Authors: Julio Cortazar
Pasar en esta calle
Donde
Sólo es real la niebla.
150OCTAVIO PAZ
Inválidos
Del Hospital del Condado de York informan que la Duquesa viuda de Grafton, que se rompió una pierna el domingo último, pasó ayer un día bastante bueno.
The Sunday Times
, Londres
Morelliana.
Basta mirar un momento con los ojos de todos los días el comportamiento de un gato o de una mosca para sentir que esa nueva visión a que tiende la ciencia, esa des-antropomorfización que proponen urgentemente los biólogos y los físicos como única posibilidad de enlace con hechos tales como el instinto o la vida vegetal, no es otra cosa que la remota, aislada, insistente voz con que ciertas líneas del budismo, del vedanta, del sufismo, de la mística occidental, nos instan a renunciar de una vez por todas a la mortalidad.
ABUSO DE CONCIENCIA
Esta casa en que vivo se asemeja en todo a la mía: disposición de las habitaciones, olor del vestíbulo, muebles, luz oblicua por la mañana, atenuada a mediodía, solapada por la tarde; todo es igual, incluso los senderos y los árboles del jardín, y esta vieja puerta semiderruida y los adoquines del patio.
También las horas y los minutos del tiempo que pasa son semejantes a las horas y a los minutos de mi vida. En el momento en que giran a mi alrededor, me digo: «Parecen de veras. ¿Cómo se asemejan a las verdaderas horas que vivo en este momento!»
Por mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier superficie de reflexión, cuando a pesar de todo el vidrio inevitable de una ventana se empeña en devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me parece. ¿Sí, que se me parece mucho, lo reconozco!
¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto
mi
casa y
mi
vida, entonces encontraré mi verdadero rostro.
JEAN TARDIEU.
—Porteño y todo, lo han de poner overo, si se descuida.
—Trataré de no descuidarme, entonces.
—Hará bien.
CAMBACERES,
Música sentimental.
De todas maneras los zapatos estaban pisando una materia linoleosa, las narices olían una agridulce aséptica pulverización, en la cama estaba el viejo muy instalado contra dos almohadas, la nariz como un garfio que se prendiera en el aire para sostenerlo sentado. Lívido, con ojeras mortuorias. Zigzag extraordinario de la hoja de temperatura. ¿Y por qué se molestaban?
Se habló de que no era nada, el amigo argentino había sido testigo casual del accidente, el amigo francés era manchista, todos los hospitales la misma porquería. Morelli, sí, el escritor.
—No puede ser —dijo Etienne.
Por qué no, ediciones-piedra-en-el-agua: plop, no se vuelve a saber nada. Morelli se molestó en decirles que se habían vendido (y regalado) unos cuatrocientos ejemplares. Eso sí, dos en Nueva Zelandia, detalle emocionante.
Oliveira sacó un cigarrillo con una mano que temblaba, y miró a la enfermera que le hizo una seña afirmativa y se fue, dejándolos metidos entre los dos biombos amarillentos. Se sentaron a los pies de la cama, después de recoger algunos de los cuadernillos y rollos de papel.
—Si hubiéramos visto la noticia en los diarios... —dijo Etienne.
—Salió en el
Figaro
—dijo Morelli—. Debajo de un telegrama sobre el abominable hombre de las nieves.
—Vos te das cuenta —alcanzó a murmurar Oliveira—. Pero por otro lado es mejor, supongo. Habría venido cada vieja culona con el álbum de los autógrafos y un jarro de jalea hecha en casa.
—De ruibarbo —dijo Morelli—. Es la mejor. Pero vale más que no vengan.
—En cuanto a nosotros —engranó Oliveira, realmente preocupado—, si lo estamos molestando no tiene más que decirlo. Ya habrá otras oportunidades, etcétera. Nos entendemos, ¿no?
—Ustedes vinieron sin saber quién era yo. Personalmente opino que vale la pena que se queden un rato. La sala es tranquila, y el más gritón se calló anoche a las dos. Los biombos son perfectos, una atención del médico que me vio escribiendo. Por un lado me prohibió que siguiera, pero las enfermeras pusieron los biombos y nadie me fastidia.
—¿Cuándo podrá volver a su casa?
—Nunca —dijo Morelli—. Los huesos se quedan aquí, muchachos.
—Tonterías —dijo respetuosamente Etienne.
—Será cuestión de tiempo. Pero me siento bien, se acabaron los problemas con la portera. Nadie me trae la correspondencia, ni siquiera la de Nueva Zelandia, con sus estampillas tan bonitas. Cuando se ha publicado un libro que nace muerto, el único resultado es un correo pequeño pero fiel. La señora de Nueva Zelandia, el muchacho de Sheffield. Francmasonería delicada, voluptuosidad de ser tan pocos que participan de una aventura. Pero ahora, realmente...
—Nunca se me ocurrió escribirle —dijo Oliveira—. Algunos amigos y yo conocemos su obra, nos parece tan... Ahórreme ese tipo de palabras, creo que se entiende lo mismo. La verdad es que hemos discutido noches enteras, y sin embargo nunca pensamos que usted estuviera en París.
—Hasta hace un año vivía en Vierzon. Vine a París porque quería explorar un poco algunas bibliotecas. Vierzon, claro... El editor tenía órdenes de no dar mi domicilio. Vaya a saber cómo se enteraron esos pocos admiradores. Me duele mucho la espalda, muchachos.
—Usted prefiere que nos vayamos —dijo Etienne—. Volveremos mañana, en todo caso.
—Lo mismo me va a doler sin ustedes —dijo Morelli—. Vamos a fumar, aprovechando que me lo han prohibido.
Se trataba de encontrar un lenguaje que no fuera literario.
Cuando pasaba la enfermera, Morelli se metía el pucho dentro de la boca con una habilidad diabólica y miraba a Oliveira con un aire de chiquilín disfrazado de viejo que era una delicia.
...partiendo un poco de las ideas centrales de un Ezra Pound, pero sin la pedantería y la confusión entre símbolos periféricos y significaciones primordiales.
Treinta y ocho dos. Treinta y siete cinco. Treinta y ocho tres. Radiografía (signo incomprensible).
...saber que unos pocos podían acercarse a esas tentativas sin creerlas un nuevo juego literario.
Benissimo
. Lo malo era que todavía faltaba tanto y se iba a morir sin terminar el juego.
—Jugada veinticinco, las negras abandonan — dijo Morelli, echando la cabeza hacia atrás. De golpe parecía mucho más viejo—. Lástima, la partida se estaba poniendo interesante. ¿Es cierto que hay un ajedrez indio con sesenta piezas de cada lado?
—Es postulable —dijo Oliveira—. La partida infinita.
—Gana el que conquista el centro. Desde ahí se dominan todas las posibilidades, y no tiene sentido que el adversario se empeñe en seguir jugando.
Pero el centro podría estar en una casilla lateral, o fuera del tablero.
—O en un bolsillo del chaleco.
—Figuras —dijo Morelli—. Tan difícil escapar de ellas, con lo hermosas que son. Mujeres mentales, verdad. Me hubiera gustado entender mejor a Mallarmé, su sentido de la ausencia y del silencio era mucho más que un recurso extremo, un
impasse
metafísico. Un día, en Jerez de la Frontera, oí un cañonazo a veinte metros y descubrí otro sentido del silencio. Y esos perros que oyen el silbato inaudible para nosotros... Usted es pintor, creo.
Las manos andaban por su lado, recogiendo, uno a uno los cuadernillos, alisando algunas hojas arrugadas. De cuando en cuando, sin dejar de hablar, Morelli echaba una ojeada a una de las páginas y la intercalaba en los cuadernillos sujetos con clips. Una o dos veces sacó un lápiz del bolsillo del piyama y numeró una hoja.
—Usted escribe, supongo.
—No —dijo Oliveira—. Qué voy a escribir, para eso hay que tener alguna certidumbre de haber vivido.
—La existencia precede a la esencia —dijo Morelli sonriendo.
—Si quiere. No es exactamente así, en mi caso.
—Usted se está cansando —dijo Etienne—. Vámonos, Horacio, si te largás a hablar... Lo conozco, señor, es terrible.
Morelli seguía sonriendo, y juntaba las páginas, las miraba, parecía identificarlas y compararlas. Resbaló un poco, buscando mejor apoyo para la cabeza. Oliveira se levantó.
—Es la llave del departamento —dijo Morelli—. Me gustaría, realmente.
—Se va a armar un lío bárbaro —dijo Oliveira.
—No, es menos difícil de lo que parece. Las carpetas los ayudarán, hay un sistema de colores, de números y de letras. Se comprende en seguida. Por ejemplo, este cuadernillo va a la carpeta azul, a una parte que yo llamo el mar, pero eso es al margen, un juego para entenderme mejor. Número 52: no hay más que ponerlo en su lugar, entre el 51 y el 53. Numeración arábiga, la cosa más fácil del mundo.
—Pero usted podrá hacerlo en persona dentro de unos días —dijo Etienne.
—Duermo mal. Yo también estoy fuera de cuadernillo. Ayúdenme, ya que vinieron a verme. Pongan todo esto en su sitio y me sentiré tan bien aquí. Es un hospital formidable.
Etienne miraba a Oliveira, y Oliveira, etcétera. La sorpresa imaginable. Un verdadero honor, tan inmerecido.
—Después hacen un paquete con todo, y se lo mandan a Pakú. Editor de libros de vanguardia, rue de l’Arbre Sec. ¿Sabían que Pakú es el nombre arcadio de Hermes? Siempre me pareció... Pero hablaremos otro día.
—Póngale que metamos la pata —dijo Oliveira— y que le armemos una confusión fenomenal. En el primer tomo había una complicación terrible, éste y yo hemos discutido horas sobre si no se habrían equivocado al imprimir los textos.
—Ninguna importancia —dijo Morelli—. Mi libro se puede leer como a uno le dé la gana. Liber Fulguralis, hojas mánticas, y así va. Lo más que hago es ponerlo como a mí me gustaría releerlo. Y en el peor de los casos, si se equivocan, a lo mejor queda perfecto. Una broma de Hermes Pakú, alado hacedor de triquiñuelas y añagazas. ¿Le gustan esas palabras?
—No —dijo Oliveira—. Ni triquiñuela ni añagaza. Me parecen bastante podridas las dos.
—Hay que tener cuidado —dijo Morelli, cerrando los ojos—. Todos andamos detrás de la pureza, reventando las viejas vejigas pintarrajeadas. Un día José Bergamín casi se cae muerto cuando me permití desinflarle dos páginas, probándole que... Pero cuidado, amigos, a lo mejor lo que llamamos pureza...
—El cuadrado de Malevich —dijo Etienne.
—
Ecco
. Decíamos que hay que pensar en Hermes, dejarlo que juegue. Tomen, ordenen todo esto, ya que vinieron a verme. Tal vez yo pueda ir por allá y echar un vistazo.
—Volveremos mañana, si usted quiere.
—Bueno, pero ya habré escrito otras cosas. Los voy a volver locos, piénsenlo bien. Tráiganme Gauloises.
Etienne le pasó su paquete. Con la llave en la mano, Oliveira no sabía qué decir. Todo estaba equivocado, eso no tendría que haber sucedido ese día, era una inmunda jugada del ajedrez de sesenta piezas, la alegría inútil en mitad de la peor tristeza, tener que rechazarla como a un mosca, preferir la tristeza cuando lo único que le llegaba hasta las manos era esa llave a la alegría, un paso a algo que admiraba y necesitaba, una llave que abría la puerta de Morelli, y en mitad de la alegría sentirse triste y sucio, con la piel cansada y los ojos legañosos, oliendo a noche sin sueño, a ausencia culpable, a falta de distancia para comprender si había hecho bien todo lo que había estado haciendo o no haciendo esos días, oyendo el hipo de la Maga, los golpes en el techo, aguantando la lluvia helada en la cara, el amanecer sobre el Pont Marie, los eructos agrios de un vino mezclado con caña y con vodka y con más vino, la sensación de llevar en el bolsillo una mano que no era suya, una mano de Rocamadour, un pedazo de noche chorreando baba, mojándole los muslos, la alegría tan tarde o a lo mejor demasiado pronto, todavía inmerecida, pero entonces, tal vez, vielleicht, maybe, forse, peut-être, ah mierda, mierda, hasta mañana maestro, mierda mierda infinitamente mierda, sí, a la hora de visita, interminable obstinación de la mierda por la cara y por el mundo, mundo de mierda, le traeremos fruta, archimierda de contramierda, supermierda de inframierda, remierda de recontramierda, dans cet hôpital Laennec découvrit l’auscultation: a lo mejor todavía... Una llave, figura inefable. Una llave. Todavía, a lo mejor, se podía salir a la calle y seguir andando, una llave en el bolsillo. A lo mejor todavía, una llave de Morelli, una vuelta de llave y entrar en otra cosa, a lo mejor todavía.
—En el fondo es un encuentro póstumo, días más o menos —dijo Etienne en el café.
—Andate —dijo Oliveira—. Está muy mal que te deje caer así, pero mejor andate. Avisales a Ronald y a Perico, nos encontramos a las diez en casa del viejo.
—Mala hora —dijo Etienne—. La portera no nos va a dejar pasar.
Oliveira sacó la llave, la hizo girar bajo un rayo de sol, se la entregó como si rindiera una ciudad.
Es increíble, (de un pantalón puede salir cualquier cosa, pelusas, relojes, recortes, aspirinas carcomidas, en una de esas metés la mano para sacar el pañuelo y por la cola sacas una rata muerta, son cosas perfectamente posibles. Mientras iba a buscar a Etienne, todavía perjudicado por el sueño del pan y otro recuerdo de sueño que de golpe se le presentaba como se presenta un accidente callejero, de golpe zás, nada que hacerle, Oliveira había metido la mano en el bolsillo de su pantalón de pana marrón, justo en la esquina del boulevard Raspail y Montparnasse, medio mirando al mismo tiempo el sapo gigantesco retorcido en su robe de chambre, Balzac Rodin o Rodin Balzac, mezcla inextricable de dos relámpagos en su broncosa helicoide, y la mano había salido con un recorte de farmacias de turno en Buenos Aires y otro que resultó una lista de anuncios de videntes y cartománticas. Era divertido enterarse de que la señora Colomier, vidente húngara (que a lo mejor era una de las madres de Gregorovius) vivía en la rue des Abbesses y que poseí a
secrets des bohèmes pour d’affections perdues.
De ahí se podía pasar gallardamente a la gran promesa:
Désenvoûtements,
tras de lo cual la referencia a la
voyance sur photo
parecia ligeramente irrisoria. A Etienne, orientalista amateur, le hubiera interesado saber que el profesor Mihn
vs offre le vérit. Talisman de l’Arbre Sacré de l’Inde. Broch. c. I. NF timb. B.P.27, Cannes.
Cómo no asombrarse de la existencia de Mme. Sanson,
Médium-Tarots, prédict. étonnantes, 23 rue Hermel
(sobre todo porque Hermel, que a lo mejor había sido un zoólogo, tenía nombre de alquimista), y descubrir con orgullo sudamericano la rotunda proclama de Anita,
cartes, dates précises,
de Joana-Jopez (sic)
, secrets indiens, tarots espagnols,
y de Mme. Juanita,
voyante par domino, coguillage, fleur.
Había que ir sin falta con la Maga a ver a Mme. Juanita. Coquillage, fleur! Pero no con la Maga, ya no. A ler Maga le hubiera gustado conocer el destino por las flores.
Seule
MARZAK
prouve retour affection.
¿Pero qué necesidad de probar nada? eso se sabe en seguida. Mejor el tono científico de Jane de Nys,
reprend ses
VISIONS
exactes sur photogr. cheveux, écrit. Tour magnétiste intégral.
A la altura del cementerio de Montparnasse, después de hacer una bolita, Oliveira calculó atentamente y mandó a las adivinas a juntarse con Baudelaire del otro lado de la tapia, con Devéria, con Aloysius Bertrand, con gentes dignas de que las videntes les miraran las manos, que Mme. Frédérika,
la uoyante de l’élite parisienne et internationale, célèbre par ses prédictions dans la presse et la radio mondiales, de retour de Cannes.
Che, y con Barbey d’Aurevilly, que las hubiera hecho quemar a todas si hubiera podido, y también, claro que sí, también Maupassant, ojalá que la bolita de papel hubiera caído sobre la tumba de Maupassant o de Aloysius Bertrand, pero eran cosas que no podían saberse desde afuera.