mucha experiencia en la carretera, y convierte todas las paradas en una alegre busca del tesoro. Lamentablemente, no ha venido con nosotros a Stewart/Hyder.
Por las noches, en Hyder, se podía elegir entre merodear por el bar del hotel Sealaska, jugando al billar o echando unas monedas en los videojuegos («Es bueno estar de nuevo en los Estados Unidos»), o dejarse caer por el pub Border para «hyderizarse».
La «hyderización» consiste en el consumo de un aguardiente blanco de producción local llamado Moon, que tiene unos tres mil millones de grados de alcohol. El procedimiento es el siguiente: se para uno entre dos barandillas de metal situadas ante la barra. Estas barandillas están retorcidas y abolladas, es de suponer que a causa de las contorsiones de los que han pasado antes por allí. A continuación, recibe uno gratuitamente un vasito del mencionado licor, sin mezcla alguna, y debe engullirlo de un solo trago. Si el líquido se niega a permanecer en el estómago o el bebedor a permanecer de pie, la persona en cuestión debe pagar una ronda general.
Durante las tres semanas de estancia en Stewart hubo un miembro del equipo de actores que sólo se dejó ver por las noches. Le habían llamado para filmar una escena de relleno, pero el programa de trabajo era tan apretado que resultaba evidente que su escena no podría filmarse. Se pasó las tres semanas sin trabajar, deprimido e «hyderizado», yendo de bar en bar durante las noches septentrionales y durmiendo de día en la intimidad del Edward.
Monarquía
En Stewart, Columbia Británica, fuimos a rodar en el glaciar. Existía un ligero, pero real, peligro de avalancha, de modo que se estableció vigilancia y se organizó un pían de evacuación. No había suficientes helicópteros para retirar al equipo en un solo viaje, por supuesto, y alguien quiso saber cómo se evacuaría el lugar en caso de emergencia. «Evacuaremos por orden de facturación», saltó uno de los técnicos, y todos nos echamos a reír. Pero, naturalmente, hubiéramos evacuado por orden de facturación. La película se construye en tomo de la estrella, y, si la montaña de hielo hubiera comenzado a desmoronarse, toda la atención se habría centrado automáticamente en llevar a la estrella al helicóptero, mientras una multitud de mujeres y niños —partícipes de la inquietud general por la seguridad del protagonista— observaba la operación. Porque la estrella no es sólo un avatar para el público, sino también el Príncipe de la Película. El representa la película, y por eso, como todos los demás príncipes, nos representa a nosotros. Un día de mayo, Tim Hutton resultó lesionado por una piedra que le cayó sobre el pie. Naturalmente, se interrumpió todo el trabajo mientras la gente acudía a mirar y se retiraba silenciosamente. Un espeso manto de inquietud cubrió el escenario y se extendió hasta la oficina de producción, donde telefoneaban frenéticamente para pedir ambulancias, y hasta el camión del almuerzo, donde todo el mundo hablaba en susurros. Cuando uno que no se había enterado del suceso entró en la oficina de producción y quiso contar un chiste le hicieron callar de inmediato: «¿Es que no sabes lo que ha pasado?»
La Industria del Cine es la Monarquía Estadounidense: estrictas leyes de sucesión y Horatio Alger combinados en una sola institución. A excepción de quienes manipulan el dinero y los especuladores de la cumbre, es una sociedad edificada sobre el trabajo, el logro y la lealtad hacia quienes ostentan el poder.
En los niveles más bajos, los superiores de uno tienen el derecho de conceder o denegar el empleo, y en los niveles más altos tienen el derecho de ennoblecer, de elevar desde el reino del trabajo diario al reino del poder: el enamorado/enamorada de la estrella que es nombrado «productor», etc. Asimismo, como en cualquier monarquía que se precie, también entra el Elemento Estadounidense de la Suerte: el actor que
casualmente
se encontraba allí cuando la estrella cayó enferma; el caballo desbocado de la Hija de un Rico Fabricante, salvada por el joven Vendedor de Periódicos.
La gran cadena del ser
El domingo, unos cuantos salimos a cenar. Nos dejamos llevar por John Lone, que interpreta el papel de Hombre de los Hielos, y Michael Westmore, el artista del maquillaje. Entre los dos han formado una especie de club de gastrónomos: exploran los reductos culinarios de Vancouver y comparten sus descubrimientos con los demás. Pero, por lo general, las veladas de domingo en Vancouver transcurren en el Paradise, el salón
in
de un restaurante chino con varios comedores. John encarga en chino la cena del grupo. Es una cena magnífica. Durante la sobremesa, nuestra conversación recae sobre anécdotas del cine. A todos nos parece muy gracioso que Lana Tumer fuese descubierta en un taburete de Schwab's, y nos relatamos unos a otros, con el mayor entusiasmo, como nos consta que Sly Stallone fue descubierto («…y se lo
merecía
») cuando recogía las entradas en el Sutton Theatre de Nueva York; o que Jessica Lange fue descubierta cuando trabajaba de camarera en el pub Lion's Head de Sheridan Square; o que George Lucas llegó hasta la cumbre a base de talento. («¿Sabes cuánto dinero gana
al día
…? Un amigo mío vio un cheque que tenía sobre el escritorio…»)
La otra parte de la conversación, por supuesto, se dedica a la
maledicencia
: «¿Sabes quién es un auténtico……………?». Y lo que ambas partes de esta fuga constituyen, en conjunto, es Chismorreo de Cocina. Aunque de entrada rechazaríamos esta idea con una risa desdeñosa, lo que estamos haciendo es «criticar a nuestros superiores».
Si hay quienes nos superan en suerte, si hay quienes no llegan a nuestra altura en talento, sí, en realidad,
cualquiera
en este negocio puede ser clasificado en una escala de suerte, talento, logros y éxito, eso quiere decir que podemos cotejarnos con ese punto de la escala y, en un sentido muy real,
saber cuál es nuestro lugar
. Podemos ver que, de momento a momento, la vida es muy ordenada, y que, dentro de esta estructura, existen posibilidades de cambio y ascenso.
Esta sensación de
saber cuál es el propio lugar
es buena, y en gran medida ha desaparecido de nuestra cultura contemporánea, en la que uno generalmente se compara con sus iguales, ya sea con una vanidad teñida de temor o con envidia teñida de temor.
En nuestras diversas sesiones de chismorreo,
todo el mundo
acaba por decir (con cierta sorpresa): «Mira, casi me gustaría que volvieran de nuevo los viejos tiempos de los estudios.» Ninguno de nosotros sabe realmente cómo eran esos viejos tiempos, pero todos experimentamos un anhelo de orden y soñamos con esa sociedad imaginaria que nos haría sentir seguros.
La identidad en el oficio
Patrick Palmer dice que normalmente puede deducirse el oficio de cualquier trabajador del cine a partir de su apariencia. Cada oficio, como cabría imaginar, atrae a las personas física y emocionalmente predispuestas para el mismo, tal como la gente elige a los perros que ejemplifican mejor sus propias características personales.
En la industria cinematográfica (al igual que en el teatro) este fenómeno es muy pronunciado. La maquilladora, el diseñador de vestuario y el fotógrafo (la persona que se ocupa de ir tomando fotos pata dejar un registro gráfico de la apariencia y los acontecimientos de rodaje) son siempre personas
muy
atractivas y de aspecto especial.
(Nuestra fotógrafa es Lorey Sebastian. Por pura bondad de corazón, se convirtió en nuestra directora social y organizaba cada noche una filmoteca en su habitación de Vancouver, excursiones por los alrededores, la fiesta sorpresa de Crouse, la celebración del cumpleaños de nuestro publicista, Don Levy, etc.)
El técnico de sonido y el montador suelen ser endomorfos introvertidos, tipo Mazmorras y Calabozos. Los productores (que parecen venir siempre en pares) son Mutt y Jeffi uno es risueño y el otro un angustiado. (En esta película, Jewison es el risueño.) Los especialistas son siempre apuestos y exhiben los modales extrovertidos que la gente suele suponer a las estrellas. Las estrellas actúan como la chica que se ha quedado sin pareja en el baile. Los «camioneros» (los que conducen los automóviles, camiones y furgonetas de la película) suelen ser de vientre prominente, callados y amables.
Una digresión canadiense
Un día estaba sentado en una de nuestras furgonetas ante una tienda de suministros cinematográficos, en Vancouver. El camionero debía recoger algún material y teníamos un rato por delante porque la persona que debía entregárselo había salido a almorzar. Al otro lado de la calle vio una prostituta joven en busca de clientes, y comenzó a hablar acerca de ella con cierto lujo de detalles: sus hábitos, su personalidad, su historia. Yo me mostré evasivo, pues no sabía cómo responder. El comentario adecuado, evidentemente, hubiera debido ser algo entre «Todo el mundo ha de tener una afición» y «Mmmm».