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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Preludio a la fundación (37 page)

BOOK: Preludio a la fundación
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–Lo intentaré, Hummin -contestó Seldon, algo ofendido-. Por favor, te ruego que no pienses que me busco los problemas por las buenas. Estoy tratando de averiguar algo que puede muy bien llevarme treinta vidas aprender si voy a tener la más ligera oportunidad de organizar la psicohistoria.

–Lo comprendo -dijo Hummin-. Tus esfuerzos por aprender te llevaron a
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en Streeling y al «Nido» de los Ancianos en Mycogen y quién sabe adónde aquí, en Dahl. En cuanto a ti, Dors, sé que te has esforzado por cuidar de Seldon, pero tienes que esforzarte mucho más. Métete en la cabeza que es la persona más importante de Trantor, o de la Galaxia si quieres, y que debe mantenerse a salvo a toda costa.

–Continuaré esforzándome -prometió Dors.

–En cuanto a la familia que os hospeda, tienen sus peculiaridades, pero, en esencia, son unas buenas personas con quienes he tenido tratos anteriormente. Procurad no complicarles la vida.

Pero, Tisalver, por lo menos, no parecía anticipar problemas de ningún tipo por parte de sus nuevos inquilinos y el placer expresado por su compañía, aparte de los créditos de alquiler que recibiría a cambio, parecía sincero.

Nunca había salido de Dahl y su hambre de historias de lugares lejanos era enorme. También su esposa, ceremoniosa y sonriente, escuchaba, mientras que la niña, con un dedo en la boca, asomaba sus ojos, curiosos, por detrás de la puerta.

Por lo general, después de la cena, con toda la familia reunida, era cuando Seldon y Dors les hablaban del mundo exterior. La comida, abundante, resultaba sosa y, a veces, dura. Al tomarla con tan poco tiempo transcurrido después de los gustosos alimentos de Mycogen, resultaba intragable. La «mesa» era una larga estantería adosada a la pared y ellos comían de pie.

Un discreto interrogatorio por parte de Seldon aclaró que ésa era la forma habitual de comer entre los dahlitas y no algo debido a inexplicable pobreza. Claro que, explicó Mrs. Tisalver, estaban los que tenían altos cargos del Gobierno en Dahl y que gustaban de imitar las inútiles costumbres, como las sillas, que ella llamaba «estanterías del cuerpo», pero esto era considerado de mal efecto entre la sólida clase media.

Los Tisalver reprobaban tanto el lujo innecesario como les entusiasmaba oír hablar de él. Escuchaban atentamente y armaban una auténtica tormenta de chasquidos de lengua cuando se enteraban de los colchones levantados sobre patas, las cómodas y roperos tallados, y lo superfluo de los cubiertos.

También quedaron arrobados ante una descripción de las costumbres mycogenias, mientras Jirad Tisalver acariciaba complaciente su propio cabello, lo que expresaba sin lugar a dudas que antes pensaría en la castración que en la depilación. Mrs. Tisalver se enfurecía ante cualquier mención de servilismo femenino y se negó de manera tajante a creer que las Hermanas lo aceptaran con toda tranquilidad.

No obstante, lo que más les impresionó fueron las referencias casuales de Seldon a los jardines imperiales. Cuando, al ser interrogado al respecto, descubrieron que Seldon había visto al Emperador en persona, una manta de temor reverencial pareció envolver a la familia. Tardaron un buen rato antes de atreverse a preguntar nada y Seldon encontró que no podía satisfacerles. Después de todo, no había visto gran cosa de los jardines, y menos aun del interior del palacio.

Esto decepcionó a los Tisalver, que se mostraron incansables en sus intentos de averiguar más. Habiendo oído la aventura imperial de Seldon, les costó creer la afirmación de que Dors, por su parte, jamás había estado cerca de los jardines imperiales. Se negaron a creer, sobre todo, el comentario de Seldon de que el Emperador había hablado y se había comportado como cualquier otro ser humano corriente. Eso les pareció absolutamente imposible a los Tisalver.

Después de tres veladas de este ejercicio, Seldon empezó a cansarse. En un principio, le había agradado la idea de no hacer nada durante un tiempo (el día por lo menos) excepto mirar los libro-películas de historia que Dors le había recomendado. Los Tisalver prestaron su visor de libros a sus huéspedes durante el día, de buen grado, aunque la niña parecía disgustada por ello y la enviaron al apartamento de unos vecinos para que usara el de ellos con los deberes.

–No me sirve -dijo Seldon con inquietud, desde la seguridad de su habitación después de haber conectado algo de música a fin de quitarles las ganas de escuchar en la puerta-. Comprendo que te fascine la Historia, pero no es más que una serie interminable de detalles; una montaña…; no, un montón galáctico de datos entre los que no puedo encontrar la organización básica.

–Supongo -observó Dors- que debió haber un tiempo en que los seres humanos no vieron organización en las estrellas del cielo, aunque, más tarde, acabaron por descubrir la estructura galáctica.

–Y yo estoy seguro de que tardaron generaciones, no semanas. Tuvo que haber un momento en que la física parecería una masa de observaciones desconectadas entre sí, antes de que las leyes naturales centrales fueran descubiertas y eso llevó generaciones… ¿Y qué te parecen los Tisalver?

–¿Qué? Me parecen muy simpáticos

–Los encuentro muy curiosos.

–Es cierto, aunque, ¿no lo serías tú de hallarte en su lugar?

–¿Crees que sólo se trata de curiosidad? Demuestran un voraz interés en mi entrevista con el Emperador.

–Otra vez… -Dors pareció impacientarse-. Es sólo natural. ¿No lo estarías tú…, si la situación fuera a la inversa?

–Me ponen nervioso.

–Hummin nos trajo aquí.

–Sí, pero él no es perfecto. Me llevó a la Universidad y me atrajeron a
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. Nos llevó junto a Amo del Sol Catorce, que nos tendió una trampa. Sabes que así fue. Gato escaldado, ya sabes… Estoy cansado de que me interroguen.

–Entonces, dale la vuelta, Hari. ¿No te interesa Dahl?

–Por supuesto que me interesa. ¿Qué sabes tú de este lugar?

–Nada. Es uno más de los ochocientos Sectores y llevo en Trantor poco más de dos años.

–Eso es. Y hay veinticinco millones de otros mundos, y yo estoy metido en este problema desde hace sólo dos meses… Te voy a decir algo: quiero volver a Helicón y dedicarme al estudio de las matemáticas de la turbulencia que era mi tesis doctoral y olvidar que vi, o creí ver, que la turbulencia me ofrecía una visión interna de la sociedad humana.

Pero aquella noche habló con Tisalver.

–Mr. Tisalver, nunca me ha dicho qué hace usted, cuál es la naturaleza de su trabajo.

–¿Yo? – Tisalver apoyó los dedos sobre su camiseta sin mangas, blanca y sencilla, bajo la que no llevaba nada, y que parecía ser el uniforme masculino de Dahl-. Poca cosa. Trabajo en la estación local de holovisión como programador. Es muy aburrido, pero así me gano la vida.

–Y es honorable -corroboró Mrs. Tisalver-. Quiero decir, que no tiene que trabajar en los hoyos de calor.

–¿Hoyos de calor? – repitió Dors, levantando las cejas al tiempo que simulaba una enorme fascinación.

–Bueno -explicó Tisalver-, Dahl es conocido por ello. No se crean que es gran cosa pero cuarenta millones de personas en Trantor necesitan energía y nosotros les proporcionamos la mayor parte. No nos lo agradecen y a mí me gustaría ver qué harían sin ella los Sectores más elegantes.

Seldon pareció confuso.

–¿Es que Trantor no obtiene su energía de las estaciones solares en órbita?

–Parte de ella -respondió Tisalver-, y algo de las estaciones de fusión nuclear situadas en las islas, como también de los motores de microfusión, y de estaciones eólicas en
Arriba
, pero la mitad. – Alzó un dedo con gesto enfático y su rostro adquirió una expresión de inusitada gravedad-. La mitad he dicho, procede de los hoyos de calor. Hay hoyos de calor en muchos sitios, pero ninguno, ninguno de ellos es tan rico como los de Dahl. ¿Dice en serio que no estaba enterado de los hoyos de calor? Aquí sentado y mirándome fijamente.

–Recuerde que somos forasteros -se apresuró Dors a explicar (por poco se le escapa «tribales», pero calló a tiempo)-. Sobre todo el doctor Seldon, que sólo lleva un par de meses en Trantor.

–¿De veras? – se asombró Mrs. Tisalver. Era un poquito más baja que su marido, llenita, sin estar gorda, llevaba el cabello negro tirante, sujeto en un moño, y tenía hermosos ojos oscuros. Lo mismo que su marido, parecía estar en la treintena.

Después de la temporada pasada en Mycogen, no larga pero sí muy intensa, a Dors le parecía raro que una mujer interviniera en la conversación cuando quisiera. «Cuan rápidamente se establecen los modos y maneras», pensó. Tomó nota mental de comentarlo con Seldon…; un dato más para su psicohistoria.

–Oh, sí -respondió Dors-. El doctor Seldon procede de Helicón.

Mrs. Tisalver mostró ignorancia.

–¿Y dónde se encuentra eso?

–Pues… -empezó Dors, y volviéndose a Hari-: ¿Dónde está, Hari?

Seldon pareció abrumado.

–Con sinceridad, debo decirles que no creo poder localizarlo fácilmente en un modelo galáctico sin buscar antes las coordenadas. Lo único que puedo decirles es que se halla del otro lado del agujero negro central, frente a Trantor; que se llega a él por hipernave y que es muy pesado.

–No creo que Jirad y yo viajemos alguna vez en hipernave.

–Quizá, Casilia, lo hagamos algún día -la animó Tisalver-. Pero, háblenos de Helicón, doctor Seldon.

Éste movió la cabeza.

–Para mí, resulta muy aburrido. Sólo es un mundo como cualquier otro. Sin embargo, Trantor es distinto de los demás. No hay hoyos de calor en Helicón, y es probable que en ningún otro lugar, si exceptuamos Trantor. Hábleme de ellos.

«Sin embargo, Trantor es distinto de los demás». La frase se repitió en la mente de Seldon y, por un momento, se aferró a ella. También por algún motivo, la historia de la-mano-en-el-muslo de Dors se repitió pero Tisalver estaba hablando y la idea se esfumó de la mente de Seldon tan deprisa como había surgido.

–Si se interesa realmente por los hoyos de calor -estaba diciendo Tisalver- puedo enseñárselos. – Se volvió a su esposa-. Casilia, ¿te importaría que mañana por la noche llevara al doctor Seldon a los hoyos de calor?

–Y a mí también -se apresuró a pedir Dors.

–¿Y a la doctora Venabili?

Su mujer arrugó la frente.

–No me parece una buena idea -repuso con aspereza-. Nuestros huéspedes lo encontrarán aburrido.

–No lo creo, señora. Nos gustará mucho ver los hoyos de calor. Nos encantaría que nos acompañara…, y su hijita, si le apetece.

–¿A los hoyos de calor? – exclamó Mrs. Tisalver indignada-. No es lugar para una mujer decente.

A Seldon le turbó su metedura de pata y trató de congraciarse con ella.

–No era mi intención ofenderla, señora.

–Y no la ha ofendido -le tranquilizó Tisalver-. Casilia cree que nos rebajaría y así es, pero mientras no se trabaje allí, no molesta ir de visita y mostrárselo a los invitados. Lo malo es que resulta muy incómodo y jamás conseguiría que Casilla se vistiera de modo adecuado.

Se levantaron de su posición de cuclillas. Las «sillas» dahlitas eran asientos de plástico moldeados montados sobre pequeñas ruedas que anquilosaban las rodillas de Seldon y parecían escabullirse al menor movimiento de su cuerpo. Los Tisalver, sin embargo, habían dominado el arte de mantenerse firmes en su asiento, y se levantaban sin problemas, no necesitaban ayudarse con los brazos como Seldon tenía que hacer. También Dors se levantaba sin gran esfuerzo, y Seldon se maravillaba de nuevo por su gracia natural.

–¿Estás segura de no saber nada sobre los hoyos de calor? – preguntó Seldon a Dors antes de separarse para retirarse a sus diferentes dormitorios-. La mujer de Tisalver los presenta como muy desagradables.

–No puede serlo tanto o Tisalver no hubiera sugerido llevarnos de visita. Conformémonos con estar sorprendidos.

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–Necesitarán ropas adecuadas -advirtió Tisalver. Su esposa, al fondo, hizo un ruido significativo.

Seldon, que pensaba en kirtles con cierto desasosiego, preguntó con cautela:

–¿Qué quiere decir con ropas adecuadas?

–Algo ligero, como lo que yo llevo. Una camiseta sin mangas, pantalones holgados y calzoncillos holgados, calcetines y sandalias muy abiertas. Tengo todo lo necesario.

–Bien. No parece incómodo.

–Para la doctora Venabili tengo lo mismo, espero que le siente bien.

La ropa proporcionada por Tisalver (que le pertenecía) para cada uno de ellos les sentaba bien…, aunque algo ajustada. Cuando estuvieron listos, se despidieron de Mrs. Tisalver y ella, con expresión de resignada censura, les estuvo contemplando desde la puerta mientras se alejaban.

Era última hora de la tarde, y el crepúsculo resultaba muy bello. Por lógica, las luces de Dahl no tardarían en encenderse. La temperatura, tibia, y casi no se veían vehículos: todo el mundo iba a pie. En la distancia, se oía el sempiterno zumbido de un expreso y podía distinguirse el brillo intermitente de sus luces.

Los dahlitas, observó Seldon, no parecían dirigirse a ningún lugar determinado. Más bien daban la sensación de ir dando un paseo, de andar por placer. A lo mejor, si Dahl era un Sector pobre, como Tisalver había dado a entender, privaba el pasatiempo barato, ¿y qué había más agradable y más barato que un paseo nocturno?

Seldon se encontró adoptando maquinalmente aquel paso carente de prisa y experimentó la calidez amistosa que lo rodeaba. La gente se saludaba al cruzarse e intercambiaban algunas palabras. Los bigotes negros de diferente forma y espesor aparecían por doquier y parecían un requisito del varón dahlita, tan omnipresentes allí como las calvas de los Hermanos en Mycogen.

Era un rito del atardecer, un medio para asegurarse de que otro día había transcurrido sin problemas, y que los amigos seguían bien y felices. No tardó en hacerse aparente que Dors atraía toda la atención. A la media luz crepuscular, el color rojizo de su cabello se hacía más intenso y resaltaba sobre el mar de cabezas morenas (excepto algún gris ocasional) como una moneda de oro resaltaría con su brillo en un montón de carbón.

–Es muy agradable -comentó Seldon.

–Lo es. Normalmente, salgo con mi esposa y ella se encuentra en su elemento. No hay una sola persona en un kilómetro a la redonda que ella no conozca por su nombre, ocupación y amistades. Yo no puedo. Ahora mismo, la mitad de la gente que me ha saludado… Bueno, pues sería incapaz de decirles sus nombres. Pero, de todos modos, no deberíamos ir tan despacio. Tenemos que llegar al ascensor. Los niveles inferiores son un mundo distinto y ocupado.

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