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Authors: Adam Baker

Tags: #Intriga, Terror

Solos (11 page)

BOOK: Solos
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—Sí —dijo Nikki—. No dudo que lo conseguirás.

Jane y Punch caminaron seis kilómetros tierra adentro.

McClure. Tres chozas con tejado, montadas sobre pilares. Bidones de combustible vacíos y una letrina en una pequeña cabaña.

Había una oruga de nieve Snowcat con remolque aparcada fuera.

—Parece que ya tenemos vehículo —dijo Punch.

Subieron los peldaños de la cabaña principal y llamaron a la puerta. Nadie respondió. La puerta estaba abierta.

—¿Hola? ¿Hay alguien?

Exploraron las habitaciones, una por una. No había nadie.

Un dormitorio. Un minúsculo espacio de recreo, con un tablero de dardos y un televisor. Un par de laboratorios llenos de muestras de rocas, núcleos de hielo y microscopios.

—Parece que se fueron con prisas —dijo Jane—. No hay objetos personales, pero no creo que abandonaran todo este equipo de laboratorio.

—Es probable que se los llevaran por aire sin darles tiempo de nada. Se subirían en un Otter o algo así, con nada más que equipaje de mano.

Punch examinó la despensa.

—Quizá hayan dejado comida.

—Y si así es, ¿la compartimos con todos o la guardamos en tu escondite? —preguntó Jane.

—Si fuéramos listos volveríamos y les diríamos que una tormenta arrasó este lugar y no encontramos nada. Si volvemos con un Snowcat puedes estar segura de que cualquier día nos despertaremos y habrá desaparecido.

—He sido gorda toda la vida, ¿vale?, así que no tienes que contarme que el mundo está lleno de cabrones, pero no voy a pasarme al enemigo a la más mínima provocación, y tampoco tú vas a hacerlo. Tenemos más dignidad que eso.

Inspeccionaron la base.

—Pasta de dientes —dijo Jane—. Es lo único que he encontrado. Un montón de extraño material de laboratorio, pero nada que valga la pena llevarse.

Examinaron el Snowcat, el vehículo oruga amarillo. Jane inspeccionó el remolque. Punch trató de encender el motor. No arrancaba. Levantó el capó.

—Está jodido. Se han cargado el motor. Para que nadie se lo lleve, supongo.

—¿Se puede arreglar? —gritó Jane.

—No sin recambios.

—Ven a ver esto.

Jane había abierto la compuerta del remolque y había quitado la lona que cubría unas cajas de madera.

—Son sismólogos. Sus herramientas de trabajo, me imagino.

PELIGRO

EXPLOSIVOS

Punch levantó una tapa.

—¡Uau! Cápsulas detonadoras. Granadas de termita. Un cargamento de C4. Para hacer saltar hielo por los aires, no hay nada mejor que esto.

Encontraron un trineo de plástico. Pusieron las cajas encima y las arrastraron hasta la zódiac. Jane estiraba. Al cargarlas, la lancha se hundió un poco más en el agua.

—Ahora vamos a buscar el meteorito —dijo Punch.

Subieron a la zódiac y emprendieron la marcha. Jane probó la radio.

—Equipo de tierra a Rampart. Cambio.

Nada, excepto la extraña señal de antes.

—Quizá se trate de algo militar, diría. Una especie de interferencia. Ten por seguro que había unos cuantos submarinos nucleares en el mar cuando empezó todo esto. Quizá estén navegando por debajo del hielo, sin hacer caso de nuestras llamadas.

Punch puso rumbo a la costa. Saltó a tierra y clavó un picahielos en la nieve para amarrar la lancha.

—No queda demasiada luz del día. En veinticinco minutos damos media vuelta y pase lo que pase regresamos a la lancha, ¿de acuerdo?

Avanzaron a trancas y barrancas tierra adentro. Desolación total. Un paisaje tan monótono como andar en una cinta de correr: cada paso parecía el mismo. El hielo era tan duro que las botas de Jane apenas dejaban huella. Miró el reloj. Habían pasado diez minutos.

—Allí —dijo Punch.

Un amplio montículo, como el cono de cenizas de un volcán, se alzaba ante ellos. El borde de un cráter.

Apresuraron el paso. Treparon entre trozos de hielo y rocas despedidas desde el lugar del impacto. La subida era ardua. Jane se detuvo para recuperar el aliento.

—¿Ves algo? —le preguntó a Punch, que miraba el interior del cráter desde arriba—. ¿Qué hay?

Punch no contestó.

Jane gateó por el hielo y se puso en pie junto a él.

—¿Qué cojones es esto?

La escotilla

—Rampart a Raven. Cambio.

Rawlins expuso su plan.

—¿Tenéis botes salvavidas?

—Lanchas inflables de mierda. Botes Switlik para cuatro personas. Sin casco rígido ni motor
.

—No podemos pasar a recogeros, pero podemos quedar a medio camino. Subid a los botes. Amarradlos juntos. Dejad que la corriente os arrastre. Os llevará hacia el oeste, hacia nosotros. Pasaréis varios días navegando.

—¡Dios! El océano es enorme. ¿Cómo nos vais a encontrar?

—Las lanchas deben de tener señalizadores TACOM. Mostrarán vuestra posición tan pronto como las pongáis en el agua. En nuestra torre de radiofrecuencias hay un transmisor. Cuando estéis cerca os localizaremos y os remolcaremos hasta Rampart.

—Tendré que convencer a los muchachos. Va a ser difícil
.

—Lo dudo. No tenéis demasiadas opciones. O eso u os quedáis ahí hasta que os heléis. Habladlo, pero no tardéis demasiado.

—Los muchachos querrán esperar hasta el último momento, hasta que nos quedemos sin electricidad, antes de subir a los botes. Hay muchas posibilidades de morir. Es natural que quieran posponerlo tanto como sea posible
.

—Lo sé. Lo comprendo, pero sería mejor si montarais en los botes mientras quede un poco de luz del día.

—Lo hablaré con ellos
.

—Rezaremos por vostros, compañero.

Nikki subió trotando ruidosamente por la escalera en espiral de la cúpula de observación.

—Punch y Jane han vuelto. Quieren verle ahora mismo.

Con la indumentaria térmica aún puesta, Punch y Jane se sentaron con Rawlins en el despacho. Nieve derretida les chorreaba en las botas.

Jane conectó su cámara al PC e hizo aparecer unas imágenes.

—¡Carajo! —exclamó Rawlins.

Primera imagen: una cápsula espacial redonda, como una bala de cañón calcinada, en el centro del amplio cráter provocado por el impacto.

Segunda imagen: un primer plano de la cápsula, con Punch al lado mostrando la escala. Dos veces más alta que Punch, con revestimiento térmico y portillas ennegrecidas. Ningún distintivo visible.

—Tiene aspecto ruso —dijo Rawlins—. Una especie de Soyuz. Algún tipo de vehículo de retorno.

—¿Humano?

—Por supuesto que sí.

Tercera imagen: largos pedazos de tela a rayas, hecha jirones sobre la nieve.

—Paracaídas de frenado —dijo Punch—. Parece que no se abrieron. Se rasgaron o se enredaron en la atmósfera superior, posiblemente.

—¿Creéis que hay alguna relación? —preguntó Jane—. Una plaga asola el continente. Chatarra espacial cae del cielo.

—Lo dudo. Esos pobres diablos debieron de quedarse tirados como los tipos de Raven. Metidos en una estación espacial, viendo por la tele cómo todo se venía abajo. Debían de cruzar la atmósfera sin telemetría adecuada. Trataban simplemente de volver a casa.

Cuarta imagen: primer plano de la cápsula. Una gruesa compuerta con una ventanilla oscura. Ninguna bisagra o manija a la vista.

—Tenemos que abrir esa compuerta —dijo Jane.

—Nadie sobreviviría a un impacto así —afirmó Rawlins—. Han pasado días. Si hubiera alguien vivo ya habría salido.

—Venga, Rawlins. Siente tanta curiosidad como yo. Además, nos está fastidiando la radio. Intercepta la onda larga. Su emisora amortigua nuestra señal de socorro. Nadie oirá nuestra llamada de ayuda mientras esa cosa esté ahí. Desde dentro podremos desconectarla.

—De acuerdo, pero vosotros dos os quedáis aquí.

—Y una mierda.

—Voy yo. Mi turno en tierra. Y me llevo a Ghost. Voy a necesitarlo para abrir la compuerta. Lo siento, pero así va a ser.

Sian llamó a Raven con una lista de preguntas. Rawlins quería conocer los preparativos en detalle.

—Sois siete, ¿verdad?

—Sí. Siete
.

—Os subiréis a las lanchas.

—Juntaremos dos de ellas
.

—¿De qué clase de equipo de supervivencia disponéis?

—Cubriremos las lanchas con anoraks NB3. Las lanchas son impermeables, pero no tienen aislante térmico. Llevaremos ropa de buceo para mantener el calor. Nos envolveremos en bolsas de basura. Dormiremos por turnos. Nos llevaremos un cargamento de tabletas de cafeína Pro-Plus para mantenernos despiertos. Tenemos comida enlatada y tenemos bengalas. Esperamos que todo eso baste
.

—Rawlins cree que lo conseguiréis.

—Estupendo
.

—Pero si algo va mal, si a nosotros nos recogen y a vosotros no, ¿queréis hacer llegar un mensaje a alguien?

—No había pensado en esto
.

—Podríais hacer lo siguiente: podríais usar la radio, uno a uno, en privado. Me dictaríais el mensaje y yo tomaría nota.

—Se lo comentaré. Es posible que quieran hacerlo
.

Rawlins examinó las notas de Sian.

—Ojalá se pudieran llevar una radio con ellos.

—No podríamos hacer gran cosa, si algo fuera mal —dijo Sian.

—Es posible que en pocas semanas estemos en la misma situación que ellos, que tengamos que subir a los botes salvavidas y esperar un milagro. Si esos tipos no lo consiguen, me gustaría saber por qué; en qué se equivocaron; qué falló. No es que quiera usarlos de cobaya, pero eso es exactamente lo que son. La corriente debería llevarlos directamente hacia nosotros. Si no es así, si los arrastra al oeste hacia el Atlántico norte, morirán, y entonces sabremos que nuestras cartas de navegación son erróneas.

Jane encontró a Ghost examinando el indicador de una bombona de oxiacetileno en la sala de bombeo.

—¿Estás ocupada? —preguntó él.

—No.

—Si dispones de un par de minutos podrías echarme una mano.

Se quitó el turbante y se desnudó de cintura para arriba. Jane trató de no mirar. Ghost se sentó a horcajadas en una silla metálica plegable frente a un convector de calefacción.

—¿Cuánto tiempo te has dejado crecer el pelo? —preguntó Jane.

—Más o menos toda la vida.

—¿Y tu religión?

—Parece que Dios no atiende al teléfono, últimamente. Además, me apetece un cambio radical.

Jane cogió las tijeras y empezó a cortar matas de pelo. Le hizo un pelado al rape, completamente desigual. Con agua caliente de un termo, Ghost llenó un cuenco, se puso espuma en la cabeza y se la afeitó.

Se miró con un espejo de mano, se cortó la barba con unas tijeras y luego se afeitó.

—Por Dios —dijo observando su reflejo en el espejo de mano—. Parezco un puto huevo duro. No me reconozco.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Jane.

En el suelo había dos petates. En uno había un compresor de aire y en el otro, una gran cizalla de acero.

—Un pistón hidráulico. Los equipos de rescate los usan en los accidentes de tráfico, para sacar a la gente de los coches.

—¿Lo usarás para abrir esa cápsula espacial?

—Sí.

—Después de sacar del mar a esos tipos de Raven.

—Supongo que sí.

—Esta plataforma funciona gracias a ti; lo sabes, ¿verdad? Sin ti estaríamos perdidos.

—¿Eso dicen?

—La tripulación necesita un héroe.

—Déjame enseñarte algo.

Ghost llevó a Jane por un pasillo a un gran almacén. Había un cabrestante atornillado a las vigas metálicas de un techo abovedado. Y una enorme trampilla en el suelo.

—Esta sala servía para subir equipamiento a bordo. El barco de suministros entra y sale por entre las patas de la refinería. El suelo se abre y puedes subir cosas a bordo. Contenedores llenos de comida, combustibles y cosas así.

Había tres hileras de bidones de gasolina soldados a postes de andamio. Ghost sacó un rollo de papel de detrás de un armario y lo desplegó sobre una mesa. Eran los planos de una embarcación.

—Un balandro, como los yates que dan la vuelta al mundo. El diseño es fiable.

—¿Por qué bidones de gasolina?

—Es una quilla lastrada. Muy estable. Es muy difícil que vuelque.

—Será enorme.

—Incluso si fuera para dos personas, la embarcación tiene que ser grande. Hay que llevar provisiones para varias semanas. El agua potable sola puede pesar media tonelada.

—¿Dos personas?

—Me gusta tu compañía. ¿Tienes algún problema con eso?

Nikki buscaba a Nail.

—En el almacén de buceo —masculló Ivan—. El tipo debe de estar meditando.

Cubierta C. Pasadizos oscuros y helados. Nikki estaba inquieta. De vez en cuando se giraba y apuntaba la linterna al fondo el corredor. Se sentía acechada.

Entró en el almacén de buceo. Bombonas, reguladores, trajes de submarinismo y aletas colgaban de las paredes. Una lámpara Tilley de queroseno descansaba sobre una mesa. Un cuchillo le pasó volando cerca de la cara y se clavó en una taquilla. La hoja de titanio se hundió en la puerta hasta la empuñadura. La puerta estaba acribillada. Ejercicios de puntería.

—¿Qué coño quieres? —preguntó Nail.

Al retirar de la puerta de la taquilla la hoja serrada se oyó un chirrido metálico.

—Ghost está construyendo un barco.

—¿Qué clase de barco?

—Una especie de yate rudimentario. Con bidones de gasolina. Lo hace en secreto.

—¿Por qué me lo cuentas?

—Toda esa gente va a morir. Son unos apáticos, un rebaño de ovejas. Tú y yo somos diferentes. Somos ganadores.

—Unos cabrones, tal para cual.

—Sabes a qué me refiero. No voy a fingir que me gustas, pero juntos podemos llegar a casa.

—¿Quieres que cerremos el trato con un apretón de manos?

—Vete a la mierda.

—¿Cómo de avanzado está el barco?

—No lo he visto, pero creo que poco.

—No me lo imagino largándose a navegar él solo. No es de esa clase.

—Se está tomando un descanso de tanta virtud. Flirtea con la idea de dejar a todo el mundo tirado, pero cuando llegue el momento se echará atrás.

—Entérate de dónde está el barco y sigue su progreso. Cuando lo tenga hecho, nos lo llevaremos.

—¿Tú y yo?

—Trabajas en la cocina, ¿verdad?

—Cuando Punch no está. La última vez que Rawlins lo intentó fue un desastre.

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