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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

Out (12 page)

BOOK: Out
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—Esta lluvia es deprimente —murmuró Yoshiki mirando por la ventana.

Se había lavado y se había sentado a la mesa para desayunar. Masako pensó que la observación era válida tanto para la lluvia como para el ambiente que reinaba en casa.

Le parecía agobiante tener que sentarse delante de su marido, sin la radio o la tele puestas, sólo con el ruido de la lluvia de fondo. Se masajeó las sienes doloridas por el cansancio. Yoshiki bebió un sorbo de café y abrió el periódico, de donde cayeron varios folletos de propaganda. Masako los recogió y echó un vistazo a los anuncios de los supermercados.

—¿Qué te ha pasado en el brazo? —preguntó Yoshiki de repente. Masako levantó la cabeza y lo miró como si no hubiera entendido la pregunta—. Tu brazo —repitió él señalando su brazo izquierdo—. Tienes un morado.

—Me di un golpe en la fábrica —respondió Masako frunciendo el ceño.

No estaba segura de que Yoshiki la creyera, pero no le hizo más preguntas. Entonces se acordó de que había estado pensando en Kazuo Miyamori mientras observaba su morado. Yoshiki era muy sensible para esas cosas y abrigaba alguna sospecha, pero aun así optó por no insistir. No quería saber nada. Resignada, Masako encendió un cigarrillo. Yoshiki, que no fumaba, se volvió irritado hacia la ventana.

De pronto se oyó un ruido en la escalera. Yoshiki se puso tenso. Masako desvió la vista hacia la puerta del comedor y vio entrar a Nobuki con una camiseta tres tallas grande y unos pantalones hasta las rodillas. Antes de entrar cambió la energía con la que había bajado la escalera por una pose apática y desganada que no alcanzaba a disimular su mirada de disgusto por todo lo que lo rodeaba o su gran boca hostilmente cerrada. En cuanto perdiera esa insolencia sería clavado a su padre. Se acercó a la nevera, abrió la puerta y bebió de una botella de agua mineral.

—Coge un vaso —le dijo Masako, pero él no le hizo caso y siguió bebiendo. Al ver cómo su nuez subía y bajaba sin reposo, Masako no pudo contenerse—. Aunque no quieras hablar, me puedes oír, ¿verdad?

Se levantó rauda de la mesa y trató de arrebatarle la botella. Sin embargo, Nobuki, que en los últimos meses había pegado un estirón y se había fortalecido, la apartó de un codazo y la envió contra el fregadero. Como si no hubiera pasado nada, Nobuki tapó la botella y la metió de nuevo en la nevera.

—Me da igual que no quieras hablar, pero al menos compórtate como es debido.

Nobuki hizo una mueca de sorpresa y la contempló con indiferencia. Al ver su reacción, Masako sintió que su hijo se había convertido en un extraño, en un chico muy desagradable. Sin pensárselo dos veces, alargó el brazo y le dio una bofetada. Notó que la piel de la mejilla estaba tirante y había perdido la suavidad de antaño. Inesperadamente, sintió dolor en la palma de la mano. Nobuki se quedó atónito; al cabo de unos segundos pasó junto a su madre y se encerró en el lavabo sin decir una palabra.

No sabía qué esperaba conseguir, pero sus gestos y palabras se revelaron tan inútiles como regar un desierto. Masako se miró la palma enrojecida y se volvió hacia Yoshiki. El marido permaneció inmóvil, leyendo el periódico, como si Nobuki no existiera.

—Déjalo —dijo por fin—. No tiene remedio.

Al parecer, Yoshiki había optado por ignorar a su hijo; para conseguir cierta estabilidad espiritual, evitaba relacionarse con personas inmaduras. A su vez, Nobuki seguía resentido con su padre porque éste no le había brindado su ayuda tras el conflicto del instituto. En verdad, los tres miembros de la familia estaban tan separados que resultaba difícil entender por qué vivían bajo el mismo techo.

«¿Cómo reaccionarían si les dijera que en el maletero del coche hay un cadáver?», pensó Masako. ¿Nobuki se sorprendería tanto como para exclamar algo? ¿Yoshiki se enfurecería tanto como para pegarle? No. Sin duda, ninguno de los dos se lo creería. Masako empezó a pensar que era ella, precisamente, la que se encontraba más alejada de su familia; a pesar de ello, no se sentía triste.

Al cabo de unos minutos, su marido y su hijo se fueron al trabajo y por fin la casa recuperó la calma. Masako apuró el café y se tumbó en el sofá del comedor para dormir un poco. Sin embargo, no pudo pegar ojo.

El interfono sonó de pronto.

—Soy yo —anunció Yoshie tímidamente.

Aunque Masako dudaba si acudiría, su compañera era demasiado leal para fallarle. Al abrir la puerta, vio a Yoshie con las mismas prendas que llevaba en la fábrica (pantalones de chándal con las rodillas gastadas y camiseta de un rosa descolorido) y mirando aterrorizada hacia el interior de la casa.

—No está aquí; está en el maletero —dijo Masako mientras señalaba el coche, aparcado junto a la puerta.

Yoshie dio un respingo.

—No voy a poder. ¿Puedo echarme atrás? —preguntó mientras entraba en la vivienda y se arrodillaba en el recibidor.

Masako observó la cabeza de su compañera, que lucía una permanente desastrada. Como esperaba una reacción semejante, no se sorprendió en absoluto.

—Si te digo que no, ¿irás a la policía? —le preguntó finalmente.

Al escuchar sus palabras, Yoshie levantó la cabeza. Estaba pálida.

—No —respondió negando con fuerza—. No lo haré.

—Pero no me vas a devolver el dinero. Es decir, que tu hija va a ir de excursión con mi dinero y aun así no piensas ayudarme, aunque sea la primera vez que te pido un favor.

—No se trata de un favor cualquiera. Me estás pidiendo que te ayude a encubrir un asesinato.

—Es la primera vez que te pido un favor.

—Se trata de un asesinato —insistió Yoshie.

—Así, ¿lo harías si fuera algo diferente? ¿Un robo? ¿Un atraco? ¿De verdad crees que es tan diferente?

Masako se quedó pensativa. Yoshie abrió los ojos escandalizada y esbozó una leve sonrisa.

—Claro que es diferente.

—¿Quién lo dice?

—No es que lo diga alguien. Las cosas son así.

Masako observó a su compañera, que había vuelto a bajar los ojos y se pasaba las manos por el cabello. Era un gesto que acostumbraba a hacer cuando estaba nerviosa.

—De acuerdo —dijo por fin—. Al menos, ayúdame a llevarlo hasta el baño. Sola no puedo.

—Tengo que irme —adujo Yoshie—. Mi suegra está a punto de despertarse.

—No nos llevará mucho tiempo —dijo Masako mientras se ponía las sandalias de Yoshiki y salía fuera.

Aún llovía, por lo que la calle estaba desierta. Enfrente de la casa de Masako había un solar vacío destinado a la construcción de viviendas. Las casas emplazadas a ambos lados estaban muy cerca de la suya, de modo que la puerta de entrada que daba en un ángulo muerto, al amparo de cualquier mirada indiscreta.

Sacó la llave del bolsillo y echó un vistazo a su alrededor. Nadie a la vista. Era una buena oportunidad, pero Yoshie aún no había salido.

—¿Vas a ayudarme? —le preguntó irritada.

—Sólo a llevarlo —respondió Yoshie resignada al tiempo que aparecía ante la puerta.

Masako cogió la tela encerada que había dejado preparada en la entrada. Yoshie seguía en el umbral, dubitativa; Masako rodeó el vehículo y abrió el maletero.

—¡Ah! —exclamó Yoshie al mirar por encima del hombro de Masako.

El rostro sin vida de Kenji parecía mirarlas. Seguía con los ojos entreabiertos y una expresión relajada. Un hilo de saliva seca le atravesaba la mejilla. Las extremidades se le habían quedado rígidas, las rodillas ligeramente flexionadas, las manos flotando delante de su rostro y los dedos doblados, como si tratara de agarrar algo. En el cuello, extrañamente largo, tenía unos rasguños rojizos. Masako recordó que la noche anterior Yayoi le había desenrollado el cinturón y se lo había puesto de nuevo alrededor de la cintura. Entonces oyó la voz de Yoshie.

—¿Qué dices? —le preguntó. Al volverse, vio a Yoshie con las manos juntas ante el pecho, recitando una oración budista—. Deja de hacer eso, nos van a descubrir —le ordenó Masako—. Ayúdame a meterlo en casa.

Ignorando la agria mirada de Yoshie, Masako envolvió a Kenji con la tela encerada y lo cogió por debajo de las axilas. A continuación hizo un gesto a Yoshie. Muy a su pesar, ésta agarró el cadáver de Kenji por las piernas y lo sacaron del maletero. El hecho de que el cuerpo estuviera rígido facilitaba las cosas, pero aun así pesaba mucho y era difícil de manejar. Tambaleándose por el esfuerzo, consiguieron cubrir la escasa distancia que había hasta el umbral e introducirlo en la vivienda.

—Hasta el baño, Maestra —dijo Masako entre jadeos.

—De acuerdo —repuso Yoshie a la par que se quitaba las zapatillas de lona y entraba en la casa—. ¿Dónde está? —Al fondo.

Después de varias pausas para descansar, llegaron al final del pasillo y lo depositaron en la pequeña sala que daba acceso al baño. Masako le quitó la tela encerada del cuerpo y la puso en la zona alicatada del baño, al lado de la bañera, para evitar que quedaran restos de carne en las juntas de las baldosas.

—Pongámoslo aquí —dijo.

Yoshie asintió con la cabeza, sin oponer resistencia. Volvieron a coger el cuerpo y, tal como había planeado Masako, lo pusieron en diagonal en el espacio rectangular contiguo a la bañera, en la misma pose en que había estado en el maletero.

—Pobre —dijo Yoshie—. Mira que acabar así... Poco debía de imaginarse que su esposa se lo cargaría. Al menos descansará en paz.

—Yo no estaría tan segura...

—¿Cómo puedes ser tan fría? —le reprochó Yoshie con un tono cada vez más sereno.

—Voy a buscar unas tijeras —anunció Masako—. ¿Me ayudarás a quitarle la ropa?

—¿Qué piensas hacer?

—Hacer jirones y deshacerme de ella.

Yoshie suspiró profundamente.

—¿Has comprobado si lleva algo en los bolsillos? —preguntó con voz firme.

—Todavía no —respondió Masako—. Debe de llevar la cartera y el abono del tren. Compruébalo tú misma.

Cuando volvió con unas tijeras de coser, Yoshie ya había dispuesto el contenido de los bolsillos en la puerta del baño: una cartera gastada de piel negra, un llavero, un abono de tren y varias monedas. Masako inspeccionó el interior de la cartera y encontró varias tarjetas de crédito y casi treinta mil yenes en metálico. Las llaves que colgaban del llavero debían de ser las de casa.

—¿Lo tiramos todo?

—¿Y el dinero?—preguntó Yoshie.

—Quédatelo.

—Pero es de Yayoi —observó Yoshie—. Aunque sea extraño devolverle el dinero a quien ha acabado con él... —añadió para sí.

—Exacto. Quédatelo, por las molestias.

Yoshie asintió aliviada. Masako introdujo el llavero, la cartera vacía, las tarjetas de crédito y el abono del tren en una bolsa de plástico, con la intención de enterrarla en uno de los muchos solares que había en el barrio.

Yoshie se embutió el dinero en el bolsillo de los pantalones, con cara de circunstancias.

—Es raro que alguien que ha sido estrangulado vaya aún con corbata, ¿verdad? —observó tranquilamente mientras intentaba deshacer el nudo de la corbata de Kenji.

Al comprobar que tardaba más de la cuenta, Masako se puso nerviosa.

—No tenemos tiempo que perder —dijo—. No podemos arriesgarnos a que aparezca alguien en cualquier momento. Es mejor que la cortes.

—¿Acaso no tienes ningún respeto por un muerto? —le espetó Yoshie—. No seas cruel. Da igual que no lo conocieras.

—¿Un muerto? —repuso Masako mientras ponía los zapatos de Kenji en una bolsa—. Para mí no es más que un objeto.

—¿Un objeto? —exclamó Yoshie—. ¿Estás diciendo que para ti no es una persona?

—Lo era, pero ya no —explicó Masako—. Yo lo veo así.

—Pues te equivocas —repuso Yoshie, con la voz trémula de indignación—. Si él es un objeto, entonces, ¿qué es mi suegra?

—Un ser humano vivo.

—No estoy de acuerdo —objetó Yoshie—. Si este tipo es un objeto, mi suegra también lo es. Y nosotras también. Tanto los vivos como los muertos somos objetos. No hay ninguna diferencia.

Masako quedó impresionada por las palabras de Yoshie. Recordó el momento en que había abierto el maletero en el parking de la fábrica. Había amanecido, estaba lloviendo y se había sentido viva, animada. En cambio, el cadáver estaba ahí, inerte. Tal vez hubiera decidido considerarlo un objeto para controlar el miedo que le producía.

—Pensar que las personas vivas son personas y que los muertos son objetos es una equivocación. Eso es arrogante.

—Tienes razón. Pero así es más fácil.

—¿Por qué?

—Admito que tal vez esté equivocada, pero si pienso que es igual que yo no podré hacerlo.

—¿Hacer qué?

—Cortarlo en pedazos.

—Pero ¿por qué tienes que hacerlo? —gritó Yoshie—. El cielo nos castigará.

—Me da igual.

—¿Por qué? ¿Por qué te da igual?

Le daba igual, pensó Masako, porque aceptaría cualquier castigo que se le impusiera. Como Yoshie era incapaz de entenderla, no contestó y se dispuso a quitar los calcetines a Kenji.

Al tocar su piel por primera vez, sintió un escalofrío y se preguntó si realmente podría desmembrarlo como tenía pensado. La sangre fluiría a borbotones y las vísceras saldrían al exterior. Las ganas de ponerse a prueba que había sentido por la mañana se desvanecieron. Su corazón empezó a latir más despacio y sintió un leve mareo. Mirar o tocar un cadáver iba en contra del instinto humano.

—Me repugna tocarlo —dijo Yoshie como si le hubiera leído el pensamiento—. ¿Tienes guantes?

Masako fue a buscar los guantes y delantales que había cogido en la fábrica. Mientras, Yoshie dobló cuidadosamente la corbata y empezó a desabrochar uno a uno los botones de la camisa. Masako le dio a Yoshie unos guantes, se puso ella un par y empezó a cortar los pantalones, comenzando por la parte inferior de la pernera. Al cabo de unos minutos, Kenji estaba desnudo. Al parecer, la sangre se le había acumulado en el lado sobre el que reposaba en el maletero y ahora tenía unas manchas violáceas en el costado.

—Cuando murió mi marido yo misma lavé su cuerpo —susurró Yoshie mirando el pene encogido de Kenji—. ¿No crees que deberíamos llamar a Yayoi? No sé si está bien que nosotras lo hagamos todo —añadió con el delantal en la mano.

—Venga —dijo Masako harta de tanta sensiblería—. Tenemos su permiso. Si después se arrepiente es su problema. —Yoshie lanzó una mirada aterrorizada a su compañera y suspiró. Como sabía que la iba a interrumpir, Masako añadió—: Primero le cortamos la cabeza. No soporto que nos mire así.

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