Peligro Inminente (23 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

BOOK: Peligro Inminente
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—¿No se lo merece? ¿Está usted segura de ello?

—Segurísima. Ya se lo dije antes que Frica tenía un marido pérfido, y esta noche ha podido usted verlo por sí mismo... Ahora ya ha muerto. Sea esa muerte el fin de tan tormentosa historia... Dejemos que la Policía busque al asesino de Maggie. No lo encontrará, y nada más.

—¿Así, pues, su idea es precisamente dejar todo en silencio?

—Sí, sí, por favor, se lo ruego, querido monsieur Poirot.

Hércules miró lentamente en torno suyo, preguntando:

—¿Qué dicen ustedes?

Cada cual habló a su vez.

—Acepto —fui yo el primero en decir, respondiendo a su muda pregunta.

—Yo también —añadió al momento Lazarus.

—Es lo mejor que se puede hacer —afirmó Challenger.

Y Croft exclamó con voz bien decidida:

—Olvidemos cuanto ha ocurrido aquí esta noche.

Mistress Croft, volviéndose a Esa, suplicó:

—No sea severa conmigo, querida.

Ésa la miró de arriba abajo, desdeñosa, fría, sin añadir una palabra.

—¿Y usted, Helen?

—Ni yo ni William diremos nada, puede usted estar tranquilo, señor; en boca cerrada no entran moscas.

—¿Y usted, míster Vyse?

—Éstas no son cosas que se puedan callar —repuso el abogado—. Al contrario, han de denunciarse a la autoridad judicial.

—¡Charles! —exclamó Esa.

—Me desagrada, prima, pero yo considero los hechos en su aspecto legal.

Poirot rompió a reír, y dijo:

—Son, pues, siete contra uno. El bueno de Japp se mantiene neutral.

—Yo estoy de vacaciones —dijo Japp sonriendo—. Yo no cuento.

—Siete contra uno. Sólo el abogado Vyse se ha puesto de parte de la ley, del orden... Vyse, es usted un hombre de carácter.

Vyse se encogió de hombros y replicó:

—La situación es clara. No cabe duda acerca de lo que ha de hacerse.

—Sí. Es verdad. Usted es un hombre honrado... Pues bien: también yo quiero estar con la minoría. Opto también por la verdad.

—¡Monsieur Poirot! —exclamó Esa.

—Señorita, usted fue la que me arrastró a esta aventura. Usted, quien me indujo a cuidarme de ella. Ahora no puede obligarme a callar.

Levantó el índice con un movimiento de amenaza que le conocía muy bien.

—Siéntense todos y les diré... la verdad.

Obedientes a la orden dada, sentáronse todos, mirándole.

—Escuchen ustedes. He aquí una lista: la de las personas relacionadas con el delito. La había señalado con las letras del alfabeto, desde la A hasta la J. Ésta era el símbolo de un desconocido relacionado indirectamente con el hecho por alguna conexión con los demás. Hasta esta noche no supe quién era, pero estaba seguro de su existencia. Los acontecimientos de esta noche me han probado que tenía razón. Luego, esta mañana, comprendí de pronto que había una grave omisión y añadí otra letra a la lista: una K.

—¿Otro desconocido? —preguntó Vyse.

—No precisamente. La J simboliza un desconocido. Otro desconocido hubiera sido representado simplemente por una segunda J. La K tiene un significado distinto. Indica una persona que hubiera debido ser incluida en la lista original y que por un descuido mío se había quedado fuera.

Se inclinó hacia mistress Rice:

—Tranquilícese, señora. Su marido no cometió ningún crimen. Quien dio muerte a miss Maggie es la persona simbolizada con la letra K.

La Rice tuvo un sobresalto y preguntó:

—¿Y quién es K?

Poirot hizo una ligera seña a Japp. Y entonces éste se levantó, y con la clara y pausada voz que varias veces le había oído yo en las salas de la Audiencia, refirió pausadamente:

—De conformidad con las instrucciones recibidas, he llegado a La Escollera a primera hora de la noche. Monsieur Poirot me introdujo aquí, a escondidas, y me ordenó que me ocultase detrás de una cortina, en el salón de recepciones. Cuando la comitiva estuvo aquí por completo entró una joven en el saloncito, encendió la luz, llegóse a la chimenea y, me parece que apretando un muelle, abrió un pequeño escondrijo disimulado en la pared. Del nicho sacó una pistola y con esa arma en la mano salió del cuarto. Yo la seguí, y apenas cerrada la puerta, pude observar desde un tragaluz todos sus movimientos. Los que han venido aquí han dejado sus capas y abrigos a la entrada. La joven quitó cuidadosamente el polvo de la pistola con el pañuelo y la metió en el bolsillo de un abrigo gris, el de mistress Rice.

Esa profirió un grito, diciendo:

—¡No es verdad! ¡Es una sarta de mentiras!

Pero Poirot, señalándola con el índice, exclamó:

—He aquí la K de mi lista: miss Esa es la que mató a su prima.

—Pero ¿están ustedes locos? ¿Por qué iba yo a matar a Maggie?

—Para apropiarse de la fortuna que le había dejado a ella Michael Seton. También su prima era una Magdalena Buckleys, y el aviador era el prometido de esa Magdalena, no de usted.

—Usted..., usted...

Esa temblaba como una hoja y no conseguía articular una palabra.

Poirot se volvió de nuevo a Japp y le preguntó brevemente:

—¿Ha telefoneado a la Policía?

—Sí; esperan ahí, en la entrada. Ya traen el auto de prisión.

—¡Están todos ustedes locos! —gritó la cada vez más enfurecida Esa, antes de acercarse corriendo a mistress Rice.

—Frica, dame tu reloj de pulsera como recuerdo.

Lentamente mistress Rice se quitó del brazo el reloj y se lo entregó a su amiga.

—¡Gracias!... Veremos... ¡Por fin acabará esta ridícula comedia!...

—Usted la ha querido, la ha ideado, la ha representado... —tronó mi amigo—. Pero ha hecho usted mal en confiar la parte principal a Hércules Poirot. Se ha equivocado usted de medio a medio. ¡Ahí ha estado, señorita, su grave error, enorme, descomunal!

Capítulo XXII
-
Cómo se llevó todo a cabo

—¿Quieren ustedes que se lo explique?

Para dirigirnos esa pregunta, Poirot había esperado a que nos trasladásemos al salón de recepciones. Aquí, sin siquiera decirlo, todos estábamos de acuerdo en considerar insoportable la macabra compañía de un muerto.

Al pasar de una habitación a otra, se había reducido el grupo. Los Wilson se habían retirado discretamente. Los Croft tuvieron que dejarse conducir por la Policía. Así que solamente quedaron cinco alrededor de Poirot, es decir, mistress Rice, Lazarus, Challenger, Vyse

y yo.

—He de confesar —empezó diciendo Hércules— que me he dejado engañar, engatusar como un necio. La joven Esa me ha hecho andar de cabeza, a su capricho. ¡Ah, señora, cuánta razón tiene usted al decir que su amiga es una simuladora muy astuta!

—Esa siempre ha dicho mentiras —aseguró con mucha calma mistress Rice—. Y por eso no podía yo creer que fuesen verdad aquellos peligros de que tan maravillosamente se había librado.

—i Y yo, imbécil de mí, que lo he creído todo!...

—¿No eran ciertos? —exclamé, casi atontado de estupor.

—Fueron inventados, bastante ingeniosamente, para crear cierta impresión. La impresión de que miss Esa tenía su vida seriamente amenazada. Pero volvamos más atrás. Les explicaré la historia tal como la he reconstruido, y no como he tenido que ir adivinándola poco a poco. Al principio de los accidentes teníamos una muchacha joven, bella, desprovista de escrúpulos, apasionada y fanáticamente apegada a su propia casa.

Charles Vyse exclamó:

—Ya se lo había dicho yo.

—Y decía usted bien. Ésa estaba enamorada de La Escollera. Pero no tenía dinero, la casa estaba hipotecada, la necesidad de dinero era urgente y no tenía a quién acudir. En Le Touquet encontró al joven Seton y lo conquistó. Ella sabía que, según toda probabilidad, el aviador heredaría la fortuna de un tío millonario. Bien; empieza a aparecer su estrella. Se puede permitir toda esperanza. Pero él no siente por ella un profundo amor; le agrada, la juzga divertida, pero no está enamorado de veras. Encontrándola otra vez en Scarborough, se la lleva de excursión en aeroplano, y al regreso de esa excursión... ocurre la catástrofe. Seton conoce a Maggie Buckleys y al momento se enamora de ella perdidamente. Esa queda asombrada. ¡Su prima, que a ella ni siquiera le parece guapa! Pero a los ojos de Seton es «distinta». Es la esperada, la soñada, la única... Los dos jóvenes se prometen secretamente y una sola persona, por la fuerza de las cosas, sabe que están prometidos: Esa. La pobre Maggie está muy contenta de tener alguien con quien confiarse. Indudablemente lee a su prima parte de las cartas del novio. Y así, se entera Esa del testamento del aviador. De momento, no da gran importancia a la cosa, pero no la olvida... Y en esto acaece la imprevista muerte de sir Mateo, precisamente en los días en que empezaban a surgir temores acerca de la suerte de su heroico sobrino. Entonces se forma en la mente de miss Esa un plan criminal. Seton no podía saber que su verdadero nombre es Magdalena, pues él la conocía sólo por Esa. El testamento es sencillísimo; nada más que la mención de un nombre. Y ese nombre ha sido ya unido por la gente al suyo. Si llegase Esa a proclamarse prometida del aviador, a nadie asombraría; pero para llevar a cabo el plan es preciso quitar de en medio a la prima. El tiempo apremia. Esa invita a Maggie a pasar unos días en La Escollera, y mientras se prepara para recibirla, se libra de varios peligros mortales: el cuadro cuya cuerda de sostén corta ella..., el freno averiado, el pedrusco que rueda... Esto tal vez no surgiera de ella y se limitara Esa a inventar haber pasado por el sendero en el instante del desprendimiento. Luego ve mi nombre en un periódico (bien lo decía yo, Hastings, que el nombre de Hércules Poirot es conocido de todos) y tiene la audacia de hacerme cómplice suyo. La bala que atraviesa el sombrero y viene a parar a mis pies. ¡Ingeniosa comedia! ¡Y yo caigo! ¡Y yo creo en el peligro que la amenaza! ¡Y ella tiene ya de su parte un testimonio autorizado!... Y yo me presto ingenuamente a su juego, insistiendo para que llame a una amiga a su lado. Aprovecha la ocasión al vuelo y suplica a Maggie que anticipe un día su llegada. Qué fácil es el delito a partir de ese momento. Al final de una cena, el lunes pasado, nos deja para ir a enterarse por la radio de la muerte de Seton y, por consiguiente, para ultimar los preparativos del golpe. Sabe que tiene tiempo de apoderarse de las cartas escritas por Seton a su prima. Las lee. Escoge las que responden mejor a su objeto y las guarda en su cuarto, destruyendo las otras... Por la noche, ella y su prima se apartan del espectáculo de los fuegos para volver juntas a la casa. Esa induce a su compañera a que se ponga su mantón. Luego la deja salir y, siguiéndola de cerca, le larga tres tiros. Entra inmediatamente en casa, oculta la pistola en el escondrijo, cuyo secreto cree ella ser la única en conocer, y va arriba, a su cuarto. Espera en el primer piso, hasta que oye unas voces... Se ha descubierto el cadáver... Todo ha salido con arreglo a sus previsiones. Baja corriendo y sale por la puerta-vidriera... ¡Qué bien recita su papel! ¡Admirable! La criada dice que en esta casa se respira una influencia malsana. Me siento inclinado a darle la razón y a decir que en su casa se ha inspirado Esa para hacer lo que ha hecho.

—¿Y los bombones envenenados? —preguntó Rice.

—Entraban en el plan que había de desenvolverse. Un nuevo atentado contra su vida, producido después de la muerte de la prima, había de suministrar una prueba palpable de que a aquélla la mataron por equivocación. Cuando creyó llegado el momento oportuno, llamó por teléfono a mistress Rice y le pidió que le comprase una caja de bombones.

—¿Era de veras su voz?

—Sí. ¡Cuan a menudo la verdadera explicación es también la más clara! A su voz dio ella ciertas inflexiones un poco insólitas para que usted, si fuese interrogada acerca de ello, no pudiera responder con mucha certeza sobre ese punto.

»Y cuando llegó la caja de bombones al sanatorio, ¡qué fácil era también entonces la línea de conducta que había de seguirse! Llenó de cocaína tres bombones. Miss Esa llevaba encima, muy bien escondida, una buena dosis de la droga. Tomó uno de los bombones envenenados, de modo que pudiera enfermar, pero no mucho. Sabía exactamente la cantidad que podía absorber y la serie de síntomas que exagerar. En cuanto a la tarjeta... ¡Qué cosa más fácil! Adoptó la que acompañaba mi canastilla de flores... Es sencillo, ¿verdad? Pero había que pensar en ello.

Hubo una pausa, tras la cual preguntó la Rice:

—¿Y por qué habrá puesto la pistola en mi abrigo?

—Me esperaba su pregunta, señora. Es muy natural que se le ocurriera. Dígame... ¿No ha advertido usted un cambio en los sentimientos de miss Esa con respecto a usted? ¿No ha sospechado nunca que la amistad de otro tiempo se hubiese convertido en... en odio?

—Es difícil decirlo —repuso lentamente Frica—. Nuestra vida era sincera. En un tiempo me quería mucho.

—Y dígame usted, míster Lazarus... Comprenderá que éste no es momento para falsas modestias: ¿ha habido alguna vez cierta ternura entre usted y miss Esa?

Lazarus negó moviendo la cabeza y comentando luego:

—Durante cierto tiempo me pareció atractiva; luego, no sé por qué, ya no me gustaba.

—¡Ah! —exclamó Poirot—. Su trágica suerte ha dependido precisamente de eso: de que atraía a la gente y luego ya no gustaba. Usted, en vez de encontrarla cada vez más simpática, se enamoró de su amiga. Y Esa, al verse apartada, empezó a detestar a la señora... que tenía a su lado un amigo rico. Aún la quería el invierno pasado, en la época en que hizo el testamento; pero después variaron sus sentimientos.

Se acordó de aquel testamento. No sabía que los Croft lo habían retenido y que, por tanto, nunca había llegado a su destino. Mistress Rice, así hubiera razonado la gente, tenía ahora un motivo para desear la muerte de Esa. Así, pues, decidió pedir por teléfono a esta señora la caja de bombones... Esta noche tenía que leerse el testamento que la nombraba su segunda heredera. Luego hubieran encontrado un revólver en el bolsillo de su abrigo, precisamente el revólver que dio muerte a Maggie Buckleys. La señora, al notar que llevaba un arma encima, se hubiera traicionado por el acto mismo con que hubiese intentado librarse de ella.

—Debe de haberme odiado —murmuró Frica.

—Sí, señora. Porque usted posee lo que ha sido negado a su supuesta amiga: el arte de hacerse amar y de mantener constante el amor.

—Seré muy estúpido —dijo, al llegar a esto, el comandante—; pero aún no he comprendido con certeza lo del testamento.

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