Poeta en Nueva York (4 page)

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Authors: Federico García Lorca

Tags: #Clásico, poesía

BOOK: Poeta en Nueva York
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VACA

A LUIS LACASA

Se tendió la vaca herida;

árboles y arroyos trepaban por sus cuernos.

Su hocico sangraba en el cielo.

Su hocico de abejas

bajo el bigote lento de la baba.

Un alarido blanco puso en pie la mañana.

Las vacas muertas y las vivas,

rubor de luz o miel de establo,

balaban con los ojos entornados.

Que se enteren las raíces

y aquel niño que afila su navaja

de que ya se pueden comer la vaca.

Arriba palidecen

luces y yugulares.

Cuatro pezuñas tiemblan en el aire.

Que se entere la luna

y esa noche de rocas amarillas:

que ya se fue la vaca de ceniza.

Que ya se fue balando

por el derribo de los cielos yertos

donde meriendan muerte los borrachos.

NIÑA AHOGADA EN EL POZO

(GRANADA Y NEWBURG)

Las estatuas sufren por los ojos con la oscuridad de los ataúdes,

pero sufren mucho más por el agua que no
desemboca.

Que no desemboca.

El pueblo corría por las almenas rompiendo las cañas de los pescadores.

¡Pronto! ¡Los bordes! ¡Deprisa! Y croaban las
estrellas tiernas.

… que no desemboca.

Tranquila en mi recuerdo, astro, círculo, meta,

lloras por las orillas de un ojo de caballo.

… que no desemboca.

Pero nadie en lo oscuro podrá darte distancias,

sin afilado límite, porvenir de diamante.

… que no desemboca.

Mientras la gente busca silencios de almohada

tú lates para siempre definida en tu anillo.

… que no desemboca.

Eterna en los finales de unas ondas que aceptan

combate de raíces y soledad prevista.

… que no desemboca.

¡Ya vienen por las rampas! ¡Levántate del agua!

¡Cada punto de luz te dará una cadena!

… que no desemboca.

Pero el pozo te alarga manecitas de musgo.

insospechada ondina de su casta ignorancia.

… que no desemboca.

No, que no desemboca. Agua fija en un punto,

respirando con todos sus violines sin cuerdas

en la escala de las heridas y los edificios
deshabitados.

¡Agua que no desemboca!

VI
INTRODUCCIÓN A LA MUERTE

Poemas de la soledad en Vermont

PARA RAFAEL SÁNCHEZ VENTURA

MUERTE

A LUIS DE LA SERNA

¡Qué esfuerzo!

¡Qué esfuerzo del caballo por ser perro!

¡Qué esfuerzo del perro por ser golondrina!

¡Qué esfuerzo de la golondrina por ser abeja!

¡Qué esfuerzo de la abeja por ser caballo!

Y el caballo,

¡qué flecha aguda exprime de la rosa!,

¡qué rosa gris levanta de su belfo!

Y la rosa,

¡qué rebaño de luces y alaridos

ata en el vivo azúcar de su tronco!

Y el azúcar,

¡qué puñalitos sueña en su vigilia!

y los puñales,

¡qué luna sin establos, qué desnudos!,

piel eterna y rubor, andan buscando

Y yo, por los aleros,

¡qué serafín de llamas busco y soy!

Pero el arco de yeso,

¡qué grande, qué invisible, qué diminuto!,

sin esfuerzo.

NOCTURNO DEL HUECO

I

Para ver que todo se ha ido,

para ver los huecos y los vestidos,

¡dame tu guante de luna,

tu otro guante perdido en la hierba,

amor mío!

Puede el aire arrancar los caracoles

muertos sobre el pulmón del elefante

y soplar los gusanos ateridos

de las yemas de luz o las manzanas.

Los rostros bogan impasibles

bajo el diminuto griterío de las yerbas

y en el rincón está el pechito de la rana,

turbio de corazón y mandolina.

En la gran plaza desierta

mugía la bovina cabeza recién cortada

y eran duro cristal definitivo

las formas que buscaban el giro de la sierpe.

Para ver que todo se ha ido

dame tu mudo hueco, ¡amor mío!

Nostalgia de academia y cielo triste.

¡Para ver que todo se ha ido!

Dentro de ti, amor mío, por tu carne,

¡qué silencio de trenes boca arriba!

¡cuánto brazo de momia florecido!

¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!

Es la piedra en el agua y es la voz en la brisa

bordes de amor que escapan de su tronco
sangrante.

Basta tocar el pulso de nuestro amor presente

para que broten flores sobre los otros niños.

Para ver que todo se ha ido.

Para ver los huecos de nubes y ríos.

Dame tus manos de laurel, amor.

¡Para ver que todo se ha ido!

Ruedan los huecos puros, por mí, por ti, en el alba

conservando las huellas de las ramas de sangre

y algún perfil de yeso tranquilo que dibuja

instantáneo dolor de luna apuntillada.

Mira formas concretas que buscan su vacío.

Perros equivocados y manzanas mordidas.

Mira el ansia, la angustia de un triste mundo
fósil

que no encuentra el acento de su primer sollozo.

Cuando busco en la cama los rumores del hilo

has venido, amor mío, a cubrir mi tejado.

El hueco de una hormiga puede llenar el aire,

pero tú vas gimiendo sin norte por mis ojos.

No, por mis ojos no, que ahora me enseñas

cuatro ríos ceñidos en tu brazo,

en la dura barraca donde la luna prisionera

devora a un marinero delante de los niños.

Para ver que todo se ha ido

¡amor inexpugnable, amor huido!

No, no me des tu hueco,

¡que ya va por el aire el mío!

¡Ay de ti, ay de mí, de la brisa!

Para ver que todo se ha ido.

II

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo,

crines de ceniza. Plaza pura y doblada.

Yo.

Mi hueco traspasado con las axilas rotas.

Piel seca de uva neutra y amianto de madrugada.

Toda la luz del mundo cabe dentro de un ojo.

Canta el gallo y su canto dura más que sus alas.

Yo.

Con el hueco blanquísimo de un caballo.

Rodeado de espectadores que tienen hormigas en
las palabras.

En el circo del frío sin perfil mutilado.

Por los capiteles rotos de las mejillas
desangradas.

Yo.

Mi hueco sin ti, ciudad, sin tus muertos que comen.

Ecuestre por mi vida definitivamente anclada.

Yo.

No hay siglo nuevo ni luz reciente.

Sólo un caballo azul y una madrugada.

PAISAJE CON DOS TUMBAS
Y UN PERRO ASIRIO

Amigo,

levántate para que oigas aullar

al perro asirio.

Las tres ninfas del cáncer han estado bailando,

hijo mío.

Trajeron unas montañas de lacre rojo

y unas sábanas duras donde estaba el cáncer dormido.

El caballo tenía un ojo en el cuello

y la luna estaba en un cielo tan frío

que tuvo que desgarrarse su monte de Venus

y ahogar en sangre y ceniza los cementerios
antiguos.

Amigo,

despierta, que los montes todavía no respiran

y las hierbas de mí corazón están en otro sitio.

No importa que estés lleno de agua de mar.

Yo amé mucho tiempo a un niño

que tenía una plumilla en la lengua

y vivimos cien años dentro de un cuchillo.

Despierta. Calla. Escucha. Incorpórate un poco.

El aullido

es una larga lengua morada que deja

hormigas de espanto y licor de lirios.

Ya vienen hacia la roca. ¡No alargues tus raíces!

Se acerca. Gime. No solloces en sueños, amigo.

¡Amigo!

Levántate para que oigas aullar

al perro asirio.

RUINA

A REGINO SAINZ DE LA MAZA

Sin encontrarse,

viajero por su propio torso blanco.

Así iba el aire.

Pronto se vio que la luna

era una calavera de caballo

y el aire una manzana oscura.

Detrás de la ventana,

con látigos y luces, se sentía

la lucha de la arena con el agua.

Yo vi llegar las hierbas

y les eché un cordero que balaba

bajo sus dientecillos y lancetas.

Volaba dentro de una gota

la cáscara de pluma y celuloide

de la primer paloma.

Las nubes  en manada 

se quedaron dormidas contemplando

el duelo de las rocas con el alba.

Vienen las hierbas, hijo.

Ya suenan sus espadas de saliva

por el cielo vacío.

Mi mano, amor. ¡Las hierbas!

Por los cristales rotos de la casa

la sangre desató sus cabelleras.

Tú solo y yo quedamos.

Prepara tu esqueleto para el aire.

Yo solo y tú quedamos.

Prepara tu esqueleto.

Hay que buscar de prisa, amor, de prisa,

nuestro perfil sin sueño.

LUNA Y PANORAMA DE LOS INSECTOS

(POEMA DE AMOR)

La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul

ESPRONCEDA

Mi corazón tendría la forma de un zapato

si cada aldea tuviera una sirena.

Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos

y hay barcos que buscan ser mirados para poder
hundirse tranquilos.

Si el aire sopla blandamente

mi corazón tiene la forma de una niña.

Si el aire se niega a salir de los cañaverales

mi corazón tiene la forma de una milenaria
boñiga de toro.

Bogar, bogar, bogar, bogar,

hacia el batallón de puntas desiguales,

hacia un paisaje de acechos pulverizados.

Noche igual de la nieve, de los sistemas
suspendidos.

Y la luna.

¡La luna!

Pero no la luna.

La raposa de las tabernas,

el gallo japonés que se comió los ojos,

las hierbas masticadas.

No nos salvan las solitarias en los vidrios,

ni los herbolarios donde el metafísico

encuentra las otras vertientes del cielo.

Son mentira las formas. Sólo existe

el círculo de bocas del oxígeno.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos,

los muertos diminutos por las riberas,

dolor en longitud,

yodo en un punto,

las muchedumbres en el alfiler,

el desnudo que amasa la sangre de todos,

y mi amor que no es un caballo ni una
quemadura,

criatura de pecho devorado.

¡Mi amor!

Ya cantan, gritan, gimen: Rostro. ¡Tu rostro! Rostro.

Las manzanas son unas,

las dalias son idénticas,

la luz tiene un sabor de metal acabado

y el campo de todo un lustro cabrá en la mejilla de la moneda.

Pero tu rostro cubre los cielos del banquete.

¡Ya cantan!, ¡gritan!, ¡gimen!,

¡cubren!, ¡trepan!, ¡espantan!

Es necesario caminar, ¡de prisa!, por las ondas,
por las ramas,

por las calles deshabitadas de la edad media que bajan
al río,

por las tiendas de las pieles donde suena un cuerno de vaca herida,

por las escalas, ¡sin miedo! por las escalas.

Hay un hombre descolorido que se está bañando
en el mar;

es tan tierno que los reflectores le comieron
jugando el corazón.

Y en el Perú viven mil mujeres, ¡oh insectos!,
que noche y día

hacen nocturnos y desfiles entrecruzando
sus propias venas.

Un diminuto guante corrosivo me detiene. ¡Basta!

En mi pañuelo he sentido el tris

de la primera vena que se rompe.

Cuida tus pies, amor mío, ¡tus manos!,

ya que yo tengo que entregar mi rostro,

mi rostro, ¡mi rostro!, ¡ay, mi comido rostro!

Este fuego casto para mi deseo,

esta confusión por anhelo de equilibrio,

este inocente dolor de pólvora en mis ojos,

aliviará la angustia de otro corazón

devorado por las nebulosas.

No nos salva la gente de las zapaterías,

ni los paisajes que se hacen música al encontrar las
llaves oxidadas.

Son mentira los aires. Sólo existe

una cunita en el desván

que recuerda todas las cosas.

Y la luna.

Pero no la luna.

Los insectos,

los insectos solos.

crepitantes, mordientes, estremecidos,
agrupados,

y la luna

con un guante de humo sentada en la puerta de
sus derribos.

¡¡La luna!!

New York, 4 de enero de 1930.

VII
VUELTA A LA CIUDAD

PARA ANTONIO HERNÁNDEZ SORIANO

NEW YORK

OFICINA Y DENUNCIA

A FERNANDO VELA

Debajo de las multiplicaciones

hay una gota de sangre de pato.

Debajo de las divisiones

hay una gota de sangre de marinero.

Debajo de las sumas, un río de sangre tierna,

un río que viene cantando

por los dormitorios de los arrabales,

y es plata, cemento o brisa

en el alba mentida de New York.

Existen las montañas, lo sé.

Y los anteojos para la sabiduría.

Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.

He venido para ver la turbia sangre,

la sangre que lleva las máquinas a las cataratas

y el espíritu a la lengua de la cobra.

Todos los días se matan en New York

cuatro millones de patos,

cinco millones de cerdos,

dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,

un millón de vacas,

un millón de corderos

y dos millones de gallos,

que dejan los cielos hechos añicos.

Más vale sollozar afilando la navaja

o asesinar a los perros

en las alucinantes cacerías

que resistir en la madrugada

los interminables trenes de leche,

los interminables trenes de sangre

y los trenes de rosas maniatadas

por los comerciantes de perfumes.

Los patos y las palomas,

y los cerdos y los corderos

ponen sus gotas de sangre

debajo de las multiplicaciones,

y los terribles alaridos de las vacas estrujadas

llenan de dolor el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite.

Yo denuncio a toda la gente

que ignora la otra mitad,

la mitad irredimible

que levanta sus montes de cemento

donde laten los corazones

de los animalitos que se olvidan

y donde caeremos todos

en la última fiesta de los taladros.

Os escupo en la cara.

La otra mitad me escucha

devorando, cantando, volando en su pureza,

como los niños de las porterías

que llevan frágiles palitos

a los huecos donde se oxidan

las antenas de los insectos.

No es el infierno, es la calle,

No es la muerte, es la tienda de frutas.

Hay un mundo de ríos quebrados y distancias
inasibles

en la patita de ese gato

quebrada por el automóvil,

y yo oigo el canto de la lombriz

en el corazón de muchas niñas.

Oxido, fermento, tierra estremecida.

Tierra tú mismo que nadas por los números de
la oficina.

¿Qué voy a hacer, Ordenar los paisajes?

¿Ordenar los amores que luego son fotografías,

que luego son pedazos de madera

y bocanadas de sangre?

San Ignacio de Loyola

asesinó un pequeño conejo

y todavía sus labios gimen

por las torres de las iglesias.

No, no; yo denuncio.

Yo denuncio la conjura

de estas desiertas oficinas

que no radian las agonías,

que borran los programas de la selva,

y me ofrezco a ser comido por las vacas
estrujadas

cuando sus gritos llenan el valle

donde el Hudson se emborracha con aceite

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