Una conspiración de papel (46 page)

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Authors: David Liss

Tags: #Histórica, Intriga, Misterio

BOOK: Una conspiración de papel
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—Estoy encantado de oír eso. Sabe, señor Weaver, mi oferta sigue en pie: si desea usted encontrar trabajo conmigo, siempre hay lugar para un hombre con sus cualidades.

—Su oferta me resulta tan tentadora hoy como el primer día que la hizo, señor.

—Ah, bueno. Una cosa más que me gustaría comentarle. Es sobre el asunto de Kate Cole. No pude menos de percibir cierto escrúpulo por su parte cuando mencioné su fecha de ejecución. Supongo que es usted uno de esos infortunados a quienes les puede el sentimiento; una característica tan negativa. Se me ocurre que si la idea de que la ahorquen le inquieta, yo podría decidir librarla de la cuerda.

—¿Y a cambio? —pregunté.

—A cambio —me dijo—, me debería usted un favor. Un favor que yo eligiese, que yo pueda pedirle cuando quiera.

Sabía que podía disponerlo y salvar su vida. Un hombre como Wild tendría precisamente la influencia necesaria para abortar el juicio, de la misma manera que tendría el poder de verla colgada si decidiese hacerlo. Pero me preguntaba qué precio me exigiría pagar para limpiar mi conciencia. ¿Qué podía significar estar en deuda con Wild, no tener elección a la hora de fijar cómo se saldaba la deuda? Pensé en su oferta en términos de probabilidad, en términos de riesgo y de beneficio, en términos de los esfuerzos de Wild por especular con vidas como si estuviese jugando con personas en una especie de bolsa de felonía. Al final, y es una decisión de la que he llegado a arrepentirme por muchas razones, puse mi miedo del poder de Wild por encima de mi preocupación por la vida de Kate. No dije nada, y vi la imagen de una Kate ahorcada en mi cabeza y me dije que si la vida de Kate terminaba de esa manera, yo sería capaz de soportar la culpa.

Decidí no honrar a Wild con una respuesta a su oferta, así que él siguió hablando.

—Pues muy bien. ¿Quiere que envíe a Mendes a acompañarle de vuelta a sus aposentos?

Miré de refilón a mi viejo conocido.

—Sí —dije, asegurándome de mantener ocultos mis sentimientos—. Creo que eso me gustaría.

Mendes y yo permanecimos sentados en el carruaje en silencio unos momentos. Finalmente se dirigió a mí.

—Comprenderá que no le devuelva las armas hasta que no lleguemos a su casa.

—Si quisiera hacerle daño, señor Mendes, no me harían falta armas. Dígame —dije, cambiando bruscamente de tono—, ¿le gusta a usted trabajar para Wild, que le trate como a su mameluco?

Mendes se rió.

—Mi trabajo con Wild me ha servido bien.

Pensé en esto durante un momento, intentando concentrarme, aunque los bruscos movimientos del carruaje agravaban mis heridas, demasiado recientes.

—Vamos, Mendes. Seamos honestos el uno con el otro. Es muy posible que Wild sea un patrón fácil, pero sigue siendo un patrón. Sea cual sea la confianza que tenga en usted, siempre seguirá usted siendo un hebreo, y nada más.

—No entiendo lo que me quiere decir —dijo Mendes—. Para Wild, un hombre no es más que la suma de sus actos. Yo no soy distinto. Mientras le sirva bien, me tratará bien.

—Nosotros, sin embargo, somos del mismo barrio —continué—. Le pido ahora que piense en ese vínculo común y me diga la verdad acerca de todo esto.

—¿La verdad? —Mendes se me quedó mirando.

—Sí. Sé que usted y yo nunca hemos sido grandes amigos, pero tenemos un vínculo común. Usted sigue relacionándose con los judíos de Dukes Place, más que yo. Asiste usted a los oficios en la sinagoga, y admiro su deseo de mantener el contacto con nuestra gente. ¿No puede usted tener en cuenta ese vínculo y encontrar fácil ser honesto conmigo?

—Quizá sea usted quien deba ser honesto conmigo, señor. ¿Qué le motiva a usted?

—¿A mí? Pues el deseo de encontrar al hombre que mató a mi padre. No es ningún motivo oculto.

—Sólo que a usted él nunca le importó un pimiento mientras estuvo vivo. Yo, sin embargo, le veía con bastante regularidad por el barrio, pero a usted le daba miedo poner un pie en la zona.

Apenas podía dar respuesta a estas acusaciones, que sabía que estaban más que justificadas. Me dije a mí mismo que sus palabras no querían decir nada, que Mendes no sabía nada de cómo me había tratado mi padre, que un hombre con su espíritu tampoco lo hubiera soportado. Pero no terminaba de creerme mis propios pensamientos, quizás porque cuando me fui, me fui no por rabia o por indignación o por la justicia de mi causa: me fui con el dinero de mi padre en el bolsillo.

Avanzamos en silencio hasta que el carruaje se detuvo con un tambaleo.

—Hemos llegado, señor Weaver.

Me entregó mis navajas, mi puñal y mi pistola, y me deseó que pudiera utilizarlos con salud.

—Espero que salde usted su investigación con un gran éxito —dijo Mendes cuando bajé del carruaje—. El señor Wild también lo desea. Eso puede resultarle difícil de creer ahora mismo, pero le aseguro que es cierto.

Las piernas me temblaban un poco al tocar la calle empedrada, y la luz del día, tras la oscuridad del carruaje, me hizo sentirme como un borracho recién levantado de la inconsciencia de la noche anterior. Cojeando hacia a la puerta de casa de la señora Garrison pensé en toda la información que había obtenido ese día, y me pregunté por qué no me sentía en absoluto más cerca de saber algo.

Veintitrés

Las maniobras de Wild me parecían rudas y barbáricas, pero a pesar de su enorme torpeza yo no era capaz de adivinar su juego. No faltaban hombres que me empujaran hacia la Compañía de los Mares del Sur, y sospechar que todos estaban juntos en esta conspiración significaba decir que mi tío era parte de la conspiración. Esta posibilidad me llenaba de temor, pero a la luz de la información que había obtenido, no podía desecharla por completo. ¿Por qué había querido mi tío mantenerme alejado de Bloathwait, cuya participación en estos asuntos resultaba cada vez más evidente? ¿Andaba Sarmento en negocios con Bloathwait, con o sin conocimiento de mi tío? ¿Y por qué mantenía mi tío la amistad con Adelman, un hombre tan importante dentro de la Compañía de los Mares del Sur, si parecía innegable que la Compañía había desempeñado un papel en la muerte de mi padre?

Por el momento, no había pregunta que me preocupase más que el interés de Wild. No podía imaginar qué podía ganar un ratero venido a más como Wild con el desenmascaramiento de la Compañía. Pese a sus afirmaciones acerca de la importancia de castigar el asesinato, mi éxito en estas materias sería quizá la mayor amenaza posible para los intereses de Wild, porque muchos hombres de Londres, con Sir Owen como ejemplo principal, estaban dispuestos a pagar más a un hombre honrado por recuperar sus bienes, que al ladrón que se los robó, aunque les cobrase un precio más moderado. Sólo se me ocurrían dos explicaciones posibles para el comportamiento de Wild: o bien pretendía, a través de todas sus maniobras, apartarme de algún modo de su camino; o bien, por razones que aún no alcanzaba a comprender, la Compañía de los Mares del Sur le resultaba tan peligrosa que se arriesgaba a que yo le hiciese daño en el futuro desenmascarando a la Compañía ahora. No podía ni especular acerca de la relación entre la Compañía y un diablo zalamero como Wild, pero si efectivamente Wild temía a la Mares del Sur, ¿por qué no me daba más información con la que perjudicarla?

Exhausto y resentido por los golpes recibidos de manos de los hombres de Wild, entré en casa de la señora Garrison, preparado por fin para dormir. Faltaría a la verdad si dijera que el dolor se había aliviado; si acaso me dolía de manera más aguda, aunque se hubiese pasado el ardor. Creía poder distinguir, debido a mi experiencia, si las heridas eran serias o no, y, aunque sabía que iba a estar incómodo algunos días, creía estar fuera de peligro. Ya pensaría en estos asuntos mejor cuando hubiese descansado, pero el descanso no iba a ser tan fácil de conseguir. La señora Garrison me estaba esperando en el recibidor, con las manos enrojecidas de tanto frotárselas.

—Señor Weaver, ¿está usted ileso?

Me pareció casi preocupada, incluso, me aventuraría a decir, contenta de verme, pero yo sabía bien lo que significaba que chasquease la lengua. Lo había oído muchas veces, a menudo cuando era hora de cobrar el alquiler.

—Sí, señora Garrison —le dije con voz suave, haciendo todo lo que podía para tranquilizarla. No olvidaría pronto el horror de haber tenido a esos hombres desalmados en su casa—. No había por qué alarmarse. Eran unos hombres estúpidos, pero absolutamente inofensivos.

—Me alegro de que esté usted bien —me dijo—. Pensé que le habían herido de gravedad.

Hubo una pausa.

—¿Hay algo que quiera añadir, señora?

—Señor Weaver. Yo no puedo tener rufianes en mi casa. Mi casa es respetable, señor. He pasado por alto el hecho de que sea usted judío y todo lo demás, señor. Hay mucha gente que no lo hubiera hecho —añadió apresuradamente—. Pero no puedo permitir que esos rufianes, armados con espadas y pistolas y Dios sabe qué clase de armas, entren en mi casa y me amenacen y nos asusten a mí y a los criados, señor.

—La comprendo perfectamente, señora Garrison —le dije intentando calmarla—. No volverá a ocurrir. Ha sido todo un desafortunado malentendido que podría haberle pasado a cualquier caballero.

—¿A cualquier caballero? —preguntó—. Perdone que le diga, señor, que me temo que no le creo.

Hizo una pausa.

—Señor Weaver, debo pedirle que se marche. Debo hacerlo. No puedo dejar que vengan hombres así a mi casa a darme un susto de muerte y a hacerme no sé qué ruindades a mí y a mis inquilinos. Necesito que se vaya antes de la puesta del sol, señor Weaver.

—¿Antes de la puesta del sol? —casi grito—. Entiendo muy bien su preocupación, señora Garrison, y no se la reprocho, pero antes de la puesta del sol no me parece razonable. No voy a tener tiempo de encontrar otro alojamiento. Y puedo recordarle que he pagado por adelantado hasta el fin del trimestre.

—Le devolveré el dinero. No se preocupe por eso. Pero debo insistir en que se marche, señor.

Se quedó allí de pie, frotándose las manos. Supongo que la podría haber seducido o asustado hasta que cambiara de opinión, pero no podía negar que mis aventuras la habían comprometido. No sentía un gran aprecio por mi casera, pero me hubiese puesto furioso si le hubiese hecho daño cualquier enemigo mío. Lo que me pedía era inconveniente, pero no imposible, y lo correcto era ceder.

—Muy bien, señora —le dije—. No le causaré más problemas.

Suspiró con alivio.

—Gracias, señor Weaver. De verdad siento mucho tener que hacer esto.

Pensé que aquél podía ser el principio de una dilatada disculpa, y alcé una mano.

—Basta, señora Garrison. La entiendo muy bien. Tiene usted que ser justa consigo misma.

—Gracias, señor. Ah, y señor Weaver, señor, debo decirle también que hay otro caballero esperándole en su habitación. Le dije que no sabía si quería usted que subiese nadie y que no sabía cuándo regresaría, pero no me hizo caso y…

Sin cruzar otra palabra me volví y corrí escaleras arriba como pude, llevándome la mano mientras corría a la pistola que acababa de volver a meterme en el bolsillo del abrigo. No tenía forma de saber quién podía ser. Quizá el engaño de Wild no había terminado aún. Quizá ahora iba a tener que enfrentarme con la Compañía de los Mares del Sur, o incluso con un agente de Bloathwait. Me quedé fuera de la puerta un momento, con la pistola en alto, y con un movimiento rápido abrí la puerta de un empujón y di un audaz paso al frente, apuntando el arma a la figura que estaba sentada cara a mí.

—Has tenido un día agitado, ¿no? —dijo Elias con calma—. La vieja estaba atacada. La he relajado un poco haciéndole una sangría. ¿Le envío la factura a Balfour? —Elias hizo una pausa—. Ya puedes bajar la pistola, ¿sabes?

Hice lo que me decía y me derrumbé en el sillón.

—No hay condición que no mejore con una sangría —murmuré—. Es un misterio cómo los hombres a quienes se les amputan los miembros no están más sanos que nosotros, que aún los tenemos todos.

—Tú te ríes —dijo Elias jovialmente—, pero si yo te sangrara ahora, pronto descubrirías una considerable mejora en tu estado de ánimo. ¿Me vas a decir qué te ha pasado? Tienes un aspecto espantoso.

Le conté brevemente mi aventura con Wild, intentando no omitir ningún dato que pudiera ser de valor. Elias me escuchaba boquiabierto.

—Este giro en los acontecimientos es impenetrable. ¿Por qué iba a querer Wild ponerte en guardia contra la Compañía de los Mares del Sur? ¿Qué relación puede haber entre una compañía comercial y un hombre como Wild?

Sacudí la cabeza, sintiendo de pronto mucha sed. Deseé tener en mis habitaciones cosas como agua potable, pero ése era un lujo que no solía permitirme.

—No lo sé —di un suspiro que hizo que me dolieran las costillas—. Mencionó el fraude, pero si Wild estuviese involucrado en una trama para falsificar acciones, ¿por qué me iba a dirigir a mí contra la Compañía? Mi investigación no haría sino arriesgar el desenmascaramiento de esa trama.

Elias asintió pensativamente.

—A lo mejor lo que quiere es alejarte de la Compañía.

No era capaz de seguir su razonamiento, y mis ojos se desenfocaban.

—Wild es astuto —continuó Elias—. ¿Y si te está diciendo que investigues a la Compañía porque sabe que no te fías de él? A lo mejor dice ser enemigo de la Compañía precisamente porque es su aliado.

Cerré los ojos.

—Es un asunto muy extraño, pero no puedo creer que aun cuando la Compañía fuese tan despiadada como para verse mezclada en el asesinato de dos importantes hombres de negocios, fuese tan inconsciente como para arriesgarse a tramar algo con Wild. Estos hombres puede que sean villanos, pero no son tontos.

—He conocido a varios que son tan dados a convertirse en bufones como los hombres de cualquier otra profesión.

—Si Wild estuviese relacionado con la Compañía, ¿por qué iba a desenmascararse ahora? ¿Por qué involucrarme a mí? Ciertamente, llamarme a mí es un riesgo. No veo lo que ganan ni él, ni la Compañía de los Mares del Sur, ni Bloathwait, ni nadie dándome estas minúsculas informaciones y pidiéndome que las investigue. Si acaso, tales acciones nos sugieren que no trabajan juntos, que cada individuo que me proporciona información considera que al menos uno de los demás es su enemigo. No puedo decir que lo entienda en absoluto, Elias, pero si esta investigación se basa más en la probabilidad que en los hechos, me parece probable que quienquiera que matase a mi padre y a Balfour tenía otros enemigos, y que todos esos enemigos están intentando utilizar esta investigación en su propio interés.

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