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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Una Princesa De Marte (23 page)

BOOK: Una Princesa De Marte
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Colocándome los arneses y las armas, corrí hacia el cobertizo y pronto encontré mi máquina y la de Kantos Kan. Sujeté la de él detrás de la mía, puse en marcha el motor y rozando el borde del techo me lancé por las calles de la ciudad, a una altura mucho menor de la usual para una patrulla. En menos de un minuto me encontré a salvo sobre el techo de nuestras habitaciones, al lado del atónito Kantos Kan.

No perdí tiempo con explicaciones, sino que enseguida nos pusimos a trazar nuestros planes para el futuro inmediato. Se decidió que yo trataría de llegar a Helium, mientras que él entraría en el palacio y despacharía a Sab Than. Si tenía éxito, luego me seguiría. Arregló mi brújula, un pequeño aparato ingenioso que se mantendría constante sobre cualquier punto de Barsoom, y luego de despedirnos nos elevamos juntos y aceleramos en dirección al palacio que se levantaba en la ruta que debía tomar para llegar a Helium.

Cuando nos acercábamos a la alta torre, una patrulla disparó desde arriba arrojando su atravesante luz de investigación sobre mi nave. Una voz me gritó que parara. Como no presté atención a ese aviso, siguió un disparo. Kantos Kan se perdió en la oscuridad rápidamente, mientras yo me elevaba cada vez más. Me desplacé a una enorme velocidad a través del cielo marciano seguido por una docena de aparatos de caza que se habían unido a la persecución, y más tarde por un rápido crucero que transportaba unos cien hombres y una batería de cañones rápidos.

Moviendo y girando mi pequeña máquina, ora elevándome, ora descendiendo, pude eludir sus reflectores la mayor parte del tiempo. Como de ese modo también perdía terreno, decidí arriesgarlo todo en un vuelo directo y dejar los resultados a cargo del destino y de la velocidad de mi máquina.

Kantos Kan me había enseñado un truco en la maquinaria —que sólo conocen los pilotos de Helium— que incrementaba de forma notable la velocidad de nuestras máquinas. Por lo tanto, me sentía seguro de poder poner distancia entre mis perseguidores y yo si podía escabullirme de sus disparos por unos pocos minutos.

Cuando aceleré, el zumbido de las balas a mí alrededor me convenció de que sólo por milagro podría escapar. La suerte estaba echada, de modo que lanzándome a toda velocidad me encaminé directamente hacia Helium. Gradualmente dejé a mis perseguidores cada vez más atrás, y ya me estaba felicitando por mi huida afortunada cuando un disparo bien apuntado del crucero hizo impacto en la proa de mi pequeña nave. La sacudida casi la vuelca, y a causa de la avería fue perdiendo altura en la oscuridad de la noche. Cuando recuperé el control de la máquina no sabía cuanto había caído, pero debía de haber estado muy cerca del suelo cuando volví a ascender, porque podía oír claramente los gritos de los animales debajo de mí. Me elevé de nuevo y examiné el cielo para ver dónde estaban mis perseguidores, pero por último, al percibir sus luces muy lejos de mí, advertí que estaban aterrizando, evidentemente en mi búsqueda.

Sólo cuando sus luces dejaron de distinguirse me aventuré a prender la pequeña lámpara de mi brújula. Entonces descubrí con consternación que un fragmento de la bala había destruido completamente mi única guía, así como mi velocímetro. Era cierto que podía seguir las estrellas para orientarme hacia Helium, pero sin saber la ubicación exacta de la ciudad ni la velocidad a la que estaba viajando mis posibilidades de encontrarla eran muy pocas.

Helium estaba a mil seiscientos kilómetros al sudeste de Zodanga, y con una brújula podría haber hecho el viaje, evitando accidentes, en unas cinco o seis horas. Sin embargo, como había resultado, la mañana me encontraría volando sobre una vasta, extensión del lecho del mar muerto, después de cerca de seis horas de vuelo continuo a alta velocidad. En ese momento vi una gran ciudad, pero no era Helium, ya que ésta era la única de todo Barsoom formada por dos inmensas ciudades circulares amuralladas y separadas por unos cien kilómetros de distancia, y habría sido fácil distinguirla desde la altura a la que estaba volando.

Pensando que había ido demasiado lejos hacia el Norte y el Oeste, volví en dirección Sudeste y pasé por otras grandes ciudades durante la mañana. Ninguna de ellas, empero, se parecía a la descripción que Kantos Kan me había dado de Helium. Además del trazado en ciudades gemelas de Helium, otro rasgo característico eran sus dos inmensas torres, una de un rojo vivo que se elevaba a unos mil quinientos metros en el centro de una de las ciudades, y la otra de un amarillo brillante y de la misma altura, que habían erigido en la ciudad hermana.

24

Tars Tarkas encuentra a un amigo

Alrededor del mediodía volaba bajo sobre una ciudad muerta del antiguo Marte. Al echar una ojeada a través de la llanura que se extendía más allá, vi varios miles de guerreros verdes trabados en terrible batalla. Acababa de verlos cuando me dirigieron una descarga de disparos con su puntería por lo general infalible, y mi pequeña nave se convirtió instantáneamente en una ruina que comenzó a caer sin control.

Caí casi directamente en el centro del feroz combate, entre los guerreros que no habían notado mi proximidad, ocupados como estaban en una lucha de vida o muerte. Estaban peleando a pie con sus espadas largas, mientras los disparos de un francotirador de las cercanías del conflicto derribaban a los guerreros que se separaban por un instante del enredo.

Cuando mi máquina cayó entre ellos me di cuenta que se trataba de pelear o morir, con buenas probabilidades de morir a cada momento. Por lo tanto salté al suelo con la espada larga en la mano, listo para defenderme como pudiera.

Caí al lado de un monstruo inmenso que estaba luchando con tres contrincantes. Cuando eché un vistazo a su feroz rostro, iluminado por el fragor de la batalla, reconocí a Tars Tarkas, de Thark. El no me vio, ya que estaba justo detrás de él. Entonces los tres guerreros enemigos, que eran Warhoonianos, embistieron simultáneamente. El poderoso individuo terminó rápido con uno de ellos, pero al retroceder para dar otra estocada, cayó sobre un cadáver que había quedado detrás de él y quedó a merced de sus enemigos un instante. Estos, rápidos como la luz, se echaron sobre él. Tars Tarkas se habría ido a reunir con su padre si yo no hubiera saltado sobre su cuerpo caído para enfrentar a sus adversarios. Me hice cargo de uno de ellos, cuando el poderoso Tharkiano volvía a ponerse de pie y rápidamente se batía con el otro.

Entonces me dirigió una mirada y una sonrisa se dibujó en sus labios horribles. Luego me tocó el hombro y me dijo:

—Apenas te reconozco, John Carter; pero no hay otro mortal sobre Barsoom que hubiera hecho lo que hiciste por mí. Creo que he aprendido lo que significa la amistad, amigo.

No dijo más ni tuvo oportunidad de hacerlo, ya que los Warhoonianos nos estaban cercando. Peleamos juntos, hombro con hombro, durante toda esa larga y ardiente tarde, hasta que el curso de la batalla cambió y el resto de los feroces Warhoonianos montó en sus
doats
y corrió hacia la oscuridad.

Diez mil hombres habían intervenido en esa lucha titánica y sobre el campo de batalla yacían tres mil muertos. Ninguna de las partes pidió ni dio tregua, ni intentó tomar prisioneros.

De regreso en la ciudad, después de la batalla, nos dirigimos directamente a los aposentos de Tars Tarkas, donde quedé solo mientras el jefe asistía al acostumbrado consejo que siempre se realiza después de cada encuentro. Mientras estaba sentado, esperando el regreso del guerrero verde, percibí que algo se movía en la habitación lindera, y cuando eché un vistazo en ella, repentinamente se me arrojó encima una criatura enorme que me sostuvo de espaldas contra una pila de sedas y pieles sobre la cual había estado echado. Era Woola, el leal y querido Woola. Había encontrado su camino de regreso a Thark. Como Tars Tarkas me contó más tarde, había ido inmediatamente hacia mis habitaciones anteriores, donde había soportado su patética y al parecer desesperanzada espera de mi regreso.

—Tal Hajus sabe que estás aquí, John Carter —dijo Tars Tarkas a su regreso de las habitaciones del Jeddak—. Sarkoja te vio y te reconoció cuando regresábamos. Tal Hajus me ha ordenado que te lleve ante él esta noche. Tengo diez
doats,
John Carter, puedes elegir entre ellos. Te acompañaré al acueducto más cercano que conduce a Helium. Tars Tarkas puede ser un cruel guerrero verde, pero también puede ser un buen amigo. Ven, partiremos.

—¿Y cuando regreses, Tars Tarkas? —pregunté.

—Los
calots
salvajes, posiblemente, o peor —contestó—. A menos que intente la oportunidad que he estado esperando tanto tiempo de batirme con Tal Hajus.

—Nos quedaremos, Tars Tarkas, y veremos a Tal Hajus esta noche. No te sacrificarás. Puede ser que esta noche tengas la oportunidad que esperas.

Objetó enérgicamente, diciendo que Tal Hajus siempre caía en salvajes accesos de furia ante el simple recuerdo del golpe que yo le había dado y que si alguna vez caía en sus manos sería objeto de las más crueles torturas.

Mientras estábamos comiendo le repetí a Tars Tarkas la historia que Sola me había contado aquella noche en el lecho del mar durante nuestro regreso a Thark.

No dijo mucho, pero los grandes músculos de su rostro denotaron pasión y dolor ante el recuerdo de los horrores que se habían descargado sobre lo único que siempre había amado en toda su fría, cruel y terrible existencia,

No objetó más cuando le pedí que nos presentáramos ante Tal Hajus. Sólo dijo que le gustaría hablar con Sarkoja, primero. A su pedido lo acompañé a las habitaciones de ésta, y la mirada de odio que ella me arrojó casi fue una recompensa adecuada por cualquier futuro infortunio que este regreso accidental podría traer aparejado.

—Sarkoja —dijo Tars Tarkas—: cuarenta años atrás fuiste el instrumento que causó la tortura y muerte de una mujer llamada Gozaya. Acabo de saber que el guerrero que amaba a esa mujer se ha enterado de tu participación en el hecho. No te puede matar, Sarkoja: no es nuestra costumbre. Pero no hay nada que evite que ate un extremo de una correa a tu cuello y el otro extremo a un
doat
salvaje, simplemente para probar tu aptitud para sobrevivir y ayudar a la perpetuidad de nuestra raza. Como he oído que hará eso mañana, creí conveniente advertirte, ya que soy un hombre justo. El río Iss no es más que un corto peregrinaje, Sarkoja. Ven, John Carter.

A la mañana siguiente, Sarkoja se había ido y no se la iba a volver a ver nunca más desde ese día.

En silencio y apresuradamente nos dirigimos al palacio del Jeddak, donde inmediatamente fuimos llevados ante él. De hecho, apenas podía esperar para verme, Cuando entré estaba de pie, erguido sobre su plataforma, mirando con odio hacia la entrada.

—Átenlo a este pilar —gritó—. Veremos quién se permite golpear al poderoso Tal Hajus. Calienta los hierros. Quemaré sus ojos con mis propias manos para que no pueda manchar mi persona con su vil mirada.

—Jefes de Thark —grité, volviéndome hacia el Consejo reunido e ignorando a Tal Hajus—. He sido un jefe entre ustedes y hoy he peleado por Thark hombro con hombro con su guerrero más grande. Deben al menos escucharme. Lo he ganado hoy. Ustedes dicen ser gente justa..

—Silencio —rugió Tal Hajus—. Amárrenlo y amordácenlo como ordené.

—¡Justicia, Tal Hajus! —exclamó Lorcuas Ptomel—. ¿Quién eres tú para pasar por alto las costumbres seculares de los Tharkianos?

—¡Sí, justicia! —repitió una docena de voces.

Así, mientras Tal Hajus echaba espuma por la boca y humo por la nariz, continué:

—Son personas bravías y aman la valentía. Pero ¿dónde estaba su poderoso Jeddak durante la lucha de hoy? No lo vi en medio de la batalla. No estaba allí. Hace pedazos a mujeres indefensas y niños pequeños en su guarida, pero ¿lo ha visto alguno de ustedes pelear recientemente con hombres? ¿Por qué aun yo, un enano al lado de ustedes, lo derribe de un solo puñetazo? ¿Es esa la estirpe de los Jeddaks de Thark? Aquí, a mi lado, está un gran Tharkiano, un poderoso guerrero y un noble hombre. Jefes: ¿Como suena Tars Tarkas, Jeddak de Thark?

Un aplauso cerrado recibió la propuesta.

—Sólo falta que el Consejo lo ordene, y Tal Hajus deberá probar su capacidad para gobernar. Si fuera un hombre valiente invitaría Tars Tarkas a pelear, ya que no es de su agrado. Pero Tal Hajus tiene miedo. Tal Hajus, su Jeddak, es un cobarde. Con mis manos desnudas podría matarlo, y él lo sabe.

Después que dejé de hablar, hubo un silencio tenso, ya que todos los ojos se fijaron en Tal Hajus. Este no habló ni se movió, pero el verde manchado de su cuerpo se puso lívido y la espuma se congeló en sus labios.

—Tal Hajus —dijo Lorcuas Ptomel en un tono frío y duro—: nunca, en toda mi larga vida, he visto a un Jeddak de los Tharkianos tan humillado. No podría haber más que una respuesta a estos cargos. La esperamos. —Aún Tal Hajus quedó como si estuviera petrificado—. Jefes: ¿podrá el Jeddak Tal Hajus probar su capacidad para gobernar Thark?

Había veinte jefes en la tribuna y las veinte espadas brillaron al ser levantadas.

No quedaba alternativa. La decisión era terminante. Así fue como Tal Hajus sacó su espada larga y avanzó para encontrarse con Tars Tarkas.

El combate terminó rápido. Con su pie sobre el cuello del monstruo muerto, Tars Tarkas se erigió en Jeddak de los Tharkianos.

Su primera decisión fue la de hacerme jefe, con el rango que había ganado por mis combates los primeros meses de mi cautiverio entre ellos.

Viendo la disposición favorable de los guerreros hacia Tars Tarkas y hacia mí, aproveché la oportunidad para alistarlos en mi causa contra Zodanga. Le conté la historia de mis aventuras a Tars Tarkas y en pocas palabras le expliqué lo que tenía en mente.

—John Carter ha hecho una propuesta —dijo dirigiéndose al Consejo— que cuenta con mi consentimiento. La expondré brevemente: Dejah Thoris, la princesa de Helium, que era nuestra prisionera, está ahora en poder del Jeddak de Zodanga, con cuyo hijo debe casarse para poder salvar su territorio de la invasión de sus tropas. John Carter sugiere que la rescatemos y regresemos a Helium. El saqueo de Zodanga sería magnífico. Siempre he pensado que de aliarnos con Helium podríamos asegurarnos el sustento suficiente que nos permita incrementar el tamaño y la frecuencia de nuestros empollamientos, para convertirnos así en los mejores, sin duda, entre los hombres verdes de todo Barsoom. ¿Qué opinan ustedes?

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