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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

Rhialto el prodigioso (12 page)

BOOK: Rhialto el prodigioso
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Rhialto aferró los brazos de su sillón.

—¿Estudiamos los frascos? ¿O prefieres descansar?

Ildefonse se puso trabajosamente en pie.

—¡No conozco el cansancio! —declaró—. ¡A la sala de trabajo! Estudiaremos cada grano de polvo bajo el pantavista: arriba, abajo, delante, detrás…, ¡hasta que finalmente grite su historia! Luego remacharemos el clavo con el testimonio de Sarsem.

Los dos hombres se dirigieron a la sala de trabajo.

—¡Bien! —declaró Ildefonse—. ¡Veamos tus famosos frascos! —Examinó el contenido de varios—. No espero deducir nada de todas esas materias heterogéneas.

—Eso falta por ver —dijo Rhialto—. Necesitaremos tu mejor pantavista amplificador macrótico, y luego tu última edición de
Materias características: Polvos y micromotas de los últimos eones.

—Me anticipé a ti —dijo Ildefonse—. Está todo a mano. Voy a encargar también un clasificador, para hacer menos tedioso nuestro trabajo.

—Excelente.

La investigación prosiguió con fácil eficiencia. Uno a uno, los frascos fueron vaciados y su contenido examinado, identificado, graduado y clasificado.

A media mañana el trabajo estaba terminado, y los dos agotados magos salieron a la terraza para descansar y comer algo.

En opinión de Ildefonse, el trabajo había dado poco de sí, y su humor era lúgubre. Finalmente dijo:

—En líneas generales, nos enfrentamos a ambigüedades. No podemos ni probar ni dejar de probar; los «extraordinarios» son demasiados: específicamente, los polvos de Vermoulian, Hurtiancz, Hache-Moncour, Dulce-Lolo y Byzant. Además, los «extraordinarios» pueden ser simplemente casos especiales de «ordinarios», mientras que los «ordinarios» pueden asociarse con acciones crípticas más allá de nuestra detección.

Rhialto asintió.

—¡Tus indicaciones son precisas! De todos modos, no comparto tu pesimismo. Cada «extraordinario» cuenta su propia historia, excepto en un caso.

—¡Ajá! Te refieres a Vermoulian, puesto que el polvo de sus botas es único en forma, color y complejidad, y distinto de cualquier cosa clasificada en el catálogo.

Rhialto, sonriente, agitó la cabeza de forma negativa.

—No me refiero a Vermoulian. En este caso en particular es probable que estemos investigando polvo de sueños, extraído de cualquiera de sus paisajes oníricos. Los catálogos, comprensiblemente, no se ocupan de ellos. En cuanto a Hurtiancz, utiliza polvo medicinal para aliviar una infección fungoide de los dedos de sus pies, y podemos situarlo con confianza en la lista de los «ordinarios». El polvo de Byzant es en su mayor parte polvo de fosfatos calcáreos, derivados evidentemente de su campo de intereses, que el catálogo ignora también. En cuando a las sorprendentes partículas multicolores de Dulce-Lolo, te recuerdo que su papel en una reciente «Charada de la Locura» exigía que se pintara los pies representando cada uno un grotesco rostro.

Ildefonse miró sorprendido a Rhialto.

—¿Y con qué finalidad haría eso?

—Tengo entendido que el papel de Dulce-Lolo en la representación le exigía que, reclinado de espaldas, agitara los pies en alto mientras recitaba su diálogo con dos voces distintas, falsete y bajo. Evidentemente algunas partículas del pigmento quedaron pegadas a sus botas, y en consecuencia debo considerarlo, al menos para nuestra perspectiva inmediata, como «ordinario».

—¿Y qué hay de Hache-Moncour?

—Su polvo, siendo «extraordinario», puede o no puede ser instructivo. Carecemos de elementos críticos de información en ese sentido: ¿es Hache-Moncour un aficionado a las cavernas y a las cámaras subterráneas?

Ildefonse se tironeó la barba.

—No por lo que sé, pero eso significa poco. Hasta la semana pasada no me di cuenta, por ejemplo, de que Zahoulik-Khuntze es un Anciano del Eje y Controlador de su propio infinito.

—¡Extraño pero interesante! Volviendo a Hache-Moncour, sus botas estaban manchadas con un polvo singular, descubierto solamente en unos pocos lugares subterráneos del mundo.

—Hummm. El hecho puede significar mucho, o nada.

—Sin embargo, mis sospechas se inclinan hacia Hache-Moncour.

Ildefonse lanzó un gruñido que no comprometía a nada.

—Para validar nuestras pruebas debemos aguardar a Sarsem y oír su historia.

—Eso no hace falta decirlo. ¿Osherl informará tan pronto como le sea posible?

—Eso espero al menos. —Ildefonse miró pensativo hacia la sala de trabajo—. Discúlpame un momento.

Ildefonse abandonó la terraza, y casi inmediatamente se oyeron sonidos de disputa de la sala de trabajo. Finalmente Ildefonse regresó a la terraza, seguido por Osherl y un segundo sandestin que utilizaba el aspecto de una demacrada criatura de aspecto pajaril, de metro ochenta de altura.

—¡Observa a estas dos criaturas! —dijo Ildefonse con tono irritado—. Pueden recorrer el cronoplex tan fácilmente como tú o yo podemos caminar alrededor de esta mesa; sin embargo, ni siquiera se les ocurre anunciar su presencia a su llegada. Encontré a Osherl dormido en su fulgurita y a Sarsem perchado en los estantes.

—Subestimas nuestros intelectos —restalló Osherl—. Las personas de tu raza son impredecibles; debe tratarse con ellas sobre la base de la exactitud. He aprendido a no actuar nunca sin instrucciones explícitas. Si hiciera de otro modo, tus quejas serían peores que las de ahora. Me enviaste a una misión desde la sala de trabajo; una vez cumplida esa misión, volví a la sala de trabajo. Si deseabas que te molestara en vuestras vulgares ingestiones, hubieras debido decírmelo claramente.

Ildefonse hinchó los carrillos.

—¡Detecto algo más que un rastro de insolencia en estas observaciones!

—No importa —dijo Rhialto—. Ha traído a Sarsem, y eso era lo que le habíamos pedido. En líneas generales, Osherl, has actuado bien.

—¿Y el punto de mi compromiso?

—Depende mucho del testimonio de Sarsem. Sarsem, ¿quieres sentarte?

—Con este aspecto, considero más conveniente permanecer de pie.

—Entonces, ¿por qué no cambias a una forma humana y te unes a nosotros en la mesa?

—Ésa es una buena idea. —Sarsem se convirtió en un desnudo joven asexuado, recubierto de escamas lavanda con mechones de pelo púrpura como pompones en su espalda. Se sentó a la mesa, pero declinó tomar nada.

—Este aspecto humano, aunque típico, no deja de ser después de todo un aspecto. Si tuviera que ingerir estas cosas, seguro que iba a sentirme mal.

—Como quieras. Vayamos al asunto. ¿Dónde está el Perciplex Azul que se supone debías custodiar?

—¿Te refieres al prisma azul que reposa sobre el pedestal? —preguntó Sarsem con cautela—. Encontrarás ese objeto, como siempre, en su lugar habitual.

—¿Y por qué has desertado de tu puesto?

—¡Por un motivo muy simple! Uno de los de tu raza trajo un nuevo Perciplex oficial para reemplazar la versión obsoleta, que había perdido su efecto.

Rhialto dejó escapar una risa hueca.

—¿Y cómo sabes que eso era cierto?

—Por las afirmaciones de vuestro representante.

—Sarsem se repantigó en su silla—. Pero ahora que pienso en el asunto, con la muerte del sol a apenas un paso, un nuevo Perciplex parece un refinamiento sin objeto.

—¿Y qué pasó a continuación?

—Señalé la carga que iba a representar para mí el custodiar dos objetos sagrados en vez de uno. El nuevo, se me dijo, ocuparía el lugar del viejo, y vuestro representante se llevaría el antiguo a un lugar de reverente seguridad. Mientras tanto, mis servicios ya no eran necesarios.

Rhialto se inclinó hacia delante.

—Sin duda se discutió el asunto de los puntos del compromiso.

—Recuerdo haber discutido algo al respecto.

—¿En qué número y grado?

—En una apreciable proporción: de hecho, todos.

—¿Cómo es posible cuando tu chug
[6]
reside en mi sala de trabajo?

Sarsem frunció el ceño.

—Es posible.

Como movido por una repentina idea, Ildefonse saltó en pie y abandonó la terraza. Regresó un momento más tarde y se dejó caer en su silla. Con expresión taciturna dijo a Rhialto:

—El chug de Sarsem no está. ¿Has oído alguna vez algo parecido?

Rhialto reflexionó.

—¿Cuándo puede haber ocurrido eso?

—Evidentemente durante la estasis temporal: ¿en qué otro momento? —Ildefonse se volvió a Sarsem—. ¡Hemos sido engañados los dos! ¡La reducción de los puntos de tu compromiso no fue autorizada! ¡Has sido víctima de una broma cruel! ¡La reducción es nula y sin efecto, y nosotros hemos perdido el Perciplex! Sarsem, no esperes ningún tipo de alabanza.

—¡Ja, ja! —exclamó Sarsem, agitando un pálido índice naranja en el que resplandecía una uña plateada—. ¡Todavía hay más! ¡No soy el estúpido por el que me tomas!

—¿Cómo, y en qué sentido?

—Soy ese tipo raro de individuo que puede escrutar instantáneamente todos los ángulos de una situación. Sin referencia a mis motivos, decidí retener el antiguo Perciplex dentro del alcance de mi vigilancia.

—¡Ja, ja, ja! ¡Bravo, Sarsem!

—Así pues, tu representante…

—Habla con menos alegría, Sarsem. Esa persona no era mi representante.

-…mientras esa persona estaba temporalmente distraída, coloqué el viejo prisma a buen recaudo. De todos modos, esa persona, de cuya buena fe dudas, no puede ser considerada como un irresponsable.

—¿Por qué lo dices?

—Porque, como yo, se sentía preocupada por la seguridad del viejo Perciplex, y no descansó hasta que averiguó dónde lo había colocado yo.

Rhialto gruñó.

—¿Dentro de los confines de una caverna?

—Sí; ¿cómo lo sabes?

—No carecemos de recursos. ¡En resumen, entregaste el Perciplex al criminal!

—En absoluto. Situé el prisma en un lugar bien conocido por mí, accesible solamente a través de una pequeña y estrecha fisura. Para doble seguridad, revertí el objeto al decimosexto eón.

—¿Y cómo sabes que el criminal no revirtió también a esa era y tomó el Perciplex?

—¿Acaso puede pasar por una fisura en la que tú ni siquiera podrías meter la mano? ¿Especialmente teniendo en cuenta que he mantenido esa abertura bajo mi constante vigilancia desde entonces hasta ahora, como tú puedes vigilar la superficie de esta mesa? Nada ha entrado ni salido por ella. Ergo, según el más puro racionalismo, el Perciplex reposa en su lugar subterráneo, tan seguro como siempre.

Rhialto se puso en pie.

—Ven: ¡vayamos de nuevo al Hálito del Fader! Tendrás que volver a la lisura del decimosexto eón y recuperar el Perciplex. Ildefonse, ¿estás preparado? Llama a tu pequeño vehículo aéreo.

9

Rhialto, Ildefonse y Sarsem estaban de pie, desconsolados, en la cima del Hálito del Fader. Sarsem dijo con voz turbada:

—¡Un dilema de lo más desconcertante! He buscado en la fisura sin éxito; garantizo que el Perciplex no abandonó su lugar por este camino. Admito mi perplejidad.

—¿Puede haber algún otro camino que conduzca al interior de la caverna? —sugirió Rhialto.

—La idea es plausible —admitió Sarsem—. Haré una revisión a lo largo de los eones.

Al cabo de un tiempo Sarsem regresó a rendir su informe.

—La cueva se abrió al valle por un breve período durante el decimosexto eón. La entrada no es visible ahora. Esta es una buena noticia, puesto que si yo me siento un tanto desconcertado, nuestro antagonista debe estar loco de perplejidad.

—No necesariamente —objetó Rhialto.

Sarsem miró hacia uno y otro lado.

—En el decimosexto eón, según recuerdo, se erguían tres riscos negros por este lado, y un río desembocaba en el valle procedente del este… Por aquel entonces el Hálito del Fader era un alto pico que desafiaba las tormentas… Ahora estoy orientado. Debemos descender hasta el valle de allá.

Sarsem abrió camino descendiendo una desolada ladera hasta el lecho de un antiguo río cegado ahora por piedras caídas.

—Las cosas han cambiado mucho —dijo Sarsem —Un risco con la forma de un cuerno de skatler se alzaba allí, y otro aquí, y otro en ese lado, donde ahora no veis más que unos montículos redondeados. Quizá entre esas rocas… Este es el lugar, aunque la entrada está cegada por los detritus. Echaos a un lado; sesgaré los latíferos para permitir el acceso.

Sarsem hizo que latiera una pulsación a lo largo de la ladera de la colina, haciendo deslizarse todos los escombros que llenaban la ladera y revelando una abertura que conducía al interior de la montaña.

Entraron los tres. Ildefonse envió un flujo de luz al interior del pasadizo y echó a andar, pero Rhialto le retuvo.

—¡Un momento! —Señaló una doble hilera de huellas de pisadas en la fina arena que cubría el suelo de la caverna—. Sarsem, ¿dejaste tú estas marcas?

—¡Yo no! Cuando abandoné la caverna, la arena presentaba una superficie completamente lisa.

—Entonces deduzco que alguien ha entrado en ella después de tu partida. Esta persona debe haber sido Hache-Moncour, a juzgar por la prueba de sus botas.

Sarsem derivó al interior de la caverna, sin dejar huellas en la arena. Regresó casi inmediatamente.

—El Perciplex no está donde lo dejé.

Rhialto e Ildefonse se envararon.

—Esas son malas noticias —dijo Ildefonse—. No has cumplido con la tarea que se te había asignado.

—Vayamos a lo práctico —dijo Rhialto—. ¿Dónde está ahora el Perciplex? ¿En el pasado, en el presente, o ha sido destruido?

—¿Quién puede ser tan irresponsable como para destruir los Azules? —murmuró Ildefonse—. Ni siquiera un archivolte. Creo que el Perciplex ha de estar en alguna parte.

—Me siento inclinado a admitirlo también —dijo Rhialto—. Sarsem, respecto a estas huellas: por su dirección parece que fueron formadas antes de que la boca de la caverna resultara cegada es decir, en el decimosexto eón.

—Cierto. También puedo decir esto: si fueron hechas por alguien que esperaba hallar el Perciplex, fracasó en su intento. Las huellas entran en la caverna, pasan por delante del nicho donde oculté el prisma, prosiguen hasta la caverna central, van de un lado para otro como si buscaran algo, luego se marchan a grandes zancadas que indican un furioso fracaso. El Perciplex fue retirado de la caverna antes de las huellas.

Rhialto se volvió a Ildefonse.

—Si recuerdas, Hache-Moncour vino a Boumergarth con el polvo subterráneo pegado aún a sus botas. A menos que encontrara el Perciplex al abandonar la cueva, fracasó en su misión.

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