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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (40 page)

BOOK: Patriotas
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Tras un momento de silencio, Margie levantó el brazo que todavía llevaba vendado.

—¿Y no se supone... —preguntó— que están a punto de irse? ¿No podríamos ahuyentarlos o esperar a que se fueran e intervenir después curando a los heridos y ayudando a los habitantes del pueblo a recuperar las cosas que necesiten y a reconstruir aquello que hayan destruido?

—Escucha —dijo Todd haciendo un gesto con la mano—, soy consciente de lo extremadamente peligrosa que puede ser una operación como esta. Pero si dejamos que esas alimañas sigan haciendo lo que quieran libremente, tendremos que enfrentarnos con ellos antes o después. Siempre recuerdo algo que escribió Jeff Cooper: «Ahuyentar a los elementos hostiles nunca tiene un resultado satisfactorio, da igual que sean mosquitos, cocodrilos o personas, ya que lo que harán será volver de nuevo, y acompañados». Desde mi punto de vista, solo hay una forma de enfrentarnos a una situación como esta. Tenemos que ir allí y acabar con esos bandoleros. Si dejamos que se escapen, seguirán provocando tumultos en algún otro lugar, quizá en esta misma zona. Además, debemos recordar que hemos hecho la promesa de mantener seguro todo este territorio, así que es nuestro honor lo que está en juego.

—Estoy de acuerdo contigo —afirmó Mike.

—No cabe duda —continuó Todd— de que teniendo en cuenta el número al que nos enfrentamos, vamos a necesitar la ayuda de los templarios. Si seguimos adelante con esto, tengo pensado llamar a Roger Dunlap en cuanto termine esta reunión. ¿Pueden levantar la mano todos lo que estén de acuerdo con mi plan? —La única en disentir fue Margie.

La conversación de Todd con Dunlap fue bastante breve. Tras cambiar a una frecuencia más elevada, tal y como habían acordado, Todd dijo lo siguiente:

—Roger, ha surgido un asunto muy delicado y de extrema importancia; me gustaría reunirme contigo en el sitio de siempre pasado mañana a las once para que tratemos el tema.

—Allí estaré, corto y cierro.

Tras hablar por radio con Dunlap, Todd le preguntó a Mike si podían conversar un momento los dos a solas. Los dos hombres salieron por la puerta de delante de la casa. Pese a que ya había oscurecido, el aire era cálido y muy agradable. Shona se acercó hasta Todd y le puso el hocico debajo de la mano, a la espera de alguna caricia.

—Mike, necesito que me des tu opinión. Incluso con la ayuda de los templarios, ¿seremos capaces de doblegar a un número de enemigos así de elevado? —Sin dejarle tiempo a que contestara, Todd siguió hablando—: Lo que quiero decir es que según recuerdo, en mis lecturas de manuales de táctica militar decía que la ratio normal es de tres atacantes por un defensor. Nosotros ni siquiera vamos a llegar a uno contra uno.

Mike miró hacia donde estaba Todd, pero la penumbra no le permitió distinguir los rasgos de su cara.

—La cifra que mencionas es correcta, pero se refiere a unidades militares que se enfrentan a otras unidades que tienen ganada una posición y que están esperando el ataque. Yo creo que si conseguimos mantener el factor sorpresa podremos acabar con ellos. Y si Dios quiere, sin sufrir ninguna baja. El mayor problema será la coordinación. Es evidente que no podemos mezclar nuestros efectivos con los de los templarios. Eso sería una pesadilla desde el punto de vista del mando y del control. No hemos entrenado nunca juntos. Seguramente, lo mejor que podemos hacer es que ellos ejerzan de equipo de refuerzo mientras nosotros atacamos el edificio, o viceversa.

—Estaba pensando lo mismo —intervino Todd. Tras un largo silencio, añadió—: Supongamos, y es un suponer, que somos nosotros los que llevamos a cabo el ataque en Princeton. Nos referimos a una cantidad enorme de edificios. ¿Qué va a impedir que los motoristas no se larguen de allí mientras peinamos la zona casa por casa?

—Los templarios —contestó Mike.

—No hace mucho estuviste en Princeton, ¿verdad? La mayoría de las casas están alineadas a lo largo de entre trescientos y trescientos cincuenta metros de carretera. Los templarios tendrían que esparcirse en intervalos muy anchos. Si todos los motoristas intentaran salir del pueblo por un punto determinado, los uno o dos hombres que estuvieran en ese punto se verían desbordados. Tú has oído hablar de la técnica del martillo y el yunque que Jeff siempre menciona. Si nosotros vamos a ser el martillo, vamos a necesitar tener un yunque bien grande. ¿Entiendes a lo que me refiero?

—Sí —contestó Mike después de quedarse unos instantes pensando—, te entiendo perfectamente. Lo que tú dices es que nos harían falta cincuenta o sesenta hombres para cubrir de forma segura las posibles rutas de escape. Bueno, ¿y qué te parecería si hiciésemos que diez hombres combatieran como si fuesen sesenta, si les damos la misma fuerza de combate?

—¿Y cómo se consigue eso, si se puede saber? —preguntó Todd inclinando un poco la cabeza hacia un lado.

—De la misma forma que un solo hombre puede pescar más peces que diez hombres juntos: llevando los aparejos de pesca adecuados —contestó Mike con tono de broma.

—No te sigo... —confesó finalmente Todd, desconcertado.

—Me refiero a mi método de pescar favorito y a mi cebo preferido: el cebo del hilandero de DuPont.

—Ah, vale, ahora sí. Pesca con dinamita, ¿no?

—Exacto —dijo Mike riendo y bajando un poco el tono—. Yo creo que si conseguimos improvisar unas cuantas minas Claymore, podremos hacerlo.

—Que así sea, Mike —ordenó Todd, dándole una palmada en el hombro—. Tienes mi aprobación para disponer de cualquiera de estos que anda por aquí. Aunque esos motoristas se larguen antes de que podamos tenerlas listas, siempre nos vendrá bien tener unas cuantas Claymores caseras a mano.

El día siguiente fue una jornada de tensa espera. Aparte de dos fugaces contactos por radio, no se recibió ninguna información de la patrulla de reconocimiento. Casi todos los miembros de la milicia se pasaron el día limpiando sus armas, afilando los cuchillos y bayonetas, recargando los cargadores y revisando todos y cada uno de los cartuchos de los mismos. La mayoría estaban inmersos en la oración o en sus pensamientos; casi todo el mundo guardaba silencio y no se escuchaba ninguna de las bromas que eran habituales.

Para hacer las minas Claymore, Mike precisó casi todo el día de la colaboración de Doug, Rose, Dan, Lon y Marguerite. Mike hizo que Lon y Margie desistieran de sus planes de preparar un estofado.

—Vosotros dos, venid conmigo —le dijo a Lon, dándole una palmada en el hombro—. Tengo un proyecto de la máxima prioridad en el que necesito de vuestra ayuda. Todd me dijo que podía reclutar a todo el personal que pudiese hacerme falta.

—¿Y qué pasa con el estofado? —preguntó Margie.

—Tenemos que meternos en una harina bien distinta. Venid, vamos al garaje.

Con la ayuda de Doug, Mike construyó primero un prototipo. Los otros observaron todo el proceso con atención. A continuación, Mike condujo a su grupo al extremo oriental de la granja y allí colocaron la Claymore y unos cuantos objetivos simulados hechos de papel.

—¡Prueba de fuego! —gritó a continuación tres veces seguidas. Todos llevaban tapones para los oídos y auriculares; estaban a cubierto detrás de un enorme tronco caído en el suelo que se encontraba a trece metros del prototipo. Desde allí provocaron la detonación por medio de una batería de 9 V procedente de una radio. El resultado fue fenomenal. Cada uno de los objetivos, que tenían el tamaño de una persona y que estaban colocados a distancias de entre cuatro y dieciocho metros, fue alcanzado por al menos cinco perdigones. Mike decidió que había llegado el momento de establecer la cadena de montaje.

—Muy bien, esto es lo que vamos a hacer —le dijo a su equipo—. El armazón de cada Claymore será un recipiente para hornear el pan. Tenemos disponibles una gran cantidad, ya que Mary pensó que serían un producto muy útil a la hora de hacer trueque. Ahora nos van a ser todavía de mayor utilidad. —Seguidamente, Mike se dirigió a Lon Porter—. Lon, tú te encargarás de la primera parte del proyecto. Tu tarea será clavar y soldar cuatro púas de madera de veinte centímetros de longitud en las esquinas de cada uno de los recipientes para hornear. Una vez colocadas, quedarán apoyados de uno de los lados, con la boca de cara a los malos. Las púas servirán de patas para sostener la mina. Para utilizarlas, lo que tendremos que hacer es apuntar con la mina en la dirección adecuada y apretar las patas contra el suelo. Luego, presionaremos las patas traseras o las delanteras para ajustar el ángulo de inclinación del recipiente. Es muy sencillo.

»La siguiente fase del proceso correrá de mi cargo. En cada uno de los recipientes haré dos agujeros con una taladradora para meter los detonadores. Después, Rose tomará las medidas precisas e introducirá trescientos treinta gramos de explosivo plástico C-4 en el fondo de los recipientes. Luego se los pasará a Doug, que pondrá cuatrocientos cincuenta gramos de perdigones por encima y los apretujará lo necesario para que no se salgan. Margie, como no tienes el brazo del todo bien aún, te he dejado una tarea sencilla. Tendrás que cortar los pedazos de cartón que sirvan para rellenar y tapar cada uno de los recipientes, y pegarlos después con cinta adhesiva.

»Cuando, ajustándonos a este procedimiento, tengamos hechas veinte minas, las acabaremos ya una por una. Lo único que nos faltará por hacer será recubrirlas con una lámina de plástico y pegarlas después con cinta adhesiva de color marrón. De esa manera, quedarán prácticamente impermeabilizadas. A continuación, las rociaremos con un poco de pintura de color verde oliva para camuflarlas, y ya las tenemos: unas minas Claymore recién hechas. Para activarlas habrá que atravesar el explosivo plástico C-4 a través de los agujeros que he taladrado en los recipientes e insertar un detonador o una lazada de cordón detonante, según convenga. Por cuestión de seguridad, sin embargo, no las cebaremos hasta que no estén colocadas en el lugar en el que las queramos utilizar. Muy bien, pongámonos manos a la obra.

Un poco antes de las tres de la madrugada, Dan, que estaba destacado en el POE, divisó a la patrulla que regresaba de vuelta al refugio. Siguiendo la serie de procedimientos operativos estándar (SPOE), la patrulla ingresó en el perímetro un poco más al sur de donde se encontraba el POE.

—Alto, ¿quién va? —les gritó Dan cuando llegaron a quince metros de distancia.

—Jeff Trasel y otros dos miembros de la milicia —respondió Jeff.

—Avanzad hasta que se os pueda reconocer —susurró Dan. Jeff se aproximó hasta llegar a una distancia de tres metros del puesto de observación y escucha. Dan preguntó en voz muy baja—: Puesto de la valla.

—Chevrolet.

—La contraseña es correcta. Puedes proseguir. Identifica con toda seguridad las caras de los dos miembros de tu patrulla cuando pasen por delante de mi posición. —La patrulla fue de nuevo identificada después de que Della, que estaba encargada en el mando del cuartel, les diese el alto y ellos contestasen con la contraseña. A continuación, ella abrió la puerta y les dejó pasar. Después de volver a pasar todas las cerraduras de la puerta, fue a despertar a todo el mundo para el informe.

Al poco tiempo todos estaban allí, excepto Dan, que permanecía de guardia en el POE. Los tres integrantes de la patrulla parecían cansados y su aspecto era muy desaliñado. Los tres conservaban las caras y las manos cubiertas de una gruesa capa de pintura de camuflaje.

—Empezad por el principio —dijo Mike.

Jeff sacó su libreta de notas de uno de los bolsillos de su uniforme de campo y la puso encima de la mesa.

—Tan pronto como Doug hizo la división de la patrulla, transmití las órdenes operativas a Lisa y a Kevin y establecí la nueva cadena de mando. Después de esperar a que la pintura de camuflaje se secase y de comprobar que nuestra carga no hacía ningún ruido al moverse, emprendimos la marcha. Lo primero fue parar un momento a rellenar nuestras cantimploras en la granja en la que acabábamos de estar. Yo quería que tuviésemos agua de sobra. Además, tal y como siempre digo, una cantimplora llena hace mucho menos ruido que una medio vacía.

»A las cuatro de esa misma tarde nos aproximamos desde el sur hasta un lugar desde donde poder establecer contacto visual con el pueblo de Princeton con la ayuda de los prismáticos. Nos echamos en el suelo y pasamos a hacer turnos de una hora: uno observaba y tomaba notas, otro se encargaba de la seguridad y el otro descansaba. Permanecimos en esa posición hasta que oscureció; luego retrocedimos, giramos hacia el este y volvimos a aproximarnos a la localidad desde el norte. Como era noche cerrada, pudimos acercarnos a unos cuarenta y cinco metros de una de las casas.

»Se escuchaban voces, pero no alcanzábamos a entender aquello que decían, excepto cuando de tanto en tanto gritaban alguna obscenidad o alguna blasfemia. Permanecimos en esa posición hasta poco antes del amanecer; luego retrocedimos unos doscientos metros hasta la zona de árboles para observar desde allí durante el día siguiente. Me parece que ninguno durmió durante aquella noche, pero sí que lo hicimos a lo largo del día siguiente. Empezamos a notar el cansancio extremo. En cuanto me llegaba el turno de descanso, me quedaba dormido en un abrir y cerrar de ojos. Cuando el sol se puso al final de la tarde de ayer, retrocedimos otros doscientos metros y seguimos el azimut hasta llegar a la base del monte Mica; desde allí, por estima, navegamos de vuelta hasta el refugio. En ningún momento, durante el tiempo que nos mantuvimos allí, tuvimos ningún indicio de que hubieran advertido nuestra presencia.

Después de decir esto, Jeff cogió su libreta.

—Fuerza —leyó—: El número total de personas observadas ha sido veinticuatro. De estos, todos, excepto dos, han sido identificados, sin ningún género de dudas, como miembros de la banda de motoristas. De estos veintidós individuos, dieciocho eran hombres y cuatro eran mujeres. También vimos en una ocasión a dos niños que iban corriendo de casa en casa, pero no estamos seguros de si eran del pueblo o si viajaban con la banda. Durante el periodo de observación detectamos cuatro cadáveres tirados en medio de la calle.

«Vehículos: hemos contado dieciocho motocicletas aparcadas en distintos lugares. La mayoría de ellas eran Harleys, cinco de ellas llevaban fundas para guardar rifles o escopetas. También vimos una caravana de marca Ford, a la que los motoristas tenían acceso tres o más veces durante el día. Daba la impresión de tratarse de un vehículo de apoyo. Posiblemente tuviesen más, pero resulta difícil asegurarlo, ya que había varios vehículos más en la zona. Algunos era evidente que no funcionaban, pero otros sí parecían operativos y cabe la posibilidad de que perteneciesen a los motoristas.

BOOK: Patriotas
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