Petirrojo (54 page)

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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

BOOK: Petirrojo
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«Si tienes tiempo, vaya. Y ganas.»

Aquél era un buen momento para que le entrase el pánico.

Una luz intermitente en el teléfono vino a interrumpir sus pensamientos.

—Tengo una llamada por la otra línea y debo contestar, Rakel, ¿puedes esperar un poco?

—Por supuesto.

Harry pulsó la tecla almohadilla y enseguida oyó la voz de Møller:

—Ya tienes la orden de detención. La de registro está en camino. Tom Waaler espera con dos coches y cuatro hombres armados. Espero, por lo más sagrado, que el pajarito de tu estómago cante bien, Harry.

—A veces desentona en alguna que otra nota, pero nunca en un trino completo —aseguró Harry mientras le hacía señas a Halvorsen para que se pusiera la chaqueta—. Luego hablamos —dijo antes de colgar el auricular.

Bajaban en el ascensor cuando recordó que Rakel seguía esperando en la otra línea. No tuvo fuerzas para intentar entender lo que aquello podría significar.

Capítulo 91

CALLE IRISVEIEN, OSLO

16 de Mayo de 2000

El primer día de calor estival había empezado a refrescar cuando el coche de la policía entró a la hora de la cena en el silencioso barrio residencial. Harry se sentía mal. No sólo porque el chaleco antibalas lo hacía transpirar copiosamente, sino porque aquello estaba demasiado tranquilo. Avanzaban con la vista clavada en las cortinas que se divisaban tras los bien recortados setos, sin observar el menor movimiento. Tenía la sensación de hallarse en una película del Oeste, de estar cabalgando hacia una emboscada.

Harry se había negado en un primer momento a ponerse el chaleco antibalas, pero Tom Waaler, que era el responsable de la operación, le había dado un sencillo ultimátum: ponerse el chaleco o quedarse en casa. El argumento de que la bala de un rifle Märklin atravesaría el chaleco como el famoso cuchillo caliente atraviesa la mantequilla sólo consiguió que Waaler se encogiese de hombros tranquilamente.

Conducían dos coches de policía. El segundo, en el que iba Waaler, subió por la calle Sognsveien y entró en Ullevål Hageby, de modo que llegó a Irisveien desde el lado opuesto, es decir, desde el oeste. Oyó el carraspeo de la voz de Waaler a través del transmisor. Todo tranquilo y sin novedad. Les pidió que le dijesen cuál era su posición, revisó el plan y el plan de emergencia y ordenó a todos los agentes de servicio que repasaran sus cometidos.

—Si es un profesional, puede haber conectado una alarma a la verja, así que pasaremos por encima, no a través de ella.

Waaler era bueno, incluso Harry tenía que reconocerlo, y estaba claro que contaba con el respeto de los compañeros que iban con él en el coche.

Harry señaló la casa de madera pintada de rojo:

—Ahí es.

—Alfa —dijo por el transmisor la oficial que iba sentada en el asiento del acompañante—. No te vemos.

—Estamos justo a la vuelta de la esquina. Manteneos fuera del campo de visión de la casa hasta que nos veáis. Cierro —dijo Waaler.

—Demasiado tarde, ya estamos aquí. Cierro.

—Ok, quedaos en el coche hasta que lleguemos. Corto y cierro.

Enseguida vieron el morro del otro coche policía tomar la curva. Recorrieron los cincuenta metros que los separaban de la casa y aparcaron de modo que el vehículo bloqueara la salida del garaje. El otro coche se detuvo justo delante de la verja.

Cuando salieron de los coches, Harry oyó el sonido sordo y amortiguado de una pelota de tenis golpeada por una raqueta poco tensada. Ya se ponía el sol por la colina de Ullernåsen y, desde una ventana, le llegó el aroma a chuletas de cerdo.

Y empezó el espectáculo. Dos de los agentes de policía saltaron la valla con sus pistolas reglamentarias MP-5 preparadas y echaron a correr rodeando la casa, uno hacia la derecha, otro hacia la izquierda.

La mujer policía que iba en el coche de Harry se quedó allí, su misión era mantener el contacto por radio con la central de alarmas y asegurarse de despachar a los posibles curiosos. Waaler y el último oficial esperaron hasta que los otros dos hubieron llegado al lugar previsto, se guardaron los transmisores en el bolsillo y saltaron por encima de la puerta con las pistolas en alto. Harry y Halvorsen observaban apostados detrás del coche de policía.

—¿Un cigarrillo? —le preguntó Harry a la agente.

—No, gracias —contestó ella con una sonrisa.

—Preguntaba por si tú tenías tabaco.

La mujer dejó de reír. «Típico de los no fumadores», se dijo Harry.

Waaler y el oficial estaban ya en la escalinata y habían tomado posiciones cada uno a un lado de la puerta, cuando sonó el móvil de Harry.

Harry vio que la oficial alzaba la vista al cielo. Seguro que estaba pensando que era un principiante.

Harry iba a apagar el teléfono, pero antes miró la pantalla por si era el número de Rakel. Y aunque le era conocido, aquella llamada no era de Rakel. Waaler había alzado la mano para dar la señal cuando, de pronto, Harry cayó en la cuenta de quién llamaba. Tomó el transmisor de la agente, que lo miraba boquiabierta.

—¡Alto, Alfa! El sospechoso está llamándome por teléfono en este mismo momento. ¿Me oyes?

Harry miró hacia la escalinata y vio que Waaler asentía. Entonces, pulsó el botón y atendió la llamada:

—Aquí Hole.

—Hola. —Harry oyó asombrado que no era la voz de Even Juul—. Soy Sindre Fauke. Siento molestarte, pero estoy en la casa de Even Juul y creo que debéis venir.

—¿Y eso por qué? ¿Y qué haces tú allí?

—Porque creo que ha cometido una tontería. Me llamó hace una hora y me dijo que tenía que venir enseguida, que su vida estaba en peligro. Así que vine aquí, y encontré la puerta abierta, pero no a Even. Y mucho me temo que se haya encerrado en su dormitorio.

—¿Qué te hace pensar eso?

—La puerta está cerrada con llave y, cuando intenté mirar por el ojo de la cerradura, vi que había dejado la llave puesta por dentro.

—Bien —dijo Harry antes de rodear el coche para entrar—. Escúchame. Quédate justo donde estás; si tienes algo en la mano, suéltalo y levanta los brazos para que podamos verlos. Estaremos ahí en dos segundos.

Harry atravesó la verja y subió la escalera y, mientras Waaler y el otro oficial lo seguían atónitos con la mirada, presionó el picaporte y entró.

Fauke estaba en el rellano con el teléfono, mirándolo perplejo.

—¡Por Dios santo! ¡Qué rapidez…!

—¿Dónde está el dormitorio? —quiso saber Harry.

Fauke señaló la escalera sin decir nada.

—Llévanos hasta allí —ordenó Harry.

Fauke comenzó a andar delante de los tres policías.

—Ahí.

Harry tanteó la puerta, que, en efecto, estaba cerrada con llave. En la cerradura había una llave que se resistía a girar.

—No lo había dicho, pero probé a abrir con una de las llaves de los otros dormitorios —explicó Fauke—. A veces sirven.

Harry sacó la llave y miró por el ojo de la cerradura. En el interior se veía una cama y una mesilla de noche. Algo parecido a una lámpara de techo desmontada yacía sobre la cama. Waaler hablaba en voz baja a través del transmisor. Harry notó que el sudor empezaba a discurrir nuevamente por el interior del chaleco. Aquella lámpara no le gustaba lo más mínimo.

—Me pareció oírte decir que la llave estaba puesta por dentro.

—Y así era —confirmó Fauke—. Hasta que la hice caer mientras probaba a abrir con la otra llave.

—Bueno, y ¿cómo entramos ahora? —preguntó Harry.

—La solución está en camino —dijo Waaler en el preciso momento en que se oían los pesados pasos de botas en la escalera.

Era uno de los agentes que había estado vigilando en la parte posterior de la casa. Llevaba una palanca de color rojo.

—Ésta es —dijo Waaler señalando la puerta.

La puerta se astilló y se abrió enseguida.

Harry entró y oyó a Waaler pedir a Fauke que aguardase fuera.

Lo primero en lo que Harry se fijó fue en la correa de perro. Even Juul se había colgado con ella. Llevaba al morir una camisa blanca, con el botón del cuello desabrochado, pantalones negros y calcetines a cuadros. Cerca del armario que había a su espalda, yacía una silla volcada. Los zapatos estaban ordenadamente colocados bajo la silla. Harry miró al techo. Y, en efecto, la correa de perro estaba atada al gancho de la lámpara. Harry intentó evitarlo, pero no pudo dejar de fijarse en el rostro de Even Juul. Uno de los ojos miraba al vacío, el otro directamente a Harry. Sin coherencia. Como si se tratase de un troll de dos cabezas con un ojo en cada una, se dijo Harry. Se acercó a la ventana que daba al este y vio a unos niños que venían en bicicleta por Irisveien, atraídos por los rumores de la presencia de los coches de policía, los cuales siempre se difundían con una rapidez inexplicable en barrios de aquel tipo.

Harry cerró los ojos para concentrarse. «La primera impresión es importante, lo primero que piensas en cuanto ves algo suele ser lo acertado.» Ellen se lo había enseñado. Su alumna le había enseñado a concentrarse en lo primero que sintiera al llegar al escenario de un crimen. De ahí que Harry no tuviese que volverse para saber que la llave estaba en el suelo, justo detrás de él, y no encontrarían en la habitación las huellas de ninguna otra persona, y que nadie había asaltado la casa. Sencillamente, porque tanto el asesino como la víctima estaban colgados del techo. El troll bicéfalo reventó.

—Llama a Weber —le dijo Harry a Halvorsen, que se les había sumado y miraba al ahorcado desde la puerta.

—Tal vez él se imaginaba otro tipo de trabajo para mañana, pero dile que puede consolarse pensando que lo que tiene aquí es cosa fácil. Even Juul descubrió al asesino y tuvo que pagar por ello con su vida.

—¿Y quién es el asesino? —quiso saber Waaler.

—Era. Él también está muerto. Se hacía llamar Daniel Gudeson y se encontraba en la cabeza del propio Juul.

Cuando salía, Harry le pidió a Halvorsen que le dijese a Weber que lo llamase si encontraba el Märklin.

Harry se quedó de pie en la escalinata y miró a su alrededor. De repente, una cantidad extraordinaria de vecinos había encontrado cosas que hacer en sus jardines y se ponían de puntillas para mirar por encima de los setos. Waaler salió y fue a donde estaba Harry.

—No he comprendido bien lo que has dicho ahí dentro —confesó Waaler—. ¿Quieres decir que ese hombre se ha suicidado porque se sentía culpable?

Harry negó con la cabeza.

—No, quise decir lo que dije. Se mataron el uno al otro. Even acabó con Daniel para detenerlo. Y Daniel también mató a Even para que no lo delatase. Por una vez en la vida, ambos tenían los mismos intereses.

Waaler asintió, aunque no pareció haberlo entendido mucho mejor.

—Me resulta familiar el viejo —comentó entonces—. Me refiero al que está vivo.

—Sí, es el padre de Rakel Fauke, no sé si tú…

—Sí, claro, la tía buena del jaleo en el CNI. Eso es.

—¿Tienes un cigarrillo? —preguntó Harry.

—No —respondió Waaler—. El resto de lo que suceda es tu negociado, Hole. Yo pensaba irme, así que dime si necesitas que te ayude a algo.

Harry negó con un gesto y Waaler se encaminó hacia la verja.

—Bueno, sí, espera —dijo Harry—. Si no tienes nada especial para mañana, necesitaría a un policía experto que hiciese mi servicio.

Waaler sonrió y reemprendió la marcha.

—Sólo tienes que dirigir la vigilancia durante el oficio de mañana en la mezquita de Grønland —gritó Harry—. Me he dado cuenta de que tú tienes cierto talento para esas cosas. Lo único que tenemos que hacer es controlar que los cabezas rapadas no apaleen a los musulmanes por celebrar su
Eid
.

Waaler había llegado a la puerta principal cuando se detuvo súbitamente.

—¿Y tú eres el responsable de esa guardia? —preguntó por encima del hombro.

—Es una insignificancia —aseguró Harry—. Dos coches, cuatro agentes.

—¿Durante cuánto tiempo?

—De ocho a tres.

Waaler se volvió con una amplia sonrisa.

—¿Sabes lo que te digo? —preguntó—. Bien mirado, es lo menos que puedo hacer por ti, te lo debo. Hecho, me haré cargo de tu servicio.

Waaler se rozó la gorra a modo de despedida, se sentó al volante, puso el coche en marcha y desapareció.

«¿Que me lo debe? ¿Por qué?», se preguntó Harry mientras escuchaba los chasquidos procedentes de la pista de tenis. Pero en un instante, tuvo que dejar de pensar en ello, pues su teléfono empezó a sonar otra vez y, en esta ocasión, el número que aparecía en la pantalla era el de Rakel.

Capítulo 92

CALLE HOLMENKOLLVEIEN

16 de Mayo de 2000

—¿Es para mí?

Rakel dio una palmadita y cogió el ramo de margaritas.

—No tuve tiempo de ir a la floristería, así que las he cortado de tu propio jardín —confesó Harry al tiempo que cruzaba la puerta—. Mmm, huele a leche de coco. ¿Comida tailandesa?

—Sí. Y enhorabuena por tu traje nuevo.

—¿Tanto se nota?

Rakel sonrió y pasó la mano por el cuello de la solapa.

—Es de lana de buena calidad.

—Superior.

Harry no tenía ni idea de lo que significaba «Superior». En un arrebato de arrogancia, entró en una de las selectas boutiques de la calle Hegdehaugsveien justo cuando iban a cerrar y consiguió que el dependiente encontrase el único traje en el que cabían todos sus centímetros de estatura. Siete mil coronas era, desde luego, mucho más de lo que él tenía pensado gastarse, pero la alternativa era ir hecho un fantoche con su viejo traje, así que cerró los ojos, pasó la tarjeta por la máquina e intentó olvidar el suceso.

Entraron en el comedor y vio que la mesa estaba puesta para dos.

—Oleg está dormido —le dijo antes de que él pudiese preguntar.

Y se hizo un silencio.

—Yo no tenía pensado… —comenzó ella.

—¿Ah, no? —preguntó Harry con una sonrisa.

Nunca la había visto sonrojarse antes. La atrajo hacia sí e inspiró el perfume de su cabello recién lavado. Notó que temblaba ligeramente.

—La cena… —susurró Rakel.

Harry la dejó ir y ella se encaminó a la cocina. La ventana abierta daba al jardín, donde unas mariposas blancas que no estaban el día anterior se arracimaban revoloteando como confeti a la luz del ocaso. Allí dentro olía a detergente para el suelo y a tarima mojada.

Harry cerró los ojos. Sabía que necesitaba muchos días como aquél para que la imagen de Even Juul colgado de la correa del perro se borrase por completo, pero notó que ya empezaba a palidecer. Weber y sus muchachos no habían encontrado el Märklin, pero sí al perro,
Burre.
Degollado y metido en una bolsa de basura que había en el congelador. Y en la caja de las herramientas hallaron tres cuchillos, todos ellos con restos de sangre. Harry sospechaba que alguno de ellos había sido el utilizado con Hallgrim Dale.

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