Un punto y aparte (5 page)

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Authors: Helena Nieto

Tags: #Romántico

BOOK: Un punto y aparte
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—¡Hombres! —exclamó ofendida—. Ya sabes con qué piensan… y no es con la cabeza precisamente…

La llamé para decirle que Sergio me había telefoneado. Escuché su risa.

—Ya lo sabía, Paula. Está loquito por ti.

—¿Por qué me invite a un concierto está loco por mi, Sandra? No tengas tanta imaginación…

—Está muy claro que pasó por aquí para verte… Supongo que irás.

—No lo sé.

Me pegó tal chillido que casi me deja sorda.

—¿Quéééééé? Por supuesto que irás, Paula. Ya me encargaré de convencerte.

Tal y como me imaginaba se pasó el resto de la semana insistiendo en que debía aceptar la invitación.

—Dime que irás. No puedes decirle que no.

—No lo sé. Ya lo pensaré. No me atosigues.

Al día siguiente lo mismo.

—¿Vas a ir? Solo te queda un día para decidirte.

—Lo sé, Sandra.

—¿No dices que tu madre llega esta noche? —preguntó con una sonrisa.

Afirmé con la cabeza.

—Entonces no tienes excusa. Dime que irás —dijo inclinándose sobre mi mesa y mirándome muy seria. Supongo que pensaba que así era más convincente.

Sonreí.

—Humm… supongo que sí.

—¡Bien! —exclamó—. Menos mal.

Mi madre se llama Irene Sanz, tiene sesenta y cinco años. Es rubia y de ojos claros, todo lo contrario a mi padre que era de pelo oscuro, igual que sus ojos. Dicen que me parezco a ella, pero con el tono de pelo de mi abuela materna, a la que nunca llegué a conocer y de la que solo se conservan un par de fotos.

—Paula ha heredado la rama celta —decía mi padre convencido cuando era niña. Yo no sabía si eso era bueno o malo pero me hacía mucha ilusión parecerme más a mi madre que mi hermana, que es más del lado paterno.

Pocos meses después de nacer Alejandro se quedó viuda al fallecer mi padre repentinamente de un infarto. Tener que ocuparse de mi hijo pequeño le devolvió la vida. Tiene su propio piso pero pasa más tiempo en mi casa que en la suya, algo que me da mucha tranquilidad, sobre todo cuando me retraso o tengo que salir.

Mis hijos la adoran. Tiene una paciencia infinita y les consiente muchos caprichos por los que yo no paso.

Para ellos es su única abuela. Mi suegra fue siempre fría y una abuela poco común; desde el divorcio la relación se enfrió mucho más.

Al principio se puso de mi parte, pero fue por poco tiempo. En una llamada telefónica me dijo que si Miguel se había buscado a otra era porque yo no le hacía feliz. Le colgué el teléfono y, aunque volvió a sonar, no contesté; ya me sentía bastante culpable como para que ella me diera más motivos para mortificarme.

El pasado mes de mayo en la comunión de Alex, por el bien del niño, invité a los hermanos de Miguel y a su madre. Todos fingimos llevarnos de maravilla y nos saludamos como si estuviéramos encantados de vernos. «¡Cuánta hipocresía!», pensé.

Y lo más triste es que yo entraba en el juego. Miguel también asistió, aunque se fue el primero, poco después de la comida.

Cuando acabó el día y nos despedimos unos de otros, fue lo de siempre. Promesas que sabíamos muy bien que no se cumplirían.

—Ya te llamo, Paula —dijo Tina—, y quedamos.

—Bien, como quieras.

Como imaginé, nunca llamó, y eso que era con la que mejor me llevaba y a la que más cariño tenía.

En Navidad mi suegra nos hace una visita de diez minutos para darles un regalo económico a los niños y no la volvemos a ver hasta el año siguiente. Tampoco Miguel se ha molestado en llevarlos de visita cuando pasa el día con ellos, y no sé por qué. Aunque Vicky tiene una teoría: «La abuela Virginia no soporta a Sonia, por eso papá nunca nos lleva a su casa».

Puede que tenga razón, tampoco me preocupa.

El viernes por fin tomé la decisión de ir al concierto. Sergio pasaría a recogerme a las ocho.

Miré el armario una y otra vez indecisa ante la ropa que elegir. No quería ir demasiado informal pero tampoco pasarme de lo contrario. Elegí un vestido de corte entallado con escote en pico y cinturón para anudar, de color negro, que combinaría con un chal.

Cuando Vicky entró en la habitación, estaba escogiendo los pendientes.

—¿Es, una cita, mamá? —preguntó llena de curiosidad.

—Es un amigo que me ha invitado a un concierto, nada más, no empieces tú como Sandra. ¿Qué te parece? ¿Me pongo estos pendientes? —le pregunté con una sonrisa.

—Humm… a ver…

Eran unos aros dorados finos.

—Perfectos, mamá. Vas a estar guapísima.

—Gracias —contesté sonriendo.

—¿Es guapo? —preguntó en voz baja como si temiera que alguien pudiera escucharla.

Me hizo sonreír e imitándola bajé la voz afirmando que sí, que era muy guapo.

—Qué bien, mamá. Me alegro de que tengas una cita. Ya era hora.

Salió de la habitación dejándome sola. No sabía si era una cita ni qué me depararía la noche, pero estaba encantada con la idea de salir con Sergio.

Él vestía una americana informal de color oscuro, igual que el pantalón, y una camisa blanca. Me recibió con una gran sonrisa y me besó en la mejilla. Lo encontré guapísimo, muy seductor, hasta demasiado atractivo.

Cenamos en un mesón cercano al teatro. Él habló, sin entrar en muchos detalles, por primera vez de su exmujer y del desastre de su matrimonio. Le escuché atenta. Pude apreciar melancolía en sus ojos. Tristeza en sus palabras, nostalgia en sus silencios…

Después pidió un café y yo opté por una infusión. Observé que tenía los ojos clavados en mi.

—¿Qué? —pregunté un poco aturdida por su mirada.

—Háblame de ti.

—¿Qué quieres saber? —dije mientras removía el azúcar en la taza.

—Me gustaría saber cómo te sientes ahora, desde tu divorcio. ¿Estuviste casada mucho tiempo?

—Catorce años. Y no nos iba mal —me callé —. Me cuesta hablar del tema —confesé—, todavía me… —Bajé la vista y no pude seguir hablando. Todavía me dolía, y más hablarlo con un casi desconocido, pero hice un esfuerzo y proseguí—. Discutíamos como todos los matrimonios, pero creo que éramos felices, yo por lo menos… De pronto descubrí que tenía a otra, que no era una simple aventura… y me sentí tan estúpida…

—Te entiendo —afirmó él.

Me encanta su voz, su dulce mirada, su sonrisa tierna y ese toque tan sexy que yo le veo y que estuvo a punto de hacerme babear de gusto, tanto que bajé los ojos temiendo que se me notara.

—¿Y tú, Sergio? ¿Le fuiste infiel? —me atreví a preguntar.

Negó con la cabeza.

—No. Ni sé si ella lo fue conmigo. De la noche a la mañana me dijo que necesitaba hacer su vida, y al parecer yo no iba incluido. Se fue sí más. En ese momento no había otro… ahora no lo sé. Nos divorciamos y punto.

—¿Pero sigues pensando en ella?

Ahora fue él quien bajó la vista.

—A veces… ¿y tú? ¿Sigues pensando en él?

—No… bueno… no sé; supongo que también a veces. No es fácil.

—Lo sé, Paula. Lo sé muy bien. No es nada fácil, es muy difícil.

Nos mirábamos en silencio, ensimismados, cuando una voz fuerte y ronca nos sacó de nuestra exhaustiva contemplación.

Félix estaba de pie pegado a la mesa.

—¿Qué hacéis por aquí, pareja?

Creo que los dos nos quedamos pasmados. Para nada esperábamos encontrarnos con él.

Estaba acompañado de una joven rubia, pintada y maquillada en exceso que, sin pedir permiso, se sentó a mi lado, algo que él imitó sentándose junto a Sergio.

—¿No me digas que estáis esperando para ir al concierto? —preguntó—. Nosotros también —añadió sonriendo mientras le daba una palmada en la espalda a su hermano.

—¿Qué queréis tomar? —preguntó Félix sin perder la sonrisa.

—Nada —contestó Sergio, creo que no muy contento.

—¿Y tú, Paula?

—Nada, gracias.

—Como queráis, yo tomaré un whisky, ¿y tú, preciosa? —preguntó a su acompañante.

—Yo lo mismo.

—¡Camarero!

Las butacas estaban numeradas pero estábamos los cuatro juntos. Como Sergio me había dicho que un proveedor le había regalado las entradas, no fue difícil imaginar que también había hecho lo mismo con el mayor de los Lambert.

Noté que Sergio estaba incómodo ante la situación y mucho más cuando, al salir del teatro, Félix empezó a insistir en que tomáramos una copa con ellos.

—Está bien —aceptó Sergio —, pero solo una.

—Estupendo.

Yo miraba a Diana, la amiguita de Félix, preguntándome que había visto en él. No tendría más de treinta y pocos años, y a pesar de calzar zapatos planos le sacaba una cabeza. No hablaba, pero fumaba y bebía como un cosaco. No fui capaz de tener una conversación con ella, así que me limité a fingir lo muy interesada que estaba escuchando a Félix, sonriendo mientras miraba el reloj a cada poco esperando que Sergio se diera por aludido y decidiera acompañarme a casa.

Habría sido una cita estupenda si no hubiera aparecido el fanfarrón de Félix arruinándolo todo. Pensé que para una vez que salía, la suerte no estaba de mi parte.

Cuando ya nos despedimos de la pareja, era muy l arde. Yo solo quería ir a dormir.

—Estoy cansada, Sergio. Son casi las tres, me caigo de sueño.

—Bien, como quieras.

Nos despedimos en el portal

—Hasta otro día.

—Adiós, Sergio, y gracias.

Vicky estaba tirada en el sofá viendo la tele. Me imaginé que me esperaba para preguntarme cómo me había ido.

—Hola, mamá. ¿Qué tal tu cita? —dijo poniéndose en pie.

—Bien. Anda, vete a la cama. Es muy tarde.

Viendo que aún no tenía puesto el pijama supuse que no hacía mucho que había regresado.

—¿Desde cuándo estás en casa?

—Hace mucho, mamá. Desde la dos…

Sonrió con gesto inocente, algo que siempre hace cuando trata de poner cara de niña buena incapaz de desobedecer o mentir.

—Tendré que creérmelo, ¿no?

—Me voy a la cama —dijo como respuesta.

—Yo también —contesté girándome hacia la puerta—. Apaga la luz al salir.

—Sí, mamá.

Sandra no pudo esperar hasta el lunes para saber cómo me había ido en mi cita con Sergio. Me llamó el domingo y pareció desilusionada cuando le expliqué lo sucedido.

—Y yo pensando que tendrías una noche loca de sexo y lujuria… Me reí.

—Ya sabes que no me acuesto en la primera cita —dije bromeando.

Sandra también se rio.

—Eso era antes, ahora los tiempos han cambiado, Paula.

—Pero yo no.

Me preguntó si me gustaba.

—¿Qué quieres qué te diga? Es encantador, guapo… pero no lo conozco, y la verdad, Sandra, con Miguel he tenido bastante.

—Miguel es el pasado, Paula.

—Pero tal vez sea demasiado pronto…

Me interrumpió.

—No, Paula. No es pronto, ya es hora, hazme caso. Tienes que empezar a vivir.

Temiendo que empezara a darme una de sus charlas sobre lo mucho que me convenía tener una pareja nueva, decidí cortar la conversación alegando que mi madre me necesitaba en la cocina.

—Ya hablaremos mañana, Sandra.

—Está bien. Hasta mañana.

6. Cada uno es un mundo

Vicky tenía casi quince años cuando Miguel se fue de casa. Yo no fui capaz de decirle que había otra. Siendo como era el ojito derecho de su padre, el saberse abandonada a causa de una mujer que no era yo, le causaría más dolor del que ya soportaba. Sin embargo no tardó en averiguarlo. Volvíamos de hacer unas compras cuando lo divisó al otro lado de la calle:

—¡Papá! —exclamó.

No se paró a pensar y se fue corriendo hacia él con la única intención de abrazarlo mientras yo me quedé unos pasos atrás. Él iba acompañado de Sonia, cogidos de la mano. Vi cómo lo abrazaba y miré para otro lado intentando que no se notara demasiado mi malestar. Vicky regresó enseguida y me miró, estaba pálida. Creo que mi rostro desencajado y la gran tristeza que percibió en mis ojos la impactaron. Traté de sonreír con una sonrisa forzada y con voz temblorosa le pregunté.

—¿Qué tal papá? ¿Bien?

No me contestó nada. Susurró:

—Vámonos…

Ninguna de las dos dijimos una palabra el resto del camino. Al día siguiente encontré una nota sobre su escritorio entre dos libros, asomando lo suficiente para que pudiera verla, estoy segura de que la dejó allí a propósito. Decía: «Odio a papá por lo mucho que hace sufrir a mamá».

Lo dejé tal como estaba y no le hice ningún comentario. Ella adoraba a su padre y estaba tan dolida que no sabía cómo decírmelo. Empezó a interesarse por mi de un modo casi enfermizo, me hablaba sin parar, creo que intentando hacerme reír, de cosas divertidas que le ocurrían tanto a ella como a sus amigas, de los chicos que le gustaban, de sus profesores… A veces me volvía loca con sus charlas y tenía que rogarle que se callara. Estábamos muy unidas, mucho más que ahora. En este último año aunque nuestra relación sigue siendo buena, se ha visto alterada por demasiadas cosas, no nos ponemos de acuerdo en horarios, ni en permisos, opina que no le doy bastante libertad… y desde que está con ese muchacho, Jorge, todo ha ido a peor. Se rebela, discute, da portazos, me contesta…

Cuando pasa un día con su padre regresa protestando acusando a Miguel de que no se comporta como un padre normal, sino como un pariente lejano que se contenta con decirles frases bonitas o comprando regalos tanto para ella como para sus hermanos.

Dice que lo hace para aliviar su conciencia, como sí todo el cariño del mundo se pudiera ganar con obsequios. Aunque creo que tiene mucha razón, intento mantenerme al margen, basta que opine algo en contra de su padre para que se enfade y se haga la ofendida, por eso nunca sé cómo acertar.

Lleva ocho o nueve meses saliendo con Jorge, y es su primer novio, o al menos el único que he conocido. Hemos hablado de sexo muchas veces y he tratado de hacerle entender que el sexo y el amor van unidos, más que nada para que lo vea como algo importante y no se lo tome a la ligera, pero en lo que más le he insistido ha sido en las precauciones.

—Ya lo sé, mamá —me responde con cara de fastidio—. Te pones más pesada…

No sé a qué grado de intimidad ha llegado con su novio y casi prefiero no saberlo. Aunque ella crea que este chico es el amor de su vida, sé que es algo pasajero y que se enamorará varias veces más antes de dar con el hombre que la lleve al altar o con quien comparta su vida.

He hecho memoria pensando en las veces que en mi adolescencia mi madre me habló del tema. En comparación con las madres de mis amigas, fue bastante moderna, y siempre intentó a su manera explicarnos lo que a su entender debíamos saber. Tuve la gran ventaja de tener a mi hermana Maribel, que a los dieciséis años compraba revistas para chicas adolescentes donde existía un consultorio sobre temas sexuales que yo leía con doce, descubriendo cosas que ni la más moderna de las madres hablaba entonces con su hija, por muy liberal que fuera o dijese ser. Claro que yo sabía mucho en la teoría pero nada en la práctica. Aparte de Miguel solo tuve un enamoramiento de verano durante las vacaciones en el pueblo, no pasamos de cogernos de la mano y darnos algún que otro beso furtivo en la oscuridad, besos que en los tiempos que corren se considerarían pueriles, castos e inocentes.

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