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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un triste ciprés (4 page)

BOOK: Un triste ciprés
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—¡Oh, no diga eso, mistress Welman! El doctor Lord asegura que vivirá usted todavía mucho tiempo.

—No es ese mi deseo, querida. El otro día le dije que lo único que espero de él es que procure aliviar mis últimos momentos con una droga que me permita morir sin dolor.

Mary gritó, aterrada:

—¿Y qué dijo él?

—El impertinente sabelotodo me respondió que no quería arriesgarse a que le ahorcaran. Y luego añadió: «Si usted me dejara todo su dinero, sería diferente.» ¡Valiente sinvergüenza! Sin embargo, me gusta. Sus visitas me alivian más que sus medicinas.

—Sí... Es muy simpático. La enfermera O'Brien piensa muy bien de él, y la Hopkins, también.

—Esa Hopkins debiera tener más juicio del que tiene para su edad. En cuanto a la O'Brien, no hace más que exclamar: «¡Oh, doctor!», y abre la boca todo lo que puede cuando se le acerca.

—¡Pobre enfermera O'Brien!

—No es mala, pero me aburre. Cree que me hace falta tomar una buena taza de té todas las mañanas, a las cinco, y no me deja descansar... —dijo, e hizo una pausa—. ¿Qué es eso?... ¿Es el coche?

Mary se asomó a la ventana.

—Sí, señora. Es el coche. Miss Elinor y mister Roderick acaban de llegar.

2

Mistress Welman le dijo a su sobrina:

—Me alegro mucho por ti y por Roderick.

Elinor le sonrió.

—Ya lo suponía, tía Laura.

La anciana continuó, después de vacilar un momento:

—¿Le quieres, Elinor?

—Naturalmente —contestó Elinor, y sus cejas formaron un arco de perplejidad.

—Perdóname, querida. Eres muy reservada. Es difícil saber qué es lo que piensas y lo que sientes. Cuando erais mucho más jóvenes llegué a creer que te interesabas por Roddy... demasiado.

—¿Demasiado?

—Sí. Y no es prudente interesarse demasiado por un hombre. Me alegré cuando te marchaste a Alemania. Cuando regresaste parecías indiferente hacia él... y me dio pena. Soy una mujer difícil de contentar. Estoy convencida de que posees una naturaleza...
intensa
..., esa especie de temperamento propio de nuestra familia. Eso no hace feliz a quien lo posee... Como te he dicho, cuando regresaste de Alemania y observé que Roddy te parecía indiferente, me entristecí... Tenía la esperanza de que os unierais... Ahora veo que estáis a punto de hacerlo y estoy contenta... ¿Le quieres de verdad?

—Le quiero bastante, pero no demasiado.

—Entonces seréis felices. Roddy necesita cariño, pero no le gustan las emociones violentas. Le fastidian los arrebatos de ternura.

—Veo que conoces a Roddy muy bien, tía.

La anciana repuso:

—Si Roddy te quiere un poquitín más que tú a él, lo pasaréis perfectamente.

La muchacha exclamó con acento indefinible:

—¡Máximas de tía Laura! «¡No permitas jamás a tu amigo que se asegure lo que piensas de él! ¡Déjale que adivine lo que quiera!»

Laura Welman replicó:

—A ti te ocurre algo, muchacha. ¿Habéis tenido algún disgusto?

—No, tía; no pasa nada.

—Se me acaba de ocurrir que estás... ¿desilusionada? Querida, eres joven y sensible. La vida no tiene nada de agradable.

Elinor respondió, con algo de amargura en la voz:

—Así parece.

Laura Welman dijo:

—Querida..., ¿no eres feliz? ¿Qué te pasa?

—Nada, absolutamente nada.

Elinor se levantó y se aproximó a la ventana. Volviéndose a medias, preguntó:

—Dime la verdad, tía Laura... ¿Tú crees que el amor nos puede hacer felices?

Mistress Welman respondió gravemente:

—En la forma en que tú lo consideras, Elinor, no... probablemente, no... Amar apasionadamente a un hombre produce siempre más tristezas que alegrías... Pero, de todas formas, querida, debe de ser triste no haber experimentado nunca... ese sentimiento... Quien no ha amado nunca de veras no puede decir que ha vivido realmente...

La muchacha asintió con un movimiento de cabeza. Dijo pensativamente:

—Sí, sí; tienes razón... Yo... también.... —y volvióse repentinamente, con una expresión interrogante en sus ojos azules—: Tía Laura...

La puerta se abrió y la pelirroja O'Brien hizo su aparición.

—Mistress Welman —dijo alegremente—, el doctor Lord acaba de llegar.

3

El doctor Lord era un hombre de treinta y dos años de edad, cabellos ondulados, un rostro simpático y agradable, aunque feo y pecoso, y una mandíbula notablemente cuadrada. Sus ojos eran vivos y penetrantes, de color azul claro.

—¡Buenos días, mistress Welman! —dijo al entrar.

—¡Buenos días, doctor Lord! Ésta es mi sobrina, miss Carlisle.

Una expresión de inmensa admiración apareció en el rostro transparente del doctor. Se inclinó ligeramente y dijo:

—¿Cómo está usted?

Y tomó con infinito cuidado la mano que le extendía Elinor, como si temiera romperla.

Mistress Welman prosiguió:

—Elinor y mi sobrino han venido para darme ánimos.

—¡Espléndido! —exclamó sinceramente el doctor—. Esto es precisamente lo que usted necesitaba.

Continuaba mirando a Elinor, entusiasmado.

Elinor dijo, aproximándose a la puerta:

—¿Le veré antes de marcharse, doctor Lord?

—¡Oh..., sí..., sí..., claro!

La muchacha salió y cerró la puerta. El doctor se acercó al lecho de la enferma. La enfermera O'Brien le acompañaba.

Mistress Welman dijo, haciendo un guiño:

—¿Va a empezar ya con todos los timos de su profesión, doctor?... Pulso, respiración, temperatura... ¡Qué charlatanes son ustedes!

La enfermera O'Brien dijo, suspirando:

—¡Oh, mistress Welman..., qué cosas le dice usted al doctor!

El doctor Lord le guiñó un ojo:

—Mistress Welman lee en mi corazón como en un libro abierto... De todas formas, mi buena señora, no tengo más remedio que seguir con mi rutina. Lo malo en mí es que nunca seré correcto a la cabecera de un lecho.

—Usted es perfectamente correcto. Y sé que, en realidad, está usted orgulloso de su comportamiento.

Peter Lord chascó la lengua y observó:

—¡Eso es lo que usted dice!

Después de unos minutos de silencio, que el doctor empleó en auscultar detenidamente a la enferma, Lord se sentó en un sillón, junto a la cama, y exclamó, sonriendo:

—¡Está usted estupenda!

Laura Welman inquirió:

—¿Cree usted que podré levantarme dentro de unas cuantas semanas?

—Tan pronto, no.

—¿No, charlatán?... ¿Usted cree que vale la pena vivir así, tratada como un niño?

—¿Qué es lo que vale de la vida?... ¿No ha oído o leído nunca sobre aquella invención medieval que se llama «sin reposo» ? No se podía estar de pie, ni sentado, ni acostado en aquella jaula. Usted creería que el condenado a aquel tormento moriría en pocas semanas. Pues se equivoca. Un hombre vivió dieciséis años en una de esas jaulas; le soltaron y llegó a una edad avanzada.

—¿Y a qué viene esa historia, charlatán?

—Pues a que lo que salvó a aquel hombre fue el
instinto
de vivir... Se muere porque ya no se tiene voluntad para vivir... He observado otra cosa curiosa... Los que están siempre diciendo que «valdría más morirse», son los que menos dispuestos están a hacerlo. Sin embargo, aquellos que lo tienen todo, rodeados de todas las comodidades, son los que más a menudo se dejan abatir y mueren lentamente porque no tienen suficiente energía para vivir.

—Continúe... Es interesantísimo.

—Ya he terminado. Usted es de las personas que
quieren vivir
..., diga usted lo que quiera... Y si su cuerpo quiere vivir, vivirá usted, aunque torture su pobre cerebro.

Mistress Welman cambió de tópico, preguntando de sopetón:

—¿Qué le parece su trabajo?

Peter Lord dijo, sonriendo:

—A mí me va muy bien.

—¿No es algo aburrido para un hombre joven como usted? ¿Por qué no se especializa en algo?

Lord agitó la cabeza de ondulados cabellos.

—No... Me gusta mi profesión. Prefiero la medicina general. No me agradaría tratar con los extraños bacilos de raras enfermedades. Me encantan el sarampión, las viruelas locas y todo eso. Resulta interesantísimo observar cuan diferentemente reaccionan las naturalezas a estas enfermedades. Ver la mejoría que producen los tratamientos plenamente comprobados. Lo malo es que carezco de ambición. Permaneceré aquí hasta que posea unas patillas que me lleguen a las solapas. Entonces dirán todos los del pueblo: «Siempre nos ha asistido el doctor Lord, que es un individuo que sabe su oficio... Pero ya está algo anticuado. Llamaremos para este caso al joven doctor Fulano de Tal, que está de moda...» Entonces, mistress Welman...

—¡Hum! —gruñó la enferma—. Piensa usted en todo.

Peter Lord se levantó.

—Bien... Me marcho.

—Creo que mi sobrina quiere hablarle. ¿Qué piensa usted de ella? No se conocían, ¿verdad?

El rostro de Lord adquirió un tinte escarlata. Enrojeció hasta los párpados.

—¡Oh, es... en... cantadora!... Y parece muy inteligente y...

Mistress Welman parecía divertidísima. Pensó para sí: «¡Qué joven es en realidad!»

Luego, en voz alta:

—Usted debería casarse.

4

Roddy erraba por el jardín. Después de haber cruzado el césped y seguir una pista pavimentada, llegó al huerto vallado. Había gran cantidad de hortalizas y legumbres. Se preguntó si él y Elinor llegarían a vivir algún día en Hunterbury. A él le gustaba la vida campestre, pero tenía sus dudas respecto a Elinor... Tal vez ella prefiriera vivir en Londres...

Era difícil conocer a fondo a Elinor. No manifestaba claramente lo que pensaba o sentía de las cosas. A él le gustaba esta condición de su novia. Odiaba a las personas que le confían a uno sus pensamientos y sus sentimientos, que le permiten a uno ahondar en un mecanismo interno. La reserva es siempre más interesante.

Pensaba juiciosamente que Elinor era casi perfecta. Nada de ella molestaba ni ofendía. Era deliciosa a la vista, de agradable conversación... siempre la más encantadora de las compañeras.

Pensaba de sí mismo con satisfacción: «Soy el más afortunado de los mortales por tenerla. No puedo pensar qué es lo que ella ha visto en un muchacho vulgar como yo.»

Porque Roderick Welman, a pesar de su melindrería, no era presuntuoso. Honradamente, le extrañaba que Elinor hubiera consentido en casarse con él.

La vida se presentaba para él bastante agradable. Uno sabe muy bien hacia dónde camina. Eso es siempre una ventaja. Suponía que Elinor y él se casarían muy pronto...; es decir, si Elinor lo quería así. Tal vez quisiera retrasarlo un poco. Él no debía meterla prisa. Al principio, estarían un poco apretados de dinero. Pero no había que preocuparse por eso. Él esperaba sinceramente que tía Laura muriese pronto. Ella le quería mucho y siempre había sido muy amable para con él cuando venía a pasar con ella las vacaciones, interesándose continuamente por lo que hacía.

Su pensamiento se desviaba de la idea de la muerte de su tía (su pensamiento, por lo corriente, se desviaba de toda cuestión desagradable). No le placía visualizar nada que fuera demasiado claramente desagradable. Pero..., en fin, después de todo..., sería estupendo vivir aquí, sobre todo teniendo el bolsillo lleno de dinero. Le gustaría saber exactamente cuánto le dejaría su tía. ¡Claro que, en realidad, eso no tenía importancia! Con ciertas mujeres sí importa mucho que el marido o la mujer sean los dueños del dinero. Pero con Elinor, no. Tenía un gran tacto y procuraría emplearlo bien en la cuestión monetaria.

Pensaba: «No, no pasará nada..., ¡aunque se lo deje todo a ella!»

Salió de la huerta por la verja de atrás. Desde allí se podía contemplar el bosquecillo donde los narcisos florecían. Claro que ahora no había. Pero era muy agradable ver el césped iluminado en los sitios por donde los rayos de sol se colaban a través de los árboles.

De pronto, tuvo una sensación extraña... Pensó: «Hay algo..., algo que nos faltaría para ser felices... No sé lo que es, pero nos falta algo.»

Debido al resplandor verdoso, a la suavidad del ambiente..., su pulso se aceleró, la sangre circuló a mayor velocidad por sus venas y una repentina impaciencia le invadió.

Una muchacha venía hacia él atravesando los árboles... Una muchacha con cabellos dorados y piel rosada.

—¡Qué hermosa es..., qué hermosa! —murmuró para sí.

Algo le atenazó. Permaneció rígido, inmóvil. Se dio cuenta de que el mundo estaba girando, estaba trastornado; que de repente se había vuelto loco.

La muchacha se detuvo repentinamente; luego se acercó titubeando.

—¿No me recuerda, mister Roderick?... Ya hace mucho tiempo, desde luego. Soy Mary Gerrard, la del pabellón.

—¿Mary Gerrard?

—Sí. He cambiado mucho desde que usted no me ve.

—¡Oh, cómo ha cambiado usted!... ¡No la hubiera reconocido!

Quedó mirándola boquiabierto..., tan entusiasmado que no oyó los pasos que se aproximaban.

—¡Hola, Mary!

Elinor estaba junto a ellos y se dirigía a la muchacha, que se había vuelto al notar su presencia.

Mary respondió:

—¿Cómo está usted, miss Elinor? ¡Cuánto me alegro de volver a verla!... ¡Para su señora tía ha sido una sorpresa agradabilísima!

—Sí. Así supongo. La enfermera O'Brien quiere verla. Va a levantar a mistress Welman y dice que usted la ha ayudado siempre en estos menesteres.

—Voy corriendo —dijo Mary.

Hizo una ligera inclinación de cabeza a los dos jóvenes y salió rauda como una gacela. Era extraordinaria la gracia de sus movimientos.

Roddy exclamó inconscientemente:

—¡Atalanta....!

Elinor no respondió.

Después de un silencio que amenazaba prolongarse indefinidamente, dijo:

—Ya es hora de almorzar, Roddy. Regresemos. Y lentamente se dirigieron a la casa.

5

—¡Oh, ven, Mary!... Es un filme estupendo, interpretado por la Garbo... Y la escena se desarrolla en París...

—Eres muy amable, Ted, pero no puedo ir... De veras, no puedo...

Ted Bigland dijo, colérico:

—No te comprendo, Mary... ¡Qué cambio tan grande has dado en pocos días!

—No tienes razón para decir eso, Ted.

—Sí la tengo. Tu viaje a Alemania te estropeó... Ahora crees, por lo visto, que eres demasiado para mí...

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