Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi (21 page)

BOOK: Star Wars Episodio VI El retorno del Jedi
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—Dispare cuando quiera, Comandante.

Aturdido y previendo lo que iba a suceder, Luke miró hacia afuera, por encima de la superficie de la Estrella de la Muerte, a la batalla espacial y a la masa de la flota Rebelde más allá de la zona de combate.

Abajo, en las entrañas de la Estrella de la Muerte, el Comandante Jerjerrod impartió una orden. En aquel momento, sus sentimientos constituían una mezcla de emociones, ya que esa orden significaba la destrucción final de los insurrectos Rebeldes. Y eso implicaba el fin del estado de guerra que Jerjerrod adoraba por encima de todas las cosas. Pero, por otra parte, Jerjerrod era un entusiasta de la aniquilación total, y así, aunque atemperada por el pesar, la orden no carecía de atractivo. Siguiendo las instrucciones del Comandante, un controlador pulsó un interruptor que encendió un brillante panel. Dos encapuchados soldados Imperiales teclearon una serie de botones. Un denso rayo de luz comenzó lentamente a brotar de un largo pozo blindado. En la superficie exterior de la mitad acabada de la Estrella de la Muerte, un gigantesco círculo de láser empezó a relumbrar.

Luke observó, con impotente horror, cómo el increíblemente enorme rayo láser era radiado por una abertura de la Estrella de la Muerte. Tocó —sólo un breve instante— uno de los Cruceros Estelares Rebeldes que surgía del corazón de la batalla. Al instante siguiente, el Crucero se había vaporizado. Convertido en polvo. Desmenuzado hasta sus más elementales partículas con un sólo roce de la luz.

Embotado por la desesperación y con un tremendo vacío carcomiéndole el corazón, los ojos de Luke centellearon al ver de nuevo su espada de luz láser yaciendo —olvidada— sobre el trono. Y en ese momento de lividez y debilidad, el Reverso Oscuro de la Fuerza realmente estaba con él.

Capítulo 8

El Almirante Ackbar se erguía en el puente aturdido e incrédulo, mirando a través del ventanal de observación al lugar donde, momentos antes, el Crucero Estelar Rebelde llamado
Liberty
había estado comprometido en una furiosa batalla. Ahora, nada quedaba. Sólo el espacio vacío y una nubécula de finísimo polvo que resplandecía con la luz de las explosiones distantes. Ackbar observó en el más completo silencio.

A su alrededor, la confusión alcanzaba proporciones épicas. Los conmocionados controladores intentaban aún contactar con el
Liberty,
mientras que los capitanes de flota corrían de las pantallas a los mandos vociferando órdenes y contraórdenes.

Un ayudante entregó el intercomunicador a Ackbar. La voz del General Calrissian fluía por él.

—Base-uno, aquí Líder Dorado. ¡Ese disparo provino de la Estrella de la Muerte! Repito: ¡la Estrella de la Muerte es operacional!

—Lo hemos visto —respondió Ackbar con inmenso cansancio—. Que todos los aparatos se preparen para retirarse.

—¡No pienso abandonar e irme corriendo! —replicó Lando con un grito. Había recorrido mucho camino para participar en ese juego.

—No tenemos elección, General Calrissian. ¡Nuestros cruceros no pueden repeler una potencia de fuego de tal magnitud!

—No tendremos una segunda oportunidad, Almirante. Han logrará desconectar el escudo. Tenemos que darle más tiempo. Ataque a esos Destructores Estelares.

Ackbar miró a su alrededor. Cientos de explosiones de proyectiles antiaéreos sacudían la nave arrojando una luz cerúlea sobre la ventana. Calrissian tenía razón: no habría ninguna segunda oportunidad. O ahora o nunca.

Se volvió hacia el Primer Capitán Estelar diciendo:

—Haga avanzar a la flota.

—Sí, señor. —El hombre hizo una pausa—. Señor, no tenemos muchas posibilidades contra esos Destructores Estelares. Están mucho mejor armados.

—Lo sé —dijo Ackbar con suavidad.

El capitán salió y se aproximó a un ayudante.

—Las naves avanzadas han contactado con el grueso de la flota Imperial, señor.

—Que concentren el fuego en sus generadores de energía. Si podemos romper sus escudos, nuestros cazas tendrían alguna posibilidad.

La nave fue zarandeada por otra explosión, un disparo de laser que acertó a un giro estabilizador de popa.

—¡Intensifiquen los escudos auxiliares! —gritó alguien.

El volumen de la batalla subió otro punto en la escala.

Tras la ventana del salón del trono, la flota Rebelde estaba siendo diezmada en el silencioso vacío del espacio, mientras que, dentro, el único sonido era el débil cloqueo del Emperador. Luke continuaba descendiendo por la espiral de la desesperación a medida que el rayo láser de la Estrella de la Muerte incineraba nave tras nave. El Emperador siseó:

—Tu flota está perdida y tus amigos de la luna de Endor no sobrevivirán... —Pulsó el interruptor del intercomunicador del brazo de su sillón y habló con entusiasmo—: Comandante Jerjerrod, si los Rebeldes consiguen volar el generador del escudo, gire esta estación de combate enfocando a la luna de Endor y destruyala.

—Sí, Su Majestad —resonó la voz en el receptor— pero tenemos varios batallones estacionados en...

—¡La destruirá! —El susurro del Emperador era más tajante que ningún grito.

—Sí, Su Majestad.

Palpatine se volvió de nuevo hacia Luke. El primero rebosante de alegría y el último rabioso y ultrajado.

—No hay escapatoria, mi joven discípulo. La Alianza morirá..., al igual que tus amigos.

El rostro de Luke estaba contorsionado, reflejando su ánimo. Vader le observaba cuidadosamente, así como el propio Emperador. La espada de luz comenzó a vibrar y moverse en el sitio donde yacía. La mano del joven Jedi temblaba, mientras que sus labios contraídos mostraban unos dientes apretados. El Emperador sonrió.

—Muy bien. Puedo sentir tu furia. No tengo defensas: coge tu arma, golpéame con todo tu odio y tu viaje hacia el Reverso Oscuro se completará. —Palpatine rió y rió.

Luke fue incapaz de resistir más. La espada de luz traqueteó violentamente en el trono durante un instante y luego voló hasta su mano, impelida por la Fuerza. Al momento la encendió y, cargando todo el peso de su cuerpo, lanzó un tremendo mandoble dirigido al cráneo del Emperador.

En el mismo instante, la espada de Vader salió a relucir, deteniendo el ataque de Luke a escasos centímetros de la cabeza del Emperador. Las chispas saltaron como si fuera acero en fundición, bañando con brillo demoniaco la sonriente faz de Palpatine.

Luke retrocedió de un salto y se giró, alzando la espada de luz, para enfrentarse a su Padre. Vader extendió su propia espada, equilibrándose así para luchar.

El Emperador suspiró placenteramente y se sentó en el trono frente a los combatientes; espectador único de la horrenda y ofensiva contienda.

Han, Leia, Chewbacca y el resto del comando estaban siendo escoltados por sus captores fuera del bunker. El panorama que se encontraron era sustancialmente distinto de la verdosa y solitaria área que abandonaron al entrar en la construcción. El claro estaba ahora repleto de tropas Imperiales.

Cientos de ellos, con armaduras blancas y negras, unos a pie y otros sobre sus macizos Caminantes. Si la situación dentro del bunker parecía desesperada, ahora era aún peor.

Han y Leia se miraron con la congoja reflejándose en sus rostros. Todo por lo que habían luchado, todos los sueños de sus vidas... desvanecidos en un instante. Pero aun así, al menos habían tenido la compañía el uno del otro durante cierto tiempo. Ambos habían coincidido tras provenir de extremos yermos y opuestos de aislamiento emocional. Han nunca conoció el amor, tan enamorado estaba de sí mismo; Leia tampoco había tenido tiempo de conocer el amor, tan inmersa como estaba en el levantamiento social, intentando abarcar a toda la humanidad. Y en algún punto entre la caprichosa fatuidad del uno y el fervor general por todo el mundo de la otra, habían encontrado un lugar umbrío donde los dos podían unirse, crecer, incluso sentirse nutridos.

Pero también eso se cortaba ahora por la raíz. El fin parecía próximo. Tanto tenían que decirse que no encontraban palabras. En su lugar, sólo sus manos unidas hablaban a través de sus dedos en esos momentos finales de compañerismo y unión.

Justo en esos instantes, R2 y 3PO penetraron airosamente en el claro, silboteando y chapurreando un ininteligible y excitado tropel de palabras entre ellos. Ambos se detuvieron en seco, al darse cuenta de la multitud que llenaba el claro... y encontraron todos los ojos fijos en ellos dos.

—¡Oh, cielos! —gimoteó 3PO. En menos de un segundo, él y R2 giraron en redondo y corrieron hacia el bosque del que habían salido. Seis soldados de asalto se precipitaron en pos de los robots.

Los soldados Imperiales tuvieron tiempo justo de ver cómo los robots desaparecían tras un grueso árbol a unos veinte metros de distancia. Corrieron tras la pareja y, al dar la vuelta al árbol, encontraron a R2 y 3PO esperando tranquilamente a que los capturaran. Los guardias avanzaron en su dirección, pero... fueron demasiado lentos.

Quince Ewoks saltaron desde las ramas superiores y arrollaron a los soldados Imperiales utilizando piedras y palos. En el mismo momento, 3PO —subiéndose a otro árbol— acercó un cuerno de carnero a su boca y sopló tres largas veces. Esa era la señal convenida para el ataque de los Ewoks.

Cientos de ellos descendieron sobre el claro desde todos los puntos a la vez, arrojándose sobre los poderosos soldados Imperiales con ardor irreprimible. La escena era totalmente caótica.

Las tropas de asalto dispararon sus pistolas láser contra las peludas criaturas, matando e hiriendo a muchos sólo para ver cómo docenas de Ewoks rellenaban los huecos de los caídos. Los exploradores que persiguieron con sus motos a los Ewoks que escapaban hacia el bosque fueron arrojados de ellas por lluvias de piedras lanzadas desde los árboles.

Aprovechando la confusión inicial del ataque, Chewie se zambulló en el bosque, mientras que Han y Leia se arrojaban al sucio suelo de las arcadas que rodeaban la entrada del bunker. Las explosiones que se sucedían a su alrededor les impidieron abandonar el rincón; la puerta del bunker, además, estaba de nuevo cerrada.

Han tecleó el código robado en el panel de control, pero esta vez la puerta no se abrió. Había sido reprogramada tan pronto como fueron capturados.

—La terminal no funciona —musitó.

Leia se esforzaba en recoger una pistola láser que yacía sobre la mugre de la entrada, justo fuera de su alcance y al lado de un soldado caído. Por añadidura, los disparos se entrecruzaban en todas direcciones.

—Necesitamos a R2 —gritó.

Han asintió con la cabeza, sacó su intercomunicador, pulsó la secuencia electrónica asignada al pequeño robot y, de un salto, alcanzó la pistola que Leia no pudo coger; mientras, la lucha arreciaba en torno a ellos.

R2 y 3PO estaban escondidos tras un tronco cuando R2 recibió el mensaje. Profirió un excitado pitido y salió disparado hacia el campo de batalla.

—¡R2! —chilló 3PO—. ¿Adónde vas? ¡Espérame! —Y el dorado androide corrió tras su compañero, a pesar de su miedo.

Las motos-cohete volaban veloces en torno a los robots, disparando e hiriendo a muchos Ewoks, que aumentaban su furia y ferocidad cada vez que sus pieles eran chamuscadas. Los pequeños osos colgaban de las patas de los Caminantes Imperiales, atándolas con bejucos o inutilizando las articulaciones al introducir en sus goznes piedras y ramas. Tiraban fuera de las motos a los exploradores mediante bejucos extendidos de árbol a árbol justo a la altura de las gargantas. Lanzaban piedras, saltaban de los árboles cayendo sobre los soldados con la lanza en ristre y arrojando sus redes. Estaban por todas partes.

Montones de ellos seguían a Chewbacca, de quien se habían encariñado durante el curso de la noche anterior. Se había convertido en su mascota, y ellos eran sus pequeños primos del bosque. Por tanto, acudieron a socorrerse con lealtad y ferocidad especiales. Chewie abatía soldados de asalto a diestro y siniestro, poniéndose frenético cada vez que veía cómo dañaban físicamente a algún pequeño amigo del bosque. Los Ewoks, por su parte, formaban cuadros suicidas en su afán por seguir al Wookiee y lanzarse sobre cualquier soldado que osara poner la mano encima de Chewie.

Era una batalla extraña y salvaje.

R2 y 3PO, finalmente, llegaron hasta la puerta del bunker. Han y Leia proporcionaban la cobertura de fuego necesaria con pistolas que habían logrado agenciarse. R2 avanzó rápidamente hasta la terminal, insertó su apéndice de computación y empezó a buscar la clave. Antes que pudiera entrar los códigos necesarios, una explosión de láser barrió el umbral de la puerta principal, rompiendo el apéndice de R2 y lanzándolo, dando vueltas, al sucio suelo.

Su cabeza comenzó a humear y sus junturas a abrirse. De pronto, todos sus compartimentos saltaron de golpe, mostrando todos sus circuitos chisporroteando o manando líquido a borbotones, cada engranaje detenido; luego se inmovilizó definitivamente. 3PO se arrojó sobre su herido compañero, mientras Han examinaba la terminal del bunker.

—Quizá pueda cortocircuitar esta cosa —murmuró Solo.

Mientras tanto, los Ewoks habían erigido una primitiva catapulta al otro lado del campo. Arrojaron una gran roca sobre uno de los Caminantes Imperiales y la máquina se tambaleó seriamente, pero no cayó. En su lugar, se dirigió hacia la catapulta disparando su cañón de láser. Los Ewoks se esparcieron y, cuando estaba a pocos metros, cortaron unos tensos bejucos y dos enormes troncos cayeron sobre el lomo del aparato al que detuvieron por fin.

Y así continuó la lucha. Mientras, las bajas aumentaban sin cesar.

Arriba en los cielos la situación no era mucho mejor. Mil mortales combates aéreos y bombardeos de cañones festoneaban el espacio, a la par que el rayo láser de la Estrella de la Muerte desintegraba metódicamente las naves Rebeldes.

En el
Halcón Milenario,
Lando pilotaba como un maníaco en una carrera de obstáculos que, en este caso, eran los gigantescos Destructores Estelares Imperiales, atrayendo tras de sí un fuego cruzado que regateaba hábilmente, adelantando siempre a los cazas TIE.

Por encima del fragor de las continuas explosiones, Lando gritaba desesperadamente a través de su intercomunicador, dirigiéndose a Ackbar en la nave capitana de la Alianza.

—¡He dicho
más cer
ca!
Muévanse todo lo cerca que puedan y alinéense frente a los Destructores Estelares. De ese modo la Estrella de la Muerte no podrá disparar sin abatir a sus propias naves.

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