Trueno Rojo (56 page)

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Authors: John Varley

BOOK: Trueno Rojo
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El documento presentado en la Oferta Pública Inicial resultaba, no obstante, de interés. Como objetivos de la compañía figuraban solo dos cosas: "Construir y lanzar un vehículo para llevar seres humanos a Marte y devolverlos sanos y salvos a la Tierra" y "promover, publicitar, y en general explotar la marca registrada y los símbolos asociados con la nave, la tripulación y la misión, por cualesquiera medios necesarios".

Mientras yo dejaba pasar mis últimas horas en el espacio, Kelly estaba decidiendo qué marca de zapatillas llevaríamos el año siguiente. Nike y Adidas estaban librando una guerra de pujas. Mientras los demás construíamos la nave, Kelly se había puesto en contacto con los departamentos de promoción y publicidad de docenas de compañías que dependían en gran medida de los anuncios para vender sus productos... ¿y cuál no lo hacía? Naturalmente, lo había vendido como una película y había tenido que impedir que nadie se interesara demasiado por el proyecto. Entonces, el día antes de nuestro lanzamiento, había enviado un e-mail a todas esas personas... Puede que recordéis la conversación que mantuvimos el 9 de agosto... en el que les decía que miraran al cielo a la mañana siguiente.

Después del lanzamiento —hace mil años, parecía, en una vida anterior— había estado pegada al teléfono hasta que perdimos la antena. Hasta firmó algunos contratos por fax, sujetos todos ellos a nuestro eventual regreso, claro está.

Si vivíamos, íbamos a aparecer en las cajas de Wheaties.

Travis se detuvo a unos quince kilómetros por encima de Orlando y empezó a descender a una velocidad no muy superior a la de los ascensores rápidos del Empire State Building.

—No volveré a comer un solo copo de Wheaties en toda mi vida —me aseguró.

En las pantallas, que todos estábamos mirando, las líneas empezaron a convertirse en calles y edificios. Luego empezamos a distinguir el laberinto de autopistas que salían del paraíso de los parques temáticos de América. Estaban todas ellas atascadas, no se movía ni un alma. Pero a la gente no parecía importarles. Estaban en sus coches, junto a las carreteras o detrás de las cintas amarillas de la policía, frente a una línea casi sólida de coches patrulla dispuesta delante de cualquier población situada a menos de dos horas de allí. Había una docena de helicópteros posados en el Aparcamiento Bambi. Uno de ellos era el Marine One. Varias docenas más flotaban a cierta distancia, enviando con cámaras telescópicas las imágenes a todas las agencias de noticias del mundo.

Travis bajó el Trueno Rojo con tanta suavidad como la primera vez.

—¡Contacto en la pata uno! —exclamó Dak—. ¡Contacto en la dos! ¡Contacto en la tres! Hemos aterrizado, capitán.

—Apagando motores —respondió Travis.

Pero el ruido de los motores no se extinguió. El Trueno Rojo seguía temblando.

—Manny, Kelly —dijo Travis—. Salid a ver cuál es el problema. ¡Y corred despacio!

Hicimos lo que nos decía, acompañados por Alicia y Dak. Entramos en la cámara de descompresión, la activamos pulsando el gran botón rojo, bajamos la manilla, y se abrió la compuerta exterior. Volvimos a oler el aire fresco de la Tierra... el aire fresco, y caliente de la Tierra. La nave había calentado la zona de aterrizaje y abollado parte del asfalto. Bajamos la rampa y nos asomamos al exterior.

El rugido cobró aún más intensidad. Era la muchedumbre, a un kilómetro de distancia. Un millón de personas que habían comprado una entrada para una fantasía y había asistido, en su lugar, a la consumación de un sueño.

Estábamos en casa.

Diez años después

Durante los cinco años siguientes, el Trueno Rojo estuvo allí posado, donde Travis lo había dejado. Construyeron una cúpula geodésica sobre él, con un diorama fantásticamente detallado, y cubrieron el asfalto de arena, gravilla y rocas, todas ellas importadas de Marte. Goofy tendría que buscarse otro aparcamiento.

Estuvimos todos en la inauguración y contemplé con una sensación horripilante cómo bajaba la rampa y, entonces, cuatro réplicas cibernéticas nuestras bajaban por ella y empezaban a cantar... no el "The Wonderful Wizard of Oz". Los dueños de la marca registrada nos habían desdeñado porque no habíamos aterrizado en su aparcamiento. Así que cantaron "When You Wish Upon a Star". Ojalá la hubiésemos cantado nosotros. Y ojalá hubiésemos cantado mejor. En la cinta nuestras voces sonaban sencillamente horribles.

Después de cinco años, Trueno Rojo S.A. donó la nave a la Smithsonian, que la instaló bajo una pirámide de cristal, frente al Museo del Aire y el Espacio, junto al Wright Flyer, el Spirit of St. Louis, el Glamurous Glennis de Chuck Yeager, la cápsula Freedom Seven de Alan Shepard y el Apolo 11. Una compañía excéntrica, sí, pero la mejor a que podría aspirar un viejo y magnífico pájaro.

Entretanto, no tuvimos problemas con el gobierno. ¿Fue a causa de las precauciones que habíamos tomado o es que esas agencias secretas que temíamos solo existen en las mentes de los novelistas paranoicos y los guionistas? Los actos de las agencias que sí conocemos ya son suficientemente inquietantes.

Los tratos que hicimos con el gobierno fueron abiertos y amistosos, en su mayor parte, aunque algunas voces sugirieron que debíamos entregar el invento de Jubal al gobierno si éramos auténticos patriotas americanos. Pero la imagen de la bandera americana ondeando sobre las dunas de arena de Marte, arruinando el momento de gloria de los chinos, estaba demasiado grabada en la imaginación americana para que este punto de vista durara demasiado. Cuando testificamos ante el Comité de Investigación del Congreso no hubo un solo reproche. Nos trataron como huéspedes de honor, invitados para compartir nuestra historia con el mundo.

El primer año fue un caos. En algunos aspectos fue más fatigoso que el viaje a Marte, al menos para alguien como yo, a quien no le gustan las cámaras y que no es ocurrente, como Dak y Kelly. Desfilamos en un coche abierto por Wall Street, en Nueva York, y en otro que yo disfruté mucho más, en la ciudad de Daytona, como unos chicos del lugar que habían hecho algo grande. El desfile terminó en el circuito, el centro del universo para la ciudad, donde se nos hizo entrega de unos trofeos con banderas a cuadros. Las pequeñas maquetas de coches de los trofeos habían sido reemplazadas por réplicas del Trueno Rojo.

Podríamos haber desfilado por la calle principal de todas las ciudades y pueblos de América si hubiéramos aceptado las invitaciones.

Si alguien quería utilizar nuestra imagen para vender algo o ponernos en sus productos, hacíamos un estudio pormenorizado de mercado... y luego les cobrábamos todo lo que pudieran pagar, que era mucho. Banana Republic vendió miles de chaquetas de cuero Trueno Rojo, y sacamos un poco de cada una de ellas. Llevábamos Adidas "Trueno Rojo" y comíamos Wheaties, aunque yo solo probé un cuenco. No es que tenga nada contra los Wheaties, sino que no me gustan los cereales.

Ganamos un montón de dinero. Más del que yo hubiera creído posible. Y nunca me sentí como si nos hubiéramos degradado. Pero resulta raro, y no del todo agradable, ver algo que se parece a tu cara sobre el montón de músculos de un muñeco de acción.

Una de las cosas que me dejó peor sabor de boca fue la película, que se estrenó un año después del día de nuestro regreso. No estuvo mal, pero tampoco tan bien como yo esperaba. Hubo varias razones para eso, entre ellas que no esperaron a tener un buen guión. El capullo que hacía de mí no se parecía demasiado a Jim Smits, pero las chicas lo adoraban. La serie de dibujos animados para televisión fue mucho mejor. Duró varios años.

Y luego estaba el hecho incuestionable de que, a los ojos de la industria de Hollywood, la historia real del viaje real de unos pioneros no estaba a la altura de algo como La Guerra de las Galaxias, o cualquier otra de los cientos de historias espaciales llenas de pistolas de rayos y alienígenas extraños.

Y el público estaba empezando a cansarse de nosotros. Yo, desde luego, estaba cansándome del público. Cuando tu cara aparece en las portadas de las revistas y en las pantallas de televisión, no puedes ir a ningún sitio sin que te reconozcan. No tienes un momento de paz.

Así que, pasado el primer aniversario, desaparecimos prácticamente de la vida pública. Nunca se puede borrar del todo la popularidad, una vez que te la has ganado o te la han impuesto, pero puedes dejar de alimentarla. No es que me queje. La popularidad es un pequeño precio que tienes que pagar para ser libre de las preocupaciones financieras.

Los cuentos de hadas tienen finales felices. La vida real no. Nosotros nos acercamos más a un final feliz que la mayoría de la gente. Lo que pasa es que las cosas no salen como tú habías imaginado. Pero algunas veces la alternativa es igualmente buena.

Las cosas no les salieron como esperaban a Dak y Alicia. Tuvieron una crisis y se separaron. Pero como Alicia sigue siendo amiga de Kelly y Dak sigue siendo amigo mío, aunque estemos más distanciados a cada año que pasa, se ven con cierta frecuencia y no lo llevan mal.

Dak nunca se recobró de la humillación sufrida por ser el campeón de vómitos del Trueno Rojo. Nadie se lo reprochó jamás, pero a él le atormentaba. Durante el primer año, hizo las mismas apariciones públicas que todos los demás, pero cuando nosotros empezamos a cansarnos de que nos llevaran de acá para allá como monstruos de feria, él quiso seguir. Empezó a aparecer en grandes acontecimientos deportivos, desde partidos de football a carreras de tractores, montado en el Trueno Azul, que había sido recuperado y tenía un nuevo motor diesel. Era todo un espectáculo. Cuando se cansó, lo donó a la Smithsonian, que le puso en la pirámide de cristal con el Gran Rojo.

Empezó a competir en carreras, de motos y camiones, principalmente, aunque era capaz de conducir cualquier cosa que fuese rápida. Kelly dice que está tratando de probarse, una vez tras otra, y es muy posible que tenga razón. Pero parece feliz, y eso es lo único que a mí me importa.

Su padre y él invierten mucho tiempo en su tienda, no solo construyendo sus propios coches, sino trabajando en los de otros, y creando diseños de encargo. Siempre le pregunto si está preparado para unirse al circuito NASCAR y él siempre responde con un bufido. Dice que el NASCAR "es el último club de señoritos blancos que queda en América", y que los coches son las "pancartas publicitarias más rápidas del planeta".

En el primer cumpleaños de Sam después de nuestro regreso, Dak le compró una Harley yo le regalé la Triumph de Travis. Cuando nos reunimos algún fin de semana, recorremos toda Florida con ellas y con la Trueno Verde, la moto de carreras de Dak.

Hasta ha hecho las paces con su madre. No es que se vean muy a menudo, pero por lo menos ella le envía un regalo por su cumpleaños, normalmente algo tan inapropiado que resulta hilarante, como un tren de juguete o una bicicleta. Él los dona a una ONG. No es que sea mala persona, pero no sabe cómo ser una madre.

Alicia... bueno, Alicia sigue siendo Alicia. Invirtió todo su dinero en su propia fundación, que tiene centros de rehabilitación para drogadictos y alcohólicos por todo el Sur. Parece sublimemente feliz, salvo una semana al año, cuando su padre tiene la audiencia con la Junta de Libertad Condicional. Irónicamente, ahora que no bebe es un prisionero modelo, así que cualquier año de estos podría salir libre. Y empezar a beber de nuevo...

Es posible que si Alicia vive tanto como la Madre Teresa, gane también el Premio Nobel de la Paz.

Al final, mamá no vendió el Motel el Despegue.

Mientras estábamos fuera, María y ella vendieron toneladas de recuerdos del Trueno Rojo. Tuvieron que montar una tienda de campaña en el aparcamiento vacío que había al otro lado de la calle para hacer frente a la demanda. Y desde el día que despegamos no ha habido una sola vacante. Ahora conviene que reserves plaza con un año de antelación. Sin contar los parques temáticos de Orlando, somos la tercera atracción turística más popular del centro de Florida, por detrás de las 500 millas y el centro espacial. Algunos años, incluso superamos al Kennedy.

Dos años después de nuestro regreso, un huracán de finales de verano se abatió sobre Daytona. El Manatí Dorado sufrió graves desperfectos, que dejaron al descubierto unos cimientos inadecuados hasta para la media de Florida. El ingeniero municipal dijo que el viento levantado por el aleteo de una mariposa bastaría para derribar el edificio. A mamá y a María les hubiera dado igual si fuera a desplomarse en dirección a la playa pero, tal como estaba inclinado, parecía que, si llegaba a derrumbarse, lo haría sobre nosotros. Gracias a la nueva influencia de que disponía en el Ayuntamiento, mamá consiguió que lo cerraran, y dos días más tarde fue derribado. Antes de que el polvo se hubiera posado, había comprado el terreno, que convertimos en un gran aparcamiento y un restaurante/tienda de recuerdos, con un paso de peatones para facilitar el acceso a la playa de los clientes del Despegue. Además, le añadimos un ala nueva. Ahora todas las habitaciones tienen vistas al océano.

Mamá no quería otra parte del negocio que la de propietaria. Al final resultó que a la tía María sí que le gustaba el negocio del motel. Lo que no le gustaba era tener que hacer las tareas domésticas. No había hecho una cama desde que despegó el Trueno Rojo. Contrató a Bruce Carter, un antiguo empleado del Manatí Dorado, para que se encargara de todo el trabajo duro, mientras ella se relajaba a la sombra con sus amigas, jugando al dominó y haciendo esculturas de conchas sobre gente que aterrizaba en Marte. Las doncellas del Motel el Despegue son las mejor pagadas de toda Florida y tienen seguros médicos y planes de pensiones.

De repente, mamá se encontró con tiempo libre, algo que casi no había tenido desde el momento de mi nacimiento. Durante algún tiempo estuvo sin saber qué hacer, pero no tardó en encontrar algo para entretenerse, como por ejemplo trabajar como voluntaria en uno de los centros de desintoxicación de Alicia.

También pasaba varias horas al día en el campo de tiro. Pasado algún tiempo hizo las pruebas de selección para el equipo olímpico. En tiro al plato no estuvo fina, pero en rifle a cincuenta metros consiguió que la seleccionaran. Kelly y yo fuimos a verla a Johannesburgo, donde obtuvo un meritorio octavo lugar. Mientras marchaba por el gigantesco estadio con el resto del equipo olímpico, el día de la inauguración, yo hubiera podido morirme de puro orgullo.

El enorme clan Broussard evitó toda publicidad, a excepción del pequeño Aleluya, como lo llamaba la familia, el más joven y menudo de los hermanos de Jubal. Aleluya era el único de los hijos de Avery que seguía siendo profundamente religioso. Había seguido los pasos de su padre y predicaba en una iglesia de pueblo. El vuelo del Trueno Rojo y la fama alcanzada, aunque no deseada, por su hermano mayor, fue el espaldarazo que su ministerio necesitaba y hoy día tiene un programa de televisión por cable en el que a menudo entra en contacto con Marte y el Cielo de una forma que solo él parece comprender. Pero grita, suda, cura, y no reparte serpientes entre los fieles, así que todo el mundo parece contento.

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