Prometeo encadenado

BOOK: Prometeo encadenado
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Prometeo encadenado es una tragedia de la antigua Grecia, tradicionalmente atribuida a Esquilo, pero actualmente es considerada por muchos eruditos el trabajo de otra mano, quizás durante el siglo IV a. C. Sin embargo, todavía es incluida normalmente en las ediciones de Esquilo. Hay pruebas que era la primera parte de una trilogía, pero de las otros dos partes, Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego, sobreviven sólo fragmentos. La obra abre con Prometeo cautivo y encadenado a un acantilado. Un coro de ninfas marinas se esfuerzan por confortarlo y él les cuenta como ayudó a Zeus a ser el más poderoso de los dioses. Pero ahora el poder ha convertido a Zeus en un tirano; y en su esfuerzo por liberar a los hombres del yugo de Zeus ha sido castigado. También relata a las ninfas que él tiene un secreto que Zeus necesita y que un día irá a pedir por su ayuda. Océano, padre de las ninfas, viene en su carro tirado por caballos alados y dice a Prometeo que sea humilde y se someta a su castigo, pero este se mantiene orgulloso y desafiante. En la escena siguiente aparece Io, Princesa de Argos, a quien Zeus ha convertido en una vaca. Io alguna vez fue la favorita del dios pero este se volvió contra ella y ahora está condenada a vagar por el mundo, molestada por un tábano que la pica continuamente. Prometeo profetiza que Io volverá a su forma verdadera y dará a luz a un héroe que lo liberará de sus cadenas. Finalmente Zeus reclama a Prometeo por su secreto y cuando este se reúsa a revelarlo el dios lo amenaza con un águila que le comerá las entrañas. Y como gran final, golpea violentamente las rocas alrededor del Titán con un rayo.

Esquilo

Prometeo encadenado

ePUB v1.0

Polifemo7
19.11.11

Traducción: José Alsina

Prometeo encadenado

PERSONAJES DEL DRAMA

FUERZA,
esbirro de Zeus

VIOLENCIA,
esbirro de Zeus

HEFESTO,
dios del fuego

PROMETEO,
Titán

OCÉANO,
Titán

HERMES,
dios mensajero

ÍO,
mortal amada por Zeus

CORO DE OCEÁNIDES,
hijas de Océano

La acción, en una montaña de Escitia.

(Salen a escena
FUERZA
y
VIOLENCIA
conduciendo
al Titán
PROMETEO.
Les sigue
HEFESTO
llevando consigo un martillo, cadenas y una cuña.
Se
dirigen a una enorme roca donde colocan a
PROMETEO
para que
HEFESTO
pueda clavarlo en ella).

FUERZA. Al confín de la tierra hemos llegado, a la desierta y desolada Escitia. Hefesto, ahora es tu turno: cumplir debes las órdenes que el Padre te impusiera, amarrar con grilletes irrompibles a este escarpado risco este bandido. Pues tu atributo, el ígneo de la llama fulgor y fuente de las artes todas robó del Cielo y diolo a los mortales. Es justo, pues, que pague este delito. ¡Que aprenda a respetar de Zeus la fuerza, y a poner freno a su filantropía!

HEFESTO. Habéis cumplido ya, Fuerza y Violencia, las órdenes que Zeus os encargara; no hay nada que añadir. Pero yo, en cambio, no tengo corazón para amarrar a un dios, pariente mío, a este peñasco, borrascoso. Mas, ay, he de intentarlo, que es grave desoír la orden paterna.

(A
PROMETEO).

Bizarro hijo de Temis consejera, contra mi voluntad, contra la tuya te he de clavar a ese asolado risco con grilletes de bronce indisolubles, do no oirás ni voz ni rostro humano. Aquí, abrasado por la ardiente llama del sol, has de cambiar tu tez rosada. A calmar tu dolor vendrá la noche con su estrellado peplo. Y el rocío que pariera la aurora ha de fundirlo el sol con su calor. Mas para siempre habrá de torturarte el dolor rudo de tu desgracia. ¡Pues aún no ha nacido el que ha sido llamado a liberarte!
1
Con tu amor al mortal, eso ganaste. Tú, un dios, sin arredrarte hacia las iras de los dioses, honraste a los mortales más de lo justo. A cambio, en esta roca, guardia habrás de montar, siempre, en insomnio, de pie, sin doblar la rodilla. En vano te desharás en llantos y gemidos, pues el pecho de Zeus es inflexible. ¡Que todo nuevo rey reina en tirano!

FUERZA. Mas, ¿por qué te retrasas y enterneces? Y, ¿por qué no abominas de este dios, que aborrecen los dioses, el que un día tus fueros entregara a los mortales?

HEFESTO. Fuertes lazos nos unen y es mi amigo.

FUERZA. Pero no obedecer la orden paterna, ¿es acaso posible? ¿No te arredra?

HEFESTO. ¡Tú, siempre un desalmado y sin entrañas!

FUERZA. Lamentarse por él no es un remedio. No te canses en vano, te aconsejo, por algo que no puede aprovecharte.

HEFESTO. ¡Ay, oficio mil veces denostado!

FUERZA. ¿Por qué has de maldecirlo? De tus penas tu oficio no es culpable en modo alguno.

HEFESTO ¡Así lo hubiese dado a otra persona!

FUERZA Todo es arduo, menos ser rey de dioses. Que, excepto Zeus, nadie en el mundo es libre.

HEFESTO. Lo sé, y no tengo nada que objetarte.

FUERZA. ¿Por qué, pues, tu retraso a encadenarlo? El Padre puede verte dando largas.

HEFESTO. Puedes ver ya el grillete entre mis manos.

FUERZA. Cíñele, pues, los brazos, y con fuerza clávalo a este peñasco a martillazos.

HEFESTO.
(Lo hace).
Mi tarea está lista y sin un fallo.

FUERZA. Remacha, aprieta aún más. No has de dejarle que esos lazos afloje; que, en su astucia, puede escapar incluso a lo imposible.

HEFESTO. El codo ha sido atado, y no se suelta.

FUERZA. Pues ata el otro con todas tus fuerzas; que aprenda al fin que, aunque muy listo, es torpe, una vez que con Zeus se le compara.

HEFESTO. Solo él de mi labor protestaría.

FUERZA. Pues clávale en el pecho la obstinada mandíbula de acero de esta cuña.

HEFESTO. ¡Ay, Prometeo, por tus males lloro!

FUERZA. ¿Vacilas, pues, y de los enemigos de Zeus lástima tienes? Que algún día no tengas que llorar por tu persona.

HEFESTO.
(Mirando a
PROMETEO). ¡Viendo estoy una escena aterradora!

FUERZA. ¡Viendo estoy que este tipo está pagando la pena por sus actos merecida! Amárrale ya el pecho con cadenas.

HEFESTO. Y ¡qué remedio, pues! No me presiones.

FUERZA. Te azuzo y te amenazo al mismo tiempo. Baja de aquí y apriétale las piernas.

HEFESTO.
(Se las aprieta).
Hecho está ya, y no con mucho esfuerzo.

FUERZA. Remacha el duro grillo, ahora, con fuerza, que el juez de tu labor es muy severo.

HEFESTO. ¡Qué acordes tu lenguaje y tu figura!

FUERZA. Ablándate, mas no me eches en cara mi propia obstinación y mi fiereza.

HEFESTO. Partamos ya, que espesa red lo cubre.

FUERZA.
(A
PROMETEO). Puedes hacerte ahora el insolente: roba sus atributos a los dioses y dáselos al hombre. ¿En qué podrían aligerar tu pena los mortales? Actuaron de forma equivocada los dioses al llamarte Prometeo: que un promotor incluso a ti te falta para poder huir de mi artificio.

(Salen. La escena queda vacía. Solo
PROMETEO
permanece en ella, atado a la roca. Tras un largo silencio, habla de esta forma).

PROMETEO. ¡Éter divino, raudas brisas, fuentes de los ríos y sonrisa infinita de las olas del mar, Madre de todo! Pero también a ti quiero invocarte, ¡disco del sol, que todo lo contemplas! Miradme: soy un dios y, sin embargo, ¡qué trato he recibido de los dioses!

Mirad con qué torturas desgarrado por un espacio de años infinito, aquí he de padecer tormento horrendo. Tal es el lazo de cadena infame que contra mí inventó el rey de los Dioses. ¡Ay, ay! Por el presente y el futuro mal que me aguarda estoy llorando ahora. ¿Cuándo será el final de mis desdichas?

Pero, ¿qué es lo que digo? De antemano bien conozco los males que me esperan: no puede sorprenderme daño alguno. Pues sé del Hado la invencible fuerza, habré de soportarla con paciencia. Pero callar o no estos infortunios no me ha sido otorgado: un don al hombre me ha uncido al duro yugo del destino: Robé del fuego, en una oculta caña, la recóndita fuente que sería maestra de las artes y un recurso para el hombre. Y aquí pago mi culpa clavado y aherrojado a la intemperie.

(Se percibe un rumor a lo lejos).

¿Qué rumor, qué perfume invisible hasta mí va llegando? ¿Viene de un dios, de un hombre, o las dos cosas? ¿Ha acudido a este risco, al fin del mundo a contemplar mis penas? o, ¿qué quiere? Ved a este dios sin dicha encadenado, ved al rival de Zeus, al que odian cuantos dioses del Rey visitan el palacio, por mi exceso de amor a los mortales. ¡Ay, ay! ¿Qué es el murmullo alado que percibo junto a mí? A este raudo batir de alas va susurrando el aire. ¡Me causa horror cuanto hacia mí se acerca!

CORO.
(Viene en un carro alado).

ESTROFA 1.
a
Ningún temor abrigues: amiga es la bandada que a este risco con un ligero porfiar de plumas ha acudido volando. A duras penas el corazón del Padre me he ganado. Veloces me han traído aquí las auras. El eco del acero amartillado penetró hasta el rincón de mi morada y sin calzarme, apenas, al aire me he lanzado en mi alada carroza.

PROMETEO. ¡Ay, ay! Descendientes de Tétide fecunda, ¡oh hijas del Océano, que en su curso sin sueño en torno de la tierra va girando! Miradme y ved con qué infamantes grillos estoy aquí sujeto en la roca más alta de esta sima, montando, en centinela, una guardia que nadie envidiaría.

CORO.

ANTÍSTROFA 1.
a
Viéndolo estoy. Mis ojos, Prometeo, horrible niebla cubre hermanada con lágrimas, al ver cómo tu cuerpo se marchita clavado en esta roca con estas ultrajantes ligaduras. ¡Se ve que en el Olimpo hay nuevos amos! Con nueva ley Zeus gobierna a su antojo, y ¡a los grandes de ayer ha aniquilado!

PROMETEO. ¡Si me hubiese arrojado bajo la tierra, al menos, en el fondo del Hades que a los muertos acoge, al Tártaro insondable después de haberme atado fuertemente con grillos insolubles! Así, ni un dios, ni nadie, se mofaría ahora de mis cuitas. En cambio, soy juguete de los vientos y el escarnio, infeliz, de mi enemigo.

CORO.

ESTROFA 2.
a
¿Hay dios tan insensible que pueda disfrutar con tu desgracia? ¿Quién no va a compartir tu sufrimiento, con la excepción de Zeus? Eternamente conservando el rencor en sus entrañas, no deja que su espíritu se
pliegue, y tiene sometidos a su arbitrio a los dioses. No calmará sus iras mientras no haya saciado sus entrañas, o hasta que alguno, con astuto golpe, le arrebate su trono inexpugnable.

PROMETEO. Pues por más que me encuentro aprisionado por tan potentes lazos —yo os lo juro— habrá de suplicarme el dios de dioses que le descubra el nuevo plan, que un día intentará quitarle cetro y trono. Mas, a fe, que ni el dulce encanto de su labia ha de ablandarme ni cederé tampoco a su amenaza. ¡Antes ha de librarme de esos grillos y la pena pagarme de su ultraje!

CORO.

ANTÍSTROFA 2.
a
Tú siempre intransigente y sin ceder jamás en duro trance. Tu lenguaje es osado en demasía. Mas penetrante horror hiende mi entraña, que temo por tu suerte, y me pregunto hasta qué puerto has de arribar un día para ver el final de tu desgracia. Porque es inaccesible, inexorable el corazón del Crónida y su genio.

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