Prometeo encadenado (3 page)

BOOK: Prometeo encadenado
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CORIFEO. ¿Quién es el timonel, pues, del Destino?

PROMETEO. Las tres Moiras, y Erinia rencorosa.

CORIFEO. ¿Así que a Zeus superan en potencia?

PROMETEO. NO podrá sustraerse a su destino.

CORIFEO. Si no es reinar, ¿cuál es de Zeus el sino?

PROMETEO. No lo puedes oír: ya más no insistas.

CORIFEO. ES un secreto augusto lo que ocultas.

PROMETEO. Refiérete a otro tema, que no es hora de pregonar lo que ha de estar oculto. Si logro conservar este secreto escaparé a los grillos y a las penas que tanto han humillado a mi persona.

CORO.

ESTROFA 1.
a
Zeus, que lo rige todo, no enfrente su poder contra mi espíritu; no sea yo remisa en acercarme, con sagrados festines y hecatombes, a los dioses, junto al perenne curso de Océano; no peque yo en mi lenguaje, y ¡dure de por siempre sin borrarse jamás lo que yo pido!

ANTÍSTROFA 1.
a
Es dulce, entre serenas esperanzas vivir larga existencia, el corazón nutriendo de iluminado gozo. Mas me lleno de horror cuando te veo desgarrado por esa pena ingente... Sin temblar ante Zeus, por propio impulso, honraste a los mortales, Prometeo, en exceso.

ESTROFA 2.
a
¿Es favor tu favor? ¡Dímelo, amigo, vamos! ¿Dónde hallarás defensa? ¿Qué ayuda pueden darte los mortales? ¿No has reparado, acaso, en la insegura, débil capacidad de los humanos, a un sueño semejante, a que está sometida la pobre raza humana? No, no; jamás la voluntad terrena podrá violar de Zeus las decisiones.

ANTÍSTROFA 2.
a
Lo he comprendido al punto, al ver tu dura suerte, Prometeo. ¡Oh, qué distante es hoy la melodía que llega a mis oídos de aquella que entonara por tu baño lustral, por tu himeneo el día de tus bodas, cuando con sus presentes a Hesíone, mi hermana, te llevaste para hacerla tu esposa y compañera!

(Entra
ÍO,
mujer con cuernos en la cabeza. Marcha a saltos, picada por un tábano).

ÍO. ¿Qué tierra es esa? ¿Quién en ella vive? ¿Quién será este que veo aprisionado en un arnés de piedra, del huracán expuesto a los embates? ¿Adonde me ha llevado mi aventura, pobre de mí? Contesta.

(Se agita un poco).

De nuevo el aguijón, de Argos terrígeno el fantasma, infeliz, me está azuzando. Haz que de mí se aleje, madre Tierra, que me lleno de espanto cuando miro a ese boyero de mil ojos. Siempre avanza con su pérfida mirada. Ni una vez muerto, el polvo lo ha ocultar. Hurtándose a las sombras, a esta infeliz persigue y por la arena que la orilla cubre hambrienta, la hace caminar errante.

ESTROFA 1.
a
A los compases de sonora flauta recubierta de cera, desgrana una tonada que hipnotiza. ¡Ay de mí, ay de mí, dioses! ¿Adonde me conduce esta carrera y ese lejano errar? ¿Qué pecado en mí hallaste, hijo de Crono, para uncirme a este yugo de miserias? ¿Por qué con ese horror que me espolea, pobre loca, infeliz, me martirizas? Abrásame en la llama, sepúltame en la tierra, o entrégame a los monstruos de los mares en pasto convertida. ¡No desdeñes, Señor, mis peticiones! Asaz mi dilatado andar errante me ha trabajado ya. No sé siquiera cómo puedo escapar de mis desdichas ¿No escuchas los acentos de esta joven cornífera mujer?

PROMETEO. ¿NO escucharé yo a la joven que de Ínaco ha nacido, y que de amor ha inflamado del Padre Zeus los sentidos? La que ahora se fatiga recorriendo, por la fuerza, ese dilatado curso, blanco del encono de Hera?

ÍO.

ANTÍSTROFA 1.
a
Y tú, ¿cómo es que sabes el nombre de mi padre y lo pronuncias? ¡Contesta ya a esta pobre desgraciada! ¿Quién eres, pues, quién eres, malhadado, que en términos tan claros a esta infeliz saludas, y el nombre sabes de este mal divino que me consume con los aguijones con que me ataca y a vagar me incita? Retozando entre brincos humillantes que al hambre me condenan, héteme junto a ti, víctima de Hera, y de sus planes rencorosos. ¿Quiénes de entre los dioses sufren lo que sufro? ¡Ay, ay! Dime con claridad lo que me espera; qué antídoto, qué ayuda para mi mal existe, si lo sabes, revélame, contesta a esta doncella que triste va vagando por el mundo.

PROMETEO. Te contaré lo que saber deseas muy claramente y sin tejer enigmas, con un lenguaje simple, como es justo hablar a los amigos: estás viendo a Prometeo que al mortal dio el fuego.

ÍO. ¡Oh auxilio universal de los humanos, Prometeo infeliz! ¿Por qué tus males?

PROMETEO. Acabo de llorar mis infortunios.

ÍO. ¿No puedes concederme este servicio?

PROMETEO. Dime cuál es, que todo habrás de oírlo.

ÍO. Dime quién te ha aherrojado en esta roca.

PROMETEO. De Zeus la voluntad, de Hefesto el brazo.

ÍO. ¿Por qué delito has sido castigado?

PROMETEO. Basta con lo que acabo de aclararte.

ÍO. Dime, además, cuándo será que pueda contemplar el final de mi aventura. PROMETEO. Es mejor ignorarlo que saberlo.

ÍO. No me ocultes las penas que me aguardan.

PROMETEO. NO es que quiera negarte ese servicio...

ÍO. ¿Por qué, pues, tu tardanza en revelarlo?

PROMETEO. NO es que no quiera, no. Temo afligirte.

ÍO. No te turbes por mí. Será agradable.

PROMETEO. Tendré que hablar si es tu deseo. Escucha.

CORIFEO. Aún no; dame una parte de este gozo. Sepamos, ante todo, su dolencia, que nos cuente ella misma su desgracia. Lo que le queda por sufrir, más tarde que nos sea explicado de tus labios.

PROMETEO.
(A
Ío). A ti te corresponde complacerlas, Ío, que son hermanas de tu padre. Llorar y lamentar unas desgracias, cuando puede arrancarse alguna lágrima de quien escucha, eso es esfuerzo vano.

ÍO. No sé cómo negarme a vuestro ruego, y, así, con sencillez vais a escucharme todo cuanto queráis, aunque me siento avergonzada de contaros cómo sobre mí se abatió aquella tormenta causada por un dios, mi metamorfosis. De continuo nocturnas pesadillas visitaban mi cuarto de doncella y así me aconsejaban dulcemente: «Muchacha afortunada, ¿a qué conservas tu doncellez durante tanto tiempo, si puedes alcanzar ilustres bodas? Zeus se siente inflamado del deseo de tu beldad y quisiera contigo honrar a Cipris. No rechaces, hija, de Zeus el lecho, no. Vete hacia el prado de Lerna, de alta hierba, a las dehesas ¡ y al establo que allí tiene tu padre, y que el ojo de Zeus calme sus ansias».

Y así, noche tras noche, desgraciada, tenía tales sueños, hasta que me atreví a relatarlos a mi padre. A Pitó y a Dodona entonces manda, uno tras otro, muchos mensajeros para pedir al dios qué es lo que debe decir o hacer para ser grato al Cielo. Mas regresaban siempre con oráculos cambiantes y oscuros, enigmáticos. Llegó a Ínaco, por fin, una respuesta clara que le indicaba, y con detalles, que debía expulsarme de mi casa y de mi patria, para que, ya libre, hasta el fin de la tierra fuera errante, si no quería ver el rayo ardiente que envía Zeus caer sobre su casa y aniquilar su estirpe. Obedeciendo de Loxias los oráculos, me expulsa, y, contra mi deseo y contra el suyo, las puertas me cerró, mas le obligaba de Zeus el freno a obrar de esta manera, por la fuerza. Y, al punto, mi figura, y mi espíritu cambian, y, cornuda, tal como veis, mordida por un tábano de agudo diente, en delirante salto, a la bella corriente del Cernea voy, y a la fuente Lerna. Allí un boyero, Argos, hijo de Gaya, me vigila en su humor implacable, y, con mil ojos, va siguiendo mis pasos. De improviso inesperada muerte le arrebata la vida, y yo, azuzada por el tábano, bajo los golpes de divino azote, de tierra en tierra voy, a la carrera. Ya escuchaste mi caso. Y si te queda por añadir a mis desgracias algo, dímelo ya. Y no quieras confortarme por compasión, con voces engañosas. Que no hay peste peor, te lo aseguro, que un discurso cargado de aderezos.

CORO. Deja, deja, aparta, ay, ay. Jamás, jamás pensé que tan extrañas historias llegarían a mi oído, que miserias, horrores y desdichas tan duros, tan crueles, con su aguijón de doble filo helaran mi pobre corazón. ¡Ay, el destino, ay, sí, el destino! Al ver la suerte de Ío me horrorizo.

PROMETEO. Muy pronto te estremeces y horrorizas. Espera hasta saber lo que le aguarda.

CORIFEO. Habla, cuéntame, sí. Para el enfermo dulce es saber el mal que ha de sufrir.

PROMETEO. La primera demanda que me hicisteis la habéis muy fácilmente conseguido. Queríais antes oír de sus labios la historia de sus penas. Bien; ahora, sabréis los sufrimientos que esta joven habrá de padecer por culpa de Hera. Y tú, semilla de Ínaco, conserva lo que voy a decirte en el espíritu, y así sabrás el fin de tus desgracias: desde aquí toma el rumbo de levante y vete a las llanuras que no se aran. Llegarás a los nómadas escitas, que viven en cabañas bien trenzadas, en carros bien rodados, y que blanden arcos de largo alcance. No te acerques, y cruza aquellas tierras, dirigiendo tus pasos a la costa do el mar gime. A la izquierda los cálibes se encuentran, artífices del hierro: has de evitarlos, pues son salvajes y odian al extraño. Y llegarás al río cuyo nombre no engaña, el Orgulloso; no lo cruces (no es fácil de cruzar), hasta que llegues al mismo Cáucaso, el más alto monte do el río exhala su furor, bajando desde sus propias sienes. Traspasando sus cimas, que hasta el cielo se levantan, toma el camino que va al mediodía, siguiendo el cual has de llegar al pueblo de aquellas Amazonas que aborrecen al varón y que, un día, Temiscira fundarán junto al río Termodonte, en donde se halla Salmidesia, la áspera mandíbula del ponto, a los marinos huésped hostil, madrastra de las naves. Ellas tu ruta indicarán, gustosas. Y llegarás al istmo de Cimeria, junto a las puertas mismas de aquel lago: déjalo a un lado, y, con audaz entraña, cruza el canal meótico. A los hombres dejarás, de tu paso, un gran recuerdo y en honor a tu nombre ha de llamarse Bosforo, un día. Deja luego el llano de Europa y llegarás al continente de Asia.

(Pausa).

¿No pensáis, pues, que muy violento se muestra en todo el rey de los Olímpicos? Por querer él, un dios, unirse a esta mortal, le ha impuesto tal carrera errante. Amargo pretendiente has encontrado, muchacha, de tus bodas. Que el relato que acabas de escuchar no está siquiera en sus comienzos.

ÍO. ¡Ay de mí, la pobre!

PROMETEO. ¿Gritas de nuevo y muges? ¿Pues qué harás cuando sepas los males que te esperan?

CORIFEO. ¿Has de contarle aún más sinsabores?

PROMETEO. Todo un mar proceloso de miserias.

ÍO. ¿Para qué, pues, vivir? Mejor sería precipitarme, al punto, de esta roca escarpada y librarme de mis penas estrellándome en ella. Antes la muerte de una vez que ir sufriendo cada día.

PROMETEO. ¡Qué mal soportarías mi destino!, que a mí la muerte no se me concede. ¡Y a fe que fuera el fin de mis pesares! Pero es el caso que, para mis cuitas, no hay término fijado, hasta que llegue el día en el que Zeus pierda su imperio.

ÍO. ¿Es posible que Zeus caiga algún día?

PROMETEO. Te iba a gustar ese desastre, creo.

ÍO. ¿Y cómo no, si soy de Zeus juguete?

PROMETEO. Que ello ha de ser así, tenlo por cierto.

ÍO. ¿Quién ha de arrebatarle el real cetro?

PROMETEO. El mismo, por sus vanas decisiones.

ÍO. ¿De qué forma? Si no hay peligro, dilo.

PROMETEO. Unas bodas hará que han de pesarle.

ÍO. ¿Humanas o divinas? Di, si puedes.

PROMETEO. ¿Qué bodas, dices? Eso he de callarlo.

ÍO. ¿Ha de ser destronado por su esposa?

PROMETEO. Tendrá un hijo más fuerte que su padre.

ÍO. ¿No hay forma de truncar este destino?

PROMETEO. Solo yo, si me libra de estos lazos.

ÍO. ¿Quién te podrá salvar, si Zeus no quiere?

PROMETEO. Un descendiente tuyo: está fijado.

ÍO. ¿Cómo? ¿Tu salvador, un hijo mío?

PROMETEO. El tercero, tras diez generaciones.

ÍO. ¡Difícil de entender, la profecía!

PROMETEO. Tampoco intentes conocer tu sino.

ÍO. Si me has hecho ya un don, no me lo quites.

PROMETEO. Hay dos relatos: uno te concedo.

ÍO. ¿Cuál? Ponlos ante mí, y deja que escoja.

PROMETEO. Te lo concedo, escoge. ¿De tus cuitas el fin he de decirte, o qué persona a ser mi salvador está llamada?

CORIFEO. Dígnate a conceder a esta una gracia
(por
Ío) y la otra a mí. Mis súplicas atiende: cuenta a Ío el resto de sus penas. Y a mí tu salvador: esto deseo.

PROMETEO. Pues que tanto insistís, no he de negarme a informaros en torno a estos deseos, y a ti, primero, Ío, voy a contarte tu agitada carrera. Toma notas y en las fieles tablillas de tu mente consérvalas: cuando ya hayas cruzado la corriente que sirve de frontera entre dos continentes... al levante encendido y que el sol huella. ............................................................. y el estruendoso ponto atravesando hasta alcanzar los llanos de Cistene gorgóneos, donde viven las Fórcides, tres antiguas doncellas, con figura de cisne, y que en común tienen un ojo solo y un diente solo, y a quien nunca mira el sol con sus rayos, ni la luna nocturna. Junto a ellas tres hermanas aladas se hallan, las Gorgonas, cuyas cabelleras son nidos de serpientes, horror de los mortales. Si las mira alguien, no puede conservar la vida. Cuidado, pues, te digo, ante ese riesgo. Y ahora escucha otra terrible escena: guárdate de los Grifos, esos perros que no ladran, de Zeus, de fuertes dientes y del pueblo arimaspo, gente que tiene un solo ojo y a caballo monta, y viven de Plutón cabe las aguas, la corriente que tiene arena de oro. No te acerques a ellos. Y una tierra lejana alcanzarás, pueblo de negros, y que vive del sol junto a las fuentes, do se halla el río Etíope. Tú sigue por sus riberas hasta que, al fin, llegues junto a la catarata, en donde el Nilo desde el monte de Biblos vierte su agua salutífera y sacra. Él va a guiarte hasta el país triangular, Nilotis, donde a ti y a tus nietos, el destino os reserva fundar una lejana colonia, Ío. Y de eso que te cuento, si hallas un punto oscuro o incomprensible, pregúntame, y entérate sin dudas. Tengo más tiempo del que yo quisiera.

CORIFEO. Si tienes que contarle algún detalle nuevo, o bien, omitido, de su loca carrera, dilo. Si está dicho todo, otórgame el favor que te pedimos. Lo recuerdas, ¿no es cierto?

PROMETEO. Ya ha escuchado esta el final de su carrera. Y para que sepa que no es vana profecía le diré las desgracias que sufriera antes de aquí llegar, como una prueba de mi relato, aunque voy a saltarme la parte principal de mis palabras, y diré solo el fin de su aventura: Tan pronto a la llanura de Molosia y al empinado lomo de Dodona llegaste, do se encuentra el santuario profético de Zeus, en la Tesprótide, y al prodigio increíble, a las encinas parlantes, que, en voz clara y sin enigmas, te han saludado como a la futura de Zeus esposa ilustre (¿no te halaga?), desde aquí, por el tábano azuzada, te lanzaste al camino de la costa, en dirección al gran golfo de Rea; de allí te devolvió al lugar de origen, en vagabundo curso, la tormenta. Debes saber que, en un tiempo futuro, este golfo marino ha de llamarse Jonio, en recuerdo de tu paso, para los hombres todos. Hete aquí la prueba de que mi mente puede ver más lejos de lo aparente. El resto os lo relato al mismo tiempo a esta y a vosotras, volviendo al punto do dejé mi historia Al otro extremo del país se encuentra la ciudad de Canobo, en los alfaques y en la boca del Nilo. Es allí donde Zeus la razón ha de tornarte, solo con el toque sereno de su mano, con un simple contacto. Y, en recuerdo por el modo en que Zeus le dio la vida, darás a luz a un hijo, al bruno Épafo, que habrá de cultivar toda la tierra que riega el ancho Nilo. Y la quinta generación, formada por cincuenta hijas, tras él, aun sin quererlo, un día, a Argos regresará, una consanguínea boda evitando con sus primos. Y ellos, el alma enfebrecida, cual halcones de unas palomas a no gran distancia, vendrán también para dar caza a unas que les están vedadas. Mas sus cuerpos un dios les negará, y ha de acogerlas la tierra de Pelasgo, después que les diera muerte un Ares femenino con audacia que vela en la tiniebla. Pues cada novia ha de dar muerte a un novio una espada tiñendo, en cada muerte, de doble filo. ¡Qué así caiga Cipris sobre mis enemigos! Solo a una el hambre de hijos habrá de inducirla a no quitar la vida a su marido: claudicará su espíritu, eligiendo de dos alternativas, una sola: que la llamen cobarde, y no asesina. En Argos esta parirá un retoño llamado a ser un rey.

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