Panteón (18 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Panteón
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—¿Qué me dices ahora, Kirtash? —sonrió ella—. ¿Me perteneces... o no?

Por toda respuesta, Christian la besó apasionadamente, como jamás había besado a ninguna mujer.

«No soy yo», pensó, por un momento. «Yo nunca perdería el control de esta manera. Nunca. Ni siquiera por...»

El nombre de la mujer a la que realmente amaba quedó ahogado entre sus pensamientos por el suave perfume floral que emanaba de la piel y el cabello de Gerde.

Entonces, cuando estaba completamente enredado en su cuerpo, cuando el deseo había ya tomado las riendas de su racionalidad, Gerde se lo quitó de encima con una risa cruel. Christian dio un paso adelante para volver a acercarse a ella, pero el hada extendió la mano hacia él para marcar las distancias.

—Quieto —ordenó, y Christian, aunque no soportaba estar tan lejos de ella, obedeció. Respiró hondo y, poco a poco, fue recobrando la cordura—. Las cosas han cambiado un poco. Puede que a mí ya no me interese un medio shek. Eres poca cosa para alguien como yo, Kirtash.

Christian le dirigió una mirada repleta de frío odio.

—No soy un medio shek. Tú, mejor que nadie, deberías saber que mi esencia de shek está intacta. Soy un shek completo.

—Y también eres un completo humano —replicó el hada con una sonrisa cruel.

—No creo que eso te importe en el fondo —observó Christian—. Tus magos son completos humanos, o completos szish. Inferiores a mí.

—Oh, ¿estás celoso?

—Celoso, no. Solo herido en mi orgullo —replicó él con frialdad.

—No, Kirtash, tendrás que ganarte el privilegio de tocarme.

—¿Qué te hace pensar que tengo interés en tocarte?

Gerde alzó una de sus finas y arqueadas cejas, con una sonrisa burlona, y Christian sintió que el deseo volvía a apoderarse de él. Luchó por dominarlo, furioso al saberse en manos del hada, al saber que ella estaba jugando con él, y que, por primera vez, era ella quien lo controlaba a él.

Gerde se acercó a él, un poco más. Lo miró por debajo de sus espesas pestañas.

—Estás solo, Kirtash —lo arrulló—. Completamente solo. Tu chica unicornio ha perdido su cuerno; sin él, no es más que una humana corriente. No será capaz ya de contener al dragón. Tarde o temprano, él te matará, si no lo has matado tú antes. Y entonces, ¿qué? ¿Qué harás? ¿Adonde irás?

Christian no respondió.

—Quédate con nosotros —le susurró Gerde al oído—. Con tu gente. Con tu diosa.

El shek alzó la cabeza.

—¿Qué es lo que quieres de mí?

Gerde rió con suavidad.

—No pierdes facultades, Kirtash. Cierto, quiero algo de ti. Quiero que hagas algo por mí. Y lo harás, porque sabes, en el fondo... que no tienes elección. Porque es una cuestión de lealtades, y porque nunca has dejado de pertenecerme.

Lo besó de nuevo. Christian cerró los ojos y la dejó hacer. Cuando ella dio un paso atrás y lo miró de arriba a abajo, evaluadoramente. Christian no dijo nada, ni movió un solo músculo.

—Estás un poco más alto —comentó—. Todo un hombre ya. Y sigues tan atractivo como te recordaba. Lástima —suspiró—, tengo ya planes para esta noche. Pero si no me fallas esta vez, si cumples la misión que te voy a encomendar, puede que olvide algunos pequeños asuntos... Y, quién sabe... tal vez te invite a pasar alguna noche en mi árbol. Por los viejos tiempos, ¿eh?

Christian no dijo nada, pero apretó los puños inconscientemente. Gerde sonrió y volvió a acercarse a él. Se puso de puntillas para hablarle al oído, y su suave aliento acarició la mejilla del shek.

—Escúchame, porque no voy a repetirlo dos veces. Escucha lo que quiero que hagas. Si obedeces, te recompensaré... y valdrá la pena, créeme. Si no lo haces... te mataré.

Y algo en su tono de voz, algo oscuro y poderoso, que Christian conocía muy bien, lo hizo estremecerse de terror de los pies a la cabeza.

—¿Me has entendido? —preguntó ella.

—Sí —respondió Christian en voz baja.

—¿Cómo has dicho?

El shek alzó la cabeza, pero, una vez más, fue incapaz de soportar la fuerza de la mirada de Gerde.

—Sí, mi señora —se corrigió.

V

Buenas y malas noticias

Los primeros rayos de luz de Kalinor bañaron el rostro de Jack a primera hora de la mañana. El muchacho parpadeó, somnoliento, pero no tardó en situarse. Bajó la mirada y vio a Victoria, profundamente dormida entre sus brazos, su cascada de bucles oscuros desparramada sobre las sábanas. Se dio cuenta de que le había crecido muchísimo el pelo en todo aquel tiempo. Jack acarició aquel manto de cabello castaño, todavía un poco dormido.

Entonces los detalles de lo que había pasado la noche anterior acudieron a su memoria. Abrió los ojos del todo, bruscamente, y contempló de nuevo a Victoria, entre maravillado y confuso, como si la viera por primera vez. Y sí, había algo distinto en ella, aunque no habría sabido decir el qué, y el apabullante torrente de pensamientos que inundaba su mente le impedía pensar con claridad.

Volvió a cerrar los ojos un momento, disfrutando de la sensación de tener el cálido cuerpo de Victoria tan cerca del suyo. Todavía estaba algo aturdido y le costaba asimilar tantas emociones, y ordenar ideas y sentimientos. Pese a ello, no pudo evitar que una sonrisa iluminase su rostro.

No había sucedido exactamente como él había pensado. Los nervios, la timidez y la inexperiencia habían entorpecido sus movimientos; por suerte, el amor, la ternura y la confianza habían salvado aquella noche de ser un desastre total. Jack suspiró para sus adentros. En el fondo de su ser había temido que Victoria ya hubiese pasado antes por aquello; que Christian, más seguro de sí mismo, mayor y más experimentado, se hubiera adelantado a Jack. Pero había resultado que no: que él, Jack, era el primero. Le había sorprendido gratamente. No solo porque a su orgullo masculino le sentaba muy bien haber obtenido aquel pequeño triunfo sobre su rival, sino también porque, aunque jamás lo confesaría, había sido para él un alivio saber que Victoria no tenía nada con que comparar la experiencia de aquella noche.

Se arrepintió enseguida de aquellos pensamientos, recordando que Christian solía reprocharle, no sin razón, que tendía a tratar a Victoria como si fuera un trofeo que ambos debieran disputarse. Sonrió. «No, Victoria», le dijo a la joven en silencio. «Esto es solo entre tú y yo. Y me siento feliz por haberlo compartido contigo».

Siguió contemplándola, callado, hasta que ella abrió lentamente los ojos, parpadeando. Vio a Jack y le sonrió, todavía desde la bruma que separa el sueño de la vigilia.

—Buenos días —dijo él en voz baja.

Victoria terminó de despejarse, y también ella lo recordó todo de golpe. Jack nunca olvidaría la cara que puso, sus grandes ojos aún más abiertos, un ligero rubor tiñendo sus mejillas.

—Oh... vaya —fue todo lo que dijo.

La sonrisa de Jack se hizo más amplia.

—¿Cómo estás? ¿Te encuentras bien?

Victoria se acurrucó junto a él y se cubrió aún más con la sábana, presa de un súbito pudor.

—Estoy bien... creo.

—Me alegro —dudó un momento antes de añadir—. No... no ha sido como imaginábamos, ¿verdad?

—No, ha sido un poco raro —confesó ella en voz baja—. Pero no me arrepiento. Supongo que en estas cosas, como en todo... se mejora con la práctica, ¿no crees?

Un gran alivio inundó el pecho de Jack. Lo quisiera o no, se sentía responsable.

—Estoy seguro. Y yo estoy dispuesto a practicar todo lo que haga falta —añadió, muy convencido.

Victoria se rió, pero el rubor de sus mejillas se hizo un poco más intenso. Jack sonrió y la besó con ternura.

—En el fondo me alegro de haber sido tu primera chica —susurró ella.

—No sé, tal vez habría salido mejor si yo hubiese tenido más... —se detuvo y la miró, boquiabierto—. ¿Pensabas que no eras la primera? —Lo entendió de pronto—. ¿Pensabas que Kimara y yo...?

—No lo pensaba —se apresuró a explicar ella—. Pero he pasado mucho tiempo enferma, y tú estabas solo, y ella andaba por aquí... —hizo una pausa—. No lo creía en realidad. Pero tenía alguna duda al respecto.

—Pues ya no la tienes —respondió Jack, aún perplejo—. O no deberías tenerla. Sabes que yo no soy así.

Parecía molesto. Victoria se abrazó a él y frotó la mejilla contra su hombro.

—No te enfades. No te lo habría reprochado. Pero... te agradezco mucho que me esperaras.

Jack se calmó al instante.

—También tú me has esperado —le dijo con cariño—. Y también tenía mis dudas.

Victoria entendió a qué se refería.

—Las cosas pasan cuando tienen que pasar —susurró, repitiendo algo que Christian le había dicho tiempo atrás.

Jack suspiró para sus adentros y la estrechó entre sus brazos. La miró de nuevo y se perdió en los rasgos de su rostro, enmarcado por aquella larga cabellera de bucles castaños; en su dulce sonrisa, en sus grandes y expresivos ojos oscuros.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó entonces—. Ni siquiera estoy seguro de saber la edad que tengo.

—Tampoco yo. Pero, ¿realmente importa? ¿Después de todo lo que ha sucedido?

Jack meditó la pregunta.

—Supongo que no. Supongo que en el fondo somos mucho mayores de lo que deberíamos.

—En el fondo —asintió Victoria—. Creo que hace mucho tiempo que dejé de ser una niña.

—Sé a qué te refieres. Yo me siento igual.

Volvió a mirarla, intrigado, buscando en su rostro algo que evidenciara ese cambio de adolescente a joven mujer que se le había pasado por alto. Y fue entonces cuando descubrió qué era aquello que había en ella, que le chocaba, pero que no terminaba de ubicar. Su corazón se olvidó de latir por un breve instante.

—Victoria —musitó, maravillado—. Mira... mírate.

Señaló su frente, con un dedo tembloroso. La chica abrió mucho los ojos y se llevó la mano allí, vacilante. Temía sentir en la yema de los dedos aquel frío oscuro que delataba la presencia de aquel agujero de nada que marcaba su rostro desde que Ashran le arrebatara el cuerno, pero no percibió nada. Poco a poco, acercó más los dedos a su piel, hasta llegar a rozarla.

Nada. Su frente parecía volver a estar completamente lisa.

Jack también recorrió la zona con los dedos. Se miraron.

—¿Qué crees que quiere decir? —susurró ella, asustada—. ¿Crees que el unicornio ha...?

No fue capaz de terminar la frase. Se había quedado blanca como el papel. Jack le cogió el rostro con ambas manos y escudriñó el fondo de sus ojos. Victoria contuvo el aliento.

—No estoy seguro —dijo él al cabo de un rato que a ella se le hizo eterno—. Pero casi diría que... casi diría...

—Lunnaris no ha muerto —susurró Victoria—. Sigue viva en mi interior, ¿verdad? Se está... se está curando.

—Creo que sí, Victoria —dijo Jack, emocionado.

Victoria reprimió un grito de alegría y se lanzó a sus brazos. Jack parpadeó varias veces para retener un par de lágrimas indiscretas.

—Quizá deberías probar a transformarse —opinó; pero Victoria lo miró, asustada.

—¿Qué...? No, no, es demasiado pronto. No seré capaz.

—¿Cuánto tiempo hace que no lo intentas?

Victoria calló un momento, pensando.

—Es verdad —dijo entonces en voz baja—. Pero, ¿qué pasa con mi cuerno? ¿Cómo puedo sobrevivir como unicornio si no tengo cuerno?

—No lo sé. Habrá que preguntarle a Qaydar... De todas formas, se va a alegrar mucho cuando se entere.

—Y Christian también —añadió Victoria, sonriente; alzó la mano para mirar de cerca su anillo. Frunció el ceño al sentir algo raro en él.

Jack se quedó helado y la miró con una expresión extraña. Victoria lo notó.

—¿Qué pasa?

—¿Llevabas puesto su anillo? ¿Mientras estábamos... juntos? ¿Tú y yo?

Parecía enfadado. Victoria le puso una mano sobre el brazo, para tranquilizarlo.

—No me lo quito nunca, Jack —le dijo con serenidad—. Ya deberías saber por qué.

Jack temblaba.

—Sí, sé que tenéis una especie de... conexión, o comunicación a través de esa cosa. Y mira, cuando estés a solas con él puedes hacer lo que quieras, pero no estoy dispuesto a aguantar que, si tú y yo...

—No —interrumpió ella—. No tenemos esa conexión ahora, Jack. Christian la cortó anoche.

Jack se relajó solo un poco.

—¿Que cortó la conexión? ¿Por qué?

—Para dejarnos intimidad a ti y a mí. Así que estuvimos completamente solos. Tú y yo.

Jack pareció tranquilizarse del todo. Victoria volvió a concentrarse en su anillo.

—Pero no ha vuelto a restaurarla —murmuró, preocupada—. Y ya hace rato que ha amanecido.

—Tal vez quiera seguir dejándonos en la intimidad —sonrió Jack—. Ya sabes... por si queríamos repetir.

De pronto, la piedra de Shiskatchegg se iluminó con un suave resplandor azulado. Victoria lanzó una breve exclamación de alegría y se incorporó sobre la cama.

—Viene hacia aquí —anunció.

Jack asintió, comprendiendo que el momento había pasado. Había cosas más importantes en qué pensar, se dijo. Y no se trataba de la inminente llegada de Christian: era necesario averiguar qué estaba sucediendo con el unicornio que habitaba en el interior de Victoria.

Las instalaciones de los Nuevos Dragones en Thalis eran impresionantes. Cuatro torres, unidas entre sí por larguísimas murallas, delimitaban el amplio espacio cedido por la reina Erive para Tanawe y los suyos. En aquella zona reposaban un buen número de dragones artificiales, cada uno en un cobertizo que daba a una plaza desde la que podían despegar sin problemas. Las torres y las murallas no estaban ahí solamente para cercar el espacio, sino también como mecanismo de defensa. Nunca faltaban en ellas vigías que escrutaban los cielos, dispuestos a dar la alarma si se acercaban los sheks. Los Nuevos Dragones eran conscientes de que en aquella base lo tenían todo: allí se fabricaban los dragones que habían plantado cara a la invasión shek, y si la base era atacada y destruida, tendrían que empezar desde cero otra vez. De ahí que tomasen tantas precauciones, y por eso la misma reina de Raheld había destinado una parte de su ejército a la protección de aquel lugar.

Sin embargo, los sheks nunca aparecían. Ninguno de ellos se había acercado a la base ni siquiera por casualidad. Habían dejado que fuera construida, y habían permitido que de ella salieran los más de cuarenta dragones que habían fabricado hasta la fecha. Parecía como si no les importara; como si, o bien no los consideraran una amenaza, o bien, simplemente, hubiesen perdido ya toda esperanza de vencer.

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