Sunset Park (2 page)

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Authors: Paul Auster

Tags: #Otros, #Drama

BOOK: Sunset Park
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Los padres de Pilar fallecieron en un accidente de coche dos años atrás, y hasta que se fue a vivir con él a su apartamento cuando acabó el curso en junio pasado, vivía con sus tres hermanas mayores en la casa familiar: María, de veintiún años; Teresa, de veintitrés, y Ángela, de veinticinco. María está matriculada en un centro de formación superior, donde estudia para esteticista. Teresa es cajera en un banco del barrio. Ángela, la más bonita de la pandilla, trabaja como chica de alterne en una sala de fiestas. Según Pilar, a veces se acuesta con los clientes por dinero. Pilar se apresura a declarar que quiere a Ángela, que quiere a todas sus hermanas, pero se alegra de haberse marchado de la casa, demasiado llena de recuerdos de sus padres; y además, no puede contenerse, está enfadada con Ángela por dedicarse a eso, considera una ruindad que una mujer venda su cuerpo y es un alivio no tener que discutir más con ella sobre la cuestión. Sí, le dice a él, su apartamento es un sitio pequeño y destartalado, a diferencia de la casa, mucho más grande y cómoda, pero tiene la ventaja de que allí no está Carlos Junior, de dieciocho meses, lo que constituye un inmenso alivio. No es que el hijo de Teresa sea insoportable, es como todos los niños, desde luego, y qué puede hacer Teresa, con su marido destinado en Irak y su larga jornada de trabajo en el banco, pero eso no le da derecho a endilgar la tarea de cuidar de la criatura a su hermana pequeña un día sí y otro también. A Pilar le gustaría ser comprensiva, pero no puede evitar tomárselo a mal. Necesita tiempo para estar sola y estudiar, quiere hacer algo en la vida y ¿cómo puede conseguirlo si no hace más que cambiar pañales? Los niños están bien para los demás, pero ella no quiere saber nada de críos. Gracias, concluye, pero no.

Él se maravilla de su ánimo e inteligencia. Incluso el primer día, sentados en el parque hablando de El gran Gatsby, ya le causó la impresión de estar leyendo el libro por propia iniciativa y no porque un profesor se lo hubiese asignado como tarea en el instituto, y luego, a medida que progresaba la conversación, se quedó doblemente impresionado cuando ella sostuvo que el personaje más importante de la novela no era Daisy ni Tom, ni siquiera el propio Gatsby, sino Nick Carraway. Le pidió que lo explicara. Porque es quien cuenta la historia, sentenció ella. Es el único personaje con los pies en la tierra, el único que puede mirar más allá de sí mismo. Todos los demás son gente perdida y superficial, y sin la humanidad y comprensión de Nick, no seríamos capaces de sentir nada por ellos. Nick es el elemento determinante de la novela. Si la historia la hubiera contado un narrador omnisciente, no habría sido ni la mitad de buena.

«Narrador omnisciente». Sabe lo que significan esos términos, igual que entiende lo que se quiere decir con «suspensión de la incredulidad», «biogénesis», «antilogaritmos» y «Brown contra Consejo de Educación». ¿Cómo es posible, se pregunta, que una chica joven como Pilar Sánchez, con un padre nacido en Cuba que trabajó de cartero toda su vida y tres hermanas mayores satisfechas de vivir empantanadas en una monótona rutina diaria, haya salido tan distinta del resto de la familia? Pilar necesita saber cosas, tiene planes, trabaja mucho, y él está más que contento de animarla, de hacer cualquier cosa para ayudarla en los estudios. Desde el día que se marchó de su casa para irse a vivir con él, la ha estado instruyendo en los más sutiles pormenores del examen de selectividad, ha escudriñado cada uno de sus deberes escolares, le ha enseñado los rudimentos del cálculo matemático (que no dan en el instituto) y le ha leído en voz alta docenas de novelas, relatos y poemas. Él, joven sin ambiciones, que dejó la universidad y rechazó todos los símbolos de la privilegiada vida que llevaba entonces, se ha hecho cargo de las aspiraciones de ella, tratando de impulsarla hasta dónde quiere llegar. Lo prioritario es la universidad, una buena universidad con una beca completa, y una vez que consiga eso tiene la impresión de que lo demás vendrá por sí solo. Por el momento, sueña con ser enfermera titulada, pero las cosas cambiarán con el tiempo, de eso está seguro, y tiene absoluta confianza en que posee cualidades para ir a la facultad de Medicina y ser médico algún día.

Fue ella quien propuso irse a vivir con él. A él jamás se le habría ocurrido sugerir audacia tan inaudita, pero Pilar estaba resuelta, a un mismo tiempo movida por el deseo de escapar y cautivada por la perspectiva de acostarse con él todas las noches; y cuando le pidió que hablara con Ángela, principal sostén económico del clan y por tanto quien tenía la última palabra en todas las decisiones familiares, fue a ver a la mayor de las Sánchez y logró convencerla. Al principio se mostró reacia, alegando que Pilar era demasiado joven y carecía de experiencia para calibrar un paso de tal envergadura. Sí, sabía que su hermana estaba enamorada de él, pero no aprobaba esa relación debido a la diferencia de edad, lo que significaba que antes o después acabaría cansándose de aquel juguete adolescente y dejándola con el corazón destrozado. Él contestó que probablemente la cosa terminaría al revés, con él abandonado y deshecho. Entonces, dejando a un lado la discusión sobre los aspectos amorosos y sentimentales, presentó sus argumentos en términos puramente prácticos. Pilar no tenía trabajo, dijo, era una rémora para la economía familiar y él se encontraba en condiciones de mantenerla y librarlas de esa carga. No era como si fuera a secuestrarla y llevársela a China, después de todo. La casa sólo estaba a quince minutos a pie de su apartamento y podrían verla siempre que quisieran. Para cerrar el trato, les ofreció regalos, toda una serie de cosas que ansiaban pero que andaban cortas de dinero para conseguir. Para gran sorpresa y sarcástico regocijo de los tres payasos del trabajo, cambió circunstancialmente de postura sobre las normas que regían el protocolo de aquella ocupación y a la semana siguiente se llevó con toda tranquilidad un televisor de pantalla plana casi nuevo, una cafetera eléctrica de la mejor calidad, un triciclo rojo, treinta y seis películas (incluido un estuche para coleccionistas de todo El padrino), un espejo profesional de maquillaje y un juego de copas de vino de cristal fino, que cumplidamente entregó a Ángela y sus hermanas en señal de gratitud. En otras palabras, Pilar vive ahora con él porque ha sobornado a la familia. La ha comprado.

Sí, está enamorada de él, y sí, a pesar de sus escrúpulos y vacilaciones íntimas, él también la quiere, por inverosímil que pueda parecerle. Cabe observar, para que conste, que no se trata de alguien que tenga especial fijación por las chicas jóvenes. Hasta este momento, todas las mujeres de su vida han sido más o menos de su edad. Pilar no representa por tanto la encarnación de un tipo de mujer ideal para él: es simplemente ella misma, un pequeño golpe de suerte que una tarde tuvo en un parque, la excepción a todas las reglas. Pero tampoco puede explicarse por qué se siente atraído por ella. Le fascina su inteligencia, sí, pero en definitiva eso tiene escasa importancia, porque también ha admirado la inteligencia de otras mujeres sin sentirse atraído en lo más mínimo por ellas. La encuentra bonita, pero no de una manera excepcional, no guapa desde un punto de vista objetivo (aunque también podría alegarse que toda chica de diecisiete años es guapa, por la sencilla razón de que la juventud siempre es bella). Pero no importa. No se ha enamorado de ella por su cuerpo ni por su mente. ¿Qué es, entonces? ¿Qué lo mantiene ahí cuando todo le dice que debe marcharse? El modo en que ella lo mira, quizás, el apasionamiento de su mirada, la extasiada intensidad de sus ojos cuando le oye hablar, la sensación de que su presencia es absoluta cuando están juntos, de que es la única persona que existe para ella sobre la faz de la tierra.

A veces, cuando saca la cámara y le enseña sus fotografías de objetos abandonados, los ojos de Pilar se llenan de lágrimas. Tiene un lado tierno, sentimental, que casi resulta cómico, piensa él, y sin embargo lo conmueve esa ternura suya, esa vulnerabilidad ante el dolor de los demás, y como también puede ser dura, charlatana y dispuesta a la carcajada, nunca sabe qué aspecto de ella va a emerger en un momento determinado. Es algo que puede resultar molesto a corto plazo, pero cree que a la larga no puede constituir sino algo bueno. Él, que tanto se ha negado a sí mismo durante tantos años, que tan intransigente ha sido en sus renuncias, que ha aprendido a dominar su temperamento y deambular por el mundo con un desapego terco y frío, ha vuelto poco a poco a la vida ante los excesos emotivos de Pilar, su apasionamiento, sus sensibleras lágrimas cuando se le muestra la imagen de un osito de peluche abandonado, una bicicleta rota o un jarrón de flores marchitas.

La primera vez que se acostaron, ella le aseguró que no era virgen. Él la tomó al pie de la letra, pero cuando llegó el momento de la penetración, ella lo retiró de un empujón y le dijo que no lo hiciera. El chichi estaba vedado, le advirtió, absolutamente prohibido al miembro masculino. Lengua y dedos eran bienvenidos, pero el miembro no, bajo ninguna circunstancia, en ningún momento, nunca. Él no comprendía nada de lo que estaba diciendo. Se había puesto un condón, ¿no? Llevaban protección y no había necesidad de preocuparse por nada. Ah, repuso ella, pero en eso se equivocaba. Teresa y su marido siempre habían tenido mucha confianza en los preservativos y fíjate en cómo les ha ido. Nada asustaba tanto a Pilar como la idea de quedarse embarazada, y nunca comprometería su futuro por confiar en una de esas dudosas gomas. Antes se cortaría las venas o se tiraría de un puente que quedarse embarazada. ¿Lo comprendía? Sí, lo entendía, pero ¿qué solución había? El culinchi, contestó ella. Ángela se lo había explicado y él tuvo que admitir que desde el punto de vista biológico y médico era la única forma segura de control de natalidad que había en el mundo.

Ya lleva seis meses aviniéndose a sus deseos, limitando toda penetración al culinchi y metiéndole únicamente la lengua y los dedos en el chichi. Tales son las anomalías y extravagancias de su vida amorosa, que no por ello es menos rica, una espléndida asociación erótica que no da muestras de ir a menos en un futuro próximo. Al final, es esa complicidad sexual lo que le ata a ella y lo mantiene en la absurda tierra de nadie de las ruinosas casas vacías. Su piel lo tiene hechizado. Es cautivo de su boca joven y ardiente. Está a gusto dentro de su cuerpo, y si alguna vez encuentra valor para marcharse, sabe que lo lamentará durante el resto de sus días.

2

Apenas le ha contado nada de su vida. Ni siquiera el primer día en el parque, cuando ella comprendió que era de otro sitio al oírle hablar, le dijo que ese otro sitio era la ciudad de Nueva York, el West Village de Manhattan para ser más exactos, sino que le contestó vagamente que se había criado en el norte. Más adelante, cuando ella empezó a preparar la selectividad y él le enseñó cálculo matemático, Pilar comprendió enseguida que no era simplemente un trabajador itinerante dedicado a la limpieza de casas vacías, sino una persona muy cultivada con una mente tan ágil y un amor por la literatura tan amplio y bien fundamentado que a su lado los profesores de inglés del instituto John F. Kennedy parecían impostores. ¿Dónde había estudiado?, le preguntó un día. Él se encogió de hombros, sin querer mencionar Stuyvesant ni los tres años que había cursado en Brown. Cuando ella insistió, él bajó la vista y murmuró algo sobre una pequeña universidad estatal de Nueva Inglaterra. A la semana siguiente, cuando le dio una novela de Renzo Michaelson, que en realidad era su padrino, Pilar observó que la había publicado una editorial llamada Heller Books y le preguntó si existía alguna relación. No, contestó, pura coincidencia, Heller es un apellido bastante corriente. Eso indujo a Pilar a hacerle otra pregunta, sencilla y enteramente lógica, sobre cómo era la familia Heller a la que él pertenecía. ¿Quiénes eran sus padres y dónde vivían? No tengo, respondió él. ¿Porque han muerto? Así es. Igual que yo, dijo ella, mientras los ojos se le llenaban súbitamente de lágrimas. Sí, confirmó él, igual que tú. ¿Tienes algún hermano? No. Soy hijo único.

Al mentirle de esa manera se evitaba el malestar de tener que hablar de cosas que había procurado eludir durante años. No quiere que sepa que a los seis meses de nacer él su madre abandonó a su padre y se divorció de él para casarse con otro. No quiere que sepa que no ha visto ni dirigido la palabra a su padre, Morris Heller, fundador y editor de Heller Books, desde el verano en que terminó el tercer año en Brown. Y por encima de todo no quiere que sepa nada de su madrastra, Willa Parks, que se casó con su padre veinte meses después del divorcio, y nada, nada en absoluto de su hermanastro muerto, Bobby. Esas cosas no conciernen a Pilar. Son asuntos particulares suyos, y hasta que encuentre una salida del limbo que lo envuelve desde hace siete años, a nadie dará explicaciones.

Ni siquiera ahora está seguro de si lo hizo o no a propósito. No hay duda de que empujó a Bobby, de que estaban discutiendo y arremetió con furia contra él, pero no sabe si el empellón fue antes o después de que oyera el coche que venía en su dirección, o lo que es lo mismo, ignora si la muerte de Bobby fue un accidente o si en el fondo tenía intención de matarlo. Toda la historia de su vida depende de lo que ocurrió aquel día en las Berkshires, y aún sigue sin conocer la verdad, todavía no está seguro de si es o no culpable de un crimen.

Corría el verano de 1996, apenas un mes después de que su padre le regalara El gran Gatsby y otros cinco libros por su decimosexto cumpleaños. Bobby tenía dieciocho y medio y acababa de terminar el bachillerato, tras aprobar de puro milagro gracias en buena medida a los esfuerzos de su hermanastro, que le había redactado tres trabajos por el módico precio de dos dólares la página, setenta y seis dólares en total. Sus padres habían alquilado una casa en las afueras de Great Barrington para el mes de agosto y los dos chicos iban a pasar el fin de semana con ellos. Él era muy joven para conducir; Bobby tenía carné y por tanto a él le correspondía la tarea de comprobar el aceite y llenar el depósito antes de salir, cosa que, huelga decir, no llegó a hacer. A unos veinticinco kilómetros de la casa, cuando transitaban por una carretera comarcal llena de curvas y cuestas, el coche se quedó sin gasolina. No se habría enfadado tanto si Bobby hubiera dado alguna muestra de arrepentimiento, si el estúpido holgazán se hubiera tomado la molestia de disculparse por su error, pero, como era de esperar, a Bobby la situación le pareció divertida y su primera reacción fue soltar una carcajada.

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