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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Histórico

Psicokillers (14 page)

BOOK: Psicokillers
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Sin embargo, una breve exploración visual del policía determinó que aquel trozo era de cerdo y no de alemán y, que por cierto, parecía de muy buena calidad.

El cerco se estrechaba sobre Fritz, los huesos localizados estaban muy cerca de su casa. Los vecinos comenzaron a contar lo que sabían, por ejemplo, aseguraron haber visto a Fritz en compañía de muchos jovencitos que subían con él a su buhardilla, también dijeron que durante meses el carnicero les había regalado un buen número de huesos blanquísimos, tan blancos que no parecían de caballo como Fritz afirmaba.

Las investigaciones policiales estaban dando frutos, pero todo se precipitó cuando el 22 de junio de 1924 Haarmann fue detenido por conducta inmoral, con ese pretexto los agentes entraron en la buhardilla a fin de buscar pruebas sobre su culpabilidad. En lugar de eso se toparon con la guarida de un psicópata tan descarnado como sus atormentados. Objetos personales de los muchachos, ropas que aún no habían vendido y lo peor, todas las paredes impregnadas de sangre humana, restos de vísceras, trozos de carne y osamentas. Los policías contemplaron aquello con la boca abierta, y la abrieron más cuando descubrieron algunas ristras de salchichas elaboradas al parecer de forma artesanal por Fritz y Hans. Todo aquello resultaba dantesco y adquirió tintes trágicos tras la confesión del vampiro.

En efecto, Fritz acorralado por los investigadores cantó de plano todas las fechorías cometidas, dijo que un ente desconocido tomaba posesión de su cuerpo obligándolo a perpetrar toda suerte de aberraciones y asesinatos. Argumentó que mientras realizaba sus horribles matanzas no era consciente de lo que estaba ocurriendo. Los policías no paraban de tomar notas mientras revisaban los ficheros con los nombres de jóvenes desaparecidos.

En aquellos años se había perdido la pista de unos cien chicos cada año, lo que en principio, dadas las circunstancias del país, pasaba como algo normal, pero ahora ante ellos estaba el carnicero de Hannover y muchas denuncias de padres desesperados empezaron a ser tenidas en cuenta. Mientras tanto Fritz confesó que había ingerido y vendido carne humana, él mismo preparaba salchichas para consumo propio, despachando el resto entre la vecindad. Cuando esto se supo el escándalo estalló en Hannover, nadie quería reconocer que había comprado la carne o las salchichas de Fritz Haarmann.

Lo cierto, amigos, es que durante cinco años muchos ciudadanos saborearon la exquisita carne que aquel carnicero les vendía a precios tan económicos. Algunos se defendieron explicando que el sabor era muy parecido al de la carne de cerdo y que por eso no habían notado nada extraño.

El 4 de diciembre de 1924 Fritz Haarmann fue llevado ante los tribunales, su caso fue estudiado por relevantes psiquiatras de la ciudad. Durante los catorce días que duró el juicio más de ciento treinta testigos desfilaron ante el juez. Nunca sabremos a cuántos chicos mató el carnicero de Hannover; en principio fue acusado por veintisiete muertes confirmadas, pero el propio Haarmann reconoció, no sin dudas, que había violentado, asesinado y comido entre cuarenta y cincuenta muchachos. Algunos inspectores sospechaban que la cifra bien pudiera llegar a más de cien.

Los periódicos contaron con profusión todos los detalles del caso, el escándalo sacudió no solo a la sociedad alemana sino también a toda la Europa de posguerra. En la sala de justicia la explicación sobre los detalles más sangrientos provocaban nauseas y vómitos entre la concurrencia. Lo peor fue cuando Haarmann narró con pelos y señales cómo desgarraba con sus propios dientes el cuello de los chicos. El juez estremecido por lo que estaba escuchando ordenó que se desalojara la estancia para seguir la vista a puerta cerrada.

Fritz Haarmann desconcertó a todos, una vez más, cuando pidió a gritos que le condenasen a muerte. Ni siquiera él, ya consagrado como uno de los mayores psicópatas de la historia contemporánea, podía admitir el acabar su vida encerrado en una lúgubre institución mental, prefería morir guillotinado acabando por fin con esa vida tan negra y venenosa para tantos inocentes.

El 15 de abril de 1925 Fritz Haarmann carnicero, ogro y vampiro de Hannover, moría decapitado; en cuanto a su cómplice Hans Grans fue condenado a cadena perpetua, pena conmutada más tarde a doce años de cárcel.

La última voluntad de este supuesto humano fue que en su tumba se inscribiera el siguiente epitafio: “Aquí descansa el exterminador”.

Desconozco si este deseo se cumplió, aunque créanme queridos lectores que a mí eso me da igual, pues no creo que los dioses entreguen descanso alguno a semejante salvaje.

Peter Kürten

Alemania, (1883 - 1931)

Peter Kürten

Alemania, (1883 - 1931)

EL VAMPIRO DE DÜSSELDORF

Número de víctimas: 16, 9 asesinatos y 7 intentos frustrados.

Extracto de la confesión:
“Oí la sangre brotar a borbotones y gotear sobre el felpudo junto a la cama. Salió a chorro formando un arco justo sobre mi mano.” “No era mi intención obtener satisfacción del coito, sino del asesinato
”.

La tradición gótica nos muestra al vampiro como un gran bebedor de sangre en la perentoria búsqueda de la inmortalidad. Durante siglos las leyendas centroeuropeas se mezclaron con la realidad de unos enfermos no detectados hasta años recientes. En efecto, muchos de los considerados no muertos o príncipes de las tinieblas, no fueron más que pobres enfermos mentales aquejados por una extraña dolencia denominada hematodípsia, una enfermedad más psicológica que física, donde el paciente siente una ardiente necesidad por saciar su cuerpo con la ingesta de sangre animal o humana mientras su mente desarrolla las más impulsivas sensaciones sexuales.

Lo cierto es que el cuerpo humano, qué se sepa, no genera ninguna demanda sobre aportaciones extra de glóbulos rojos, pero sabemos que algunos de los psicópatas asesinos más feroces de la historia lo han sido, precisamente, por creer que necesitaban consumir hemoglobina a litros para continuar satisfaciendo sus cuadros vitales.

Uno de los ejemplos más claros fue el de Peter Kürten, un brutal criminal que conmocionó al mundo por sus actos sádicos y crueles. La verdad es que el vampiro de Düsseldorf no mató tantas personas como otras bestias de su género; lo que realmente incita al pavor es cómo las asesinó y el placer grotesco que sintió al hacerlo.

Kürten cumple todos los requisitos del perfecto psychokiller: un ambiente familiar opresivo donde se dan cita malos tratos, violaciones, incestos, alcohol y, sobre todo, odio, un sentimiento que lo acompañará a lo largo de su vida y que será cómplice en todas sus actuaciones. Con esos factores, nada halagüeños, se fue construyendo la personalidad atormentada de uno de los asesinos más despiadados de la historia criminal, alguien que disfrutó hasta con su propia muerte.

Peter Kürten nació el 26 de mayo de 1883 en Köln, Mullheim, Alemania, en el seno de una familia extremadamente pobre en la que convivían un padre alcoholizado, violento y en paro con una sufrida esposa que
tan solo
fue capaz de traer al mundo trece hijos y poco más. Peter era el tercero de la prole y muy pronto se tuvo que acostumbrar al oscuro destino que se había preparado para él.

La familia Kürten vivía hacinada en un cuartucho donde dormían a duras penas todos los integrantes del clan. Durante sus primeros años de vida asistió horrorizado a las brutales palizas que el progenitor daba a su esposa e hijos; él mismo recibió innumerables golpes que le hicieron aborrecer a ese ser dominante que incluso llegaba a violar a sus hermanas pequeñas con total impunidad.

Peter Kürten, «el vampiro de Düsseldorf», fue capaz de ofrecer a la sociedad una imagen de padre ejemplar y, cuando las sombras caían sobre la ciudad alemana, de cometer los más terribles actos, cuyos fatídicos protagonistas eran brutalmente asesinados.

Con ocho años de edad Kürten se escapó de casa huyendo de aquel infierno asfixiante, lo que le condujo inexorablemente a los caminos de la delincuencia. Con la gente de la calle aprendió toda suerte de habilidades para cometer pequeños hurtos que le hicieron visitar las dependencias policiales de Düsseldorf, su principal teatro de operaciones. Con nueve años conoció a un drogadicto que le inició en los secretos de la zoofilia, y lejos del lógico rechazo, el pequeño Peter descubrió un placer insospechado hasta entonces. El niño vio surgir en él todas sus psicopatías internas, comenzó a sodomizar ovejas, cabras, aves de corral… Por el momento su despierta sexualidad no contemplaba otros horizontes que no estuvieran contenidos en una granja —más tarde la cosa empeoraría.

También en esta época se inscribe un suceso extraño que nunca llegó a demostrarse con claridad, y es que según parece el joven zoofílico ahogó sin escrúpulos a dos amiguitos mientras jugaban en una balsa que flotaba por el río Rin. Como puede comprobar el lector esta pieza de museo estaba pasando de víctima a torturador, una reacción muy comprensible para los investigadores del crimen y, sobre todo, para los psiquiatras especializados en psicopatías.

Kürten fue creciendo en la marginalidad que proporcionaban las calles de Düsseldorf a finales del siglo XIX; cabe comentar, que de los cuarenta y ochos años vividos por el vampiro, la mitad los pasó en la cárcel con un total de veintiuna condenas. Como más tarde confesaría, la cárcel le había hecho odiar aún más al género humano; en ella se trató con la peor calaña, es decir, con los de su especie, siempre transgredió las normas penitenciarias para conseguir el ansiado aislamiento.

Una vez solo dejaba volar la imaginación y no precisamente para pensar en asuntos positivos. Kürten ideaba escenografías mentales donde él protagonizaba películas en las que provocaba el horror del mundo: trenes que saltaban por los aires con cientos de muertos, ciudades que morían víctimas de un virus que él había diseminado por las aguas, niños envenenados por dulces llenos de arsénico, ésos eran sus placenteros pensamientos concebidos en la frialdad de su celda. Lo único que lo excitaba hasta el orgasmo. Cuando recurría a fantasías sexuales imaginaba cuerpos destrozados y la sangre cubriéndolo todo para su deleite. Esa era la mentalidad enferma de Peter Kürten, que más que un vampiro era un monstruo dispuesto a exterminar a una humanidad odiada por él.

Con dieciséis años se lió con una prostituta sadomasoquista descubriendo que era capaz de pegar tanto como lo había hecho su padre.

Un día paseando por un tranquilo parque se topó con un cisne, la belleza del animal lo provocó de tal manera que sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre su cuello desgarrándolo para acto seguido beber su sangre. La excitación fue total y el vampiro tuvo claro que había comenzado su historial de hemorragias sin límite. Otros animales sufrieron idéntica suerte a la del pobre cisne. En una ocasión, mientras violaba a una oveja, extrajo de su bolsillo unas tijeras que clavó con saña en el cuello del ovino. Por desgracia para los habitantes de Dusseldorf, aquel criminal no se iba a conformar solo con infortunados animales domésticos.

El 13 de mayo de 1913, Peter Kürten merodeaba por unas viviendas con el ánimo de entrar a robar como en otras ocasiones, sin embargo, la calamidad quiso que en la casa, presuntamente vacía, se encontrara Khristine Klein, una niña de trece años que dormitaba en su habitación ajena a lo que estaba a punto de ocurrir. Peter, tras comprobar que no había nadie más en la casa, entró en la estancia donde se encontraba la jovencita, sin más, agarró su frágil cuello y la estranguló. La pequeña intentó resistirse, pero el vampiro terminó la faena cortándole el cuello con un cuchillo que llevaba entre sus herramientas de ladrón. Todo sucedió en unos tres minutos, Kürten no llegó a penetrar a la niña, dado que sufría eyaculación precoz (otra característica frecuente en los psicópatas asesinos). No obstante, la visión de la sangre que emanaba del cuello de Khristine fue suficiente para que el vampiro experimentara un intenso orgasmo.

Fue algo horrible que conmocionó al vecindario, nadie se explicaba cómo había podido pasar semejante suceso. Al día siguiente, mientras los inspectores investigaban el escenario del crimen, alguien se sentaba en la cervecería situada frente a la casa de los Klein, era Kürten quien escuchaba complacido los comentarios de los lugareños mientras bebía una cerveza y leía los pormenores del caso en la prensa local. La sensación fue para él maravillosa, por fin sus delitos alcanzaban la notoriedad deseada, ahora nadie lo podría parar.

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