Rubí (8 page)

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Authors: Kerstin Gier

BOOK: Rubí
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Apagué la luz de la mesita de noche y me acurruqué bajo la manta. ¿Qué era peor? ¿Estar loca, o saltar realmente en el tiempo?

Seguramente esto último, pensé. Contra lo primero se podían tomar pastillas.

Con la oscuridad volvió también el miedo. Volví a pensar en la altura de la qué caería desde aquí arriba. De manera que encendí de nuevo la lámpara de la mesita de noche y me volví de cara a la pared. Para poder dormir, traté de pensar en algo inofensivo, pero no se me ocurría nada. Al final empecé a contar hacia atrás desde mil.

En algún momento debí de quedarme dormida, porque al despertarme e incorporarme en la cama, con el corazón palpitante, recordé que había soñado con un gran pájaro.

Entonces volví a sentir esa repulsiva sensación de vértigo en el estómago y me entró el pánico. Salté de la cama y salí corriendo, tan deprisa como me lo permitían mis temblequeantes rodillas, hacia la habitación de mamá. Tanto me daba si me tomaba por loca, sólo quería que aquello parara. ¡Y no quería caer en un pantano desde tres pisos de altura!

No llegué más allá del pasillo. Sentí el tirón en los pies y, convencida de que había llegado mi última hora, cerré los ojos muy fuerte… Y aterricé bruscamente sobre mis rodillas. El suelo parecía ser el familiar parquet de siempre. Abrí los ojos con cuidado.

Había más luz, como si de repente, en los últimos segundos, hubiera empezado a salir el sol. Por un momento alimenté la esperanza de que no hubiera pasado nada, pero entonces vi que, aunque había aterrizado en nuestro pasillo, este tenía un aspecto diferente al de casa. Las paredes estaban pintadas de un oscuro color verde oliva y no había lámparas en el techo.

Oí voces que llegaban de la habitación de Nick. Voces femeninas.

Me levanté rápidamente. Si alguien me veía… ¿Cómo iba a explicar de dónde había salido de repente? Vestida con un pijama de Hello Kitty.

—Estoy harta de tener que levantarme siempre a estas horas —se quejó una de las voces—. ¡Walter puede dormir hasta las nueve! ¿Y nosotras qué? Para eso hubiera podido quedarme en la granja ordeñando vacas.

—Walter ha estado de servicio la mitad de la noche, Clarisse. Te has puesto la cofia de lado —dijo la segunda voz—. Métete bien los cabellos por dentro, si no mistress Mason te regañará.

—De todos modos, eso es lo que hace siempre —gruñó la primera voz.

—Hay amas de llaves mucho más estrictas, mi querida Clarisse. Ahora ven, que llegamos tarde. Mary ha bajado hace un cuarto de hora.

—Sí, y también se ha hecho la cama. Siempre tan trabajadora y pulcra, como quiere mistress Mason. Sabe bien lo que se hace. ¿Has tocado alguna vez su manta? Es suavísima. ¡No hay derecho!

Tenía que irme de allí cuanto antes. Pero ¿adónde? Suerte que conocía bien la casa.

—La mía raspa terriblemente —se quejó la voz de Clarisse.

—En invierno estarás contenta de tenerla. Ahora ven.

El picaporte bajó. Salí corriendo hacia el armario empotrado, abrí la puerta de un tirón y la volví a cerrar justo en el momento en que la puerta de la habitación de Nick se abría.

—Sencillamente, no entiendo por qué mi manta raspa tanto mientras que la de Mary es tan suave —masculló la voz de Clarisse—. Aquí todo es tan injusto… Bianca puede viajar al campo con lady Montrose, mientras que nosotras tenemos que quedarnos todo el verano en esta ciudad asfixiante.

—Tendrías que tratar de quejarte un poco menos, Clarisse.

No podía sino dar la razón a la otra mujer. Esta Clarisse era realmente una quejica insoportable.

Oí cómo las dos bajaban la escalera y respiré aliviada. Me había salvado por los pelos. Tenía suerte de conocer bien el lugar. Pero ¿qué debía hacer ahora? ¿Esperar sencillamente en el armario hasta que volviera a saltar de vuelta? Probablemente sería lo más seguro. Suspiré y crucé los brazos sobre el pecho.

Detrás de mí, en la oscuridad, alguien gimió.

Me quedé paralizada del susto. ¿Qué demonios era aquello?

—Clarisse, ¿eres tú? —preguntaron desde el estante de ropa. Era una voz de hombre—. ¿Me he dormido?

¡Dios mío! Realmente, alguien dormía en el armario. Pero ¿qué clase de costumbres tenía esa gente?

—¿Clarisse? ¿Mary? ¿Quién está ahí? —preguntó la voz, bastante despabilada.

Se oyeron ruidos en la oscuridad y una mano me palpó la espalda. Antes de que pudiera sujetarme, abrí la puerta del armario y huí.

—¡Alto! ¡No se mueva!

Eché una ojeada y vi que un hombre joven vestido con una larga camisa blanca había saltado desde dentro del armario e iba tras de mí.

Corrí escaleras abajo. ¿Dónde demonios iba a esconderme ahora? Los pasos del dormilón del armario resonaban en mi espalda, y, mientras me perseguía, el hombre no paraba de bramar:

—¡Detened al ladrón!

¿Ladrón? ¡No debí haber oído bien! ¿Qué se suponía que le había robado? ¿Su gorro de dormir, tal vez?

Por suerte, podía bajar la escalera incluso con los ojos cerrados. Conocía de memoria cada uno de los escalones. Bajé dos pisos a la velocidad de la luz, pasando junto al retrato del tatarabuelo Hugh, que dejé a la izquierda con cierto pesar porque la puerta secreta me hubiera ido de maravilla para salir de esta condenada situación; pero el mecanismo siempre se encallaba un poco, y en el tiempo que hubiera tardado en abrir la puerta, el hombre del camisón me habría atrapado. No, necesitaba un escondite mejor.

En el primer piso casi atropellé a una chica tocada con una cofia que cargaba con una gran jarra. La mujer lanzó un chillido cuando pasé corriendo a toda velocidad a su lado y —como en las películas— dejó caer la jarra. Un líquido mezclado con fragmentos de cerámica restalló contra el suelo. Estaba que mi perseguidor —también como en el cine— resbalara en él, aunque eso solo le retrasaría un poco.

Aproveché la ventaja para correr escalera abajo hacia la tribuna de la orquesta, abrí de un tirón la puerta del trastero que había bajo la escalera y me acurruqué allí dentro. Como en mi época, estaba lleno de polvo y desordenado, y había un montón de telarañas. A través de las rendijas entre los peldaños penetraba un poco de luz, la suficiente para ver, al menos, que nadie dormía en el cuarto. Igual que en nuestra casa, el espacio estaba repleto de trastos hasta el último rincón.

Sobre mí, oí voces que discutían. El hombre del camisón hablaba con la pobre chica que había dejado caer la jarra.

—¡Seguramente es una ladrona! Nunca la había visto antes en la casa.

Otras voces se añadieron a las de ellos dos.

—Ha corrido hacia abajo. Tal vez haya más gente de la banda dentro.

—No he podido hacer nada, mistress Mason. Esa ladrona se me ha echado encima de repente. Seguramente estaban buscando las joyas de milady.

—Yo no me he cruzado con nadie en la escalera, de modo que tiene que estar en algún sitio por aquí. Cerrad la puerta de la casa y registradlo todo —ordenó una enérgica voz de mujer—. Y usted, Walter, vaya ahora mismo arriba y échese algo encima. Sus pantorrillas peludas no son precisamente un espectáculo agradable de contemplar a estas horas de la mañana.

¡Ay, Dios! De niña me había escondido allí un montón de veces, pero nunca había tenido tanto miedo como ahora de que pudieran encontrarme.

Procurando no hacer ningún ruido, me deslicé con mucho cuidado hacia el fondo del cuartucho. Mientras me arrastraba hacia atrás, una araña enorme me corrió por el brazo y estuve a punto de lanzar un chillido.

—Lester, mister Jenkins y Tott, vosotros registraréis la planta baja y las habitaciones del sótano. Mary y yo nos encargaremos del primer piso. Clarisse vigilará la puerta posterior, y Helen, la entrada principal.

—¿Y si trata de escapar por la cocina?

—Para eso tendría que pasar junto a mistress Crane y sus sartenes de hierro. Mirad en los trasteros bajo la escalera y detrás de todas las cortinas.

Estaba perdida.

¡Maldita sea! ¡Todo esto era absolutamente… surrealista! Ahí estaba yo acurrucada sobre un trastero, en pijamas, entre arañas, muebles polvorientos y yo que sé qué más —ayyy… ¿esa sombra podía ser realmente un cocodrilo disecado?—, esperando a que me detuvieran por intento de robo. Y todo solo porque algo había funcionado mal e Isaac Newton se había equivocado en sus cálculos.

Empecé a llorar de pura rabia e impotencia. Tal vez esa gente tuviera compasión de mí si me encontraban así. En la penumbra, los relucientes ojos de vidrio me miraban burlonamente. Ahora se oían pasos por todas partes. Me cayó polvo de los escalones en los ojos.

Y entonces volví a sentir el tirón en el estómago. Nunca me había alegrado tanto de notarlo como en ese instante. El cocodrilo se difuminó ante mis ojos, y luego todo dio vueltas a mi alrededor y volvió el silencio. Y la oscuridad.

Respiré hondo. No había motivo para que me entrara el pánico. Seguramente había vuelto a saltar en el tiempo y me encontraba en el trastero de la escalera en mi época, donde también había arañas enormes, por cierto.

Algo me acarició la cara con mucha suavidad. ¡Muy bien, adelante con el pánico! Empecé a mover violentamente los brazos en todas direcciones y a dar tirones con las piernas, que me habían quedado atrapadas bajo una cómoda. Se oyó un traqueteo, las planchas del suelo crujieron y una vieja lámpara se estrelló contra el suelo. Supuse que era la lámpara, porque no podía ver nada. Pero pude liberarme. Aliviada, me acerqué a tientas a la puerta y salí arrastrándome de mi escondite. Fuera del trastero también estaba oscuro, pero pude reconocer los contornos de la barandilla, las altas ventanas y el brillo de las arañas del techo.

Y a una figura que venía hacia mí. El rayo de luz de una linterna de bolsillo me cegó.

Abrí la boca para gritar, pero no conseguí emitir ningún sonido.

—¿Buscaba algo concreto en el trastero, miss Gwendolyn? —me preguntó la figura. Era mister Bernhard—. La ayudaré encantado a encontrar lo que necesite.

—Hummm… yo… —Se me había hecho un nudo en la garganta y apenas podía respirar—. ¿Qué hace usted aquí abajo? —contraataqué.

—Oí ruido —repuso mister Bernhard digno—. La veo un poco… polvorienta.

—Sí.

Polvorienta, rasguñada y llorosa. Me sequé furtivamente las lágrimas de las mejillas.

Mister Bernhard me observó a la luz de la linterna con sus ojos de lechuza y le sostuve la mirada sin pestañear. Al fin y al cabo, no estaba prohibido meterse en un trastero de noche, ¿no? Y el motivo que había tenido para hacerlo no era de su incumbencia.

¿Es que aquel hombre dormía con las gafas puestas?

—Aún quedan dos horas para que suene el despertador —señaló finalmente—. Propongo que las pase en su cama. Yo también me iré a descansar un poco. Buenas noches.

—Buenas noches, mister Bernhard —dije.

De los
Anales de los Vigilantes

12 de julio de 1851

A pesar del registro concienzudo efectuado en la vivienda de lord Horatio Montrose (Círculo Interior) en Bourdon Place, la ladrona que había sido sorprendida en el interior de la casa a primera hora de la mañana no pudo ser localizada.

Probablemente escapó por una de las ventanas del jardín.

El ama de llaves, mistress Mason, presentó una lista con los objetos sustraídos: cubiertos de plata y valiosas joyas de lady Montrose, entre las que se encontraba un collar obsequio del duque de Wellington a la madre de lord Montrose.

Lady Montrose se encuentra en estos momentos en el campo.

5

Pareces hecha polvo —me susurró Leslie durante el descanso en el patio de la escuela.

—Sí, la verdad es que me siento fatal.

Leslie me dio unas palmaditas en el brazo.

—Pero te quedan bien las ojeras —dijo tratando de animarme—. Así tus ojos parecen aún más azules.

No puede evitar sonreír al oírla. Realmente, Leslie era un encanto. Las dos estábamos sentadas en el barco bajo el castaño, y solo podíamos susurrar porque detrás de nosotros estaba sentada Cynthia Dale con una amiga y a su lado Gordon Gelderman-Oso Gruñón que hablaba de fútbol con otros compañeros. Ya me encontraban bastante rara sin necesidad de eso.

—¡Ay, Gwen, deberías haber hablado con tu madre!

—Leslie, ya me lo has dicho al menos cincuenta veces.

—Y te lo repito, porque es verdad. ¡Realmente, no entiendo por qué no lo has hecho!

—Porque… Bueno, para ser sincera, yo tampoco lo entiendo.

Supongo que en cierto modo esperaba que no volviera a ocurrir.

—¡Imagínate lo que hubiera podido llegar a pasar solo en tu aventura nocturna! Piensa en la profecía de tu tía abuela: solo puede significar que te amenaza un grave peligro. El reloj representa los viajes en el tiempo; la torre alta, el peligro, y el pájaro… el pájaro… ¡No tendrías que haberla despertado! Probablemente la interrumpiste en el momento en que el asunto iba a ponerse realmente emocionante. Esta tarde lo investigaré todo a fondo (el cuervo, el zafiro, la torre y el serbal); he encontrado una página sobre fenómenos extrasensoriales muy instructiva. Y, además, me he agenciado un montón de libros sobre viajes en el tiempo. Y películas. Las tres partes de
Regreso al futuro
. Tal vez podemos sacar algo de ahí…

Pensé con añoranza en lo divertido que era siempre tumbarse en el sofá en casa de Leslie para mirar DVD. A veces quitábamos el sonido y doblábamos la película con nuestros propios textos.

—¿Tienes vértigos?

Sacudí de cabeza. Ahora sabía cómo se había sentido la pobre Charlotte las últimas semanas. Todas estas preguntas podían provocarte un ataque de nervios. Con mayor motivo aún porque yo misma estaba examinándome todo el rato a la espera de que apareciera alguna señal de mareo.

—Si al menos supiéramos cuándo va pasar la próxima vez… —dijo Leslie—. La verdad, encuentro que esto es muy injusto: a Charlotte la han estado preparando desde que nació para este momento, y en cambio tú tienes que lanzarte de cabeza al agua completamente a ciegas.

—No sé qué habría hecho Charlotte ayer por la noche si se hubiera encontrado en mi lugar y la hubiera perseguido ese hombre que dormía en nuestro armario empotrado —repuse—, pero no creo que sus clases de danza y de esgrima la hubiera ayudado en esa situación, pues no habría ningún caballo con el que pudiera huir al galope.

Reí entre dientes porque me estaba imaginando cómo hubiera escapado Charlotte del armario perseguida por el furibundo Walter sí se hubiera encontrado en mi lugar. Tal vez hubiera cogido una espada de la pared del salón y hubiera hecho una escabechina entre los pobres sirvientes.

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