Studio Sex (26 page)

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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Studio Sex
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Annika oyó las palabras sin que le entraran del todo. Se imaginaba el significado, pero no deseaba entenderlo.

La guitarra eléctrica finalizó su estruendo y regresó el presentador.

—Jueves 2 de agosto, bienvenidos aStudio sexdesde Radiohuset, Estocolmo —entonó.

»Hoy analizaremos la cobertura que el periódicoKvällspressenha hecho del asesinato de la bailarina destripteaseJosefin Liljeberg. Con nosotros en el estudio se encuentran dos personas que conocieron bien a Josefin, aquí tenemos a su mejor amiga Charlotta y al rector de su escuela, Martin Larsson-Berg, además hemos hablado con su novio Joachim...

Será mejor oír lo que dicen que estar luego tumbada rumiando sobre ello, pensó Annika.

Se arrepentiría muchas veces de esa decisión. Las palabras se grabaron como un mantra en su centro de lenguaje.

—Comencemos por ti, Charlotta, ¿puedes contarnos lo que han hecho contigo en elKvällspressen?

Charlotta comenzó a gimotear en el estudio de radio. Al parecer, el presentador pensaba que eso causaba un buen efecto, pues la dejó continuar durante medio minuto antes de pedirle que se calmara. Entonces ella lo hizo en un instante.

—Bueno —dijo Charlotta y sollozó—, fue la reportera esa, Annika Bengtzon, la que me llamó a mi casa y quería hablar sobre mi dolor.

—¿De qué manera? —preguntó el presentador y sonaba increíblemente compasivo y comprensivo.

—Mi mejor amiga había muerto, y ella me llamó en medio de la noche y voceó: «¿Cómo te sientes?».

—Es horrible —estalló el presentador

Charlotta sollozó.

—Sí, es lo peor que me ha pasado en la vida. ¿Cómo se puede vivir después de algo así?

—¿Ocurrió lo mismo con usted, Martin Berg-Larsson?

—Larsson-Berg—corrigió el rector—. Sí, más o menos. Yo no era buen amigo de la muchacha, como es natural, pero conozco a su familia. Su hermano es un estudiante muy inteligente, sacó el bachillerato la primavera pasada y en otoño continuará sus estudios en Estados Unidos. En el instituto Tibble nos parece muy bien que nuestros alumnos continúen sus estudios superiores en el extranjero.

—¿Cómo le sentó recibir esas horribles preguntas en medio de la noche?

—Bueno, me conmocionó, claro. Al principio pensé que le había ocurrido algo a mi mujer, ella navegaba...

—¿Cómo reaccionó?

—Bueno, fue como si...

—¿Fue la misma reportera que importunó a Charlotta, la becaria Annika Bengtzon?

—Sí, la misma.

Crujió el diario del presentador.

—Veamos lo que ha escrito Annika Bengtzon, escuchen...

El hombre comenzó y en un tono de burla leyó del artículo de Annika sobre Josefin, sus sueños y deseos, la cita de Charlotta, y la orgía de pena de Täby.

—¿Qué dicen ustedes de esto? —concluyó con una voz abismal.

—Es terrible cuando una no puede estar a solas con su dolor —chilló Charlotta—. Que los medios de comunicación no respeten a las personas en crisis. Y hoy, en nuestra manifestación contra la violencia, ¡volvieron a importunarnos!

Martin Larsson-Berg carraspeó.

—Bueno —dijo—, pero uno también debe comprender a los medios de comunicación. Nosotros nos hemos ocupado adecuadamente de la situación de crisis en Täby y deseamos ser un ejemplo para...

El presentador le interrumpió.

—Pero elKvällspresseny Annika Bengtzon no se han conformado con eso. El periódico también se ha ocupado de limpiar la imagen del ministro sospechoso, Christer Lundgren. En su batida a favor de la socialdemocracia hacen que esta culpa recaiga en la persona que más cerca estuvo de ella, su novio. Nuestro reportero ha hablado con él.

Una cinta comenzó a sonar. Annika estaba pegada a la silla. Un sudor frío recorría su cuerpo, la sensación de irrealidad era total. Aunque la redacción estaba llena de gente, nadie la miraba. Ella no existía. Ya estaba muerta.

—Yo quería a Josefin, ella era lo más importante de mi vida —dijo una clara voz masculina. Sonaba joven y vulnerable.

—¿Qué sentiste cuando elKvällspressente señaló como el asesino? —preguntó el reportero con mucho tacto.

—Bueno, no se puede describir. ¿Qué puedo decir? Leer que uno... no, es incomprensible.

Sollozó de veras.

—¿Has pensado demandar al periódico?

Nuevo sollozo.

—No, no sirve de nada, ya se sabe. Esos colosos emplean todo el dinero que sea necesario para destruir a una persona sola. Nunca podría ganarle a la prensa amarilla. Además, eso me despertaría muchos recuerdos dolorosos.

Regresó el presentador, ahora entrevistaría a otro reportero que al parecer funcionaba como una especie de experto.

—Bueno, esto es un problema, ¿verdad?

—Sí, es completamente cierto —respondió el comentarista preocupado—. Un joven ha sido señalado como asesino por una becaria estival que se ha puesto la falda nueva y ha salido a hacer periodismo de investigación, y luego la mentira se establece como verdad. Pocas veces se consigue justicia. Cuesta mucho dinero entablar un pleito contra un periódico por difamación, pero queremos resaltar, para todos los que se sientan explotados y difamados por los medios, que se puede conseguir ayuda legal para acabar con los periodistas mentirosos.

—¿Éste podría ser el caso de Joachim?

—Sí, podría serlo. Solo nos cabe esperar que tenga las fuerzas necesarias para llevar este caso ante los tribunales. Sería muy interesante que se sentaran precedentes.

El presentador hojeó sus papeles.

—Pero ¿por qué una joven becaria hace esto?

—Bueno, parte de la explicación es que está dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de conseguir un puesto en un periódico. La prensa vespertina vive del número de ejemplares, y cuanto más sensacionalista sea el titular mayores serán las ventas y mayores los beneficios. Los periodistas que se dedican a este tipo de trabajo ganan mucho dinero a través de sus sucios negocios, por desgracia ésta es la realidad.

—¿Así que cuanto más escandaloso sea un titular, más sueldo recibe el reportero?

—Sí, así se puede resumir el asunto.

—Pero ¿crees que es tan sencillo que ella se haya vendido al mejor postor?

—No, por desgracia pueden existir otros motivos más dudosos.

—¿Cuáles crees?

El comentador carraspeó.

—El caso es que —respondió— hay más de diez millobbyistsen Estocolmo, que sólo buscan una cosa: intentar con dinero que los medios y los que toman decisiones hagan lo que les piden sus clientes. Influir en los medios se conoce como «plantar» noticias. Se engaña o se compra a un periodista para que haga nuestros encargos.

—¿Crees que éste es el caso en este asunto?

—Sí, estoy completamente seguro —respondió el comentarista con voz firme—. Parece bastante claro, para cualquiera que tenga algo de conocimiento de este negocio, que los artículos de Annika Bengtzon sobre Christer Lundgren se tratan de una manifiesta «plantación».

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó el presentador impresionado.

—Me gustaría presentar una prueba, una secuencia que grabé esta mañana en Rosenbad —dijo el comentarista triunfante.

La voz del primer ministro llenó el éter.

—Claro que lo siento por Christer en estos momentos. Esta clase de escritos periodísticos sin base son siempre una gran prueba. Pero os aseguro que esta clase de datos exagerados no tiene la más mínima importancia para el gobierno o el partido. Todos habréis leído elKvällspressende hoy, ahí tienen muy claro por qué han interrogado a Christer. Resulta que tiene un apartamento junto a Kronobergsparken. Hasta los ministros tienen...

Regresó el estudio.

—Bueno, ahí podemos oírlo nosotros mismos —dijo el comentarista—. El primer ministro nos remite directamente a los datos del periódico y desea que otros medios sigan el ejemplo.

—¿Qué responsabilidad tiene el poder, en este caso el gobierno?

—Bueno, debe ser criticado, por supuesto, por aprovecharse de una periodista joven y sin experiencia. Los jóvenes becarios de verano sin una rutina fija son, por desgracia, fáciles de manipular.

El presentador volvió a tomar la palabra.

—Hemos intentado hablar con el director delKvällspressenpara que pudiera responder a estas críticas, pero nos han informado de que estaba ocupado...

Annika se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño, el suelo se balanceaba. La sensación fue más patente cuando entró en el pasillo por detrás de la redacción, donde se vio obligada a apoyarse en la pared. Me estoy rompiendo, pensó. No voy a conseguirlo. No voy a llegar. Vomitaré en el suelo.

Vomitó en el lavabo del cuarto de baño para discapacitados, el desagüe se atascó cuando intentó enjuagar los restos. Se miró en el espejo y se sorprendió al ver que aún seguía completa, estaba como siempre, respiraba y el corazón le latía.

Nunca más podré salir a la calle, pensó. Estoy acabada para siempre. Nunca más conseguiré trabajo. Seguramente no me querrán en elKatrineholms-Kuriren,me echarán.

Rompió a llorar.

¡Oh Dios mío! ¿Dónde voy a vivir? Si no puedo pagar el alquiler, ¿adónde podré ir?

Se dejó caer sobre el suelo y lloró contra el dobladillo de su falda.

Lyckebo, pensó de pronto y dejó de llorar. Me mudaré a casa de la abuela. Allí no me encontrará nadie. La abuela se muda al piso en Hälleforsnäs en octubre, entonces yo me podré ir a vivir allí.

Se sonó con un trozo de papel higiénico y se secó las lágrimas.

¡Sí, eso es lo que haría, por supuesto! La abuela le había prometido que la ayudaría, ella no la defraudaría. Y pertenecía al sindicato, por lo menos recibiría el desempleo durante un año, luego ya vería. Podría marcharse al extranjero, eso hacía mucha gente. A recoger naranjas a Israel o uvas a Francia, o ¿por qué no Nueva Zelanda?

Se levantó. Había muchas salidas.

—Una no debe ser tan jodidamente limitada —se dijo en voz alta.

Se había decidido. Nunca más pondría un pie en un periódico, especialmente en éste. Recogería su bolso y la caja con sus apuntes y abandonaría el periodismo para siempre. Llena de resolución, abrió la puerta.

Aquel balanceo marino no parecía acabar del todo. Se mantuvo cerca de la pared para no caerse.

Al llegar a la mesa de Berit metió rápidamente sus cosas en el bolso.

—Vaya, estás ahí, ¿podrías venir a mi despacho un momento?

Era Anders Schyman el nuevo director, ella se volvió, sorprendida.

—¿Quién, yo? —preguntó.

—Sí, claro, estoy en la pecera de las cortinas horribles. Ven cuando tengas un momento.

Sintió las miradas furtivas de la redacción mientras se dirigía al despacho del director.

Una cosa era segura, pensó, por lo menos no podía ser peor.

No era una habitación agradable. Las cortinas gastadas eran verdaderamente horrorosas, el aire estaba cargado y viciado.

—¿Qué es lo que huele tan mal? ¿No ha vaciado el cenicero?

—No fumo. Es el sofá. No te sientes en él, se pega a la ropa.

Ella permaneció en pie, él se sentó en la mesa.

—He llamado aStudio sex—dijo él—. Nunca he visto un ataque personal parecido, y además no nos han permitido defendernos. Ya he enviado por fax una denuncia a la Comisión de Control de Radio y Televisión. Es cierto que el jefe de redacción está de viaje, pero yo he estado aquí todo el día. ¿Han intentado hablar contigo?

Ella no contestó, cabeceó negativamente.

—Yo conozco al comentarista experto. Trabajó durante un corto período de tiempo en mi programa, pero tuve que despedirlo. Era imposible estar con él encerrado en una habitación. Intrigaba y hablaba mierda de la gente hasta que la redacción estuvo a punto de venirse abajo. Gracias a Dios no era fijo sino autónomo. Cuando me decidí, se tuvo que marchar aquel mismo día.

Annika miraba fijamente el suelo.

—Hablando de «plantar» —dijo Anders Schyman y sacó un fax de entre el desorden que había conseguido acumular sobre su mesa—. Hemos recibido una pista anónima sobre un jefe de un partido de derechas que ha sido interrogado en relación con el asesinato de Josefin.

Él le extendió el texto a Annika, ella lo cogió embotada.

—¿Quién lo envía? —preguntó ella.

—Eso mismo me pregunto yo —respondió el director—. ¿Ves el número del remitente, arriba en la esquina? Es de la oficina de publicidad de los socialistas.

—Joder, qué épico —dijo ella.

—¿Verdad?

Se quedaron en silencio. Annika tomó impulso.

—Yo no he sido sometida a ninguna «plantación» —indicó ella.

Anders Schyman la miró detenidamente, esperó a que continuara.

—Yo no he hablado con nadie de esto, sólo un poco con Berit y Anne Snapphane.

—¿Ni siquiera con los jefes de redacción?

Annika lo negó.

—No mucho —respondió en voz baja.

—¿Así que lo has cubierto tú sola?

Él sonaba algo escéptico, ella se revolvió.

—Bueno, casi —dijo y los ojos se le llenaron de lágrimas—. Yo soy la única responsable.

—No, no —se apresuró a decir Anders Schyman—,noera eso lo que quería decir. Me parece que la cobertura ha sido buena, por no decir muy buena. El único fallo es que no tuviéramos nada del puticlub. Tú lo sabías, ¿no?

Ella asintió.

—Deberíamos haber escrito sobre esto mucho antes. Pero hacer como elKonkurrentenyStudio sex,presentar a la chica como una prostituta, eso es mucho peor. ¿Cómo te enteraste de la existencia del apartamento del ministro?

Annika suspiró.

—Tomando café con su vecina.

—Fantástico —repuso Anders Schyman—. ¿Qué pasó, en realidad, con esos jóvenes de Täby?

Los ojos de Annika brillaron.

—Eso —dijo ella— es increíble de cojones. Son ellos mismos los que nos llamaron y nos pidieron que fuéramos, tanto a la casa de la juventud como hoy al parque.

—Sí, he oído que fue bastante salvaje.

Annika dejó caer el bolso al suelo y aplaudió.

—Sienten pena y por eso no se les puede cuestionar. Dan pena y entonces uno no se les puede acercar en absoluto. En este país de mierda no se puede nombrar nada que sea desagradable o polémico. Creemos que la muerte, la violencia y el sufrimiento desaparecerán si los enterramos y nunca más hablamos de ellos. ¡Esto es erróneo! ¡No se da cuenta! ¡Es mucho peor! ¡Esos jóvenes de ahí fuera estaban locos! ¡Nos habrían podido prender fuego, joder!

—Me parece que ahora exageras un poco —terció Anders Schyman tranquilizador.

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