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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Refugio del viento (18 page)

BOOK: Refugio del viento
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Ahora llevaba el pelo suelto, y le caía sobre los hombros como una cascada color rojizo, suavizando la severidad de sus rasgos y dándole un aspecto extrañamente vulnerable.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Maris. Val le señaló la única silla de la habitación. Cuando Maris tomó asiento, se dejó caer sobre un taburete sin respaldo, al lado del fuego. S'Rella se sentó en la estrecha cama—. No quiero jugar contigo. Val. Tenemos mucho trabajo que hacer juntos.

—¿Qué te hace pensar que estoy jugando?

—Escúchame —respondió—. Comprendo que sientas rencor hacia los alados. Te rechazaron, te etiquetaron y se burlaron de ti con un nombre insultante, te quitaron las alas, quizá injustamente, con desafíos múltiples. Pero si permites que eso envenene para siempre tus sentimientos hacia todos los alados, perderás. Si vuelves a ganar las alas en la competición, te encontrarás el resto de tu vida rodeado de alados. Si no les dejas que sean tus amigos, no tendrás amigos. ¿Es eso lo que quieres?

Val no se inmutó.

—Windhaven está lleno de gente, y sólo hay unos cuantos alados. ¿O es que no cuentas a los atados a la tierra?

—¿Por qué estás tan decidido a resultar odioso? Te das mucha prisa en crearte enemigos. Quizá crees que los alados te han tratado mal, y quizá tengas razón, pero las peleas no suelen ser unilaterales. Intenta comprenderlo. Tampoco estuvo bien lo que hiciste con Ari. Si quieres que te perdonen por aquello, perdona a los alados por lo que te hicieron. Acepta y te aceptarán.

Val sonrió con los labios apretados.

—¿Qué te hace pensar que quiero ser aceptado? ¿O perdonado? No he hecho nada que requiera perdón. Volvería a desafiar a Ari. Desgraciadamente, este año no podré hacerlo.

La rabia dejó sin palabras a Maris.

—¡Val! —gritó S'Rella con voz incrédula—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Ari se suicidó!

—Todos los días mueren atados a la tierra —le respondió Val con tono un poco más suave—. Algunos también se suicidan. Nadie se escandaliza por eso, ni lo proclama, ni venga esos suicidios sin importancia. Tienes que protegerte, S'Rella. Mis padres me enseñaron eso. Nadie lo hará por ti. —Volvió la vista hacia Maris—. Conozco a tu hermano, ¿sabes? —dijo repentinamente.

—¿A Coll? —se sorprendió Maris.

—Pasó por Arren Sur hace siete años, camino hacia las Islas Exteriores. Iba con otro bardo, el anciano.

—Barrion —dijo Maris—, el mentor de Coll.

—Se quedaron una semana o dos, cantando en las tabernas del puerto. Esperaban un barco que los llevase más al Este. Fue la primera vez que oí hablar de ti, Maris de Amberly Menor. Durante un tiempo, fuiste mi ídolo. Tu hermano canta una bonita cancioncilla sobre ti.

—Hace siete años —murmuró Maris—. Debió de ser poco después del Consejo.

Val sonrió.

—Fue la primera noticia que nos llegó. Yo tenía doce años, la edad a la que el hijo de un alado empieza a tomar las alas. Pero, por supuesto, yo no tenía ni una oportunidad. Hasta que tu hermano llegó a mi isla y cantó sobre tu Consejo y tus academias. Cuando se inauguró Hogar del Aire, unos meses más tarde, fui uno de los primeros estudiantes. Todavía te adoraba, por haberlo hecho posible.

—¿Y qué sucedió?

Val se dio media vuelta en el taburete para acercar las manos al fuego.

—Me fui decepcionando. Creí que habías abierto el mundo para todos, cuando antes sólo pertenecía a los alados. Sentí una gran afinidad contigo. Era un ingenuo.

Se dio la vuelta de nuevo y Maris se removió incómoda bajo aquella mirada intensa, acusadora.

—Creí que éramos iguales —siguió Val—. Pensé que querías acabar con la putrefacta sociedad de los alados. Descubrí que estaba equivocado. Sólo querías ser parte de ella. Querías la fama, la posición, la riqueza y la libertad, querías hacer fiestas en el
Nido de Águilas
junto a todos ellos, mirar desde arriba a los sucios atados a la tierra. Aceptas todo lo que desprecio.

«Pero la ironía de todo esto es que no puedes ser una alada, por mucho que lo intentes. No puedes ser una alada igual que no puedo serlo yo, ni S'Rella, ni Damen, ni ninguno de los demás».

—Soy una alada —dijo tranquilamente Maris.

—Te dejan que juegues a serlo —replicó Val—. Sobre todo porque intentas con todas tus fuerzas que te acepten, ser como ellos. Pero los dos sabemos que no confían del todo en ti, que no te aceptan como aceptan a los suyos. Tienes las alas, pero sigues siendo una extraña. Lo admitas o no, fuiste la primera un-ala, Maris.

Maris se levantó. Las palabras la habían puesto furiosa, pero no quería replicarle, no quería perder dignidad enfrentándose a él delante de S'Rella.

—Te equivocas —dijo con toda la calma y tranquilidad que pudo. Pero descubrió que no tenía argumentos para responderle—. Lo siento por ti, Val —siguió—. Odias a los alados y sientes desprecio por los atados a la tierra. Por cualquiera que no seas tú mismo. No quiero tu respeto ni tu gratitud. No sólo reniegas de los privilegios de la sociedad de los alados, sino también de las responsabilidades. Eres completamente egoísta. Si no se lo hubiera prometido a Sena, no movería un dedo para ayudarte a conseguir las alas. Buenas noches.

Salió de la habitación. Val no se movió, ni la llamó para que volviera. Pero, mientras la puerta se cerraba a su espalda, le oyó hablar con S'Rella.

—Ya ves —le decía simplemente.

Aquella noche Maris volvió a soñar, y se despertó con las ropas de la cama revueltas, empapada en sudor. Había sido peor que nunca. Caía, caía eternamente en el aire quieto, mientras a su alrededor otros alados, con sus brillantes alas plateadas extendidas, la miraban sin hacer nada.

Las prácticas siguieron día tras día.

Sena cada vez era más exigente y más propensa al genio, y lo dominaba todo como un tiránico Señor de la Tierra. Damen trabajaba en giros más cerrados y oía largas lecciones todos los días sobre volar con la cabeza, no con los brazos. S'Rella ensayaba despegues, aterrizajes y acrobacias, intentando conseguir una elegancia a juego con su vitalidad. Sher y Leya, que ya poseían la elegancia, pasaban largas horas en los vientos más altos, tratando de conseguir resistencia. Kerr trabajaba en todo.

Val Un-Ala también practicaba. Maris le observaba desde lejos, igual que observaba a todos, sin decir gran cosa. Respondía a sus preguntas, le aconsejaba en las escasas ocasiones en que él lo pedía, y le trataba siempre con la misma cortesía cuidadosa y distante.

Sena, concentrada por completo en el vuelo de sus protegidos, no se dio cuenta de nada. Pero los Alas de Madera siguieron el ejemplo de Maris y se mantuvieron a distancia de Val. Él mismo facilitó el proceso. Tenía la lengua afilada y ningún reparo en ganarse enemigos. Le dijo a Kerr que era un caso desesperado, deprimiendo al muchacho, y se burlaba incesantemente del orgulloso y testarudo Damen, derrotándole una y otra vez en carreras informales. Los estudiantes, encabezados por Damen y Liane, pronto empezaron a llamarle abiertamente Val «Un-Ala». Pero, si le importaba, no dio muestras de ello.

El aislamiento de Val no era absoluto. Aunque los demás le rechazaran, siempre tenía a S'Rella. No se limitaba a ser educada con Val. Le buscaba, le pedía consejos, comía con él y, siempre que Sena emparejaba a los estudiantes para una carrera, era la primera en desafiarle.

Maris veía sentido a su actitud: comparar sus habilidades con las de un alado mejor que ella la ayudaba a aprender y a superar sus debilidades. Y sabía que S'Rella estaba decidida a ganar las alas este año. También había otras razones, menos pragmáticas, por las que S'Rella se acercaba a Val. La tímida jovencita del Sur siempre había estado un poco fuera de lugar entre las Alas de Madera, todos ellos Occidentales: cocinaba de manera diferente, vestía de manera diferente, se peinaba de manera diferente, hablaba con un ligero acento e incluso contaba historias diferentes cuando todos los alumnos se reunían alrededor del fuego. Val Un-Ala, del Archipiélago Oriental, también estaba fuera de lugar allí. Y Maris se repetía a sí misma que era natural que dos pájaros extraños volasen juntos.

Pero a la alada le intranquilizaba verles hablar. S'Rella era joven e impresionable, y Maris no quería que se adhiriera a las ideas de Val. Además, estar demasiado cerca de Val Un-Ala la haría impopular entre los demás alados, y S'Rella era vulnerable: aquello le haría daño.

Pero Maris se obligó a relegar su preocupación y a no intervenir. Ahora no había tiempo para disputas personales: tenía que entrenar a los Alas de Madera para la competición definitiva.

Al final de cada día de entrenamiento, Maris hablaba con todos los estudiantes por separado. Cuando sólo faltaban dos días para la fecha de partida, el viento soplaba con fuerza del Norte, con un frío que parecía atravesar a los temblorosos estudiantes. Cada vez era más gélido.

—No tenéis que esperar —les dijo Maris—. Hace demasiado frío para estar aquí. Después de que corra contra uno, que ayude al siguiente con alas y entre en la academia.

El ejercicio de volar no permitía que Maris tiritase, pero también la agotaba. Por fin, exhausta y empezando a sentir de verdad la gelidez del viento, Maris descubrió que se había quedado sola con Val en el risco de los alados.

Se sintió abatida. Pensaba que el joven no esperaría. Y competir ahora con él, que estaba fresco mientras ella se había agotado… Miró hacia arriba, hacia el cielo nublado, y sintió el sabor a sal en las comisuras de los labios.

Es tarde para volar —dijo—. Los vientos son encontrados, y está oscureciendo. Ya competiremos en otro momento.

Los vientos harán que sea un auténtico desafío —replicó Val.

La miró fríamente y Maris supo, con un nudo en la garganta, que el joven llevaba mucho tiempo esperando aquel momento.

—Sena puede preocuparse —empezó débilmente.

—Claro que, si te has agotado compitiendo con los Alas de Madera…

—En cierta ocasión, volé treinta horas seguidas sin descansar nada —le replicó rápidamente—. Una tarde de juegos no basta para agotarme.

Val le dirigió una sonrisa burlona. Comprendió que había caído en la trampa del joven.

—Ponte las alas —le dijo.

No se ofreció a ayudarle, pero era evidente que estaba acostumbrado a ponérselas solo. Maris trató de recuperar algo de flexibilidad en los músculos mientras se repetía que una victoria para Val, con ella tan cansada y los vientos tan caprichosos, no significaría nada. Y él debía saberlo.

—¿Lo de siempre? ¿Dos veces ida y vuelta?

Maris asintió mientras miraba hacia las grises olas revueltas, hacia la distante roca que utilizaban como punto de referencia. ¿Cuántas veces había hecho hoy aquel recorrido? ¿Treinta? ¿Más? No importaba. Volaría las dos últimas veces como si fueran las primeras. Su orgullo se lo exigía.

—¿Quién será el juez? —preguntó.

Val encajó los dos últimos montantes de las alas.

—Nosotros sabremos el resultado —respondió—. Con eso basta. Yo salto primero y tú das la señal, ¿de acuerdo?

—Sí.

Le observó mientras, con unos cuantos pasos rápidos, Val se acercaba al borde del risco y saltaba. La alada figura se encontró con los vientos cruzados y se tambaleó como un pequeño bote en aguas turbulentas, hasta que consiguió hacerse con el dominio. Luego viró hacia la derecha y empezó a ascender.

Maris respiró hondo y dejó la mente en blanco. Echó a correr y saltó. Durante un breve instante, cayó. Luego las alas captaron los vientos y la impulsaron hacia arriba. Se tomó tiempo para llegar al nivel de Val. Ascendió en una espiral cerrada, necesitaba aquellos momentos para volver a sentir el cielo, para que su cuerpo agotado supiera cómo utilizar mejor los vientos.

Cuando llegó a su altura, los dos trazaron círculos cautelosamente, el uno alrededor del otro, luchando para mantener el control entre los vientos incansables. Los ojos de Maris se encontraron con los del joven, luego miró mucho más allá, hacia la roca que les servía de señalizador.

—Preparado… ¡Ya! —gritó.

Los dos empezaron a volar.

Los vientos eran fuertes, pero turbulentos. El principal venía del norte, pero se cruzaba con ráfagas provinentes de todas partes. El cielo del Este era una inmensa masa de nubes oscuras, que se agolpaban por momentos, amenazando tormenta. Maris las miró, intranquila, y volvió a remontarse, buscando en las alturas una corriente más rápida y segura. Tenía que luchar constantemente para mantener el rumbo. Las ráfagas le empujaron de un lado a otro, exigiéndole una atención constante y frecuentes giros y correcciones. No podía permitirse ningún fallo.

Aunque no le buscaba con la vista, a veces percibía a Val. El joven volaba en ocasiones por debajo de ella, pero casi siempre a su lado, desconcertantemente cerca. Volaba bien, y a Maris no le consoló pensar que era, en parte, gracias a sus consejos. Derrotarle no sería sencillo.

Entonces, Val apareció por delante de ella.

Una ráfaga de adrenalina recorrió a Maris, y movió el cuerpo hacia la izquierda para captar el cambiante viento que la impulsaba. Le llamaban Un-Ala, pero sabía muy bien cómo utilizar las dos en el aire. Las competiciones contra los Alas de Madera habían reblandecido a Maris. Reaccionaba con lentitud.

Delante de ella, a poca distancia, las alas de Val pasaron por encima de la roca. Giró hacia el viento inferior, según advirtió Maris, trazando un amplio círculo y vacilando un momento. Pero salió del giro a gran velocidad, e inició el vuelo de regreso hacia el risco.

Decidida a derrotarle, Maris voló peligrosamente cerca de la roca. La punta de una de las alas rozó la piedra y la alada perdió el equilibrio durante un crucial momento. Se precipitó hacia las olas, perdió el viento y tembló, con el corazón en la garganta, antes de recuperar el control de nuevo. Val había aumentado la distancia que les separaba. Maris sólo pudo sentirse agradecida de que no hubiera presenciado el fallo.

Había perdido altura, pero captó una corriente ascendente y, repentinamente, Maris volvió a elevarse. Voló incansablemente, pensando sólo en la inmediata necesidad de adquirir velocidad, buscando y maniobrando hasta que encontró una corriente firme que podía utilizar.

El viento la acercó a Val, pero estaba tan concentrada en el intento de adelantarle que apenas advirtió que se aproximaba a tierra firme. Repentinamente, se vio atrapada en una plomada, una bolsa de aire frío que tiró de ella hacia abajo como una mano gélida. Val consiguió esquivarla y seguir volando, y encontró una imposible corriente ascendente que le llevó más arriba, más lejos, mientras Maris controlaba el brusco descenso y luchaba por librarse de la bolsa de aire. El joven describió un círculo sobre la fortaleza, midiendo la fuerza de los vientos por la fina columna de humo de las chimeneas, y volvió a iniciar el camino de regreso, cada vez a más altura, antes de que Maris terminara de recuperarse.

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