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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

Por qué fracasan los países (38 page)

BOOK: Por qué fracasan los países
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El último emperador de Etiopía, Ras Tafari, fue coronado Haile Selassie en 1930. Gobernó hasta ser derrocado por una segunda invasión italiana, que empezó en 1935, pero volvió del exilio con la ayuda de los ingleses en 1941. Posteriormente, gobernó hasta ser derrocado en 1974 por un golpe efectuado por el Derg, «el Comité», un grupo de oficiales del ejército marxistas que empobrecieron y devastaron todavía más el país. Las instituciones económicas extractivas básicas del Imperio etíope absolutista, como el
gult
(mencionado anteriormente en esta obra) y el feudalismo creado tras el hundimiento de Aksum, duraron hasta ser abolidas tras la revolución de 1974.

Actualmente, Etiopía es uno de los países más pobres del mundo. La renta del etíope medio es alrededor de una cuadragésima parte de la de un ciudadano medio inglés. La mayor parte de la población vive en zonas rurales y practica la agricultura de subsistencia. Carecen de agua potable, electricidad y acceso adecuado a la educación y la sanidad. La esperanza de vida es de unos cincuenta y cinco años y solamente una tercera parte de los adultos están alfabetizados. La comparación entre Inglaterra y Etiopía refleja la desigualdad mundial. La razón de que Etiopía esté donde está hoy es que, a diferencia de Inglaterra, el absolutismo etíope persistió hasta un pasado reciente. Y llegó acompañado de instituciones económicas extractivas y pobreza para la masa etíope, aunque, evidentemente, los emperadores y la nobleza salieron enormemente beneficiados. No obstante, la consecuencia más duradera del absolutismo fue que la sociedad etíope no pudo aprovechar las oportunidades de industrialización durante el siglo
XIX
y principios del
XX
, lo que reforzó la absoluta pobreza de sus ciudadanos hoy en día.

 

 

Los niños de Samaale

 

Las instituciones políticas absolutistas del mundo impidieron la industrialización, ya fuera indirectamente, mediante la organización de la economía, o directamente, como hemos visto en los casos de Austria-Hungría y Rusia. Sin embargo, el absolutismo no fue el único obstáculo para la aparición de instituciones económicas inclusivas. En los albores del siglo
XIX
, muchas partes del mundo, especialmente de África, carecían de un Estado que pudiera proporcionar un mínimo de ley y orden, el requisito previo esencial para tener una economía moderna. No había un equivalente a un Pedro el Grande de Rusia que iniciara el proceso de centralización política y que después forjara el absolutismo ruso, y mucho menos nadie parecido a los Tudor en Inglaterra, que centralizara el Estado sin destruir completamente (o, más apropiadamente, sin ser completamente capaz de destruir) el Parlamento y otros límites de su poder. Sin algún tipo de centralización política, aunque las élites de estos Estados africanos hubieran deseado recibir a la industrialización con los brazos abiertos, no habría habido mucho que pudieran hacer.

Somalia, situada en el cuerno de África, ilustra los efectos devastadores de la falta de centralización política. Ha estado dominada históricamente por seis clanes familiares. Los cuatro clanes más grandes, Dir, Darod, Isaq y Hawiye, afirman que sus antepasados proceden de un ancestro mítico, Samaale. Estas familias de clanes se originaron en el norte de Somalia y poco a poco se extendieron al sur y al este, e, incluso hoy, son principalmente un pueblo de pastores que migran con sus rebaños de cabras, ovejas y camellos. En el sur, los Digil y los Rahanweyn, agrícolas sedentarios, forman las dos últimas familias de clanes. Los territorios de dichos clanes aparecen en el mapa 12.

Los somalíes se identifican primero con su clan familiar, pero son muy extensos y contienen multitud de subgrupos. Los primeros son los clanes cuyos ancestros se remontan a uno de los grandes clanes familiares. Más significativas son las agrupaciones dentro de los clanes, que se denominan grupos de pago de la
diya
, formados por familiares con vínculos estrechos que pagan y recogen la
diya,
o «riqueza de sangre», una compensación que se paga tras el asesinato de uno de sus miembros. Los clanes somalíes y los grupos de pago de la
diya
estaban históricamente sumidos en un conflicto prácticamente continuo por los escasos recursos que tenían a su disposición, sobre todo los recursos hídricos y las tierras buenas de pastoreo para sus animales. Además, constantemente robaban los rebaños de los clanes y grupos de pago de la
diya
vecinos. Aunque los clanes tenían líderes llamados sultanes, y ancianos, estas personas no tenían un poder real. El poder político estaba muy disperso, ya que cada somalí adulto hombre podía opinar sobre las decisiones que podían afectar al clan o al grupo. Esto se logró a través de un consejo informal formado por hombres adultos. No había ley escrita, policía ni sistema legal, excepto la ley
charía
que se utilizó como marco dentro del cual incluir las leyes informales. Estas leyes informales para un grupo de pago de la
diya
se codificarían en lo que se denominó
heer,
un cuerpo de obligaciones y derechos formulados explícitamente que el grupo exigía que obedecieran otras personas en sus interacciones con el grupo. Con la aparición del gobierno colonial, se empezó a escribir todo el
heer
. Por ejemplo, el linaje Hassan Ugaas formó un grupo de pago de la
diya
de unos mil quinientos hombres y era un subclán del clan familiar Dir en la Somalilandia británica. El 8 de marzo de 1950, su
heer
fue registrado por el comisionado de distrito británico; las primeras tres cláusulas decían:

 

1.   Cuando un hombre de los Hassan Ugaas es asesinado por un grupo externo, su familiar más próximo recogerá veinte camellos de su riqueza de sangre (cien) y los ochenta camellos restantes serán compartidos por todos los Hassan Ugaas.

2.   Si un hombre de los Hassan Ugaas queda herido por alguien de fuera y sus heridas se valoran en treinta y tres camellos y un tercio, se le deben dar diez camellos y los restantes serán para su grupo
jiffo
(un subgrupo del grupo
diya
).

3.   El homicidio entre los miembros de los Hassan Ugaas está sujeto a compensación a un precio de treinta y tres camellos y un tercio, pagables solamente al familiar más próximo. Si el culpable no puede pagarlo todo o parte de dicha compensación, recibirá la ayuda de su linaje.

 

El hincapié que se hace en el
heer
por el asesinato y las heridas refleja el estado de guerra prácticamente constante entre los grupos de pago de la
diya
y los clanes. También la riqueza de sangre y la disputa de sangre fueron decisivas. Un crimen contra una persona se cometía contra todo el grupo de pago de la
diya
y exigía una compensación colectiva, la riqueza de sangre. Si no se pagaba dicha riqueza de sangre, el grupo de pago de la
diya
de la persona que había cometido el crimen se enfrentaba a la compensación colectiva de la víctima. Cuando el transporte moderno llegó a Somalia, la riqueza de sangre se extendió a gente que quedaba herida o que fallecía en accidentes de tráfico. El
heer
de los Hassan Ugaas no se refería solamente al asesinato, sino que la cláusula 6 decía: «Si un hombre de los Hassan Ugaas insulta a otro en un consejo de los Hassan Ugaas, pagará ciento cincuenta chelines a la parte ofendida».

A principios de 1955, los rebaños de dos clanes, el Habar Tol Ja'lo y el Habar Yuunis, pasturaban cerca unos de otros en la región de Domberelly. Un hombre del Yuunis quedó herido tras una disputa con un miembro del Tol Ja'lo por una manada de camellos. El clan Yuunis se vengó inmediatamente, atacando al clan Tol Ja'lo y matando a un hombre. Siguiendo el código de la riqueza de sangre, aquella muerte condujo a que el clan Yuunis ofreciera una compensación al clan Tol Ja'lo, que fue aceptada. La riqueza de sangre se iba a entregar en persona, como siempre, en forma de camellos. En la ceremonia de entrega, uno de los Tol Ja'lo mató a un miembro de los Yuunis, al confundirlo con un miembro del grupo de pago de la
diya
del asesino. Aquello condujo a la guerra sin cuartel y, al cabo de cuarenta y ocho horas, trece Yuunis y veintiséis Tol Ja'lo habían sido asesinados. La guerra continuó otro año antes de que los ancianos de ambos clanes, unidos por la administración colonial inglesa, consiguieron negociar un acuerdo (el intercambio de riqueza de sangre) que satisfizo a ambas partes y se pagó durante los tres años siguientes.

El pago de la riqueza de sangre tenía lugar bajo la sombra de la amenaza de fuerza y disputa. Incluso una vez pagada, no detenía necesariamente el conflicto, que normalmente moría y volvía a estallar de nuevo.

Por lo tanto, el poder político estaba ampliamente disperso en la sociedad somalí, era casi pluralista. Sin embargo, sin la autoridad de un Estado centralizado que impusiera el orden, y los derechos de propiedad, no conllevó la aparición de instituciones inclusivas. Nadie respetaba la autoridad de los demás, y nadie, incluyendo al Estado colonial británico cuando llegó, fue capaz de imponer el orden. La falta de centralización política hizo imposible que Somalia se beneficiara de la revolución industrial. En este clima, habría sido inimaginable invertir o adoptar las nuevas tecnologías procedentes de Gran Bretaña ni crear el tipo de organizaciones necesarias para hacerlo.

La compleja política de Somalia incluso tuvo implicaciones todavía más sutiles para el progreso económico. Anteriormente, mencionamos algunos de los grandes enigmas tecnológicos de la historia africana. Antes de la expansión del control colonial a finales del siglo
XIX
, las sociedades africanas no utilizaban el transporte con ruedas ni la agricultura con arados, y pocas tenían escritura. Etiopía sí que la tenía, como hemos visto. Los somalíes también tenían escritura, pero, a diferencia de los etíopes, no la utilizaban. Ya hemos visto ejemplos de esto en la historia africana. Las sociedades africanas puede que no utilizaran ruedas ni arados, pero no cabe duda de que los conocían. En el caso del reino del Congo, como hemos visto, esto se debía fundamentalmente al hecho de que las instituciones económicas no creaban incentivos para que el pueblo adoptara esas tecnologías. ¿Podían surgir los mismos problemas con la adopción de la escritura?

Podemos hacernos una idea a partir del reino de Taqali, situado al noroeste de Somalia, en las montañas Nuba del sur de Sudán. El reino de Taqali, formado a finales del siglo
XVIII
por una banda de guerreros dirigida por un hombre llamado Isma'il, fue independiente hasta ser anexionado al Imperio británico en 1884. El rey y el pueblo Taqali tenían acceso a la escritura en árabe, pero sólo la utilizaban, excepto los reyes, para su comunicación externa con otros Estados y para la correspondencia diplomática. En principio, esta situación resulta muy desconcertante. La historia tradicional del origen de la escritura en Mesopotamia es que fue desarrollada por los Estados para registrar información, controlar al pueblo y recaudar impuestos. ¿Acaso no estaba el Estado Taqali interesado en estos asuntos?

Estas cuestiones fueron investigadas por la historiadora Janet Ewald a finales de la década de los setenta cuando intentaba reconstruir la historia del Estado Taqali. Parte de la historia es que los ciudadanos se resistieron al uso de la escritura porque temían que se utilizara para controlar recursos como la tierra valiosa, al permitir que el Estado reclamara su propiedad. También temían que condujera a una recaudación de impuestos más sistemática. La dinastía que empezó Isma'il no condujo a un Estado potente. Aunque lo hubiera querido, el Estado no era lo suficientemente fuerte para imponer su voluntad contra las objeciones de los ciudadanos. Sin embargo, había otros factores más sutiles en juego. Varias élites también se oponían a la centralización política, por ejemplo, al preferir la interacción oral a la escrita con los ciudadanos, porque así tenían una libertad máxima. Las leyes u órdenes escritas no se podían retirar o negar y eran más difíciles de cambiar; establecían puntos de referencia que las élites gobernantes podrían querer cambiar por completo. Por lo tanto, ni los administrados ni los administradores de Taqali consideraron que la introducción de la escritura los fuera a beneficiar.

Los administrados temían cómo la utilizarían los administradores, y los propios administradores vieron que la ausencia de escritura ayudaba a su ya precario control del poder. Fue la política de Taqali lo que impidió que se introdujera la escritura. Aunque los somalíes tenían una élite aún menos definida que la del reino Taqali, es bastante plausible que las mismas fuerzas inhibieran su uso de la escritura y la adopción de otras tecnologías básicas.

El caso somalí muestra las consecuencias de la falta de centralización política para el crecimiento económico. La literatura histórica no registra ejemplos de intentos de crear esa centralización en Somalia. No obstante, es evidente por qué habría sido muy difícil. El hecho de centralizar políticamente habría significado que algunos clanes estuvieran sujetos al control de otros. Sin embargo, rechazaron este dominio, y la rendición de su poder que esto habría entrañado: el equilibrio de poder militar en la sociedad también habría dificultado crear esas instituciones centralizadas. De hecho, es probable que cualquier grupo o clan que hubiera intentado centralizar el poder no solamente se habría enfrentado a una resistencia férrea, sino que habría perdido su poder y los privilegios que tenía. Como consecuencia de esta falta de centralización política y la ausencia que implica de incluso la seguridad más básica de los derechos de propiedad, la sociedad somalí nunca generó incentivos para invertir en tecnologías que mejoraran la productividad. Mientras en otras partes del mundo se llevaba a cabo un proceso de industrialización en el siglo
XIX
y principios del
XX
, los somalíes luchaban y defendían su vida, y su retraso económico se hizo más fuerte.

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