Qualinost (44 page)

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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

BOOK: Qualinost
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—¡Pies Ligeros! —
protestó el enano. Adoptó un tono falsete que le recordó a una niña elfa hablando con sus muñecas:— ¿Acaso quieres que muera aquí abajo, preciosa mía?

Un rebuzno estruendoso retumbó en el pozo.

Flint lanzó de nuevo la escala. En esta ocasión, fueron unos sesenta centímetros los que salieron por la boca del pozo y cayeron justo al lado de la mula, que miró con expresión estúpida. El otro extremo de la escala quedó a la altura de los ojos de Flint, balanceándose, pero el enano no se atrevió a tocarla por miedo a que resbalara. El artilugio empezó a deslizarse pozo abajo, y Flint farfulló una maldición.

En ese momento,
Pies Ligeros
alzó una de sus enormes pezuñas y la plantó sobre la escala, con lo que consiguió frenarla.

Con un grito de satisfacción, Flint agarró el extremo y tiró de él. La mula resopló y pareció desconcertada al sentir el inesperado tirón bajo su pezuña, pero lo aguantó sin moverse.

Procurando no forzar el hombro herido, Flint trepó por la escala y no tardó en tener a su alcance la cuerda atada al collar de la mula. Todavía lo separaban tres metros de la superficie.

La mula se movió inquieta.

—¡Pies Ligeros,
no! —gritó el enano.

Flint se aferró a la soga, y el cuello de la mula se agachó dos palmos a consecuencia del inesperado peso. La escala se deslizó por el pozo y cayó al fondo.

—¡Pedazo de mula idiota! —chilló el enano, que se había quedado colgando de la cuerda.

Con un brusco tirón, el animal reculó y corrió unos cuantos pasos. Con un grito ahogado, que exhaló en el momento de emerger, el enano salió disparado por la boca del pozo como una trucha enganchada al sedal de un pescador.

* * *

—Lo siento, Tanis —se disculpó Gilthanas mientras recorrían el camino paralelo a la torrentera.

Aquellas palabras retumbaron en la mente del semielfo. Eran las mismas que había pronunciado el asesino antes de arrojarlo al precipicio.

—Sabes que tengo que hacerlo —continuó su primo—. Como miembro de la guardia, he jurado hacer cumplir los mandatos del Orador.

Hacía rato que había enfundado la espada en la vaina, que también le había cogido a Tanis. Daba por hecho que su primo no intentaría huir.

El semielfo asintió en silencio. Su mente estaba demasiado ocupada en darle vueltas a la situación para tomar parte de una charla trivial. Sin embargo...

Quizás hablando con su primo se enterara de algo que le fuera de utilidad posteriormente.

—Lo comprendo —dijo. Miró de reojo a Gilthanas; el joven tenía el rostro sofocado por el paso vivo que llevaban hacía ya una hora. Su primo le devolvió la mirada y, por primera vez después de varios años, Tanis vio en él al amigo de la infancia—. ¿Cuál es tu participación en la ceremonia?

Gilthanas, jadeante, hizo un alto en un claro. Indicó por señas a Tanis que tomara asiento en un tocón y él hizo otro tanto.

—Cuando Porthios abandone la cámara subterránea, se echará la capucha para cubrirse el rostro; lleva una túnica gris igual a ésta ¿sabes? Pasará de la cámara a una escalera de caracol que tiene noventa y nueve escalones, el mismo número que los años cumplidos. A estos peldaños se los llama
Liassem-eltor,
la Escalera de los Años. Porthios deberá remontarla en plena oscuridad. Al final se encontrará en un cuarto reducido, donde hay una vela y un yesquero para encenderla.

—¿Y tú...? —inquirió impaciente Tanis, mientras se preguntaba por qué a él nunca le habían explicado los detalles de la ceremonia.

—Más allá del cuarto hay un largo pasillo que no aparece en ningún mapa de Qualinost porque sólo lo utilizan aquellos elfos que no son adolescentes ni adultos, y que, por lo tanto, no existen en realidad. En consecuencia, tampoco existe el pasillo, ni aparece reflejado en ningún mapa.

Y tu parte en todo eso es... —insistió Tanis. Pero Gilthanas, ensimismado en la ceremonia que algún día habría de pasar él mismo, parecía decidido a explicar todo el proceso.

—El corredor se llama
Yathen ilara,
la Senda de la Iluminación. Conduce a la Torre del Sol. El celebrante recorre el pasillo en silencio. Al final hay una puerta, donde aguarda hasta que la abre el familiar que ha realizado la vigilia en el
Kentommenai-kath
y lo deja entrar en la sala central de la Torre.

Así que allí era donde Gilthanas entraba en escena. Daba la impresión de que se hubiese aprendido de memoria su papel, repitiendo lo que, sin duda, le había enseñado Miral.

—Esperaré al otro lado de la puerta hasta que suene un gong —continuó el joven—. Luego la abriré, entraré en el pasillo, y la cerraré a mis espaldas. Cogeré la vela a Porthios y le diré... en la lengua antigua, por supuesto: «Soy tu infancia. Déjame atrás, en la bruma del pasado. Ve hacia tu futuro». Porthios abrirá la puerta y penetrará en la Torre del Sol.

Una idea empezó a tomar forma en la mente de Tanis.

—¿Y tú te quedarás en el corredor? —preguntó.

—Se supone que represento la infancia desaparecida de Porthios —respondió con un deje de fastidio—. Por lo tanto, no debería estar presente en la siguiente parte de la ceremonia. Pero Miral dice que nadie lo advertirá si abro la puerta una rendija para oír lo que pasa. Al fin y al cabo, sólo faltan sesenta años para que celebre mi propio
Kentommen.

Tanis ya había planeado cómo detener al asesino de Porthios.

Reanudaron la marcha hacia Qualinost. Por fin, el sendero trazó una cuesta pronunciada. Tambores y trompetas resonaron de nuevo en los aledaños de la Torre y del palacio.

—¡Tenemos que ir más deprisa! —gritó Gilthanas—. ¡Llegaré tarde!

Entre los álamos cada vez más escasos, Tanis atisbó el puente oeste que cruzaba sobre el río de la Esperanza. Sin parar mientes, el semielfo simuló un tropezón y chocó contra Gilthanas. Cuando su primo, sorprendido, se volvió hacia él, el semielfo se le echó encima.

Cinco minutos más tarde, una figura envuelta en una túnica gris salió de entre los árboles. A sus espaldas, los arbustos se agitaron y de ellos salió un apagado gemido, como si en ellos hubiese caído herido algún animal grande. Alguien que hubiese observado con más atención a la figura encapuchada que ahora avanzaba corriendo por el camino, habría atisbado la forma de una espada, insinuada bajo los pliegues del tejido gris.

Tanis confió en que nadie fuera tan meticuloso.

Tiró del borde de la capucha para cubrirse mejor el rostro, y cruzó el puente a toda carrera.

30

Confluencia en la torre del Sol

Flint soltó la cuerda al chocar contra dos jóvenes álamos y después resbaló hasta frenarse en un charco de barro y musgo.
Pies Ligeros
se alejó otros cuantos pasos y acto seguido se detuvo para observar al enano. Flint agitó un puño en su dirección.

—¡Pedazo de...
mula!
—gritó.

Volvió la vista hacia el orificio de la roca, tentado de señalar el lugar con el propósito de regresar algún día y examinarlo con más detenimiento. No obstante, decidió que era mejor dejar en paz los secretos del pasado... y las sombras que acechaban en sus dominios. Mas no pudo alejar una idea de su mente.

Bajo sus pies, a gran profundidad, en las frías entrañas de la tierra, el silencio había cubierto de nuevo con un pesado manto las desiertas salas y corredores. En la oscuridad, las sombras aguardaban, como lo habían hecho durante años.

Flint escuchó el distante retumbar de tambores y toques de trompetas. Otro recuerdo acudió a su memoria: el mago arremangándose la manga para mostrarle cómo se desaguaba la bañera de palacio. El enano se había fijado en que Miral tenía en el antebrazo una pequeña cicatriz en forma de estrella.

Por último, Flint recordó a Ailea en la cocina de su casa de cuarzo rosa, la primera vez que llevó allí a Tanis para que la conociera. La anciana le había contado algunas historias acerca de los partos a los que había asistido, y había hecho mención a uno en particular que se había complicado, en el que tuvo que utilizar fórceps, que habían dejado una marca al recién nacido en forma de estrella.

Flint supo que Miral no tardaría en dar rienda suelta al rencor y la cólera acumulados durante décadas. El Orador y sus tres hijos —suponiendo que Gilthanas no estuviera ya muerto— serían asesinados. Al enano no le cabía la menor duda de que el retazo de cordura que aún quedaba en el mago, y que era el rasgo que había asomado a la superficie durante años, haciéndolo mostrarse amistoso tanto con el semielfo como con él mismo, también lo haría pronunciar un «lo siento» mientras acababa con sus víctimas.

—Conque un mago de poca monta —rezongó. Torció el gesto, y unas profundas arrugas de preocupación le surcaron el rostro.

Incluso cabalgando en la mula, no conseguiría llegar a Qualinost a tiempo. Lo que es más, no tenía ni idea de en qué zona de Qualinesti había emergido; sólo sabía que se encontraba en algún punto al otro lado de la torrentera, al oeste de la ciudad. El área le resultaba familiar. Echó un vistazo en derredor, intentando recobrar la calma.
Pies Ligeros
se acercó a Flint, pero el enano hizo caso omiso de ella. Frunció el entrecejo y se estrujó el cerebro. La vida del Orador pendía de un hilo.

No había posibilidad de que llegara a tiempo de evitarlo, a menos que encontrara un atajo.

¡Algo parecido al roble hueco del sla-mori!

Cerró los ojos e intentó evocar hasta el último detalle de aquel suceso: el pánico, la persecución del tylor, el golpeteo de los cascos de
Pies Ligeros...
Abrió los ojos y examinó a la mula con más interés. El animal arrancó un puñado de hierbas con un mordisco y empezó a masticar con calma a la vez que miraba al enano.

Flint se dio media vuelta. Estaba bastante seguro de que la zona donde lo había atacado el monstruoso reptil se encontraba al sudoeste de su actual posición. Si se encaminaba en aquella dirección, tal vez se topara con algo que le refrescara la memoria —o si no, la de la mula—, al resultarle familiar el paisaje. Las mulas eran de sobra conocidas por su sentido de la orientación, ya que no por su inteligencia, aliento agradable o docilidad. Flint dio un paso hacia adelante y llamó a la mula con un ademán.

—Acércate, cariño —susurró con delicadeza.

La mula siguió masticando, con una expresión desconfiada en los ojos. El enano cogió un puñado de hierba y se lo ofreció.

—¿Quieres un poco? —preguntó.

Un fugaz destello de interés cruzó las facciones del animal.

—Oh, está bien —dijo Flint, exhalando un sonoro suspiro. Se dio media vuelta y, como por casualidad, agitó el puñado de hierba sobre su hombro sano—. Has roto mi pobre y viejo corazón. —Simuló un sollozo.

Un hocico suave le rozó la nuca y le quitó el puñado de hierba de la mano. Flint se volvió con una expresión de alegría.

—¡Pies Ligeros!
—Rodeó con los brazos el cuello del animal, razonando que más tarde podría bañarse, y se montó en la grupa.

Unos segundos más tarde, se dirigían al trote en dirección sudoeste.

* * *

Los guardias del puente oeste saludaron a Tanis cuando éste pasó corriendo ante ellos, oculto bajo la túnica gris de su primo.

—¡Llegas tarde, Gilthanas! —gritó uno de ellos.

Tanis se sujetó la capucha, temeroso de que con la carrera se le cayera el embozo y quedara al descubierto su identidad.

Si ocurría tal cosa, los guardias lo arrestarían, sin lugar a dudas.

Tanis siguió corriendo por las calles empedradas de Qualinost.

* * *

Miral estaba de pie, al borde del área central de la Torre del Sol, con una actitud circunspecta. El mosaico que representaba el cielo nocturno y diurno se encumbraba ciento ochenta metros sobre su cabeza; las paredes de mármol reflejaban la luz de cuatrocientas antorchas y la del sol, proyectada por los incontables espejos incrustados en los muros. La sala empezaba a llenarse de nobles. Lord Litanas se encontraba al pie de la tribuna. Selena, cuyos cabellos tenían un tono rubio mucho más claro que la última vez que el mago la había visto, miraba al nuevo consejero con una expresión de arrobo en sus ojos violetas, desde su posición cerca de la entrada a la sala. No dirigió una sola mirada a Ulthen, que se había quedado en la parte de atrás, con una actitud melancólica.

Lord Tyresian, quien, al parecer, había encontrado a alguien que le arreglara la espada ceremonial que ahora colgaba a su costado, estaba situado junto a Laurana, cerca de la tribuna. Sin prestar atención al noble, la princesa dirigía continuas miradas en derredor con gesto inquieto.

Como uno de los coordinadores del
Kentommen,
Miral había sido quien había decidido el sitio que cada noble debía ocupar, insinuando que se limitaba a cumplir la voluntad del Orador. La posición de Laurana la situaría cerca de Porthios y de Solostaran cuando desencadenara su magia, musitó para sus adentros Miral.

Era una pena que Lauralanthalasa hubiera rechazado su petición de matrimonio. Habría significado un gran cambio en los planes que tenía para ella. De hecho, había retrasado este momento durante años esperando que alcanzara la edad adecuada para declarársele y que ella le entregara su amor. Habría perdonado la vida del Orador por Laurana; se preguntó si tal vez debió decírselo. A las mujeres les encanta saber que sus pretendientes renunciarían incluso al mundo entero por conquistar su amor. En el caso de Laurana, aquello se acercaba mucho a la verdad; sí, quizá debió decírselo.

—Un mago de segunda fila —dijo roncamente para sí mismo, y luego se echó a reír. Poseía una gran magia desde que era un niño..., desde que se reunió con la Gema Gris de Gargath en las cavernas.

Miral se movió hacia la parte derecha de la tribuna, en dirección a la escalera que subía en espiral entre la pared interior de mármol y la exterior de oro. Cualquiera que se hubiese fijado en él, habría imaginado que el elfo que había colaborado en la coordinación del
Kentommen
de Porthios procuraba tener un panorama mejor del desarrollo de la ceremonia desde la segunda balconada, situada por encima de la que ocupaban los músicos. No obstante, la multitud no lo vería cuando desatara la magia que abriría el techo de la Torre y dejaría caer una lluvia de fuego desde lo alto. En cualquier caso, aunque alguien lo viera, tampoco importaría mucho.

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