Oscuros. El poder de las sombras (7 page)

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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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—Al bloque de la mañana lo llamamos «humanidades» —explicó Jasmine—, aunque sería más apropiado llamarlo «angelología». Francesca y Steven enseñan juntos. Es parte del trato aquí, una especie de yin y yang. De esta manera, bueno, ningún estudiante resulta… influenciado.

Luce se mordió el labio. Habían llegado a lo alto de la escalera y se encontraban en la terraza en medio de un grupo de estudiantes. Todo el mundo empezó a cruzar tranquilamente las puertas correderas de cristal.

—¿Qué quieres decir con que nadie resulte influenciado?

—Ambos son ángeles caídos, pero optaron por bandos distintos. Ella es un ángel, y él, más bien un demonio.

Dawn hablaba con tranquilidad, como si charlara sobre yogures de diferentes sabores. Al ver cómo Luce abría los ojos añadió:

—No es que se puedan casar ni nada por el estilo… aunque sería una gran boda. Simplemente, viven en pecado.

—¿Me estás diciendo que un demonio enseña humanidades? —preguntó Luce—. ¿Y eso está bien?

Dawn y Jasmine se miraron entre ellas y se echaron a reír.

—Está muy bien —contestó Dawn—. Ya verás como cambias de opinión respecto a Steven. Vamos, tenemos que entrar.

Luce entró en el aula con los demás. Era una estancia amplia formada por tres grandes escalones sobre los cuales se encontraban los pupitres, que se orientaban hacia un par de mesas largas. La mayor parte de la luz provenía de unas claraboyas. La luz natural y el techo elevado hacían que el aula pareciera incluso más grande de lo que era en realidad. La brisa oceánica penetraba por las puertas abiertas y hacía que el ambiente fuera relajado y fresco. No podía ser más diferente a Espada & Cruz. Luce se dijo que la Escuela de la Costa incluso le podría llegar a gustar de no ser porque el único motivo por el que se hallaba allí, la persona más importante de su vida, no estaba allí. Se preguntó si Daniel pensaba en ella. ¿La estaría echando tanto de menos como ella a él?

Luce eligió una mesa cerca de las ventanas, entre Jasmine y un chico agradable y discreto vestido con vaqueros, una gorra de los Dodgers y una sudadera de color azul marino. Había unas cuantas chicas de pie cerca de la puerta del baño. Una de ellas tenía el pelo ondulado y llevaba unas gafas cuadradas de color violeta. Cuando Luce la vio de perfil, estuvo a punto de saltar de su asiento.

Penn.

Pero cuando la chica se volvió hacia Luce, vio que su rostro era más cuadrado, que la ropa le iba un poco más ajustada y que tenía una risa un poco más estridente; Luce se sintió languidecer. Claro que no era Penn. Y nunca lo sería.

Luce se dio cuenta de que los demás compañeros la miraban, que algunos de ellos tenían la vista clavada en ella. La única que no lo hacía era Shelby, que se limitó a saludar a Luce con la cabeza.

No era una clase grande, apenas veinte pupitres dispuestos sobre los peldaños y de cara a las dos largas mesas de caoba que había delante. Detrás de ellas, dos pizarras blancas. Dos estanterías a cada lado. Dos papeleras. Dos lámparas de escritorio. Dos ordenadores portátiles, uno en cada mesa. Y dos profesores, Steven y Francesca, que cuchicheaban frente a frente ante la clase.

Con un gesto que Luce no esperaba, posaron su mirada también en ella antes de encaminarse hacia sus mesas. Francesca se sentó sobre una, colocando una pierna debajo de la otra de modo que uno de sus altos tacones rozaba el suelo de madera. Steven se apoyó en la otra mesa, abrió su pesada cartera de cuero de color granate y se puso el bolígrafo entre los labios. Pese a que ya tenía unos años, resultaba atractivo, aunque Luce hubiera preferido que no lo fuera. Le recordaba a Cam, y lo engañoso que podía llegar a ser el encanto de un demonio.

Se había hecho a la idea de que el resto de la clase sacaría libros que ella no tenía y analizaría lecturas que ella no había podido hacer, así que podía abandonarse a la sensación de apabullamiento y a soñar despierta en Daniel.

Pero no ocurrió nada de eso. Y la mayoría de sus compañeros seguían dirigiéndole miradas furtivas.

—A estas alturas todos os habréis dado cuenta de que hoy damos la bienvenida a una nueva alumna. —Francesca tenía una voz grave y melosa, como la de una cantante de jazz.

Steven sonrió dejando ver el brillo de su blanca dentadura.

—Dinos, Luce, ¿qué te ha parecido hasta ahora la Escuela de la Costa?

Luce palideció mientras el resto de la clase se giraba ruidosamente hacia ella en sus pupitres.

El corazón empezó a latirle deprisa y se notó las palmas de las manos húmedas. Se encogió en el asiento, deseando ser simplemente una chica normal en una escuela normal, en su casa, en Thunderbolt, Georgia. En los últimos días, había deseado en más de una ocasión no haber visto nunca una sombra, ni haberse visto envuelta en una situación que había conducido a la muerte de amigos queridos, que la había llevado a tratar con Cam y que ahora impedía a Daniel estar junto a ella. Pero en ese punto sus pensamientos atribulados se detenían: ¿cómo ser normal y seguir con Daniel? Él distaba mucho de ser normal. Era imposible. Y ahí estaba ella, bien fastidiada.

—Todavía no me he acostumbrado a la Escuela de la Costa. —Le temblaba la voz, traicionándola, y reverberando en el techo inclinado—. Pero hasta el momento está muy bien.

Steven se rió.

—Bueno, Francesca y yo hemos pensado en ayudarte a sentirte cómoda aquí y por eso hoy vamos a posponer las presentaciones que hacen los estudiantes los martes por la mañana.

Al otro lado de la sala Shelby exclamó:

—¡Bien!

Luce observó que su compañera de habitación tenía sobre el pupitre una pila de tarjetas y un póster grande a los pies en el que se leía LAS APARICIONES NO SON TAN MALAS. Así que Luce la acababa de salvar de tener que hacer una presentación. Aquello tenía que ser bueno para la relación entre compañeras de habitación.

—Lo que Steven quiere decir —intervino Francesca— es que vamos a hacer un juego para romper el hielo.

Se bajó de la mesa y anduvo por la sala taconeando mientras repartía una hoja de papel a cada estudiante.

Luce esperó a oír el coro de quejidos que esas palabras suelen provocar en un grupo de adolescentes, pero todos sus compañeros se mostraban conformes. De hecho, se dejaban llevar sin oponer resistencia.

Cuando Francesca dejó el papel en el pupitre de Luce, dijo:

—Este ejercicio está pensado para que te hagas una idea de quiénes son algunos de tus compañeros y qué objetivos perseguimos en esta clase.

Luce miró el papel. En él había dibujadas viente casillas, cada una con una frase. Ella ya había jugado a ese juego en una ocasión, de pequeña, en unas colonias de verano al oeste de Georgia y también un par de veces cuando asistía a clases en Dover. Se trataba de ir por la sala y relacionar a cada alumno con una afirmación. Aquello la tranquilizó: había juegos para romper el hielo mucho más incómodos que aquel. Pero al analizar detenidamente las frases, esperando encontrar expresiones como «Tiene una tortuga como mascota» o «Le gustaría hacer paracaidismo», se inquietó al leer cosas como «Habla más de dieciocho idiomas» o «Ha visitado el Más Allá».

Iba a resultar lastimosamente notorio que Luce fuera la única de la clase que no era nefilim. Recordó entonces al camarero que les había llevado el desayuno a ella y a Shelby. Tal vez se sentiría más cómoda entre los becarios. Beaker Brady no sabía de la que se había librado.

—Si no hay preguntas —dijo Steven al frente de la sala—, ya podéis empezar.

—Salid fuera y disfrutad —añadió Francesca—. Tomaos todo el tiempo que necesitéis.

Luce siguió al resto de los alumnos a la terraza. Mientras se dirigían hacia la barandilla, Jasmine se apoyó en el hombro de Luce y señaló una casilla con su uña pintada de verde.

—Tengo un familiar que es querubín de pura sangre —dijo—. El viejo y loco tío Carlos.

Luce asintió, como si supiera lo que eso significaba y anotó el nombre de Jasmine.

—¡Oh! Y yo sé levitar —dijo tranquilamente Dawn señalando la esquina superior izquierda de Luce—. No es que lo haga todo el tiempo, pero por lo general después de tomar el café.

—¡Uau!

Luce intentó no demostrar asombro, pero no parecía que Dawn bromeara. ¿Era realmente capaz de levitar?

Cada vez se sentía más fuera de lugar, y para disimular buscó en la hoja algo que ella supiera hacer.

«Tiene experiencia en convocar Anunciadoras.»

Las sombras. La última noche en Espada & Cruz Daniel le había dicho el nombre con el que se las conocía. A pesar de que ella nunca las había «invocado», pues siempre se habían limitado a aparecer, Luce sin duda tenía cierta experiencia.

—Podéis poner mi nombre ahí —dijo señalando la esquina izquierda inferior del papel.

Jasmine y Dawn la miraron un poco sobrecogidas pero crédulas antes de proseguir cumplimentando el resto de la hoja. El corazón de Luce se había serenado un poco. Tal vez aquello no iba a salir tan mal.

En los minutos siguientes conoció a Lilith, una chica pelirroja muy remilgada que era una de las tres mellizas nefilim («Nos diferenciamos por nuestras colas vestigiales —explicó—. La mía tiene forma enroscada»); a Oliver, un muchacho de voz grave y rechoncho que había visitado el Más Allá en las vacaciones de verano del año anterior («Está tan sobrevalorado que casi resulta difícil de explicar»); y a Jack, al cual le parecía que empezaba a poder leer el pensamiento y que veía con buenos ojos que Luce le asignase esa habilidad. («Me parece que eso a ti te parece bien, ¿verdad?», afirmó emulando una pistola con los dedos y chasqueando la lengua.) A Luce le quedaban tres casillas por completar cuando Shelby le arrebató el papel de las manos.

—Hago estas dos cosas —dijo señalando dos casillas—. ¿Cuál prefieres?

«Habla más de dieciocho idiomas.» «Ha visto una vida pasada.»

—Un momento —susurró Luce—. ¿Has… puedes ver vidas pasadas?

Shelby arqueó repetidamente las cejas, estampó su firma en la casilla y luego escribió su nombre en la casilla de los «dieciocho idiomas» por si acaso. Luce se quedó mirando la hoja mientras reflexionaba acerca de todas sus vidas anteriores y lo fuera de su alcance que estaban. Había subestimado a Shelby.

Pero su compañera de habitación ya se había marchado. En el lugar de Shelby se encontró con el chico que se sentaba junto a ella en la clase. Era bastante más alto que Luce y tenía una sonrisa amplia y amistosa, la nariz pecosa y unos ojos azules claros. Había algo en él, incluso en el modo en que mordisqueaba el bolígrafo, que parecía… sólido. Luce sabía que aquella era una palabra muy rara para describir a alguien con quien nunca había hablado, pero no pudo evitarlo.

—Oh, ¡gracias a Dios! —dijo él riéndose mientras se daba una palmadita en la frente—. La única cosa que soy capaz de hacer es la que has dejado en blanco.

—¿Eres capaz de reflejar tu propia imagen o la de otros? —leyó Luce lentamente.

Sacudió la cabeza de un lado a otro y escribió su nombre en la casilla. Miles Fisher.

—Sin duda es algo que impresiona a alguien como tú, claro.

—Hum. Sí. —Luce se volvió para irse. Alguien como ella, que no sabía ni siquiera qué significaba eso.

—¡Eh, aguarda! ¿Adónde vas? —La agarró por la manga—. Vaya, parece que no has pillado el chiste sobre mí?

Al ver que ella negaba con la cabeza, la expresión de Miles se ensombreció.

—Solo quería decir que, comparado con el resto de la clase, apenas doy la talla. La única persona, excepto yo mismo, a la que he sabido reflejar fue mi madre. Asusté a mi padre durante unos diez segundos, pero luego el efecto desapareció.

—Espera. —Luce miró con asombro a Miles—. ¿Lograste una imagen reflejada de tu madre?

—Fue de forma accidental. Según parece, es fácil hacerlo con las personas a las que, bueno, a las que quieres. —Un débil tono sonrosado asomó en sus pómulos—. Ahora pensarás que soy una especie de niño de mamá. Lo que quiero decir es que mis poderes son muy débiles, y tú, en cambio, eres la famosa Lucinda Price.

Al decirlo, agitó los dedos de las manos con un gesto muy masculino.

—Ojalá la gente dejara de decir eso —rezongó Luce. Con la impresión de haber reaccionado con cierta brusquedad, suspiró y se apoyó en la barandilla de la terraza para mirar al mar. Todos los indicios que daban a entender que la gente de allí sabía más sobre ella que ella misma le resultaban muy difíciles de asimilar, pero no quería hacérselo pagar a ese chico.

»Lo siento —dijo—. Lo que pasa es que creía que yo era la única que no daba la talla. Dime, ¿cuál es tu historia?

—¡Oh! Yo soy lo que se llama un «diluido» —explicó él dibujando unas comillas exageradas en el aire—. Mamá tiene sangre de ángel en las venas, pero el resto de mi familia son todos mortales. Mis poderes son de un nivel incómodamente bajo. Sin embargo, estoy aquí porque mis padres dotaron la escuela con… bueno, con la terraza que pisas ahora.

—¡Uau!

—En realidad, no es tan impresionante. Mi familia está obsesionada con que venga a la Escuela de la Costa. Deberías ver la presión que hay en casa para que salga con «una buena chica nefilim».

Luce se echó a reír. Fue una de las primeras carcajadas auténticas en muchos días. Miles torció el gesto de modo amigable.

—He observado que has desayunado con Shelby esta mañana. ¿Es tu compañera de habitación?

Luce asintió.

—Hablando de buenas chicas nefilim… —dijo bromeando.

—Bueno, ya sé que es un poco… —Resopló, y con la mano hizo un gesto como si clavara las zarpas, lo cual hizo que Luce soltara otra carcajada—. De todos modos, no soy el alumno más brillante de aquí y sigo pensando que este lugar es de locos. Así que si alguna vez quieres disfrutar de un desayuno normal o de otra cosa…

Luce notó que, sin darse cuenta, asentía con la cabeza. «Normal». Esa palabra era música celestial para sus oídos mortales.

—¿Qué tal… mañana?

—Fantástico.

Miles sonrió y se despidió saludándola con la mano. Luce se dio cuenta de que todos los demás estudiantes ya habían entrado. Sola por primera vez aquella mañana, miró la hoja de papel que tenía en la mano, sin saber qué pensar de los alumnos de la Escuela de la Costa. Echó de menos a Daniel. De haber estado ahí, le habría aclarado muchas cosas. Pero ella no sabía dónde estaba.

En cualquier caso, demasiado lejos.

Se llevó un dedo a los labios al recordar su último beso. El increíble abrazo de sus alas. Incluso bajo el sol de California, sentía tanto frío sin él… Pero estaba allí por él y, con su extraña y nueva reputación, había sido aceptada por esa especie de ángeles o lo que fueran por mediación de él. Curiosamente, resultaba agradable seguir en contacto con Daniel, aunque fuera de un modo tan complicado.

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