¿Por qué leer los clásicos? (37 page)

BOOK: ¿Por qué leer los clásicos?
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[1966]

Bibliografía

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(trad. de Rafael Cansinos Asséns), Aguilar, Madrid, 1990.

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, Alianza, Madrid, 1991.

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Santiago el fatalista
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Flaubert, Gustave,
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Dais y Miller
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Huesos de sepia y otros poemas
(trad. de Carlo Fabretti), Orbis, Barcelona, 1983.

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Metamorfosis
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(trad. de Teresa Garún), Pre-Textos, Valencia, 1977.

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Piezas
(trad. de Diego Martínez Torron), Visor, Madrid, 1985.

Queneau, Raymond,
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(trad. de Manuel Serrat Crespo), Martínez Roca, Barcelona, 1991.

Stendhal, (Henri Beyle),
La cartuja de Parma
(trad. de Consuelo Bergés), Alianza, Madrid, 1991.

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Del amor
(trad. de Consuelo Bergés), Alianza, Madrid, 1990.

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Luciano Leuwen
(trad. de Consuelo Bergés), Alianza, Madrid, 1991.

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Recuerdos del egotismo
(trad. de Joaquín Jordá), Anagrama, Barcelona, 1974.

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Rojo y negro
(trad. de Consuelo Bergés), Alianza, Madrid, 1992.

Voltaire,
Cándido y otros cuentos
(trad. de Antonio Espina), Alianza, Madrid, 1990.

Notas

[1]
Bien mirado, también en el siglo XIX, la nostalgia del pasado animaba la representación de las grandes novelas, pero era una nostalgia con una carga crítico-revolucionaria del presente, como bien lo ilustraron Marx y Lenin a propósito de Balzac y de Tolstói respectivamente.

[2]
Habría que estudiar e interpretar esta sumisión del hombre a la naturaleza (ya no sentida como
alteridad)
, que se ha venido expresando en los últimos años, desde la poesía de Dylan Thomas hasta la pintura de los «informales».

[3]
Creo que hay en Pasternak un doble uso de la palabra «historia»: la historia asimilada a la naturaleza y la historia como reino del individuo, fundada por Cristo. El «cristianismo» de Pasternak —expresado sobre todo en los aforismos del tío Nicolai Nikoláyevich y de su discípulo Gordon— no tiene nada que ver con la terrible religiosidad de Dostoyevski, sino que se sitúa más bien en el clima de lectura simbólico-estetizante y de interpretación vitalista de los Evangelios que fue también la de Gide (con la diferencia de que se apoya en una piedad humana más profunda).

[4]
En realidad, nunca conseguimos ver bien a los comunistas a la cara. El comandante partisano cocainómano Livery no es un personaje logrado. De Antipov padre y de Tiverzhin, viejos obreros convertidos en dirigentes bolcheviques, se habla mucho, pero cómo son, qué piensan, por qué —esos excelentes tipos de obreros revolucionarios que habíamos entrevisto al principio del libro— se han convertido en una suerte de espantajos burocráticos, eso no lo sabemos. Y el hermano de Yuri, Evgraf Zhivago, que parece ser un comunista calificado, el
deus ex machina
que baja cada tanto del cielo de su misteriosa autoridad, ¿quién es?, ¿qué hace?, ¿qué piensa?, ¿qué significa? En la poblada galería de los personajes pasternakianos hay también marcos vacíos.

[5]
En estas páginas sobre la segunda guerra mundial aparece también, indirectamente, en escorzo, el único «héroe positivo» comunista del libro: una mujer. Y es (lo sabemos por otra alusión fugaz), la hija de un pope. Todavía niña, cuando el padre está en la cárcel, para borrar la vergüenza se convierte en «una secuaz infantilmente apasionada de lo que le parecía más indiscutible en el comunismo». Cuando estalla la guerra, se deja caer en paracaídas al otro lado del frente nazi, lleva a cabo una heroica acción partisana y termina ahorcada. «Dicen que la Iglesia la ha santificado.» ¿Quiere decirnos Pasternak que en el espíritu de sacrificio de los comunistas revive la antigua religiosidad rusa? La equiparación de las dos actitudes no es nueva y a nosotros, partidarios de un comunismo totalmente desacralizado, nos ha resultado siempre duro aceptarla. Pero el clima de la historia de Christiana Orlecov, contenida en pocas frases de la novela, se relaciona de inmediato en nuestra memoria con el clima —unitario como actitud humana aun en la coexistencia de fes o ideales diferentes— de las
Lettere dei condannati a morte della Resistenza
italiana y europea.

[6]
Hay todavía en un capítulo final de una corta página una pequeña fanfarria optimista sobre nuestros días, pero es estúpida, pegoteada, como si no fuera de la mano de Pasternak, o como si el autor quisiera hacer saber que lo escribió «con la mano izquierda».

[7]
Véase mi artículo «Nella città natale de Viktor Nekrasov», en
Notiziario Einaudi
, V, n.os 1-2, enero-febrero de 1956.

[8]
Esta angustia de la violencia de la guerra civil nos trae a la memoria
Prima Che il gallo canti
de Cesare Pavese. Cuando apareció el libro, en el 48, nos pareció que en el segundo cuento («La casa in collina») había casi un tono de renuncia, pero hoy al releerlo pensamos que con ese cuento Pavese avanza por el camino de una conciencia moral comprometida con la historia, y justamente en un terreno que fue casi siempre dominio de los otros, de concepciones del mundo místicas y trascendentes. También en Pavese hay la misma compasión temerosa por la sangre vertida, incluso la sangre de los enemigos, muertos sin razón; pero así como la compasión de Pasternak es la última encarnación de una tradición rusa de relación mística con el prójimo, la compasión de Pavese es la última encarnación de una tradición de humanismo estoico que ha informado gran parte de la civilización de Occidente. También en Pavese: naturaleza e historia, pero contrapuestas: la naturaleza es la campiña de los primeros descubrimientos de la infancia, el momento perfecto, fuera de la historia, el «mito»; la historia es la guerra, que «no terminará nunca», que «tendría que seguir hincándonos los dientes hasta desangrarnos». Como Zhivago, el Corrado de Pavese es un intelectual que no quiere esquivar las responsabilidades de la historia: vive en la colina porque es su colina desde siempre y cree que la guerra no le incumbe. Pero la guerra puebla aquella naturaleza con la presencia de los otros: evacuados, partisanos. También la naturaleza es historia y sangre, donde quiera que pose la mirada: su fuga es una ilusión. Descubre que también su vida de antes era historia, con sus responsabilidades, sus culpas. «Cada hombre que cae se parece al que queda y le pide explicaciones.» La participación activa del hombre en la historia nace de la necesidad de dar un sentido al sanguinario camino de los hombres. «Después de haber derramado la sangre hay que aplacarla.» Y en ese «aplacar», en ese «dar una explicación» reside el verdadero compromiso histórico y civil del hombre, No se puede estar fuera de la historia, no podemos negarnos a hacer cuanto podamos para dejar en el mundo, por insensato y feroz que configure a nuestros ojos, una impronta humana y razonable.

[9]
Sería necesario un análisis de las derivaciones culturales de Pasternak, de su continuación de un discurso —incluso de muchos discursos— de la cultura rusa, y lo esperamos de los especialistas.

[10]
The outsiders
es el título del libro sobre este tipo de personaje literario, escrito por un joven inglés chapucero, Colin Wilson, que ha alcanzado en su país una fama inmerecida.

[11]
Son excepciones los capítulos que evocan los últimos vagabundeos de Zhivago por Rusia, la alucinante marcha entre los ratones; en Pasternak todo lo que sea viaje es muy bello. La historia de Zhivago es ejemplar como
Odisea
de nuestro tiempo, con un incierto retorno a Penélope obstaculizado por cíclopes racionales y por humildes Circes y Nausicas.

[12]
Algunas de estas cualidades hacen que este médico escritor imaginario se parezca (como muchos han observado ya) a un médico escritor de verdad de la generación precedente: Chéjov. El hombre Chéjov, con la fuerza de su mesura, como se ve en su epistolario. Pero bajo otros aspectos, Chéjov es justamente lo contrario de Zhivago: el plebeyo Chéjov, para quien el refinamiento es una flor silvestre de gracia natural, y Zhivago refinado por nacimiento y educación, que mira a la gente simple desde arriba; Zhivago místico-simbolista y el agnóstico Chéjov, que en los altares del simbolismo místico inmoló un par de cuentos, pero tan aislados en una obra que es justamente lo contrario de todo misticismo, que se pueden considerar como mero tributo a una moda.

[13]
Y que al final nos la suprimen, haciéndola desaparecer apresuradamente en un campo de concentración siberiano; también una muerte «histórica», no privada como la de Zhivago.

[14]
Tal vez el periodo que Pasternak narra con más detalle sea justamente aquel al que menos se aplicaría este razonamiento. Al escribir, Pasternak reflejaba en el pasado su conciencia del presente. Probablemente en la situación del doctor prisionero de los partisanos que aún sintiéndose enemigo colabora y termina por disparar junto a ellos, Pasternak ha querido expresar su situación en la patria durante los años de Stalin. Pero éstas son conjeturas; sería importante saber ante todo si Pasternak hizo terminar la vida de Zhivago en 1929 con una intención precisa o si —empezada una historia que debía llegar a nuestros días— comprendió en ese momento que ya había expresado acabadamente lo que realmente quería decir.

[15]
En español en el original. (N. de la T.)

[16]
En
The Novelist as Philosopher
, Studies in French Fiction 1938, textos de varios autores, al cuidado de John Cruickshank, Oxford University Press, Londres, 1962.

[17]
A. Kojève,
Introduction à la lecture de Hegel
, Leçons sur la phénoménologie de l’esprit professés de 1933 à l’École des Hautes Études, réunies et publiées par R. Queneau, Gallimard, París, 1947.

[18]
Sur Nietzsche
, in G. Bataille,
Oeuvres complètes
, Gallimard, París, vol. VI, pág. 416.

[19]
Véase al respecto la recopilación de D. Hollier,
Le Collège de Sociologie
(1937-1939), Gallimard, París, 1979.

[20]
Antes de la
Encyclopédie de la Pléiade
para Gallimard, Queneau dirigió para el editor Mazenod los tres gruesos volúmenes in-folio,
Les écrivains célèbres
, y compiló un
Essai de répertoire historique des écrivains célèbres
publicado como apéndice a la obra. Los capítulos relativos a cada autor se confiaron a especialistas o a escritores famosos. Es significativa la selección de los autores que el propio Queneau quiso tratar: Petronio, Boileau, Gertrude Stein. Además son de Queneau las páginas de introducción de la última sección:
Algunos maestros del siglo XX
, en las que se habla de Henry James, Gide, Proust, Joyce, Kafka, Gertrude Stein. Las contribuciones de Queneau a esta obra no fueron recogidas por él en su volumen de ensayos; en nuestra selección hemos recogido el texto sobre Petronio y el referente a los
Maestros del siglo XX
. Otra iniciativa editorial muy «a la manera de Queneau» fue la encuesta
pour une bibliothèque idéale
, organizada por él y presentada en volumen (Gallimard, París, 1956): se invitaba a los escritores y estudiosos franceses más conocidos a proponer cada uno su propia selección de títulos para una biblioteca ideal.

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