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Authors: Paul Bajoria

Tags: #Infantil y juvenil, Intriga, Drama

Rastros de Tinta (25 page)

BOOK: Rastros de Tinta
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—No —gimió Nick. Sonó completamente aterrorizado. De repente entendí lo que había sufrido durante toda su vida. En su voz, pude oír a la criatura enferma de terror en la que sus guardianes lo habían convertido. Buscando a tientas, lo primero que pude encontrar fue mi camiseta empapada. Sigilosamente, me la acerqué con la mano.

—Me estás mintiendo, Nick —insistió la mujer—. Vamos, abre la boca.

Cuando la sombra gigantesca cayó sobre mí, vi mi oportunidad. Me subí encima de la cama y, antes de que ella pudiera reaccionar, le rodeé la cabeza con la camisa apestosa e hice un nudo bien fuerte con las puntas.

La mujer forcejeó, con la cara apretada contra el algodón mugriento y el cuello echado inesperadamente hacia atrás.

—Aaaagh —tosió mientras el líquido asqueroso le entraba por los ojos y por la boca.

—Corre, Nick —chillé, hice otro nudo en la camisa, esquivé un manotazo de los enormes brazos y seguí a Nick escaleras arriba.

Nos tiramos literalmente de cabeza por la trampilla y la cerré de golpe. Nos apresuramos a arrastrar delante el pesado barril.

—Esto no la retendrá mucho rato —supuse, oyendo los golpes que venían de abajo—. Pero quizá sea suficiente. —Respiraba con dificultad—. Vámonos —animé a Nick agarrándolo del brazo. Como respuesta me dio un gran abrazo, fuerte e inesperado. En esos dos segundos en el fregadero a oscuras sentí todo su miedo y todo su alivio, como un pez atrapado que consigue escapar a mar abierto. Sólo dos segundos y después me soltó.

Y salimos corriendo.

Sólo nos paramos para desatar a
Lash
del poste y luego seguimos corriendo. Finalmente paramos en una esquina a más de un kilómetro, y allí nos apoyamos contra la pared, tratando de recuperar el aliento.

—No… no nos ha seguido —dijo Nick, con la mano en el costado—. Pensaba que… que iba a matarnos… a los dos.

Estuvimos jadeando un buen rato.

—Creo que lo mejor es ir a casa del señor Spintwice —sugerí.

Mientras avanzábamos a través de las calles, sujetando bien cerca a
Lash
con la correa, le expliqué a Nick más detalles de mi expedición de la noche anterior. No hablábamos demasiado alto, por si había alguien que nos pudiera oír. En cierto momento notamos que nos caían piedras y al volvernos vimos a un par de chicos harapientos que se escondían a toda prisa en un callejón mal iluminado. Sabíamos que, por un par de peniques, hasta el chico más inofensivo podía ofrecer información a cualquiera con malas intenciones. Esos chiquillos, aparentemente inocentes, eran los ojos y las orejas de los bajos fondos.

Nick, por supuesto, podía reconocer con un vistazo quién era quién.

—Cuidado —me susurró, y nos metimos entre las sombras, justo antes de que pasara un joven elegantemente vestido con la cara marcada por la viruela, que lanzaba miradas suspicaces a su paso. Esquivando ladrones de esa manera, llegamos finalmente a la tienda del pequeño joyero.

Lash
tiraba de la correa.

—¿Qué pasa? —le pregunté. Había olido algo y quería arrastrarnos no hacia la puerta de la fachada, sino hacia un lado de la casa donde había una alta verja manchada de moho verde.

—¿Por aquí se va a la puerta trasera? —le pregunté a Nick—.
Lash
quiere que entremos por ahí.

Avanzamos por un pasaje tan estrecho que podíamos tocar las paredes de ambos lados sin siquiera extender los brazos. El suelo estaba cubierto de montones de basura pestilente, que la gente lanzaba desde los patios traseros de las casas; tropezando con la porquería del suelo, llegamos a la puertecilla trasera de la tienda de Spintwice.
Lash
se paró allí, expectante, mirándonos fijamente.

Nick llamó a la puerta con los nudillos y esperamos. Volvió a llamar.

—Duerme en esta habitación trasera —murmuró—, debería oírnos. —Llamó más fuerte.

No hubo respuesta. Cuanto más llamábamos, más significativo se volvía el silencio.
Lash
empezó a arañar en la puerta con las patas delanteras. Intentamos llamar por una ventanita mugrienta.

—¡Señor Spintwice! —dijo Nick, bajito.

Lash
se puso a gimotear y yo empezaba a preocuparme.

—¿Crees que le ha pasado algo? —le pregunté nervioso. Nick no dijo nada. Estaba pasando los dedos por el marco de la ventana, y en dos segundos consiguió abrirla.

—¡Señor Spintwice! —llamó hacia el interior.

Metimos las cabezas por la ventana y oímos un ruidito apagado, como si alguien intentara atraer nuestra atención.

—Vamos —ordenó Nick—, está en apuros. —Lo ayudé a encaramarse y entró por la ventanita.
Lash
saltó tras él, y yo fui después, con la ayuda de Nick. Estábamos en la habitación trasera, y los golpes se oían con mayor claridad.

—¡Señor Spintwice! —gritó Nick.

Comenzamos a inspeccionar la casa, esquivando los minúsculos muebles. Al final resultó que los golpes venían de dentro de un arcón de té que estaba en el suelo de la tienda. Habían clavado la tapa.

—¡Señor Spintwice! —chilló Nick por el costado del arcón—. ¿Es usted?

—¡Mrnmmmnimrnpphhggg! —gruñó dentro una voz ahogada, seguida de furiosas patadas. Nick encontró un martillo de orejas y en un momento hubo arrancado los largos clavos marrones de la tapa del arcón. De dentro salió el señor Spintwice, atado como un pavo y amordazado con un pañuelo de seda.

—Gracias a Dios que habéis venido —dijo en cuanto le quitamos la mordaza de la boca—. Pensaba que iba a morir ahogado.

—¿Quién te ha hecho esto? —preguntó Nick.

Por primera vez desde que lo conocí, el señor Spintwice no sonreía. Tenía en el rostro una oscura expresión de temor. Me di cuenta de que, si no hubiésemos ido a su casa, podrían haber pasado muchos días antes de que alguien lo encontrara. Había creído realmente que iba a morir, y volví a sentirme culpable por haberlo involucrado en todo ese asunto.

—Un hombre con un bigote puntiagudo —contestó Spintwice cuando tuvo aire para hablar—, tu hombre de Calcuta, el de la serpiente, supongo. Por lo menos, la serpiente no ha aparecido esta noche. —Estaba muy nervioso, y tuvimos que ayudarlo a sentarse en una silla—. Vine a esta habitación para comprobar los cerrojos antes de acostarme —explicó—, y me encontré a ese tipo aquí de pie, vestido con una capa y mirándome con ojos saltones. Imagino que no esperaba encontrarse a nadie aquí dentro. ¡Se debía pensar que podía pasearse a sus anchas! Pues allí estaba yo para demostrarle que no.

—Pero ¿cómo acabaste dentro del arcón? —preguntó Nick.

—Bueno, él era más alto que yo —repuso el enano a regañadientes—. Lo amenacé, y le dije que se largara de aquí, y… Él se rió. Como si yo fuera una especie de… de… payaso de circo —masculló—. ¡Y al momento ya estaba maniatado aquí dentro, oyendo los martillazos!

Me temo que ni Nick ni yo pudimos reprimir una sonrisa ante la idea de Spintwice intentando oponer resistencia. Fue un alivio que llegásemos a tiempo para salvarlo. Pero sentí un nudo de temor en el estómago mientras intentábamos adivinar con qué intención habría venido el hombre de Calcuta. Meter la mano unos segundos en el armario que teníamos al lado fue suficiente para saber que se había llevado el camello. Pero ¿qué había pasado con el tarro lleno del polvo que el animal había guardado dentro?

—Debe de estar en la repisa de la chimenea —informó Spintwice, señalando la sala de estar que había en la otra punta del pasillo. Y en afecto, todavía estaba allí. Solté una carcajada de alegría.

—Pero ¿no se dará cuenta de que el camello está vacío? —preguntó Nick, algo preocupado—. ¿Volverá a buscar el resto?

—No lo hará —aseguró Spintwice—. Después de que os fuerais, tuve una idea y rellené el camello con harina. Creo que estará contento hasta que vuelva a Calcuta. Y entonces su mujer podrá utilizar el contenido para hacer pan y metérselo en la boca para que deje de lamentarse.

—Spintwice —dijo Nick—, vales tu peso en oro.

—¿Tan poco? —bromeó Spintwice, haciéndose el ofendido—. Eso no es mucho. —Había recuperado el sentido del humor.

—Y ahora ¿qué hará con él? —se preguntó Nick.

—Ése es su problema —replicó Spintwice—. Sentaos y os prepararé un poco de cacao. Creo que estamos mucho más tranquilos sin camellos en casa, sobre todo si lo contrario significa acabar encerrado en un arcón por hombres extraños.

Miré a Nick. Tenía una expresión resignada en el rostro. El sabía que no me contentaría con sentarme a tomar cacao con un enano, mientras los malhechores andaban sueltos por Londres.

—No creo que debamos perder mucho tiempo —dije—. ¿Cuánto tiempo ha estado encerrado, señor Spintwice? —le pregunté.

—Más que el suficiente, gracias —soltó bruscamente. Pero al momento se dio cuenta de que hablaba en serio—. Pasaban uno o dos minutos de las nueve cuando entré aquí y me lo encontré —recordó. Podía permitirse ser preciso; al fin y al cabo tenía toda la casa llena de relojes.

—Ahora son casi las diez y media —observé—. Ha estado allí dentro más de una hora. —Me mordisqueé el labio—. Eso es una eternidad. Ahora puede estar en cualquier sitio.

—Pues eso, precisamente —replicó Nick—. Lo importante es que se ha ido, y que el señor Spintwice está fuera de peligro. Eso es lo que importa. ¿Por qué no te sientas un momento?

Me sentía intranquilo. Había algo que no cuadraba.

—Hay algo que no entiendo, Nick. Cuando yo lo he visto en el patio de La Melena del León eran casi las nueve. No puede haber tenido tiempo de llegar aquí a las nueve.

—Bueno, es evidente que se mueve muy rápido —repuso Nick.

—Nosotros hemos tardado media hora en llegar hasta aquí, Nick —insistí—. Tendría que haber hecho algo más que moverse rápido. Debería tener algo así como… —miré a Spintwice, y recordé el libro que me había enseñado Nick la primera vez que estuve allí—, una alfombra voladora.

El señor Spintwice rió un poco.

—Bueno, si lo vuelvo a ver me aseguraré de tener a mano un sacudidor de alfombras, para poder darle un buen golpe cuando pase volando.

Estaba claro que era Spintwice quien más necesitaba algo caliente para reanimarse, y Nick y yo nos ofrecimos para hacerle un vaso de cacao, mientras se sentaba y recuperaba la calma.

—¿Por qué no te tranquilizas? —me preguntó Nick en voz baja, una vez estuvimos fuera del alcance de su oído, en la cocina. El silbido del agua calentándose en la tetera era lo bastante fuerte para tapar nuestra conversación.

—Hay algo aquí que no cuadra —insistí—. Cuanto más sabemos de ese hombre, más mágico me parece.

—Bueno, ahora ya no podemos hacer nada respecto a eso.

—Me encantaría saber adonde ha ido con el camello, ahora que lo ha recuperado —declaré.

—Mog —repuso Nick—, tú mismo lo has dicho. Ahora debe de estar muy lejos de aquí. No podremos descubrir adonde se ha ido.

—Pero tenemos una muy buena pista, Nick. Seguramente ha ido a la casa de al lado de la imprenta de Cramplock.

—Y ¿qué piensas hacer? ¿Entrar en la casa y luchar contra él? —De repente me pareció que estaba tremendamente cansado.

Yo seguí insistiendo, inútilmente.

—Sólo pienso que deberíamos estar haciendo algo —dije tercamente—. Él tiene el camello, y tiene una serpiente de las que muerden a la gente, y además tiene… —Mi brazalete, pensé, pero no quise decirlo en voz alta—. Temo que habrá más asesinatos. ¿Dónde está tu padre?

—¿Cómo quieres que lo sepa? —soltó Nick, irritado—. No pienso ir a ninguna parte donde tenga la posibilidad de cruzarme con él. O con cualquier otra persona —añadió—, ya sea un asesino, o un encantador de serpientes, o cualquiera. No podemos detenerlos. Nos hemos estado arriesgando de la forma más estúpida.

Sirvió el agua hirviendo en tres pequeños tazones y puso dentro el cacao. Yo llevé la bandeja a través de la pequeña puerta hasta el salón, con los tazones humeando como si fueran las chimeneas de una fábrica. El señor Spintwice parecía más contento y de alguna parte había sacado un flamante pastel de jengibre. Lo había dejado encima de una mesita baja ante él y acariciaba a
Lash
, que estaba sentado entre sus pies, lamiendo afectuosamente los minúsculos dedos del hombrecillo. No me extrañaba que a Nick le gustara tanto visitar esa casa. Al final me había dejado convencer, había dejado de lado mi resistencia, y me sentía entre exasperado y encantado.

—Estás rendido, Mog —dijo Nick, sumándose a nosotros—. Te has pasado la noche entera corriendo detrás de criminales. Y yo también. Todos necesitamos un buen descanso. Olvídate del hombre de Calcuta durante un rato.

Di una mirada al pastel, y se me rompió el corazón.

—Tienes toda la razón —suspiré finalmente.

La boca del señor Spintwice se arqueó en una sonrisa más amplia de lo habitual.

—Me harías muy feliz —dijo pausadamente—, si os quedáis aquí. Sólo por esta noche.

11. EL FABRICANTE DE PAPEL

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