Resultaba tan limpio… Me sentía afortunada por estar allí, agradecida por tener las dos casas. Decidí dejar de pensar en todo excepto en lo hermoso que era todo en aquel lugar.
—¡Tyler! —grité—. Voy dentro a hacer chocolate. Quédate aquí, ¿vale? No te pasees por ahí.
Asintió.
Subí unos pocos peldaños de madera en dirección a la terraza trasera y entré en la cálida cocina. Veía a Tyler desde la ventana que había encima del fregadero. Me quité la chaqueta y la dejé en una silla. Abrí el armario y saqué el chocolate y dos tazas. Puse unas cucharadas de cacao en cada taza y abrí el agua caliente. Agua sin fin. Para siempre.
Llené las tazas y las dejé en el mármol. Fue entonces cuando me di cuenta de algo extraño.
Un tallo con orquídeas amarillas… con manchas de leopardo de color púrpura.
Noté una opresión en el pecho. Era el mismo tipo de orquídea que Blake —el Viejo— me había dado cuando celebramos el picnic en el rancho.
¿Cómo había llegado aquí? ¿Cuánto tiempo llevaba allí?
Miré por la ventana. Tyler se había ido. Su caña de pescar estaba tirada en el suelo. El pánico me atenazó la garganta. Estaba a punto de gritar cuando me acerqué al borde de la ventana y lo vi. Estaba agachado, cogiendo cebo de un cubo.
Suspiré aliviada.
Entonces oí una voz en mi cabeza.
Hola, Callie
.
Igual que cuando Helena solía hablar conmigo. Pero ésta era una voz de hombre: la del Viejo. Aquella repulsiva voz electrónica que me hizo apretar los dientes. Me recorrió un escalofrío.
Ha sido todo un éxito, Callie. Plenitud ha sido cerrado y ya se ha fijado su demolición
.
—¿Dónde estás? —Mis ojos recorrieron el lago donde Tyler estaba pescando—. ¿Cómo puedes estar en mi cabeza?
Tengo una copia de seguridad, por supuesto
.
—¿Una copia de seguridad?
En otro sitio
.
Me pregunté si podía ser un disco duro portátil. ¿Podía estar tan cerca? ¿Dónde?
¿Te gustaría dar una vuelta? Puedo enseñártelo
.
—Pero ¿por qué estás en mi cabeza? —No lo veía en el exterior; empecé a abrir silenciosamente los cajones de la cocina.
Vamos, ven conmigo, Callie
.
—¿Contigo? ¿Qué quieres de mí? Soy sólo una chica.
Ya no. Ese chip de tu cabeza es único, ha sido alterado por uno de los mejores.
Te ofreceré un salario de primera para que te unas a mi equipo
.
—Ahora tengo todo lo que necesito. —Intenté sonar segura, pero mi voz me traicionó con un quiebro nervioso.
No sabes lo que necesitas
.
Saqué un gran cuchillo de carnicero del cajón. Me temblaba la mano.
Espera a que saborees el poder
.
—No estoy interesada en saborear nada contigo.
No me rendiré fácilmente. Como te he dicho antes, para mí eres muy especial
.
Dejé escapar algo parecido a una risa floja, pero las palabras escocían como el ácido.
—Lo único que quieres es abrirme la cabeza y ver cómo modificó el chip. —Tyler aún estaba pescando. Dejé la cocina y me dirigí a hurtadillas al recibidor, tratando de encontrar el lugar donde el Viejo se estaba escondiendo.
Te quiero en mi equipo. Y tú necesitas una causa. Estarás en buena compañía
.
—¿Crees que encajo en el equipo?
Tu amigo Redmond es uno de ellos
.
Entonces me di cuenta.
—Era el que estaba en el heli.
Te gusta
.
—Sí, me gusta. Usa su cerebro para ayudar a la gente, no para hacerles daño. —Quería mantenerlo hablando mientras me deslizaba por el recibidor—. Así que todo ese tiempo, las cosas que me dijiste, ¿había algo de verdad en ellas?
Gran parte de lo que te dije era cierto. Pero no todo. Si quieres descubrir qué partes eran reales, ven conmigo
.
—Me mentiste. Todo el tiempo fingiste ser otra persona. —Miré en el salón. No estaba allí. A través de los ventanales vi que Tyler seguía bien; aún estaba fuera pescando.
¿Y no es exactamente eso lo que tú hiciste?
Me detuve. Tenía razón.
—Tuve que hacerlo.
No, podrías haberte alejado. Pero habrías perdido el dinero.
—Lo necesitaba para mi hermano. —Apreté con fuerza el cuchillo, atravesando la habitación en dirección a un armario. Lo abrí. No estaba allí.
Si realmente quieres protegerlo, únete a mí. Te lo prometo, en los meses venideros ningún niño estará a salvo sin protección. Nunca sabes cuándo tu vida puede irse al traste. Un terremoto podría destruir tu casa. O un fuego. Tu tutora legal podría morir en un accidente de coche, y entonces el gobierno confiscaría los bienes. Todo te puede ser arrebatado en un instante. No se puede confiar en nada excepto en el poder. Yo puedo dártelo
.
Corrí al vestíbulo y subí por la escalera. Quería gritarle que se callara. ¿Qué quería decir con «ningún niño estará a salvo»? Pasé por delante de la habitación de Tyler. El Viejo no estaba allí.
Piensas que lo hiciste por el dinero. Pero te conozco mejor que tú misma.
También lo hiciste para poder vivir como otra persona
.
—Oh, por favor.
Dad a un hombre una máscara y os dirá la verdad. ¿Quién dijo eso?
—Tú. —Llegué al rellano y recorrí el pasillo, asomándome a las habitaciones.
No regresaste a Plenitud cuando la conexión se vio comprometida. Querías ser Helena
.
—Alguien me amenazó, me dijo que si volvía, me matarían.
Y tú quisiste creerlo para poder vivir como una persona rica aunque fuera por poco tiempo
.
Había cierta verdad en ello, y me avergonzaba admitirlo.
Podría proporcionarte esa experiencia de nuevo, Callie. Una vida mucho más excitante que la de Helena
.
¿Quería una vida nueva? Sí. En otro lugar, en otro tiempo. No con él.
—No —respondí—. No quiero ser nadie más, sólo quiero ser yo. Sea lo que sea lo que quieras que haga, nunca, jamás, lo haré.
Tu curiosidad acabará por sacar lo mejor de ti. Puedo permitirme esperar
.
—Esperarás eternamente. —Revisé otra habitación: vacía. Llevaba el cuchillo bajo, apoyado en la pierna.
¡Ah, Callie! Si sólo supieras… Te equivocas en todo. En realidad soy el bueno de la película.
¿Qué? ¿Cómo se atrevía a decir eso? Estaba en un punto en que estaba deseando que estuviera en casa.
Quería enfrentarme a él, arrancarle la máscara, acabar con todo esto, aquí y ahora.
La última puerta estaba cerrada. Era mi dormitorio. No recordaba haberlo cerrado.
Me acerqué sigilosamente a la puerta, puse la mano en el pomo, y lo giré.
Las finas cortinas se movían agitadas por la brisa. ¿O quizá alguien acababa de atravesarlas? Las puertas francesas tras ellas estaban abiertas. Las crucé, salí al enorme balcón, y miré el prado, el lago y a Tyler. Atardecía, y hasta los pájaros se habían callado.
Aunque no dijo nada, pude sentir la presencia del Viejo en mi cabeza. Me quedé de pie junto a las puertas francesas y esperé. Estábamos los dos en un punto muerto, en un limbo. Mi propia respiración era lo que se oía más alto, seguido sólo por el latido de mi corazón.
Y entonces noté cómo se iba.
Una semana después, estaba en el exterior del banco de cuerpos contemplando cómo el equipo de demolición se preparaba para derribar el edificio de fachada recubierta de espejo que había albergado Destinos de Plenitud. La multitud, protegida del frío con chaquetas y abrigos, estaba compuesta, sobre todo, por enders de clase obrera —guardias y vendedores— que nunca habían conocido la finalidad del edificio. Había algunos seniors adinerados, la mayoría ex arrendatarios, y unos pocos menores ricos y con documentación. En los extremos más alejados se situaban los starters sin reclamar, algunos ex donantes como yo, y algunos curiosos ávidos de ver el espectáculo de la bola de derribo.
Vi varias caras que reconocí. Lee estaba allí, y también Raj y Briona. Ya no eran el trío inseparable. Cada uno de ellos deambulaba solo, sin siquiera reconocer a los otros. Madison, la adolescente de la media melena rubia, estaba de pie a varios metros de distancia, a mi izquierda. Nuestros ojos se encontraron. Esbocé una sonrisa, pues me alegraba mucho de verla. Se paró, contemplándome con expresión ausente; después su mirada se alejó de mí. Tuve que recordarme a mí misma que ella sólo se había encontrado conmigo una única vez, la noche en que todo había acabado en el banco de cuerpos. Probablemente no se acordaba de mí. O tal vez sí.
Contemplé a su contrapartida, Rhiannon, a mi derecha, en su jovial cuerpo real.
Se apoyó en un andador y me saludó con la mano. Le devolví el saludo, y estaba a punto de reunirme con ella cuando vi a Michael en la parte de atrás de la multitud.
Contemplaba el edificio, esperando, como los demás. Solo.
—¡Michael! —grité.
Estaba demasiado lejos para oírme. Su atención estaba centrada justo en lo que tenía delante. Me animé. Debía de haber regresado recientemente a la ciudad. Me di la vuelta y empecé a abrirme camino hacia él, pero entonces vi a alguien que estaba atravesando la multitud de cabezas plateadas desde mi izquierda.
Blake.
Se volví hizo un nudo en la garganta. ¿Qué estaba haciendo aquí? Se suponía que no sabía nada del banco de cuerpos. No lo había visto desde aquel día en su casa, hacía más de una semana. Volví a mirar a Michael. Esta vez me vio y se le iluminó la cara. Tenía muy buen aspecto. Me hizo un gesto para que me uniera a él.
Me volví hacia Blake. Nuestros ojos se encontraron y me ofreció una pequeña, leve sonrisa. Estaba serpenteando entre la multitud en dirección a mí.
Tragué saliva. No sabía qué hacer. Blake estaba demasiado cerca como para irme sin más. Volví a mirar a Michael. Desde donde estaba, podía ver lo que estaba pasando, y era como si un velo gris hubiera cubierto su cara. Su sonrisa se desvaneció, sus hombros se hundieron. Me mataba, pero estaba allí atrapada, retenida entre la multitud, demasiado lejos para intentar explicarle nada, incluso aunque pudiera hacerlo.
Blake estaba sólo a unos pocos cuerpos de distancia. Le había prometido a su abuelo que no le contaría nada de nuestro pasado, así que, ¿qué se suponía que iba a decirle?
No había tiempo para pensar. Allí estaba.
—Callie. —Me saludó con un gesto de la cabeza—. Tu ama de llaves me dijo dónde podría encontrarte. —Hundió las manos en los bolsillos y miró a lo lejos—. Mis amigos me dicen que soy demasiado serio. Quizá es porque soy nieto de un senador. —Se encogió de hombros—. Mi padre era un tipo serio. Mi madre sabía cómo divertirse. —Me ofreció una sonrisa nostálgica.
¿De qué estaba hablando? Parecía que estaba preparando un discurso.
—El caso es que todo el mundo dice que soy una rata de biblioteca, que no salgo mucho, a menos que mis amigos me arrastren. —Se restregó los pies, mirándose los zapatos—. Vi la foto.
Había visto la foto de la que le había hablado. La que nos habíamos sacado el día que fuimos a cabalgar. Excepto que el pobre Blake nunca había estado realmente allí; era el Viejo. Estaba de pie detrás de mí, con el brazo sobre mis hombros y la cabeza reposando junto a la mía. Yo me agarraba a su brazo con las dos manos.
Acabábamos de bajar de los caballos: alegres, acalorados y un poco sudados.
Ambos irradiábamos pura alegría. Me resultó difícil mirarla, pero Blake nunca entendería por qué.
—No recuerdo nada de esto —afirmó—. Pero parezco feliz. Nunca antes había parecido tan feliz. Nunca. —Sus ojos se encontraron con los míos y no apartó la mirada—. Sea lo que sea lo que ocurriera entre nosotros en aquellas semanas que, juro por mi vida, no puedo recordar, lo quiero de nuevo.
Escruté su cara. No estaba bromeando. Lo decía de verdad.
—¿Y tú? —me preguntó—. ¿Quieres que vuelva? —Sentí un aleteo en el estómago.
No estaba segura de que pudiéramos recuperar lo que nunca habíamos empezado.
—Bueno, ahora tú decides —dijo, y me tendió la mano. Me quedé petrificada—. Tú sabes lo que sucedió realmente, Callie. Necesito que me ayudes a recordar.
Tenía la cara de un astronauta que flota en el espacio y ha perdido su anclaje y sólo tiene una oportunidad de asirse a un salvavidas o alejarse para siempre en la oscuridad infinita. Conocía aquella sensación, el sentido del pánico que estiraba el tiempo, convirtiendo los segundos en años, y el profundo dolor de ser herido no por una persona, sino por muchas, por una banda de matones que se convertía en un barrio y luego en una comunidad, hasta que cuestionabas al mundo entero. Y tu último pensamiento, mientras extendías el brazo hasta que tus dedos estaban a unos centímetros de aquel salvavidas, era cómo, si sobrevivías, ibas a encontrar un modo de arreglar lo que estaba roto, para poder decir que sí, que querías volver a formar parte del mundo.
No era el Blake que conocía. Pero se parecía a él, lo sentía como a él. Estaba perdido, y yo era la única persona que podía ayudarlo.
Habría que ver.
Entonces oí el sonido de alguien respirando. En mi cabeza.
El corazón se me aceleró.
Cal, hija
.
No había oído aquella voz desde hacía mucho tiempo.
Cuando los halcones gritan, es hora de volar
.
¿Papá? Volví la cabeza a un lado y a otro, aunque no esperaba verlo. Los sonidos de la multitud se fueron apagando.
—¿Estás bien? —Blake me miraba con una sonrisa curiosa.
Busqué en mi interior. Escuché, pero no oí nada más.
Blake me apretó la mano mientras la bola de derribo hacía añicos la fachada reflectante del banco de cuerpos.
Si hubiera una entrega de premios, la orquesta tendría que tocar para echarme del escenario, ya que tengo muchas personas a las que dar las gracias.
Primero, y sobre todo, a la persona que hizo que todo ocurriera, Barbara Poelle, que sabía exactamente a quién venderle este libro en seis días (incluyendo un día de fiesta). No os engañéis por el hecho de que sea guapa, porque es una agente brillante. Estoy agradecida de que el destino nos haya unido.
Ella dio con la editora perfecta, la maravillosa Wendy Loggia. Sus notas y su apoyo han hecho de éste un libro mejor, y ella ha hecho todo esto de la forma más dulce, siempre haciéndolo todo de forma entretenida. Gracias, Wendy. Estoy profundamente agradecida a todos los de Random House, desde el principio: Chip Gibson, el bromista encantador, y Beverly Horowitz, el hada madrina de los escritores (si las hadas fueran sabias y entendieran de edición). Muchas gracias a John Adamo, Judith Haut, Noreen Herits, Casey Lloyd, Adrienne Waintraub, Tracy Letter, Linda Leonard y Sonia Nash de comunicación, a Joan DeMayo y a todos los del departamento de ventas, el departamento de diseño, a Rachel Feld, que hizo mi visita a BEA especialmente dulce, y a Enid Chaban, que fue la primera en enviar un correo electrónico a todos los de Random House cuando las oficinas estaban cerradas por una mudanza y un día de fiesta, y dijo que tenían que leer este libro. Y a Ruth Knowles y a todos en RH Reino Unido, como también y especialmente a Bob Lea, el fantástico artista que capturó el espíritu de Callie en la cubierta.