Objetos frágiles (3 page)

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Authors: Neil Gaiman

BOOK: Objetos frágiles
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Entonces se me ocurrió que las gárgolas se colocaban en lo alto de las iglesias y de las catedrales para protegerlas, y me pregunté si sería posible colocar una gárgola en cualquier otro lugar con ese mismo fin. En el corazón, por ejemplo...

Acabo de releerlo después de ocho años, y me ha sorprendido un poco su contenido erótico, pero imagino que se debe principalmente a que la historia no acaba de convencerme.

«MI VIDA»

Escribí este extraño monólogo para ilustrar una foto de un mono hecho con calcetines que formaba parte de un libro de Arne Svenson con doscientas fotos de monos hechos con calcetines titulado, como es de esperar,
Sock Monkeys
[1]
. El mono que aparece en la foto que me dieron tenía aspecto de haber tenido una vida difícil, pero interesante.

Una vieja amiga había empezado a escribir hacía poco para el
Weekly World News,
y yo me lo pasaba en grande inventando noticias para sus artículos. (Dejó de colaborar con ellos en cuanto descubrió que publicaban los artículos con su firma pero no le pagaban un duro.) Empecé a preguntarme entonces si existiría alguien, en algún rincón del mundo, que tuviera una vida como la de la gente de la que se habla en dicha revista
[2]
. En
Sock Monkeys
lo imprimieron como si fuera prosa, pero a mí me gusta más con las pausas rítmicas del verso. No me cabe duda de que, asegurándose una buena provisión de alcohol y un oído obsequioso, uno podría pasarse siglos y siglos recitándolo. (De vez en cuando, hay gente que me escribe a través de mi página web para preguntarme si me importaría que utilizaran este texto para presentarse a una audición. No tengo inconveniente.)

«QUINCE CARTAS DE UN TAROT VAMPÍRICO»

Todavía quedan por contar las historias de siete Arcanos Mayores, y le he prometido a Rick Berry que algún día las escribiré para que él pueda pintarlas.

«ALIMENTADORES Y ALIMENTADOS»

Esta historia surgió de una pesadilla que tuve a los veintitantos.

Me encantan los sueños. Y sé lo suficiente de ellos como para entender que la lógica de éstos no es igual que la lógica narrativa, y que normalmente los sueños no se pueden reconvertir en cuentos: al despertar, el oro se convierte en paja y la seda en telaraña.

Con todo, hay ciertos elementos en los sueños que sí pueden recrearse en un cuento: la atmósfera, un momento preciso, personajes, un tema. Sin embargo, he de confesar que esta historia la soñé tal cual —cosa que no me había sucedido nunca ni me ha vuelto a suceder después.

En un primer momento la utilicé para escribir el guión de un cómic que fue ilustrado por el polifacético Mark Buckingham. Luego, intenté imaginármela de nuevo como un guión para una película de terror pornográfica que nunca llegué a hacer (la iba a titular
Devorados: escenas de una película).
Hace unos años, Steve Jones me preguntó si me apetecía resucitar algún cuento mío injustamente olvidado para una antología que estaba editando (
Keep Out the Night),
y me acordé de esta historia, así que me arremangué y me senté al ordenador a escribirla.

Es cierto que los matacandiles tienen un sabor exquisito, pero enseguida se estropean, dando lugar a una sustancia negra, viscosa y bastante desagradable. Por esa razón no los encontraréis nunca en el mercado.

«CRUP DEL HIPOCONDRÍACO»

Me pidieron que escribiera una entrada para un libro de enfermedades imaginarias (
The Thackery T. Lambshead Pocket Gui
de to Eccentric and Discredited Diseases,
editado por Jeff VanderMeer y Mark Roberts). Me pareció que podría ser interesante hablar de una enfermedad imaginaria que consistiera en fabricar enfermedades imaginarias. Lo escribí con la ayuda de un programa informático llamado Babble del que ya nadie se acuerda y de una polvorienta enciclopedia médica familiar encuadernada en piel.

«AL FINAL DE LOS TIEMPOS»

Intentaba imaginar en este cuento cómo sería el último y definitivo libro de la Biblia.

Respecto a la cuestión de poner nombre a los animales, permitidme que os cuente la alegría que me llevé cuando descubrí que, al parecer, la palabra
yeti,
traducida literalmente, significa «esa cosa de ahí».

(—Rápido, mi valiente guía himalayo, dígame: ¿qué es esa cosa de ahí?

—Yeti.

—Comprendo.)

«GOLIAT»

—Quieren que escribas un cuento —me dijo mi agente, hace unos años— para la página web de una película que no se ha estrenado todavía. Se titula
Matrix.
Te enviarán el guión.

Leí aquel guión con interés y escribí este cuento, que apareció en la web oficial de la película una semana antes del estreno. Y allí sigue.

«FRAGMENTOS DE UN DIARIO ENCONTRADO EN UNA CAJA DE ZAPATOS OLVIDADA EN UN AUTOBÚS DE LÍNEA EN ALGÚN PUNTO ENTRE TULSA, OKLAHOMA, Y LOUISVILLE, KENTUCKY»

Escribí este relato hace años para el libro que recoge la gira Scarlet's Walk, de mi amiga Tori Amos, y me hizo mucha ilusión que lo incluyeran en una antología de los mejores relatos breves de aquel año. La historia está más o menos inspirada en las canciones de Scarlet's Walk. Quería escribir algo que tuviera que ver con la identidad, el viaje y Estados Unidos, como un pequeño anexo de
American Gods,
en el que todo, incluyendo cualquier decisión, quedara fuera de alcance.

«CÓMO HABLAR CON LAS CHICAS EN LAS FIESTAS»

El proceso de elaboración de un cuento me fascina tanto como el resultado. Este relato, por ejemplo, comenzó con dos intentos (fallidos) de escribir el relato de unas vacaciones en la Tierra para
The Starry Rift,
una antología editada por el crítico australiano Jonathan Strahan. (No encontraréis en ella este cuento. Ésta es la primera vez que se publica. Pero escribiré otro para la antología de Jonathan, o eso espero.) La historia que yo tenía en mente no funcionaba; no tenía más que un par de fragmentos que no encajaban en ninguna parte. Estaba desesperado, y había empezado a enviar e-mails a Jonathan para explicarle que no iba a poder mandarle ningún cuento. Me contestó que acababa de recibir un cuento magnífico de una escritora a la que yo admiro mucho, y que lo había escrito en veinticuatro horas.

Aquello me mosqueó, así que cogí un cuaderno nuevo y un bolígrafo y, en la pérgola del jardín, me pasé toda la tarde escribiendo este relato. Lo leí unas semanas más tarde en un acto benéfico celebrado en la legendaria sala de conciertos CBGB de Nueva York. Era el lugar perfecto para leer esta historia que habla del punk y de 1977, y me hizo muchísima ilusión.

«EL DÍA DE LOS PLATILLOS VOLANTES»

Lo escribí en la habitación de mi hotel, en Nueva York, la semana en que grabé el audiolibro de mi novela
Stardust,
mientras esperaba el coche que venía a recogerme. Fue un encargo de Rain Graves, que me había pedido un par de poemas para su página web (www.spiderwords.com). Me alegró mucho comprobar lo bien que funcionaba al leerlo en público.

«EL PÁJARO DEL SOL»

Mi hija mayor, Holly, tenía muy claro lo que quería que su padre le regalara por su decimoctavo cumpleaños:

—Quiero algo que nadie más podría regalarme, papá. Quiero que me escribas un cuento. —A continuación, conociéndome como me conoce, añadió—: Ya sé que siempre andas con prisas y no quiero agobiarte ni nada de eso, así que, con tenerlo el día que cumpla los diecinueve, me conformo.

Hubo una vez un escritor de Tulsa, Oklahoma (murió en 2002), que fue, por un breve espacio de tiempo —finales de los sesenta, principios de los setenta—, el mejor autor de relatos cortos del mundo. Se llamaba R. A. Lafferty, y sus cuentos eran inclasificables, insólitos e inimitables; basta una sola frase para saber que estás leyendo un cuento de Lafferty. De joven, le escribí una carta, y me respondió.

«El pájaro del Sol» pretendía ser un cuento al estilo Lafferty, y escribiéndolo aprendí unas cuantas cosas sobre él; básicamente, que escribir como él es mucho más difícil de lo que parece. No pude dárselo a Holly hasta los diecinueve y medio; estaba escribiendo
Los hijos de Anansi
y decidí que si no lograba terminar algo —lo que fuera— probablemente me volvería loco. Con su permiso, se incluyó en un libro con un título larguísimo cuya versión abreviada es
Noisy Outlaws, Unfriendly Blobs, and Some Other Things That Aren't As Scary... [Forajidos ruidosos, manchas rebeldes y otras cosas menos terroríficas]
cuyos beneficios se donarán al programa de alfabetización 826 NYC.

Podéis leer este cuento en la presente selección pero, aun así, vale la pena que os hagáis con un ejemplar de ese otro libro de título tan largo, porque incluye un magnífico relato de Clement Freud titulado «Grimble».

«INVENTANDO A ALADINO»

Una cosa que me irrita en grado sumo son esos estudios académicos que leo de vez en cuando sobre los cuentos de tradición oral en los que el autor, después de explicar por qué se consideran anónimos, afirma que pretender establecer la autoría de esta clase de cuentos es una incongruencia. En definitiva, que lo que vienen a decir estos señores tan eruditos es que estos cuentos estaban ahí o, en el mejor de los casos, que son una especie de refrito. Y yo digo: vale, pero de algún sitio habrán salido, alguien tuvo que ser el primero en imaginarlos. Porque los cuentos nacen en la imaginación —no son artilugios ni fenómenos naturales.

En uno de esos estudios leí que todos los cuentos populares en los que, en un momento dado, un personaje se queda dormido, tienen su origen en el sueño de un hombre primitivo que aún no sabía distinguir entre la realidad y los sueños y que, al despertar, se lo contó a otra persona; ése sería el origen de nuestros cuentos de hadas. Esta teoría no se sostiene de ningún modo, porque la lógica de los cuentos populares, del tipo de cuentos que han sobrevivido hasta nuestros días y se transmiten de generación en generación, es una lógica narrativa, que nada tiene que ver con la lógica de los sueños.

Un cuento es producto de la imaginación de una persona que imagina una historia. Y si el cuento funciona, volverá a ser contado una vez, y otra, y otra más. En eso radica su magia.

Sherezade es un personaje ficticio, al igual que su hermana y el temible sultán cuya sed de sangre debían aplacar noche tras noche.
Las mil y una noches,
en sí mismas, son una ficción, un compendio de historias de diversa procedencia, y la historia de Aladino fue incorporada por los franceses hace apenas unos siglos. Que es otro modo de decir que, desde luego, su origen es muy distinto del que yo describo. Y aun así. Con todo y con eso.

«EL MONARCA DE LA CAÑADA»

Es una historia que comenzó con —y existe gracias a— mi pasión por las regiones más remotas de Escocia, donde los huesos de la Tierra afloran a la superficie y el cielo es tan claro que parece blanco. Todo allí es increíblemente hermoso, y es el único lugar en el mundo donde uno se siente verdaderamente alejado del mundanal ruido. Fue estupendo reencontrarme con Sombra, dos años después de sus aventuras en
American Gods.

Robert Silverberg me pidió una novela corta para el segundo volumen de
Leyendas Negras.
Me dijo que podía escribir una secuela de
Neverwhere
o de
American Gods.
Empecé escribiendo la de
Neverwhere,
pero me surgieron ciertos problemas técnicos (la titulé «De cómo el marqués recuperó su abrigo», y algún día la terminaré). Así que me puse a escribir «El monarca de la cañada», en un apartamento de Notting Hill donde me alojé mientras dirigía un corto titulado
A Short Film about John Bolton,
y lo terminé en una larga y frenética carrera en la cabaña del lago donde escribo ahora esta introducción. Mi amiga Iselin Evensen, que es noruega, me contó algunos cuentos sobre la
huldra
y me hizo el favor de corregir mi noruego. Al igual que «Lobo de bahía» (en
Humo y espejos),
tiene ciertas resonancias de
Beowulf.
Por aquel entonces estaba convencido de que el guión de
Beowulf
que había escrito para y con Roger Avary no llegaría a rodarse. Evidentemente, me equivocaba, pero me gusta el abismo que hay entre la interpretación que hace Angelina Jolie de la madre de Grendel en la película de Zemeckis y mi versión de ese mismo personaje en esta historia.

Quisiera agradecer a los editores de los diversos volúmenes en los que se publicaron por vez primera estos cuentos —y en especial a Jennifer Brehl y Jane Morpeth, mis editoras en Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente— su ayuda y, sobre todo, su paciencia. Vaya también mi más sincero agradecimiento a mi agente literaria, la eximia Merrilee Heifetz, que hago extensivo a sus colaboradores en todo el mundo.

Mientras iba escribiendo estas líneas, he caído en la cuenta de que lo verdaderamente peculiar de casi todas las cosas que consideramos frágiles es lo sólidas que en realidad son. Recuerdo que, de pequeños, hacíamos unos trucos con huevos que nos permitieron ver lo que son en realidad: diminutos recintos de duro mármol; y dicen que el aleteo de una mariposa en un momento y lugar precisos puede provocar un huracán al otro lado del océano. Un corazón puede romperse, pero es también el músculo más fuerte del cuerpo humano, capaz de latir setenta veces por minuto durante toda una vida, y sin apenas un fallo. Incluso un sueño, algo tan delicado y etéreo, puede llegar a ser prácticamente indestructible.

Un cuento —al igual que una persona, una mariposa, el huevo de un ave, el corazón humano y los sueños— es algo frágil, pues se compone de elementos tan precarios e insignificantes como son las veintiocho letras del abecedario y unos cuantos signos de puntuación. O de palabras pronunciadas en voz alta, que no son sino sonidos e ideas —cosas abstractas, invisibles, que se desvanecen nada más pronunciarlas—, ¿existe algo más frágil que eso? Y, sin embargo, hay cuentos pequeños y sencillos que hablan de aventuras y de gente que hace cosas extraordinarias, cuentos que hablan de magia y de monstruos, que han sobrevivido a quienes una vez los contaron, e incluso a las culturas de las que nacieron.

Pese a que no creo que ninguno de los cuentos recogidos en este volumen perdure hasta ese punto, me parece buena idea reunirlos aquí y proporcionarles un hogar donde puedan ser leídos y recordados. Espero que os gusten.

Neil Gaiman

Primer día de la primavera de 2006

Estudio en esmeralda

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